«Esto de repetir el nombre de una cosa delante de ella es uno de los placeres de la infancia; es como si en cierto modo nos adueñáramos de ella». Miguel de Unamuno. Recuerdos de Niñez y Mocedad.
Llamamiento al desengaño. Un artículo de Gilmar Siqueira
Sigo pensando en lo que escribió Charles Du Bos: cuando habla Nuestro Señor nada se interpone entre el sentido y la palabra. Quizás también para nosotros, algún día, nada vendrá a interponerse entre el sentido y la palabra. Mientras tanto, seguimos luchando con las palabras para mitigar nuestra aparentemente ilimitada capacidad de autoengãno. Cuando mentimos – aunque nadie nos escuche la mentira – intentamos moldear la realidad y las palabras se convierten en conjuración. Pero, claro, hay Alguien que siempre nos escucha las mentiras.
La angustia de no saber qué decir, de no encontrar la palabra exacta para describir nuestra experiencia, es conocida por todos. Hay una canción tradicional brasileña que me parece retratar esa angustia con maestría: se llama A tristeza do jeca. Jeca, en portugués brasileño, es algo como paleto. En esta canción un hombre sencillo se confiesa – se narra – a su amada: quiere contarle «su sufrir y su dolor» y la mejor metáfora que encuentra es compararse al sabiá, ave con canto hermoso y triste. Él también, cuando canta, está lleno de tristeza1.
Pero la metáfora es justa, precisa. Este hombre del campo, que por alguna razón encontró la necesidad de narrar su propia historia a la mujer amada, se depara con que no puede hacerlo cómo le gustaría; sus palabras no son suficientes para darse a conocer, todo él, a la mujer. Entonces se compara a lo que conoce: al pájaro del canto triste. También él, el jeca, canta y su cantar es triste; también él puede enseñar lo más hermoso que lleva dentro cantando. Me parece una bonita paradoja que el arte sea capaz de expresar incluso la incapacidad expresiva.
Pero ¿por qué el hombre quiere contarse a la mujer amada? Porque, como todos nosotros, quiere ser conocido, comprendido y aprobado. El amor, lo dijo Josef Pieper, es lo mismo que la aprobación. Es como si su vida tuviese que ser confirmada por la amada para que – valga la redundancia – ganara firmeza. En este caso el hombre se puso ante la mujer para que ella repitiera su nombre y se adueñara de él. No iba descaminado Antonio Machado cuando escribió que:
Dicen que el hombre no es hombre
mientras que no oye su nombre
de labios de una mujer.
Puede ser.
Antonio Machado
Hay algo más: esta canción también es una figura de la creación artística. Aun así, con el canto y la narración de su vida, el hombre sigue triste; sigue triste porque es incapaz de expresar totalmente lo que quiere decir, o sea, muchas cosas se interponen entre el sentido y la palabra. El artista no crea la belleza, sino que crea en la belleza, intenta participar de la belleza que ve. Los medios y las formas, sin embargo, parecen incompletos si comparados a lo que pretendía crear.
El hombre de la canción – un artista campesino – necesita la aprobación de la amada para la obra que es su propia vida; todo artista da forma – carne – a una obra para que sea contemplada y aprobada. La experiencia del artista no es esencialmente distinta de la del hombre común, pero sí toma cuerpo de manera diferente. Si es un escritor, la inquietud personal tomará forma en la palabra. O, como dijo Charles Du Bos en su Diario:
[…] a decir verdad, no hay expresión que no sea subjetiva; es hacia algo subjetivo, mucho más fácil de sentir que de definir, para lo que el escritor tiene todos sus deberes; pero ese algo subjetivo es necesario que sea captado, expresado en forma tan absoluta en la exactitud, que adquiera, por eso, un valor supraindividual, y que alcance la objetividad por la sola perfección y plenitud con que el estado fue captado y expresado. El hecho personal – nada más que personal – pero aprehendido, sentido, vivido y finalmente traducido, de tal suerte que ante los ojos mismos del yo se desprenda en seguida un valor general que el yo no sospechaba (y se desprenda precisamente porque no lo sospechaba), cuanto más reflexiono más lo interpreto como acto de la expresión en el cual, bajo todas las formas que se quiera, me parece residir ante todo la obra literaria.
Charles Du Bos-Diario
En A tristeza do jeca el valor general desprendido es el anhelo de darse a conocer a la amada y la angustia por hacerlo tan imperfectamente, ya que muchas cosas se interponen entre el sentido y la palabra. Todo artista experimenta la misma angustia una vez concluida la obra; y todo hombre experimenta la misma angustia cuando pretende darse a conocer. Por eso dije que la experiencia del artista no es esencialmente distinta. Las formas de expresar la angustia sí que son distintas.
El artista, al igual que el de la canción, toma la angustia como acicate para la creación personal. La angustia del jeca no se resuelve cantando, pero por lo menos la conoce, la nombra, se apropia de ella y la exorciza, por así decirlo. Y, siguiendo el raciocinio de Du Bos, si la traducción de la experiencia personal es fiel y auténtica, la forma (en este caso, la canción) se desprende del autor para hacerse común. Entonces incluso quienes no entienden nada de música – como yo – pueden apropiarse de la forma constituida al ver en ella algo de la propia angustia.
La vocación artística es un llamamiento al desengaño. El artista está convocado a quitar – en su obra – todo lo que se interponga entre el sentido y la palabra. Es por eso que, como el niño, repite el nombre de una cosa cuando está delante de ella; y lo hace muchas veces porque, al adueñarse de la cosa por su palabra, anhela participar de la realidad.
En su ensayo Sobre la lectura, Marcel Proust dijo que el supremo esfuerzo del escritor y del artista es «remover parcialmente el velo de fealdad e insignificancia que nos deja indiferentes ante el universo». En una época de rabia y aburrimiento como la nuestra, es sobre todo el velo de fealdad e insignificancia lo que se interpone entre el sentido y la palabra. Nos convertimos – como los personajes de Ataduras, de Domenico Starnone – en narradores omniscientes de la fealdad y la insignificancia. Nuestro diagnóstico acerca del mundo entonces será una conjura de reprobación. El autoengaño es un camino de la perdición, como enseñó el padre Zósima de Dostoyevski.
Cuando, por otro lado, procuramos quitar de en medio todo lo que se interponga entre el sentido y la palabra, cuando abrazamos el desengaño, quizás nos quedamos un poco apenados como el jeca de la canción. Pero la congoja del artista, la insatisfacción, es señal de esperanza: si bien no agarra a la belleza, sabe que existe y espera encontrarla en algún momento; espera que, poco a poco, su verbo se vaya haciendo más puro, más conforme al sentido; espera acceder a la verdad cuyo resplandor ve en la belleza.
Gilmar Siqueira
1 Podréis escuchar el canto del pájaro aquí y la canción aquí.
Todos los artículos de Gilmar en este enlace: Artículos Gilmar Siqueria
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