La potestad del paterfamilias como analogía de los poderes del monarca-MarchandoReligion.es

La potestad del paterfamilias como analogía de los poderes del monarca

Catequesis política sobre la familia (II)

La potestad del paterfamilias como analogía de los poderes del monarca. Un artículo de Gonzalo J. Cabrera

Nos explica el felizmente recordado Cardenal Gomá, en su obra “La Familia según el derecho natural y cristiano”, después de probar que el hogar se rige por un régimen monárquico (véase el artículo primero de esta serie):

“El padre ordena y sus órdenes tienen toda la fuerza de ley dentro de la pequeña monarquía”

“El padre juzga, […] y en las pequeñas o grandes querellas que se originen en el coto de la casa, siempre el padre dicta sentencia que no tiene apelación”.

“Y el padre castiga: castiga en el sentido de expurgar, de retocar y de enderezar”


Quiere esto decir que, si bien las potestades legislativa, judicial y ejecutiva, están distinguidas, esta distinción no es óbice para que estén concentradas en la misma persona.

Este mismo razonamiento se extrapola a la comunidad política y a las potestades del monarca en ella. Porque no es la familia sino una pequeña comunidad política donde gobierna el padre, y la ciudad naturalmente perfecta, un conjunto armonioso de pequeñas comunidades, gobernadas por el monarca de manera recta y sabia hacia el bien común, natural y sobrenatural, a través de los medios que le proporciona la naturaleza, dejando los medios sobrenaturales al cuidado de la Iglesia, subordinándose a ésta y salvaguardando la unidad religiosa, para posibilitar que esos mismos medios sobrenaturales nutran  el propio bien común de la ciudad.

Para la mentalidad moderna, tan enraizada en el principio de la separación de poderes, puede resultar complicado e incluso escandaloso que sea la misma persona quien legisle, juzgue y ejecute aquello que se legisla y juzga. Explica muy gráficamente José Miguel Gambra, en “La sociedad tradicional y sus enemigos”, que esas potestades están tan naturalmente ligadas e imbricadas entre sí, que su separación formal no es más que una mera apariencia, y es en la praxis, imposible, como no es posible separar las facultades humana. En ese sentido, Vázquez de Mella análoga la facultad de legislar con la inteligencia, la de ejecutar en la voluntad, y la de juzgar, en la conciencia (aplicada, por supuesto, respecto a lo que la inteligencia creadora de Dios ha dispuesto). Y de la misma manera que no pueden separarse, en el hombre, inteligencia, voluntad y conciencia, tampoco pueden separarse en el gobierno de la ciudad, ésta fácilmente equiparable a un cuerpo.

Por cuanto menos aún será posible esta artificial separación en el seno de la familia. Y ello por dos razones: una de índole práctica, a saber, que no existen suficientes elementos de descentralización, es decir, suficientes hombres a quien encomendar tal variedad de funciones; y otra, de índole teorética, puesto que resultaría un artificio monstruoso que el padre legislara para que otro, que necesariamente sería externo a la familia, ejecutara o juzgara, o a la inversa.

No obstante, por monstruosa que parezca, esta división de poderes en la familia ha sido llevada a cabo, salvo en aquellos reductos familiares que sanamente le resisten, por el Estado liberal, quien ha pretendido usurpar, no una, sino al menos dos de las potestades del padre. En primer lugar, a través del feminismo, pretende privar al padre de la autoridad de dar leyes y normas en el seno de la familia, diluyendo el principio de autoridad y, por tanto, el reflejo imperfecto que del Legislador divino, es el legislador paterno. En segundo lugar, a través de las demás leyes inicuas emanadas de sus democráticas instituciones, pretende subvertir los principios más esenciales de funcionamiento de los hogares, forzando a su práctica deshabitación fuera de los horarios de satisfacción de las necesidades primarias.

Por último, con la estatalización de la instrucción escolar, y la negación absoluta del derecho natural de la Iglesia a iluminar con su ciencia sagrada la etapa escolar, impregnando de doctrinas perversas, pretende la tiranía hodierna ejecutar sus torcidos pensamientos acerca de los fines del matrimonio y la familia, fomentando la indisciplina y enfrentando desde pequeños a los niños con sus padres. Y aquél padre que reniegue de dicho adoctrinamiento, podrá ser sancionado por el Estado. Quien reprenda a su hijo de un modo no aceptado por el pensamiento único; quien se oponga a que su hijo reciba adoctrinamiento inmoral en la escuela; quien desafíe las normas de la inexistente libertad de la enseñanza; en definitiva, el padre que desee comportarse como tal, habrá de vérselas con los tentáculos despóticos del Leviatán

En otras palabras, se pretende que el Estado asuma las funciones legislativa y judicial naturalmente correspondientes al padre, y que éste se reduzca a un mero ejecutor de las instrucciones emanadas de aquél. Y encima, un ejecutor indigno, pues no ejecutaría sino las maldades diseñadas por las inteligencias burocráticas a beneficio propio.

A Dios gracias, la familia es lugar sagrado e íntimo que difícilmente podrá el Estado absorber totalmente con su perfidia, pese a sus afanosos intentos, que están mostrando creciente éxito. Deberíamos plantearnos, pues, si este creciente éxito es parcialmente deudor de la abdicación voluntaria de las facultades paternas. Por más que el Estado amenace y actúe contra sus poderes, el padre siempre tendrá la potestad de resistir, ya no sólo con sus actos, sino con su conciencia. Con esto venimos a referirnos a resistir a lo que el propio Gambra define como un hogar identificado con el “descanso del guerrero”, es decir, un simple reposadero de las fatigas mundanas, donde el ejercicio de las facultades paternas naturales se ve como una carga a evitar, delegando voluntariamente la educación de la prole en los propios medios (televisión, informática, lecturas impropias) que el sistema pone a disposición en el mercado, para la idiotización de las gentes.

El Estado puede apretar, pero muy difícilmente ahogar, nuestros hogares católicos. Depende en gran medida de nosotros convertir su amenaza y su presión en una pura anécdota. Pero eso implica aceptar que estamos en una batalla, que existe un enemigo, que es el mundo de la posmodernidad, donde se destinan diariamente ingentes medios a la destrucción del hombre a través de la destrucción de sus ecosistemas morales de vida.

Esto no implica que renunciemos, al modo comunitarista, a restaurar la sociedad tal como Dios la quiere. Pero implica que para transmitir la pureza de esos principios en la vida de la polis, es necesario no habernos ensuciado con ellos previamente, y para ello es necesario que las puertas de nuestros hogares estén cerradas a cal y canto a las tendencias disolventes y destructoras de la familia cristiana. Estar limpios nosotros para poder limpiar a los demás.

Javier de Miguel Marqués

Nuestro artículo recomendado: La autoridad del paterfamilias: derecho natural y divino

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Author: Gonzalo J. Cabrera
Economista, jurista y experto en Doctrina Social de la Iglesia