En el pasado mes de junio celebramos a San Juan Bautista, el Precursor del Señor, cuya devoción parece haber menguado después de las reformas de Pablo VI
¿Por qué no somos tan devotos de San Juan Bautista como lo fueron nuestros antepasados?, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
Cada año se celebra el 24 de junio, en los ritos de occidente de la Iglesia Católica, el día del nacimiento o natividad de San Juan Bautista, el Precursor del Señor, exactamente seis meses antes de la natividad de Jesucristo nuestro Señor. La más simple explicación para la fecha es que, tal como el misal diario de San Andrés lo dice, “en el Evangelio del 25 de marzo leemos que el ángel Gabriel anuncia a María que tres meses después [esto es, a fin de junio], Isabel, en virtud de un divino milagro, tendrá un hijo.”
Sin embargo, existe también una explicación alegórica dada por todos los comentaristas litúrgicos a través del tiempo. Tal como el mismo Juan dijo de sí, respecto al Mesías: “Preciso es que Él crezca y yo mengüe.” (Juan 3, 30). Justo cerca de Navidad en el hemisferio norte cae el día más corto del año, cuando la oscuridad está en su punto más alto. Después de esto, la luz aumentará de a poco. De modo similar, cerca de la natividad de San Juan cae el día más largo de año, después del cual la luz, la luz de Juan, menguará. El mismo ciclo de la naturaleza proclama la correcta relación entre el Hijo y Verbo de Dios y todos sus discípulos, no importa cuán grande sea.
Aquellos que estudian la historia litúrgica, arquitectónica y artística pueden sorprenderse al ver la magnitud de la devoción tradicional al Bautista, el más grande de los profetas, a lo largo de los siglos de la Iglesia, en las tierras Orientales y Occidentales. En Europa había miles de iglesias dedicadas a él, figuras e innumerables vitrales, pinturas de todo tipo. Él era uno de los patrones más populares de lugares. Después de la Virgen María no hay prácticamente santo más frecuentemente invocado.
Podemos ver la evidencia de esta devoción en el rito romano clásico. No solo tiene dos fiestas, una de las cuales (la natividad) tiene una Misa de Vigilia propia también, sino que en cada y en todas las celebraciones de la Misa Tridentina se le invoca seis veces en el repetido tres veces Confiteor; de nuevo en el gran “Suscipe, Sancta Trinitas” la oración al final del Ofertorio; nuevamente después en el Canon romano y finalmente en el Último Evangelio. Esto significa nueve veces en cada Misa. En comparación, antes de 1962, San José no era mencionado ni una vez en el Orden de la Misa.
En el texto del Confiteor tradicional se lee:
Confíteor Deo omnipoténti, beátæ Maríæ semper Vírgini, beáto Michaéli Archángelo, beáto Ioánni Baptístæ, sanctis Apóstolis Petro et Paulo, ómnibus Sanctis, et tibi, Pater: quia peccávi nimis cogitatióne, verbo et opere: mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa. Ideo precor beátam Maríam semper Vírginem, beátum Michaélem Archángelum, beátum Ioánnem Baptístam, sanctos Apóstolos Petrum et Paulum, omnes Sanctos, et te, Pater, orare pro me ad Dóminum, Deum nostrum.
(Yo, pecador, me confieso a Dios Todopoderoso, a la bienaventurada siempre Virgen María, al bienaventurado san Miguel Arcángel, al bienaventurado san Juan Bautista, a los santos Apóstoles San Pedro y san Pablo, a todos los Santos, y a vos, Padre, que pequé gravemente con el pensamiento, palabra y obra: por mi culpa, por mi culpa, por mi gravísima culpa. Por tanto ruego a la bienaventurada siempre Virgen María, al bienaventurado Miguel Arcángel, al bienaventurado san Juan Bautista, a los santos Apóstoles san Pedro y San Pablo, a todos los Santos, y a ti, Padre, que roguéis por mí a Dios nuestro Señor.)
En la oración del Suscipe se lee:
Súscipe, sancta Trínitas, hanc oblatiónem, quam tibi offérimus ob memóriam passionis, resurrectiónis et ascensiónis Iesu Christi Dómini nostri: et in honórem beátæ Maríæ semper Vírginis, et beáti Ioánnis Baptístæ, et sanctórum Apostolórum Petri et Pauli, et istórum, et ómnium Sanctórum: ut illis proficiat ad honórem, nobis autem ad salútem: et illi pro nobis intercédere dignéntur in cælis, quorum memóriam ágimus in terris. Per eúndem Christum Dóminum nostrum. Amen.
