Hoy trataremos la relación entre las riquezas y la pobreza. Fijaremos algunas ideas fundamentales de manera introductoria. A medida que vayamos desarrollando nuevos artículos iremos profundizando este y otros temas.
Sobre las riquezas y la pobreza. Un artículo de Leonardo Olivieri
Reflexionar sobre la relación entre la riqueza y su búsqueda (promovida por el mundo actual) y un estado de mayor austeridad dedicada a desapegarse de los superfluo y mundano de lo material, no es tarea sencilla.
Ya sabemos por numerosos escritos de Santos, que el desapego de lo material implica una pobreza necesaria para acceder a bienes superiores, bienes espirituales que no pertenecen a este mundo sino a Dios. Este tipo de vida austera ayuda indiscutiblemente a iniciar un camino de perfección cristiana y desarrollo de una mayor espiritualidad. Ayunos, penitencias, mortificaciones, limosnas, etc, son cualidades esenciales que posee un alma que busca constantemente a Dios. El mismo “joven rico” no pudo o no se animó a seguir a Jesús por no desprenderse de sus bienes materiales, por más buena voluntad que él tenía.
Sin embargo, el hombre por condición natural necesita de bienes exteriores como ser: casa, alimento, sustento, vestimenta, etc. Estos bienes exteriores son necesarios para su vida misma, sin ellos no podrá sobrevivir en este mundo.
Por ejemplo, si analizamos los índices de pobreza de Argentina durante el primer semestre 2021, veremos que ésta alcanzó a 4 de 10 argentinos. Enfocándonos en tales datos estadísticos encontramos que durante el 2021, se encuentran debajo de la línea de pobreza 2.895.699 hogares, que incluyen a 11.726.794 personas. Dentro de ese conjunto 756.499 hogares se están por debajo del umbral de indigencia, lo que representa 3.087.427 personas. Si se extrapola a toda la población, equivalente a 45 millones de habitantes, la pobreza alcanzaría a 18,2 millones de personas, frente a las 18,9 millones en el último semestre del año pasado (2020).
Para el presente año 2022, según el Departamento de Economía de la Universidad Torcuato Di Tella, la pobreza se ubicó en 39,5% en diciembre de 2021, pero ya subió y con los datos hasta febrero de 2022 actualmente se ubica en 40,3%.
Estos datos reflejan una triste realidad para la sociedad argentina. La pobreza implica una población con muchas necesidades materiales, pero también, como veremos, es consecuencia de una fuerte decadencia moral de una sociedad cada vez más alejada de los principios universales que deberían regir los sistemas sociales. Entonces, Argentina es un ejemplo de una sociedad descristianizada y en declive.
Pero ahora vayamos a que nos dice Santo Tomas de Aquino. Para él las riquezas exteriores son necesarias, en cuanto gracias a ellas damos sustento a nuestro cuerpo y socorremos a los demás. Por lo tanto, no puede considerarse un buen uso de la riqueza si a se concentra en un grupo reducido y es fruto del egoísmo individualista.
Es cierto que el hombre es un ser social, y como tal necesita trabajar para producir lo que necesita. La pereza, la vagancia es condenada. No se puede “vivir del otro”. El sacrificio, la voluntad de superación forman parte de nuestra propia condición. La condición social del hombre hace que cada persona desarrolle sus propios dones para beneficio propio pero también para el resto de los hombres. La vida social tiene dos fines uno individual y otro el Bien Común.
Por consiguiente, nos dice Santo Tomas de Aquino, las riquezas son buenas en cuanto son útiles al ejercicio de la virtud; mas, si se excede esta medida de manera que impida el ejercicio de la virtud, no han de computarse ya entre las cosas buenas, sino entre las malas.
O sea, si la riqueza fomenta el egoísmo, el individualismo, el imperio del mundo material y secular, ya pierde su carácter de “algo bueno”. Lo material no debe superar a lo trascendente.
Estamos entonces lejos de promover una visión materialista pero tampoco se adhiere a una visión estoica o sufrida de la vida. Pero ello no implica someter la vida enfocada en lo trascendente de Dios a las necesidades materiales.
