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Domenico Starnone: Ataduras

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«Los únicos lazos que han interesado a nuestros padres – le digo – son los que han utilizado para torturarse la vida».

Domenico Starnone. Ataduras.

La frase en el epígrafe es de Anna, una de las personajes de la novela Ataduras, de Domenico Starnone.

Domenico Starnone: Ataduras. Un artículo de Gilmar Siqueira

Anna es una mujer de casi cuarenta años, nerviosa, neurótica, llena de rabia, acomplejada y que sigue echando la culpa de su fracaso sobre los propios padres. Sandro, el hombre a quien ella dirige el discurso de “desenmascaramiento” familiar, es su hermano; él ha ultrapasado los cincuenta años, tiene cuatro hijos con tres mujeres distintas y no se siente más a gusto en la vida que su hermana.

En un principio creí que la novela de Starnone tenía más de relato psicológico que de novela. Tras ver y oír a tantos “desenmascaramientos” entre familiares, con recriminaciones y culpas como las de Anna, no alcancé a ver qué podía tener de artístico – y de permanente – que un mal tan diseminado fuese retratado en una novela. La obra estaría condenada a perecer con el tiempo – me dije – no porque sea mentirosa, sino porque recoge elementos que son demasiado actuales y específicos de nuestro tiempo; tan específicos que ya no serían comprendidos en otras épocas, por gentes con otros problemas. Pero cambié de opinión.

Tres de los cuatro personajes son los que narran la novela en primera persona. Vanda, madre de Anna y Sandro y esposa de Aldo, es quien empieza; ella le dirige cartas a su marido que recién había abandonado la casa y la familia por otra mujer. Después conocemos directamente a Aldo, ya viejo, que relata una experiencia presente (al lado de Vanda) impregnada de recuerdos. Por fin habla Anna, gracias a quien oímos también la voz de Sandro. Las narraciones de Aldo y Anna son retrospectivas y parecen haber sido escritas y no contadas a alguien. Sabemos a quién Vanda mandó las cartas del inicio, pero no sabemos a quién Aldo y Anna escriben. Tal vez lo hagan para ellos mismos.

Las cartas de Vanda están llenas de recriminaciones y “desenmascaramientos”. Ella estaba enfadada y quería entender por qué Aldo había abandonado la familia. Cuando venía a visitar los niños, Aldo se justificaba: la familia era una institución ultrapasada, hay que quitarse el yugo de encima, es irracional resistir a los impulsos y otras chorradas por el estilo. Aldo siempre tenía justificaciones y encontraba palabras para todo. También le hablaba a Vanda de sus padres y como temía atormentar a los niños. Pero Vanda deshacía sus justificaciones en un santiamén y las cosas seguían iguales. Al fin y al cabo, también ella tenía las propias justificaciones.

Luego Aldo se presenta en la novela con voz propia y recapitula. Habla de cómo, cuando tenía veinte años, estar casado era señal de independencia; después, a los treinta, los círculos “intelectuales” en que se había metido consideraban que la independencia estaba en deshacerse de los vínculos tradicionales. Él seguía la corriente. En su relato, Aldo habla para sí mismo y en algunos momentos me pareció ver en él una percepción – por vía negativa – del matrimonio. Pongo un ejemplo.

Nos pasamos toda la noche discutiendo en voz baja, y su dolor sin gritos, un dolor que le agigantaba los ojos y le torcía las facciones, me aterrorizó mucho más que el dolor con gritos. Me aterrorizó pero no me afectó, su tormento nunca se me clavó en el pecho como si fuera mío.

Las bastardillas son mías. Aldo pareció intuir, justamente al expresar la idea contraria, que quizás el tormento de su mujer tendría que clavársele como si fuera suyo. ¿Cómo o por qué pensaba así? La novela no nos permite saberlo. Hay otro fragmento que me hizo pensar en la vía negativa de Aldo.

Me había comportado con cautela, le había mentido, precisamente para que sufriera lo menos posible. Pero, por Dios, no hasta el punto de sufrir yo, de ahogarme para evitar que ella se ahogara. Hasta ese punto no.

