Segunda aparición de Nuestra Señora en Lourdes, un artículo de Rosa Jordana
El 12 y el 13 de febrero de ese año fueron dos días de sufrimiento en casa de los Soubirous. Bernadette acababa de ser admitida en la escuela de niños indigentes de las Hermanas de Nevers (“hospicio”, se le llamaba en Lourdes, así que, en adelante lo llamaremos así). Eso, que en otro momento hubiera sido motivo de gran júbilo para todos, no vino a compensar el miedo, la perplejidad y la angustia que se vivía en el “Cachot”.
El caso es que la noticia de lo ocurrido ese jueves se estaba extendiendo por todo el vecindario y seguía… François y Louise habían querido zanjar el tema con la prohibición de volver a la Gruta, pero estaba claro que no lo habían conseguido. Louise no podía esquivar los comentarios de sus vecinos y las teorías que se propagaban, a cuál más peregrina. Entre otras cosas, por ejemplo, se decía que la pequeña estaba enloqueciendo, que había podido ver a algún alma del purgatorio, un espíritu diabólico e, incluso, alguien osó decir que la niña había sorprendido a madame Pailhasson -la esposa del farmacéutico con fama de ser la más bella de Lourdes- cuando iba a una cita con su amante, un lugarteniente de la guarnición militar. Está claro que la imaginación de los lourdeses era muy productiva.
Louise, que veía a su hija triste pero serena, menos juguetona y más seria, se negaba a creer en nada de lo que se decía, para no caer en una mayor pesadumbre.
Bernadette tenía un único deseo, volver a la Gruta. Ella estaba segura de que no se había equivocado y no podía atribuir al diablo una presencia tan dulce, bondadosa y bella. El viernes doce, por la tarde, en la escuela, Bernadette hizo el primer relato de la aparición a Sor Damien. Lo hizo en bigourdan y unas compañeras suyas lo tradujeron. La monja la envió rápidamente a la iglesia parroquial para que se lo explicara al abbé Pomian (confesor habitual de las niñas del colegio), por miedo a que todo aquello fuese una obra del diablo. Bernadette no le conocía, pero obedeció. La sorpresa para ella fue la respuesta que recibió: “¿Me das tu permiso para que se lo cuente al padre Peyramale?”. No estaba acostumbrada a que nadie le pidiera permiso para nada y asintió.
Bernadette ya no supo nada más, pero el padre Peyramale consideró que tenía entre manos asuntos más importantes que una niña imaginativa. En todo caso, había que esperar, le dijo a l’abbé Pomian, para poner fin la cuestión. Por lo que respecta a la Iglesia, ahí quedó la cosa.
Llegó el domingo catorce y Bernadette y su hermana Toinette fueron a la Misa mayor y se sentaron al lado de otras niñas del hospicio. A la salida, todas se arremolinaron en torno a Bernadette y su hermana. Le preguntaban lo que había visto y querían que lo volviera a explicar cuando, de pronto, alguien tuvo la idea de volver a la Gruta. Bernadette sabía que lo tenía prohibido, pero… ¡lo deseaba tanto! Así que todas las niñas se dirigieron al Cachot para obtener permiso. Louise estaba agotada de prohibirlo y además pensó que no verían nada. No obstante, se escudó en su esposo. Las niñas fueron a buscar a François, que ese día trabajaba (!) en la compañía de transportes de Monsieur Cazénave. François dio un “no” rotundo ante la chiquillería. Pero… estas tuvieron un aliado imprevisto en Monsieur Cazénave:
Déjalas. ¡Una señora con un Rosario no puede ser nada malo!
O sea, que hasta éste estaba al tanto de lo ocurrido, pensó François. Y dio el permiso.
Las niñas se dirigieron corriendo a la iglesia parroquial, situada donde hoy está la place Peyramale. Llenaron una botella con agua bendita. No en vano sólo oían referencias al diablo. Y esa “corte” de entre doce y veinte niñas, de diferentes edades, se dirigió a Massabielle. Ya sabemos el camino: igual que el jueves, hasta el puente Viejo, pero en lugar de ir hacia el Moulin Saby, doblaron por el camino del bosque. Después del puente, Bernadette empezó a andar más deprisa y un grupo de niñas se unió a ella, Otro grupo, capitaneado por Baloume, se quedó rezagado. Cuando llegaron a lo alto de la roca del Chioulet, sobre la Gruta, Bernadette empezó a correr y se deslizó cuesta abajo con una agilidad y fuerza desconcertantes.