(Recibe, Trinidad santa, esta oblación en memoria de la Pasión, Resurrección y Ascensión de Jesucristo, nuestro Señor; y en honor de la bienaventurada siempre Virgen María, y de san Juan Bautista, y de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y de éstos y de todos los Santos; para que a ellos les sirva de honra, y a nosotros nos aproveche para la salvación; y se dignen interceder por nosotros en el cielo aquellos cuya memoria veneramos en la tierra. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.)
¡Cuán poderoso es recordar, y sin embargo tan a menudo se olvida, que el Santo Sacrificio de la Misa es ofrecido no solo “en memoria de la Pasión, Resurrección y Ascensión de Jesucristo, nuestro Señor,”! sino también “y en honor de la bienaventurada siempre Virgen María, y de san Juan Bautista, y de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y de éstos y de todos los Santos.”
La mención una vez más de los dos patronos de la Iglesia de Roma nos recuerda que solo cinco días después de la Natividad de Juan, el 29, llega la solemnidad de los San Pedro y San Pablo, que son, como Juan, mencionados nueve veces cada uno en el Orden de la Misa Tridentina: seis veces en el tres veces repetido Confiteor; una vez aquí en el Suscipe, una en el Canon romano y de nuevo en el Libera nos después del Padre Nuestro. Para aquellos que conocen su numerología, nueve es un número especial porque honra a la Santísima Trinidad (3+3+3 o 3×3) como en el Kyrie de nueve veces del auténtico rito de la Misa.
El Canon romano menciona al Bautista en la segunda lista de santos, después de la Consagración:
Nobis quoque peccatóribus fámulis tuis, de multitúdine miseratiónum tuárum sperántibus, partem áliquam et societátem donáre dignéris, cum tuis sanctis Apóstolis et Martýribus: cum Ioánne, Stéphano, Matthía, Bárnaba, Ignátio, Alexándro, Marcellíno, Petro, Felicitáte, Perpétua, Agatha, Lúcia, Agnéte, Cæcília, Anastásia, et ómnibus Sanctis tuis: intra quorum nos consórtium, non æstimátor mériti, sed véniæ, quaesumus, largítor admítte. Per Christum, Dóminum nostrum. Amen.
(También a nosotros pecadores, siervos tuyos, que esperamos en la abundancia de tus misericordias, dígnate darnos siquiera alguna partecita, y vivir en compañía de tus Santos Apóstoles y Mártires: Juan, Esteban, Matías, Bernabé, Ignacio, Alejandro, Marcelino, Pedro, Felicidad, Perpetua, Águeda, Lucía, Inés, Cecilia Anastasia, y de todos tus Santos: en cuyo consorcio te pedimos nos recibas, no como apreciador de méritos, sino como perdonador que eres de nuestras culpas. Por Cristo nuestro Señor. Amén.)
Este “Juan” aquí no es otro que el Bautista, tal como se reconocido por todos los comentaristas litúrgicos (ver arzobispo Amleto Cicognani, The Saints Who Pray with Us in the Mass, Romanitas Press, 2017, p. 26).
El Último Evangelio, tomado del prólogo al Evangelio de San Juan, incluye estas palabras (Juan 1, 6-8):
Fuit homo missus a Deo, cui nomen erat Ioánnes. Hic venit in testimónium, ut testimónium perhibéret de lúmine, ut omnes créderent per illum. Non erat ille lux, sed ut testimónium perhibéret de lúmine.
(Hubo un hombre enviado de Dios, cuyo nombre era Juan: éste vino como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que por él todos creyesen. Él no era la luz, sino el que había de dar testimonio de la luz.)
Cuán triste resulta reflexionar sobre el hecho de que hoy en día, en casi todas las celebraciones del Novus Ordo, el nombre de san Juan Bautista, el hombre más grande nacido de mujer, no sea nombrado ni una vez. (La única vez que se le mencionaría es si se elige el Canon romano ad libitum) Este es el tipo de cosa que los tradicionalistas tienen en mente cuando hablan de las diferentes espiritualidades de la “formas” de la Misa antigua y la nueva. La cosmovisión devocional de aquellos que crecieron en la nueva producción de Pablo VI no es la misma de nuestros predecesores en la fe y de aquellos que mantienen la forma tradicional de adoración. Gracias a Dios, más y más católicos están yendo a ver el inmenso valor de reconectarse con su derecho de nacimiento: la lex orandi y la lex credendi de la Iglesia Romana de todos los tiempos.
Peter Kwasniewski
*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por LifeSiteNews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad
Puedes leer este artículo en su sitio original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/why-are-we-not-as-devoted-to-st-john-the-baptist-as-our-forefathers-were
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