En su propio discurso Aldo hace hincapié en que había mentido para no hacer sufrir tanto a su mujer e incluso, podemos imaginar, sería capaz de otras cosas semejantes por no maltratarla demasiado, como pensaba él; pero no sufriría él mismo por ella, no se ahogaría para evitar que ella se ahogara. «Hasta ese punto no». Curioso énfasis. Oí un cura decir que la mujer está segura de que un hombre puede ser su marido cuando sabe – o intuye – que él está dispuesto a entregar su vida por ella. Un elemento más en la vía negativa de Aldo.

La novela no tiene grandes sorpresas. Tal vez una. Como sabemos desde que Aldo se encarga de la narración, Vanda y él se reunieron otra vez. Aldo cuenta que volvió a llevar el anillo y, en seguida, confiesa que le fue infiel a Vanda. Intenta justificarse, encontrar una razón, y prefiere el motivo más ambiguo, como dice él mismo: «pese a haber vuelto con la familia, pese a haberme vuelto a poner la alianza, era libre, ya no tenía vínculos». Esa libertad, tal como la entendía él, era algo absoluto; era lo que servía como soporte para todas las justificaciones. Crear vínculos y mantenerlos era malo, pensaba él, pero en ningún momento lo vemos preguntarse por qué los vínculos eran malos.

Aldo también “desenmascaró” a su mujer. Intentó ver cuáles eran las razones ocultas de ella para convivir, para soportarla.

Luego conocemos a Anna. Es una bola de pus. Está rabiosa y “desenmascara” todo el tiempo a sus padres: que nunca la han querido, que sólo sabían atormentarse y atormentar a sus hijos, que eran irresponsables y tantas cosas más. Como su padre, que despotricaba contra la “institución familiar” para justificar la propia conducta, Anna decía que los hijos no debían nada a los padres, que estaba a favor «de la abolición del embarazo y del parto». Tenía una llaga abierta y resollaba por la herida. En realidad no estaba ni a favor ni en contra de nada, como su padre, sino que se inventaba grandes justificativas – casi “teorías” – para desahogarse.

En un artículo anterior he comentado la reflexión de Charles Du Bos acerca de Nuestro Señor: cuando Él habla, nada se interpone entre el sentido y la palabra. Los personajes de Domenico Starnone – retratos desgraciadamente precisos de nuestra época – interponen teorías y “desenmascaramientos” en todo lo que dicen: creen descubrir unos los motivos perversos de los otros y reducirlos, atraparlos, a fin de encontrar la causa de la propia infelicidad y escapar de los terribles vínculos o ataduras. La ambigüedad del título es justa.

Si antes las novelas eran contadas por un narrador omnisciente, que se metía en los pensamientos de todos los personajes, Starnone me permitió ver que sus personajes creen ser omniscientes en relación a los demás. Necesitan hablar en primera persona, contar su propia infelicidad y desenterrar las motivaciones ocultas ajenas. En lo que dicen, todo se interpone entre el sentido y la palabra.

Vanda, Aldo, Anna y Sandro están presos – atados – a las propias narraciones y también los unos a los otros. Viven en el pasado de una manera que a Proust le parecería abominable. Si el autor francés recoge los recuerdos – buenos y malos – para recuperar el tiempo y hacerlos permanentes, los personajes de la novela de Domenico Starnone hacen del propio pasado una maldición presente y constante. Aparte de esa maldición de que se alimentan, no parece quedar nada de ellos; hacen muchas cosas, pero el centro de sus vidas sigue en el mismo insoportable lugar. Son adultos con muecas infantiles.

Ataduras no es una tesis. Es un testimonio. Si se parece tanto a lo que vemos y oímos a nuestro alrededor es porque el autor, aun en medio de la contingencia del enredo, logró dar una forma sólida a lo que encontramos: vidas fragmentadas, fallidas, magulladas y llenas de una palabrería que pretende “desenmascarar” a los demás como si se trataran de pequeños narradores omniscientes. En una novela con un narrador omnisciente no hay lugar para otro narrador; el que habla permanece solitario y sabe – o cree saberlo – todo. Por eso es que, fuera de las voces de sus personajes, Domenico Starnone no nos dice nada más. Es probable que ellos tampoco fueran capaces de oír algo más que las propias voces.

Gilmar Siqueira

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Author: Gilmar Siqueira
Feo, católico y sentimental