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La Teología, ciencia necesaria de Dios

En esta nueva andadura de Marchando Religión se me solicita una serie de artículos dedicados al pensamiento de Santo Tomás de Aquino, lo cual con mucho gusto acometo, sabedor de que la lectura de dicho autor produce efectos de gran provecho.

La Teología, ciencia necesaria de Dios. Un artículo de Miguel Toledano

Comencemos, como es lógico, por el principio de su magna obra, la Suma Teológica o Suma de Teología, dividida en cuestiones. La primera de todas ellas está dedicada a la doctrina sagrada.

Ante todo, el Doctor Angélico plantea un interrogante de gran actualidad: ¿Es necesaria la doctrina sagrada, es necesaria la teología? Muchos contemporáneos viven como si no existiera y en los colegios y universidades se la considera prescindible o, incluso, ajena al saber científico, que pretende reducirse a las ciencias llamadas “naturales”.

Anticipándose a Kant, que por consiguiente no inventó nada en este punto, el gran fraile dominico suscita dialécticamente una objeción: El hombre no debe pretender saber aquello que le supera. Es la tesis del filósofo de Koenigsberg.

Pero el aquinate precisa que el hombre no debe pretender saber “con sus solas fuerzas” lo que excede de su comprensión. Que es precisamente también lo que hacen tantos hoy en día; incluso hay escuelas vanas que pretenden desarrollar nuevas teorías religiosas a partir de las fuerzas naturales del hombre, como la famosa Nouvelle Theologie o Nueva Teología.

Y si el hombre, con toda lógica, no puede tratar de asimilar solo por sí mismo las verdades teológicas, ¿cómo cabe proceder en esta ciencia? Pues muy sencillo: A través de la revelación a cargo del mismo Dios, a la que el hombre asiente por la fe.

Cabría aquí citar muchísimos ejemplos, pero hay un asunto, ciertamente desagradable aunque a la orden del día, en relación con esta premisa. Me refiero a la homosexualidad, revelada como mala en la Sagrada Escritura y contraria, por consiguiente, a la ley de Dios. Sin embargo, políticos e insensatos sin fin se afanan en ser más inteligentes que Dios y encontrar modos variopintos de justificarla. He aquí al hombre obrando con sus solas fuerzas naturales en un ámbito cuya maldad sabemos que mereció la acción directa de Dios para aniquilarla.

En el segundo artículo de la cuestión vuelve Santo Tomás a reafirmar el carácter científico de la teología. Hoy somos, lamentablemente, minoría los que invocamos dicho carácter; si la teología depende de la fe y hay hombres que no tienen fe, ¿cómo puede defenderse que la teología sea una ciencia?

Con esa pregunta se adelanta otra vez nuestro autor a lo que vendría después: Hablar de Dios y sobre Dios es algo subjetivo, sentimental, no científico. Pero es ésa una concepción errónea de la teología, fuertemente influida por el individualismo protestante. Al contrario, la doctrina sagrada se basa en unos principios revelados directamente por Dios, por consiguiente infalibles.

A continuación nos recuerda el imperecedero filósofo que la teología es más ciencia especulativa que práctica, porque trata principalmente de Dios antes que del hombre. Este elemento tiene igualmente su relevancia en nuestras generaciones, cuando el mismo magisterio eclesiástico se viene centrando principalmente en labores “pastorales”, abandonando los aspectos propiamente doctrinales en cuanto que referidos a Dios y revelados por El.

El quinto artículo es mi favorito de toda la cuestión primera de la Suma: la teología es la disciplina del saber superior a todas las demás. Ya hemos dicho que para algunos no es ciencia y para otros ni siquiera procede hablar de ella. Pues bien, hay dos argumentos -de origen aristotélico- que resultan irrefutables y que bien harían en releer (o en leer, pues probablemente nunca lo habrán hecho antes) quienes diseñan planes de estudios, olvidándose, ignorando o despreciando la ciencia de Dios. Se refieren estos dos argumentos, respectivamente, a la insuperable certeza de la teología y a su insuperable dignidad.

Por una parte, el hecho de que se dude de tal o cual aspecto teológico no supone menoscabo de la teología, sino de nuestro entendimiento; la mayor certeza que algunos tienen de las matemáticas o de la química, por utilizar dos casos fáciles de comprender, se deriva de que éstas son disciplinas más simples que la teología y, por consiguiente, más aptas a las puras luces de nuestra razón natural. Pero que nuestro entendimiento encuentre dificultades para alcanzar plena certeza no implica que la ciencia no la tenga y que, por ello, sea inferior. Procediendo de la divina revelación, la certeza de la teología es máxima.

Además, la teología es superior a todas por razón de la superior dignidad de su materia. Es decir, que nuestro conocimiento del catecismo, de los principales artículos de nuestra religión, del credo, etc. es a todas luces más importante que lo muchísimo que pudiéramos saber de otras ciencias en las que estuviésemos especialmente preparados, incluso tras años y años de estudio y experiencia. De aquí se deduce la locura de orillar la religión de la enseñanza escolar general y de la universitaria o, en su caso, de enseñarla mal, como si fuese una “maría”.

También podemos sacar, con nuestro autor, la consecuencia de que todo aquello que se oponga a la doctrina sagrada, procedente de otras ciencias, es falso. Por segunda vez retornamos al ejemplo que hemos evocado más arriba: aunque de la misma razón natural se infiera ya la bondad de las relaciones carnales entre esposo y esposa y la maldad de tales relaciones entre individuos de igual sexo, las teorías psicológicas, sociológicas o sedicentemente filosóficas e incluso teológicas que pretendiesen lo contrario incurren en evidente falsedad por contradecir la ley de Dios que nos ha sido al respecto revelada.

No obstante, la superioridad de la teología no nos debe hacer caer en el fideísmo, error que excluye a la razón para acceder a las verdades enseñadas por la teología. Santo Tomás nos recuerda que la ciencia sagrada es argumentativa: sus primeros principios son los artículos de fe, pero a partir de ellos pueden descubrirse otros; de hecho, esta argumentación es muy conveniente a la hora de predicar la religión y rebatir los argumentos de sus oponentes u autores heréticos.

La primera cuestión de la Suma concluye con un artículo dedicado a los modos de interpretación de la Sagrada Escritura, incluyendo el histórico o literal, el alegórico, el tropológico o moral y el anagógico. Los tres últimos, de carácter espiritual, parten del primero. El sentido alegórico se encuentra principalmente en el Antiguo Testamento, prefigurando lo que sucede en el Nuevo; el sentido tropológico o moral se predica de lo referido a Cristo, signo de lo que nosotros debemos hacer; finalmente, la anagogía es el sentido de las cuestiones místicas que en la Sagrada Escritura se refieren a la bienaventuranza eterna.

Miguel Toledano Lanza

Domingo vigésimo primero después de Pentecostés, 2021.

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Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.