Las niñas de su grupito la intentaron seguir, pero cuando llegaron a ella, ya estaba arrodillada, con el Rosario en la mano, rezando.
Estaba plenamente concentrada. En este punto hay una pequeña diferencia entre los historiadores. Unos dicen que la Santísima Virgen se apareció al terminar la primera decena del Rosario (Pierre Pene, por ejemplo), y otros que al terminar de segunda (René Laurentín y otros). Posiblemente, se explica por el hecho de que nadie recogió lo dicho por Bernadette, o porque los testigos fueron sólo niñas.
Sea como sea, después de unos minutos de plegaria del Rosario, Bernadette exclamó:
Querat lo! (¡Ahí está!).
Y añadió:
Os mira y sonríe
Primero había sido la luz blanquísima y luego la “señorita”. Bernadette se acercó a la hornacina (mucho más accesible que hoy en día debido a la cantidad de sedimentos, piedras y pequeñas rocas que el río depositaba en la gruta en las grandes avenidas del deshielo pirenaico). Marie Hillot le pasó la botella de agua bendita y veamos lo que cuenta Bernadette de ese momento:
Empecé a echarle agua bendita mientras le decía que si venía de parte de Dios se quedase y, si no, que se fuese, y me daba prisa en seguir echándole agua. Ella sonrió, inclinó la cabeza, y cuanto más la rociaba yo más sonreía ella e inclinaba la cabeza, y más la veía yo hacer sus señas y, entonces, muy asustada, me apresuré a rociarla hasta que vacié la botella.
Después de esto, Bernadette siguió rezando el Rosario, absolutamente concentrada. Su rostro devino pálido y entró en una especie de éxtasis. Las niñas la observaban, preocupadas.
En ese momento llegó el segundo grupo a la cima del Chioulet y Baloume decidió vengarse, por haberla dejado atrás. Desde lo más alto de la roca, lanzó una piedra. El ruido que produjo causó una desbandada entre las chiquillas. Muertas de miedo empezaron a correr por donde había venido. Toinette fue a buscar a su madre. Sólo un par de niñas se quedaron con Bernadette. Ésta seguía con el rostro lívido, ajena a todo, ni parpadeó con el estruendo de la piedra que le había caído cerca. Rezaba el Rosario y unas gruesas lágrimas resbalaban por su rostro. Baloume bajo y la vio. Fue ella quien, asustada, le dijo a Justine Subies (una de las niñas que estaban a su lado): “¡Va a morir! Ayudadme, saquémosla de aquí”. Intentó levantarla, pero no pudo. Bernadette seguía ausente y en una inercia poco común.
En ese momento Baloume entendió todo y hasta el final de sus días (a diferencia de Bernadette, llegó a viejecita) se lamentó amargamente de haber lanzado una piedra a la Virgen.
Entre tanto, en el Moulin Savy, el ir y venir de chiquillas intrigó a Madame Nicolau y a su hermana Jeanne Barraù, que estaba de visita. Ursule Nicolau era amiga de Louise porque había regentado el Moulin Baudeán, justo encima del de Boly. Las dos familias se estimaban. A ellas les había llegado también la noticia de lo ocurrido el jueves en Massabielle y decidieron ir a ver. Cuando llegaron y vieron a Bernadette, intentaron levantarla, pero no pudieron ni entre las dos. Decidieron ir a buscar a Antoine, el hijo de Ursule, un chico de veinte y nueve años, molinero del Moulin de Savy. Le encontraron arreglado para ir a Lourdes a celebrar Carnaval. No obstante, accedió a ayudarlas. Al llegar a Massabielle, se quitó su boina y observó. Se sobrecogió ante la extrema belleza que habían adquirido los trazos de Bernadette y se arrodilló.
No le habían llamado para eso, le hicieron notar su madre y su tía. Se levantó y cogió a Bernadette por debajo los brazos y con toda la fuerza de molinero joven, intentó llevársela de allí. No podía entender que esa niña pesara tanto. Bernadette seguía sonriendo, derramando gruesas lágrimas y no apartaba la vista del hueco de la roca. De repente su cara recobró el color.
