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Qué es la eternidad

Una pregunta que en algún momento todos nos formulamos, ¿Qué es la eternidad? Nos adentramos en el conocimiento del alma y profundizamos en Santo Tomás de la mano de nuestro compañero Miguel

Qué es la eternidad. Un artículo de Miguel Toledano

En filosofía, ¿qué mejor manera de comenzar el año que hablando del tiempo? Del tiempo cronológico, no del tiempo atmosférico, aunque 2022 haya comenzado en la península ibérica con un considerable anticiclón.

Dejando aparte a los meteorólogos, los físicos teóricos se ocupan a menudo de la cuestión del tiempo. Para ellos, se trata de una dimensión, como lo son las tres dimensiones espaciales de altura, anchura y profundidad. Conceptos básicos como velocidad o aceleración precisan de medir la unidad de tiempo.

Podría decirse que el tiempo es un ámbito donde se encuentran la física, la filosofía y la teología.

Todos tenemos una noción familiar de tiempo y, por extensión, una idea de eternidad. La eternidad vendría a ser una sucesión ilimitada de tiempo.

En una primera aproximación, una sucesión sin final. La asociamos, por ejemplo, a la inmortalidad del alma, aprehendida por muchos filósofos. He aquí un caso de conexión entre un elemento de la física y de la ciencia del saber.

Pero si entendemos, además, que el alma de cada uno de nosotros es creada por Dios y que no deja de existir (salvo que Dios, en su omnipotencia, así lo dispusiera), sino que está llamada a encontrarse cara a cara con Dios para siempre o, en otro caso, a alejarse de El con similar destino inacabable, la física y la filosofía entroncan también con la teología, superior entre todas las ciencias.

En nuestro ejemplo, la existencia del alma no tiene fin, pero sí tiene principio.

Cabe, por el contrario, imaginar un ser sin principio ni fin; un ser que no sólo existirá siempre, sino que siempre existió, porque no fue creado.

En comparación con el alma, podríamos decir vulgarmente que es eterno por partida doble.

En el Credo decimos que el Hijo no es creado, sino que fue nacido del Padre antes de todos los siglos.

En realidad, en ambos casos -ser sin principio ni fin- el concepto de eternidad que estamos manejando es todavía incompleto o parcial.

Propiamente, deberíamos decir que la vida eterna que nos aguarda tras la muerte terrenal es una participación de la eternidad, de la verdadera eternidad, de la eternidad completa.

Incluso, un ser sin principio ni fin no abarca todavía toda la idea de eternidad; falta algo.

Ocurre con esto como sucede con la idea del ser. Todo lo creado participa del ser, pero sólo hay un ser que es el ser en Sí mismo, Dios.

¿Y qué le falta a la eternidad, fuera de no tener principio ni fin? Santo Tomás de Aquino le dedica al tiempo una compleja cuestión de su Suma Teológica, la décima, para explicarlo.

En aras de la comprensión en apenas unas líneas, nosotros vamos a simplificar mucho y centrarnos en lo más esencial.

Además de principio y fin, la eternidad carece de sucesión. En la eternidad no hay presente, pasado ni futuro, es la totalidad simultánea. Es una noción que no es fácil de captar por nuestro entendimiento, limitado y acostumbrado a razonar a partir de la experiencia sensorial.

Pero, en este caso, la ausencia de sucesión temporal en la eternidad es una exigencia de la lógica, añadida a la ausencia de principio y a la ausencia de fin. De lo contrario, de existir lo que vulgarmente se presenta primero a nuestra manera general de razonar, lo eterno seria mudable, incurriendo así en contradicción. Si algo cambia, ya no puede ser eterno.

La eternidad se deriva, pues, de la inmutabilidad, que ya fue objeto de un artículo anterior de esta serie. En filosofía decimos que la eternidad es corolario de la inmutabilidad.

Por tanto, en realidad, si se ha demostrado que Dios es inmutable, necesariamente se deduce que también es eterno y poco más deberíamos comentar.

El diccionario de la Real Academia Española de la lengua nos propone una primera acepción que, en parte, es de gran valor filosófico. Dicen nuestros lingüistas que “es perpetuidad sin principio, sucesión ni fin”: sin principio, sucesión ni fin. Aquí tenemos los tres elementos necesarios. No basta la ausencia de fin, primero de los requisitos que intuitivamente se presenta a nuestro entendimiento y que comparten ángeles y almas justificadas.

Tampoco es suficiente la carencia de principio, que imaginamos en Dios. Es imprescindible también, para estar ante la eternidad, que no exista sucesión. Este tercer condicionante lógico lo sitúa la Academia, en sentido cronológico, como segundo elemento. Lo eterno no tuvo principio, en pasado; no tiene sucesión, en el momento presente; y no tendrá fin, en el futuro más lejano que imaginarse pueda. En la eternidad, insistimos, no hay pasado ni presente ni futuro.

Podríamos decir que nos situamos fuera del tiempo; o mejor, comprendiendo todo el ser de forma simultánea.

En mi opinión, la definición del diccionario oficial de la lengua castellana tiene un defecto, que viene a acreditar la dificultad de la idea precisa de eternidad y, por añadidura, del concepto de tiempo. Me refiero concretamente a la primera parte de la definición.

