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El bien y el mal

Antes de hablar de la bondad de Dios, santo Tomás acomete la idea del bien, en general, en la quinta cuestión de su Suma Teológica.

El bien y el mal. Un artículo de Miguel Toledano

Siguiendo a Aristóteles, el Doctor Angélico afirma que todos apetecemos el bien. En la filosofía clásica que ambos representan, el bien se corresponde con el ser.

Ésta es una idea profunda, que por desgracia está en entredicho hoy en día. Nuestros contemporáneos, altamente contaminados por la ideología liberal, creen que el bien se corresponde con la libertad o con la democracia.

Lo bueno es ser libre, cuanto más libre mejor. Por eso, el progresismo ideológico desea nuevas esferas de libertad, odiando una posible marcha atrás; y el conservadurismo ideológico se esfuerza en ralentizar al progresismo, freno pero sin marcha atrás, a diferencia de la obra de Mihura.

La democracia se concibe también como expresión política de esa misma libertad. Lo democrático es bueno; lo no democrático, malo. Su finalidad es desplegar en la comunidad esa ansiada libertad.

Pero el bien ya no se corresponde con el ser. Lo apetecible queda así separado de la realidad de las cosas. Un cónyuge puede desear la disolución del vínculo matrimonial, porque un simple contrato no ha de coartar su libertad; una mujer puede desear la eliminación de un hijo en su seno, porque su natural desarrollo hasta el nacimiento no ha de coartar su libertad; un hombre varón puede amar carnalmente a otro varón, porque su sexo natural no ha de coartar su libertad; por la misma razón, una persona puede cambiar su sexo legal, llamado género.

Para un filósofo clásico como santo Tomas o Aristóteles, todo esto es absurdo.

Excepcionalmente, recuerda el gran dominico, puede apetecerse el no ser, o el mal. En el Evangelio de san Mateo tenemos un ejemplo: “Más le valiera a Judas no haber nacido”. Es la desaparición de un mal. Pero el mal es la privación de un bien. No es que el nacimiento de Judas fuese malo en sí mismo, que hubiese sido preferible que su madre lo abortase. Sino que, en cuanto que entregó a Nuestro Señor con lo que ello supone, más le hubiese valido no haber nacido.

El problema del mal recorre la historia del pensamiento y de la religión. El aquinate proclama las palabras del profeta Isaías: “¡Ay de vosotros que llamáis mal al bien y bien al mal!” Hoy en día, la Unión Europea insulta a Polonia y a Hungría porque defienden la institución de la familia; y a ese ataque injusto lo llaman los de Bruselas “estado de derecho”, expresión por otra parte tautológica.

El mal es una privación de bien, conforme desarrolla magistralmente nuestro autor. Decimos que es malo el hombre privado de virtud. Siguiendo la misma lógica, es mal gobernante quien ejerce dicha función sin virtud. Tanto si lo es de una empresa como de una nación en general. Aunque sea eficaz. En la antigüedad clásica y en la Edad Media esto lo creía y defendía todo el mundo; desde el humanismo renacentista y la crisis luterana apenas lo defendemos unos pocos.

En realidad, todo ser es bueno, en cuanto tal, en cuanto que es. Por la fe lo sabemos, a través de la primera carta de san Pablo a Timoteo, en donde el Apóstol sostiene que “toda criatura de Dios es buena”. Por la razón también llegamos a la misma conclusión: Dios, siendo el sumo bien, no debe crear algo malo.

Sin embargo, para quien no cree en Dios decae tal conclusión. Por eso la fraternidad universal de la masonería y las Naciones Unidas es un concepto tan débil. ¿Cómo va a existir hermandad entre buenos y malos? Los hermanos se aman entre sí; no cabe hermandad entre el bien y el mal.

Ya hemos dicho en un artículo anterior que, concibiendo el mal como privación de bien, cabe que Dios lo permita para obtener de él un bien mayor. Santo Tomás utiliza el ejemplo del ojo privado de capacidad de visión. Podemos pensar que la ceguera es susceptible de desempeñar, excepcionalmente, la función de promover la virtud. La genial película “El gran silencio”, documental del cineasta alemán Groening sobre la Cartuja de Grenoble, muestra a un monje que le da gracias a Dios precisamente por ser invidente, lo que le ha permitido acercarse más a Él.

Por la fe también sabemos que el mal entra en el mundo por medio del pecado original. La razón, desde niños, nos advierte de esa experiencia de mal. Un compañero de clase pega a otros; o se escuchan insultos en el patio; o nos duele la cabeza cuando estamos enfermos. Pero el niño, salvo si acaso otra vez por excepción, comprende de un modo natural que las cosas suelen volver a su ser: habitualmente juega con los otros niños, el patio es un lugar de diversión, la salud retorna a su nivel de fortaleza habitual durante la infancia, la juventud y hasta bien entrada la madurez.

Asimismo la belleza coincide con la bondad. La belleza es “una adecuada proporción”, describe santo Tomás con su proverbial sobriedad. La buena música es armoniosa; la buena arquitectura es equilibrada; la buena pintura expresa esa elegancia del ser, jamás la fealdad. Como no sea, una vez más, por excepción, para mostrarnos una privación de bien precisamente para exaltar a éste. Pensemos, por poner un ejemplo, en el cuadro “La mujer barbuda”, que se encuentra en el toledano Hospital del cardenal Tavera. Además del bien inherente a la perfección técnica de Ribera, la admiración que nos produce la imagen de Magdalena Ventura exalta por oposición la belleza habitual de la maternidad.

Otra cosa muy diferente se encuentra en las llamadas vanguardias del siglo XX, donde Picasso y demás farsantes tratan de elevar la desproporción y hasta la ridiculez a la categoría de cultura. De acuerdo con la filosofía moderna, la belleza ya no coincide con la bondad y con el ser, sino que una vez más es expresión de la pura libertad humana, de su capacidad creativa de novedades, que se arroga como nuevo dios que se cree y pretende ser.

Termina la cuestión con tres elementos que caracterizan al bien para poder serlo, a saber, los de útil, honesto y deleitable.

La utilidad no plantea a nuestra época demasiados problemas. Asistimos a su triunfo, típico de las etapas de decadencia: lo útil es considerado bueno; de lo inútil, sea un teléfono viejo o una persona anciana, debemos desembarazarnos. Pero el dominico señala que lo útil no es bueno a no ser porque también sea deleitable y honesto.

La honestidad ocupa, en realidad, el primer lugar de preponderancia en esa división de elementos del bien. Lo deleitable, por tanto, puede ser deshonesto; y también incluso, perjudicial, inútil. Pensemos en el cigarro puro para el asmático; o un buen plato de marisco a quien padece de gota.

Para que algo sea bueno han de darse las tres condiciones, no bastando sólo con una o dos de ellas. La utilidad, deleite y honestidad admiten predicarse también de nuestra relación con Dios. Pero eso lo dejamos para otra ocasión, con el fin de no alargarnos en demasía.

Miguel Toledano Lanza

Domingo vigésimo quinto después de Pentecostés, 2021.

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La Teología, ciencia necesaria de Dios

La existencia de Dios es demostrable científicamente

Dios no es un abuelito de barba blanca

La perfección del Dios Católico

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Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.