El molinero le dijo “Pero qué ves en ese agujero’” “Es una muchacha muy bonita. Lleva un Rosario colgando del brazo” e imitó la posición de las manos en actitud de oración “palma con palma”. La llevaron al Moulin Savy.
Al poco rato de estar allí llegó Louise, advertida por Toinette. Al verla le reprochó “¡Yo te creía muerta y te veo aquí, como una princesa! Tú vas a perdernos. Todo el mundo se reirá de nosotros”. Madame Nicolau le respondió: “No la riñas. Yo la he visto allá abajo y Antoine también. Es un ángel, un ángel del cielo, tu pequeña, te lo aseguro”. A pesar de lo oído, Louise, de camino al Cachot, volvió a prohibir rotundamente a Bernadette volver a la Gruta. Y no parecía que admitiera un “pero”.
Hasta ese domingo, lo ocurrido en jueves anterior se había difundido mayoritariamente entre las niñas y unos pocos vecinos de las calles del viejo Lourdes. Pero ese día traspasó ese límite y por la noche, antes del rezo de Vísperas en la iglesia parroquial, toda la villa estaba al tanto de los sucesos de Massabielle. Ese atardecer, Antoine, el molinero de Saby, explicó una y otra vez lo ocurrido esa mañana, ante los que, como él, se reunían en la fonda de la tía Bernarde.
Muchos de ellos eran hombres de la comarca que habían ido ese domingo de Carnaval a Lourdes. Madame Cyprine Gesta (la que había regalado a Bernadette su “capoulet”) se dirigió al Cachot a hacerse explicar por la niña lo que estaba pasando.
Fue así como el relato de esa segunda aparición se difundió por Lourdes y hasta por sus alrededores. Comenzó para Bernadette el juicio de sus vecinos, desde los de más sencillos hasta los eruditos del Círculo del Café Français, pasando por Sor Damien y las religiosas del hospicio. Todos ellos tenían su propia opinión.
Veamos… los ciudadanos de a pie seguían con las teorías expuestas al principio y cobraban fuerza las hipótesis de que fuera un alma del purgatorio, o, incluso el alma de Elisa Latapie miembro de la Congregación de las Hijas de María que había muerto recientemente en Lourdes y, posiblemente (deducían), reclamaba oraciones. En el Círculo del Café Français se disertaba sobre la excesiva credulidad del pueblo, sobre la histeria, la catalepsia… El Doctor Duzous, transformó un rincón del Café en sala de conferencias hanta tal punto que Monsieur Dutour y Monsieur Dufo interrumpieron sus torneos de billar… ¡Impensable! Y Sor Damien y la Superiora, instaron a Bernadette a poner fin a lo que ellas llamaron “carnavaladas”.
No podía ser otra cosa que la imaginación de esta niña, pensaban. Y así estaban las cosas en Lourdes aquel 14 de febrero y los días siguientes.
Volviendo a esta segunda aparición, me gustaría destacar que fue una de las llamadas “apariciones silenciosas”. En efecto, discurrió en el mutismo de la “petito demoiselle”. Ni cuando fue rociada con agua bendita, hizo otra cosa más que sonreír. La niña rezaba el Rosario y sólo había visto como la misteriosa presencia movía los labios como si recitara el Gloria, pero no había oído su voz. ¿Por qué lloraba Bernadette, entonces? Era emoción, paz, alegría… contó. Esos sentimientos contribuían a crear en la niña la fuerza que necesitaría para enfrentarse a las reacciones adversas que tanto le harían sufrir en lo sucesivo. Por otra parte, observamos como Bernadette va profundizando en la comprensión de lo que ve y se va preparando para la misión que la Virgen tiene para ella.
Otro detalle que no pasa desapercibido y que me llama poderosamente la atención en esta segunda “visita” de la Santísima Virgen, es lo que explica Bernadette a sus compañeras
Os mira y os sonríe.
He meditado muchas veces esta frase en la Gruta de Massabielle. Allí hay una imagen de mármol. Una imagen visitada cada día por miles de personas. Es hermoso pensar que, más allá, está la Santísima Virgen que, ante nuestra pobre humanidad peregrina, nos mira y nos sonríe. ¡Qué hermoso!
Se acercaban días intensos para Bernadette…
Rosa Jordana
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- ¿Por qué Lourdes?
- El siglo de María
- Bernadette Soubirous, ¿quién es?
- ¿Cómo era Bernadette?
- Primera aparición de Nuestra Señora de Lourdes
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