Según ésta, eternidad es “perpetuidad”, lo que viene a suponer el recurso a un sinónimo para explicar el término definido, cuando no estamos manejando un diccionario de sinónimos y antónimos.

Pero las acepciones cuarta y quinta del diccionario completan de manera muy correcta la explicación lingüística del término, toda vez que los académicos nos recuerdan que eternidad es, “en la tradición católica, la posesión simultánea y perfecta de una vida interminable, considerada atributo de Dios”.

Con ello llegan a identificar los académicos a la tradición católica con la filosofía de santo Tomás, como seguidamente veremos. No podemos estar más de acuerdo en que la noción tomista se ha convertido en el núcleo de lo que nuestra teología tiene que decir sobre la cuestión.

La quinta acepción, por el contrario, se refiere a la participación de algunas criaturas en ese atributo divino, que ya hemos evocado: “En la tradición católica, vida perdurable de la persona después de la muerte”.

Hasta aquí hemos tratado del concepto de eternidad, expandiendo lo que hace santo Tomás en el primer artículo de la cuestión que dedica a aquélla. Pero el segundo se ocupa de la eternidad en Dios, para explicar, como hemos avanzado, que Dios es eterno, corolario de su carácter inmutable.

Más aún: Dios no sólo es eterno, sino que es la misma eternidad, es Su misma eternidad. Con esto ocurre igual que con la noción de ser. Dios es, en filosofía, el mismo ser subsistente, la misma noción de ser, que todas las demás criaturas comparten con Él de forma analógica, como seres participados de esa noción divina que es el ser en Sí mismo y por Sí mismo.

Esta idea nos permite entroncar ya con lo que el diccionario de la Real Academia expone con toda propiedad en la cuarta de las acepciones que hemos traído a colación: la eternidad es un atributo divino, esto es, sólo Dios es eterno.

Lo mismo ocurría con la inmutabilidad, únicamente Dios es inmutable. Se trata de una característica exclusiva de la divinidad, que no igualan los seres creados.

A ello le dedica el Doctor Angélico el tercero de los artículos de esta compleja cuestión. Salvo Dios, nada es eterno; o, lo que es lo mismo, ser eterno es propio de Dios.

“Su Reino no tendrá fin”, afirmamos los católicos desde hace casi diecisiete siglos en la formula niceno-constantinopolitana. Una vez más, ángeles y justos compartirán esa ausencia de fin, pero la palabra “compartirán” ya expresa que la eternidad en ellos será parcial, participada.

A quien verdaderamente Le corresponde en esencia es al Rey, que con amor y generosidad la comunica a los súbditos, sin que quepa considerarse atributo de éstos.

También en el Credo de los Apóstoles afirmamos nuestra fe “en la vida eterna”. Las criaturas inmateriales participamos, en efecto, de la eternidad divina, al no tener fin en la visión de la gloria a la que estamos llamados. Pero el aquinate nos recuerda, mediante la autoridad de san Jerónimo, que “sólo Dios no tiene principio”.

No vamos a entrar aquí en la idea de “evo”, que la filosofía tomista desarrolla para poder medir la eternidad y que así ha quedado también recogida en nuestro Diccionario de la Lengua Española, que se limita a emplear el término en los registros poético o filosófico-religioso. De esa misma etimología latina procede la palabra neerlandesa “eeuw”, que en dicho idioma quiere decir siglo.

Sí es importante destacar, con nuestro autor, que la eternidad es común a las tres personas de la Santísima Trinidad, pues tan eterno es el Padre como el Hijo y el Espíritu Santo.

Por tres veces también se menciona la eternidad en la liturgia propia de la Misa de hoy: “Tu nombre existe desde la eternidad”, reza el gradual conforme al Salmo 105,47.

Pero es que luego, en el ofertorio, nos comprometemos a glorificar eternamente el Santísimo Nombre de Jesús al que está dedicada la celebración dominical de esta primera semana del año. Es la misma eternidad en la visión de la gloria divina que explica santo Tomás.

Después de la Comunión en el rito tradicional de la Iglesia Romana, por último, se hace una referencia a la “eterna predestinación” con que los nombres de los justificados están escritos en el cielo. Es ésta una afirmación muy profunda que guarda relación con la omnisciencia, en virtud de la cual Dios conoce desde siempre la identidad de Sus escogidos.

Nos queda una consideración final, como hicimos en al artículo consagrado a la inmutabilidad, acerca de las pobres almas condenadas. ¿Acaso ellas no han de sufrir perpetuamente? De la misma manera que ocurría respecto al cambio podemos decir sobre la eternidad. No había cambio en su condición de condenados, pero sí en la aplicación de penas; en esto difería de la condición inmutable de los ángeles y almas en el cielo. Pues también en el infierno hay ausencia de fin del sufrimiento, mas sin embargo existe sucesión en la aplicación de los tormentos debidos, incluyendo el de la separación de Dios; por lo que se da perpetuidad en el castigo, pero no eternidad salvo por analogía o en sentido figurado o metafórico.

Miguel Toledano

Fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, 2022

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Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.