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Cómo veremos a Dios en el cielo

La duodécima cuestión de la Suma Teológica está principalmente dedicada a la forma en la que veremos a Dios en caso de que, si Dios quiere, vayamos al Cielo. Porque precisamente en esa visión divina consiste la bienaventuranza eterna.

Cómo veremos a Dios en el cielo. Un artículo de Miguel Toledano

Naturalmente, lo primero que cabe preguntarse es si veremos a Dios tal cual es en el Cielo o no. Puesto que, aquí en la Tierra, sólo lo vemos representado, en el arte por ejemplo; o bajo las especies del pan y el vino tras la consagración de la Misa; o de forma semejante en el Santísimo; o bien por sus efectos. Pero no tal cual es, en su esencia, como dice santo Tomas de Aquino.

El gran teólogo dominico llega a la conclusión positiva por dos vías, a saber, tanto la razón como la fe acreditan que en el Cielo lo veremos tal cual es.

En primer lugar, decimos que podemos llegar a esta conclusión a través de la razón. El argumento es bastante sencillo. Cuando el hombre ve un efecto, experimenta el deseo natural de conocer su causa. Si no llegásemos a alcanzar la causa primera, que es Dios, nuestro deseo natural quedaría defraudado. Pero esto Dios no lo ha podido querer, pues Dios no puede defraudar y ser Dios al mismo tiempo.

La fe también nos dice que los bienaventurados verán la esencia divina. En efecto, la suprema felicidad del hombre es la más sublime de sus operaciones, a saber, la intelectual. Pero si a través de dicha operación no pudiésemos ver a Dios en el Cielo, o bien no alcanzaríamos la felicidad, o bien ésta se encontraría en algo que no es Dios. Sin embargo, por la fe sabemos que el hombre alcanzará la felicidad en el Cielo y que dicha felicidad se encuentra en Dios, nuestro principio y fin. Luego, necesariamente la fe nos dice también que los bienaventurados verán la esencia divina en el Cielo.

Ahora bien, no Lo veremos a través de los ojos ni de ningún otro de nuestros sentidos, pues éstos no pueden percibir lo incorpóreo y Dios es incorpóreo. Tampoco a través de nuestra imaginación, ya que ella también tiene su origen en los sentidos. Por consiguiente, será nuestro entendimiento el que, en el Cielo, nos permitirá ver a Dios tal cual es.

Para ello, el entendimiento no se basta por sí mismo mediante su capacidad natural, sino que precisa de la gracia, otorgada por Dios. Sí puede el entendimiento captar lo universal de las cosas. Pero ni siquiera los ángeles, por sus solas fuerzas naturales, pueden ver a Dios como es en el Cielo, sino que precisan también de la gracia otorgada por Dios uniéndose a su entendimiento para hacerse inteligible tal cual es.

Si vamos al Cielo, la gracia divina aumentará la capacidad de nuestro entendimiento, que será iluminado de tal forma que aumenten sus facultades intelectivas para poder ver a Dios tal cual es. Pienso que sea ésta la mayor prueba del amor que Dios nos tiene, al iluminarnos con Su claridad, haciéndonos semejantes a Él con esa iluminación del entendimiento.

Debemos hacer aquí una matización, contaminados como estamos con el dichoso derecho humano a la igualdad, que se predica tanto desde la Revolución Francesa y luego en todas las declaraciones de derechos humanos que siguieron a la de 1789, como igualmente en la inmensa mayoría de las constituciones liberales.

Porque, ¿acaso no seremos todos iguales en el Cielo, recibiendo de modo igual el amor de Dios y, por consiguiente, gozando todos igualmente de la visión de Su esencia?

La respuesta del Doctor Angélico es negativa. Unos entendimientos participarán más de la luz de la gloria que otros y, por consiguiente, verán más perfectamente a Dios. Y esa mayor participación dependerá de su respectivo grado de amor; por tanto, quienes más amor tengan, más perfectamente verán a Dios en el Cielo y más felices serán.

San Juan Crisóstomo sostiene que sólo el Hijo tiene una comprensión y consideración ciertísima del Padre, lo que es lógico en función de lo que se acaba de afirmar, pues nadie tiene mayor amor por el Padre que el Hijo. Por eso, siguiendo al gran arzobispo de Constantinopla, ni los bienaventurados ni los profetas ni los ángeles ni los arcángeles alcanzarán el grado de conocimiento absolutamente cierto del Padre que sí tiene el Hijo. Dios es infinito y sólo Él lo es; luego el entendimiento, aún iluminado por la gracia, de un bienaventurado o de un ángel, siendo finito, no puede ver a Dios con un grado de perfección total y absoluto.

Lo que no quiere decir que la visión sea finita en sentido temporal. El Cantar de los Cantares afirma del amado, por parte del bienaventurado, que “lo tengo y ya no lo abandonaré”. Esta permanencia en el gozo de Dios al verlo tal cual es en el Cielo le sirve a nuestro autor para relacionarla magistralmente con las virtudes teologales, elaborando la teología de las tres prendas del alma.

A la esperanza le corresponde esa visión que nunca terminará una vez salvados, llamada comprensión. A la fe, por su parte, le corresponde la contemplación. Y a la caridad, el gozo. Comprensión o visión eterna, contemplación y gozo son, pues, las tres prendas del alma. Los bienaventurados ven a Dios por la fe; la esperanza les asegura que Lo verán por siempre; y la caridad les proporcionará el gozo al verse colmados sus máximos afanes o deseos impulsados por el amor.

Alguno se podrá preguntar si es posible ver a Dios tal cual es en esta vida terrena. En el Génesis afirma Jacob que vio a Dios “cara a cara”. Y en el libro de los Números se dice que Moisés vio a Dios “con claridad, sin enigmas ni figuras”. Debemos distinguir entre uno y otro caso: Jacob no vio la esencia de Dios, sino probablemente una figura en la que estaba representado. Esto no es posible en el caso de Moisés, dado que la Sagrada Escritura afirma que el gran patriarca judío vio a Dios “sin figuras”. Luego, en su caso, como en el de san Pablo, Dios elevó sus mentes sobrenatural y extraordinariamente para que pudieran contemplar Su esencia en esta vida. Así lo entienden tanto san Agustín como santo Tomás de Aquino.

En esta vida, lo que sí se puede hacer es conocer cosas ciertas acerca de Dios, tanto por parte de quienes están en gracia como por los pecadores, puesto que ni los sentidos ni el entendimiento natural les son ajenos a quienes han pecado. Nuestro conocimiento natural comienza por los sentidos, que nos permiten percibir los efectos dependientes de Dios como primera causa; por consiguiente, nuestro entendimiento nos permite conocer la existencia de esa primera causa, así como la diferencia existente entre esa primera causa que es Dios y sus criaturas.

No obstante, el conocimiento es superior en quienes están en gracia, toda vez que ésta ilumina tanto el entendimiento como, incluso, los sentidos (piénsese, por ejemplo, en las visiones proféticas).

Sin embargo, no nos permite acceder a un mejor conocimiento de Dios en esta vida, como por ejemplo en lo relativo al misterio de la Santísima Trinidad, para lo cual necesitamos la revelación divina, por ser insuficiente la mera razón natural.

Miguel Toledano

Domingo de Sexagésima, 2022

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Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.