Volvemos una semana más a Massabielle, volvemos a la Santa gruta para continuar con el relato de las apariciones de la Santísima Virgen.
13ª Aparición: La Capilla, un artículo de Rosa Jordana.
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Tiempo de lectura estimado: 7 minutos.
Al final del artículo, tienen un índice con todos los artículos de Rosa Jordana
Después de un breve paréntesis en el que hemos interrumpido el relato de las Apariciones, volvemos al mismo. Y nos situamos en la décimo tercera que tuvo lugar el martes, 2 de marzo de 1858.
Cada vez la gente era más madrugadora y la afluencia más densa. Ese día, los primeros visitantes habían llegado a Massabielle hacia media noche.
A las siete llegó Bernadette. Había más de mil seiscientas personas, según el informe del gendarme.
Pese a la buena voluntad de todos, Bernadette tuvo dificultades para ponerse en su lugar de siempre para rezar el Rosario. Como siempre, hizo una amplia Señal de la Cruz, llevaba un cirio en la mano izquierda y el Rosario en la derecha. Pronto empezó el éxtasis. Al acabar la plegaria empezó a realizar sus habituales movimientos de ir a la fuente, beber y lavarse. Pero el hecho destacado del día fue su parada bajo la cavidad interior. Sonreía y luego se puso seria. Mantenía una conversación. A penas terminó el éxtasis, las mujeres que habían presenciado las fases del diálogo, rodearon a la niña. Ella intentaba esquivar las preguntas en su camino de vuelta y sólo dijo que “tenía un encargo para los sacerdotes”.
La Iglesia había decidido mantenerse al margen de todos los acontecimientos. Incluso se había prohibido a los sacerdotes que fueran a la Gruta, en presencia o no de Bernadette. No querían que nadie pensara que eran ellos los que habían instigado los hechos. Había algún sacerdote que pensaba que, quizás, sería bueno ir para formarse una opinión de primera mano, pero obedecieron las órdenes.
Entretanto Bernadette intentaba resolver su problema. “Vaya usted a decir a los sacerdotes que se construya aquí una capilla y se venga en procesión”.
Con una amiguita se dirigió al hospicio a ver al padre Pomian, que intimidaba menos que el señor cura, el padre Peyramale, rector de la parroquia de Lourdes. Este le escuchó con atención, pero con escepticismo. ¿Qué cosa podía esperarse de una niña tan ignorante que ni conocía el misterio de la Santísima Trinidad? No obstante, el padre Pomian, la atendió cordialmente y le dijo que ese recado iba dirigido al rector de la parroquia y que era a él a quien debía explicárselo. Su amiguita se esfumó (ir a casa del padre Peyramale ya era demasiado imponente). Entonces Bernadette, que temía más al rector que al comisario, al fiscal y al juez juntos, buscó a su tía Basile.
El párroco amedrentaba. Sus cóleras eran temibles, tan frecuentes en el púlpito, cuando denunciaba los abusos y el egoísmo de los ricos. Este hombre, corpulento y vigoroso, de cuarenta y siete años, imponía a primera vista. De una moralidad rigurosa y un discurso severo, desprendía una fuerza hercúlea en todos los aspectos. Era conocido por su fuerza física, por sus arrebatos… pero también por su gran abnegación, su generosidad y… su sotana a veces manchada y recosida. Los lourdeses decían de él: “Es un hombre capaz y no tiene miedo”. No era un hombre triste pero no sonreía jamás. Amaba a los pobres y no temía a los ricos. Los no creyentes solían decir: “Es un buen hombre, a pesar de su sotana”.
No es extraño que Bernadette temiera esta visita, pero había que obedecer a “la Dame”. Su tía tampoco las tenía todas consigo. Fueron primero a la Iglesia donde una buena mujer les dijo que estaba en casa. Entonces se dirigieron a la Maison Lavigne -hoy Biblioteca Municipal-, su casa. Entraron por una pequeña puerta -que se conserva aún- y atravesaron el huerto. Llamaron y el señor cura las recibió.
Tras los saludos de rigor la conversación fue así:
-
¿Tú eres la que va a la Gruta?
-
Sí, señor cura.
-
¿Y tú dices que ves a la Virgen?
-
Yo no he dicho que sea la Virgen.
-
Entonces, ¿qué es lo que ves?
-
Algo… una señora.
-
¿Algo? Entonces, ¿quién es esa señora?
-
No lo sé.
La tía Basile había enmudecido. En cambio, la niña estaba resuelta, dentro de la timidez.
-
Señor cura, “la Dame” pide que vayamos a la Gruta en procesión.
Y el padre Peyramale estalló:
-
¡Mentirosa! ¿Cómo pretendes que yo pida una procesión? Es el Señor Obispo quien decide las procesiones. ¿Y para cuándo pide la procesión?
Bernadette enmudeció. No le había dicho para cuándo. El P. Peyramale miró por la ventana y, viendo el gentío que había seguido a Bernadette, añadió, encolerizado:
-
Tú no me necesitas a mí para hacer una procesión. Mira toda esa gente que te sigue. Te daré un cirio y todos te seguirán.
Las caras de Bernadette y su tía reflejaban miedo ya. Él se calmó un poco al darse cuenta y preguntó a la niña si le había preguntado su nombre, a lo que Bernadette respondió que sí, pero que la Dame sonreía y no le contestaba. Y el P. Peyramale añadió:
-
¿Es muda?