Es por ello que para Tomas de Aquino hay una pobreza, que se podría definir como buena. Así, pues, la pobreza es laudable en cuanto que libra al hombre de aquellos vicios en que algunos caen a causa de la riqueza. Y es útil para algunos que, sin duda alguna, están dispuestos a ocuparse de cosas mejores, en cuanto que quita la solicitud que nace de las riquezas; pero es nociva para algunos que, exentos de esta solicitud, caen en peores ocupaciones. El hombre que carece de riquezas puede dedicarse más libremente a las cosas espirituales y divinas; pero el bien de la propia sustentación es tan necesario, que no puede ser compensado por ningún otro bien,pues no debe el hombre sacrificar el sustento de su propia vida por la adquisición de cualquier otro bien.
Interpretando a Julio Meinviellevivimos en un mundo donde la economía y toda la vida social se justifica en sí misma, ha dejado de lado los universales y fundamentalmente a Dios.
Sin embargo, para este autor, la economía no tiene un fin en sí, como si fuese un Dios. La economía está en función del hombre. Debe servir al hombre. Y no a un hombre forjado en el cerebro de un filósofo, sino al servicio del hombre real, como criatura creada por Dios con, todas las virtualidades jerárquicas que en sí encierra. Si se olvida esta verdad de sentido común, se expone uno a forjar creaciones verdaderamente maravillosas pero nefastas.
Pero atención, no se refiere a un concepto humanista de ser humano, sino como creación de Dios. Si la economía debe servir al hombre, el ser humano debe servir a Dios. Lo fundamental de esta premisa es que en el peregrinaje de la vida, el ser humano necesita de una economía pero tal, debe estar orientada hacia la búsqueda incesante de Dios y de la salvación de las almas.
En la actualidad esta concepción es considerada oscurantista, supersticiosa y hasta se toma a lo “religioso” como carácter despectivo o como instrumento de poder. Todos hoy hablan de una economía orientada a una vida material-inmanente, dejando de lado todo carácter de trascendencia.
Nos dice Meinville en su Libro La Concepción Católica de la Economía,hay una perversidad esencial en el capitalismo, cualquiera sea su especie, pues es éste un sistema fundado sobre un vicio capital que los teólogos llaman avaricia. Busca el acrecentamiento sin límites de las riquezas como si fuese éste un f in en sí, como si su pura posesión constituyese la felicidad del hombre.
Y prosigue con la siguiente afirmación: así el capitalismo, como, todo avaro, cierra sus entrañas a las miserias del pobre; al capital, monstruo anónimo con mil atribuciones y sin ninguna responsabilidad, no le interesa la caridad, ni la piedad, ni la misma equidad, ni siquiera se cree con deberes: para con los individuos a quienes emplea, o en todo caso este deber es del mismo orden que el que se tiene respecto al capital máquina, a saber: un mantenimiento escrupuloso y metódico, mientras este mantenimiento produce negocio: el paro o la desocupación cuando las cifras lo exigen o lo prefiere
La obra de Julio Meinvielle es compleja y fue elaborada desde una perspectiva de la filosofía tomista. Pero más allá de ello lo fundamental es que el autor reconoce los límites de una sociedad capitalista, laica y secularizada. El “dios” dinero, la usura, la avaricia son algunos elementos simbólicos-culturales que definen a la sociedad moderna. La técnica y la falsa idea de progreso lo único que producen es miseria social y un vacío existencial.
Sin el Dios el verdadero, sin principios de justicia y verdad objetiva el mundo se encuentra a la deriva de un materialismo utilitarista. Es por ello que la discusión sobre el rol del Estado, la propiedad privada, si bien son importantes (para no caer en el extremo del comunismo), lo esencial desde nuestro punto de vista, es volver a instaurar una cultura católica que sirva de oposición a este mundo moderno.
Para en la actualidad, imposible volver a una concretización de la idea de una ciudad católica. La realidad nos muestra que el mundo cada vez más se ha vuelto enemigo de la cristiandad. Sin embargo también la historia ha demostrado que el catolicismo ha pasado por diversas crisis y siempre ha regresado con más vigor y fuerza.
Leonardo Olivieri
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