-
Si fuera muda no me habría podido decir que viniera a verle.
-
Bueno, tú le dirás a la Dame que el cura de Lourdes no tiene la costumbre de tratar con desconocidos. Que se dé a conocer y que pruebe quién es. Que haga florecer el rosal de la Gruta de la que me has hablado. Ella me entenderá.
El padre Peyramale se dirigió a su tía y le pidió que se la llevara: “Es una desgracia tener en la familia alguien como esta niña”.
Bernadette y su tía Basile salieron medio de puntillas, después de hacer una profunda reverencia. Bernadette le dijo a su tía mientras volvían a casa “Bueno, si él no quiere creerme, que no me crea, yo ya he dado mi recado”.
Y de repente recordó que “sólo” había dado una parte de él: “Me he olvidado de decirle que manden construir allí una capilla”. Bernadette estaba desolada. Ese convencimiento de que era ignorante por su falta de memoria, ese dolor por ser la más necia de la escuela… Pero se sobrepuso y pidió en vano a su tía volver a casa del señor cura. Basile no tenía valor. Ya había sido un rato bien desagradable, como para querer repetir.
Andaban las dos discutiendo. Bernadette quería volver a toda costa: era su deber. La Dame había sido clara: quería una capilla. En estas estaban cuando se cruzaron con Dominiquette Cazenave. Ésta corrió a interesarse por lo que la Dame le había dicho a la niña. Y Bernadette le explicó lo que estaba ocurriendo y le pidió que la acompañara de nuevo a ver al padre Peyramale. Dominiquette accedió, pero pidió a Bernadette que esperara fuera y entró primero ella a hablar con él y pedirle que no intimidara a la niña.
El rector requirió la presencia de otros sacerdotes. Hicieron entrar a Bernadette en el gran salón y la recibieron el padre Peyramale, sus dos vicarios (el padre Pène y el padre Serres) así como el padre Pomian, capellán del hospicio.
Le ofrecieron asiento y Bernadette dijo, sin preámbulos:
-
Señor cura, la Señora me ha dicho “Dígale a los sacerdotes que hagan levantar aquí una capilla y que se venga en procesión”.
Entonces no bastaba con una procesión pensó el padre Peyramale… Bernadette sintió que se avecinaba una nueva explosión de ira, pero el señor cura intentó afrontar aquello con calma:
-
¿Estás segura?
-
¡Oh, sí, señor cura!
-
¿Te la pedido una capilla y no sabes cómo se llama?
-
No, señor cura.
-
Pues no habrá capilla hasta que diga su nombre. Debes preguntarle su nombre.
El padre Peyramale miró a Dominiquette y le dijo: “Es suficiente”. Ella cogió del brazo a Bernadette, se despidieron y la acompañó a su casa. Por el camino conversaban de lo ocurrido:
-
Estoy muy contenta: ¡he cumplido mi encargo!
-
Pero hay que preguntarle el nombre a la Señora…
-
Sí, sí, me acuerdo.
Pero Bernadette estaba preocupada. Cuando estaba delante de la Señora olvidaba todo lo que quería decirle. Sin embargo esta vez, tendría que acordarse.
Esta tarde el P. Peyramale hizo llamar a Jean-Baptiste Estrade -dada su condición de hombre ilustrado y, en principio, no religioso, de Lourdes- para preguntarle sobre los sucesos de la Gruta. Sabía que había estado presente en alguna de las Apariciones. El párroco se sorprendió al encontrar en él a un entusiasta de Massabielle y de Bernadette. Hasta el punto de que, a las objeciones del sacerdote, Estrade concluyó: “Recuerde esto, señor párroco, ¡un día usted irá con capa a Massabielle cantando Sancta María y yo seré feliz al responderle Ora pro nobis”! Esto es, al menos, lo que escribió años más tarde, después que el 5 de octubre de 1872 ambos elevaran la voz en la Gruta cantando las Letanías.
Pero para eso faltaba mucho y, en ese momento el P. Peyramale, era el más escéptico entre los sacerdotes, no sólo de Lourdes, sino de la Diócesis.
Rosa Jordana
No se pierda ninguno de los artículos de Rosa, aquí tienen el índice para que puedan leer la historia de Lourdes desde el principio
- ¿Por qué Lourdes?
- El siglo de María
- Bernadette Soubirous, ¿quién es?
- ¿Cómo era Bernadette?
- Primera aparición de Nuestra Señora de Lourdes
- Segunda aparición de Nuestra Señora de Lourdes
- Tercera aparición: La Virgen habla por primera vez
- Cuarta y quinta aparición en Lourdes
- Sexta aparición en Lourdes
- Primer interrogatorio a Bernadette
- Séptima aparición en Lourdes
- Penitencia, penitencia
- 9ª aparición: La fuente
- 10ª aparición en Lourdes
- Undécima y duodécima aparición en Lourdes
- Primeros milagros en Lourdes
- Los hospitalarios de Lourdes: entrevista
Si les ha gustado este artículo de Rosa Jordana sobre los hospitalarios de Lourdes, les invitamos a quedarse en nuestra página y a recorrer nuestras distintas secciones: Misa Tradicional, Arte, Historia de la Iglesia, Nuestras firmas…
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