Acercándonos a la festividad de San José, nos centramos en la figura del santo patriarca
San Francisco de Sales y San José. Un artículo de Miguel Toledano
En un artículo anterior publicado en Marchando Religión, hemos señalado que el papa Francisco ha consagrado este año 2021 a san José, amplificando así su gran devoción por el patriarca de la Sagrada Familia.
Como se acerca su festividad, valga este texto de hoy para rendir homenaje a la figura del padre legal de Nuestro Señor, con el ánimo de que sus impresionantes virtudes aprovechen a las almas de nuestros lectores y de que interceda por nosotros en el cielo y en la tierra, como con tanta frecuencia hace.
San Francisco de Sales le dedicó un sermón pronunciado en la capilla del Monasterio de la Visitacion de Annecy. En él comparó a san José con la palmera, árbol rey entre todos los árboles por su belleza y la bondad de sus frutos. Por tanto, a san José le corresponde por analogía el grado de patriarca entre los patriarcas.
La comparación no es del todo original del doctor de Sales. El salmo 91, que se reza en las Misas de los santos confesores, proclama que el justo es semejante a la palmera. Concretamente, el gradual dice así: “Justus ut palma florebit”; el justo florecerá como la palma.
Luego, todos los santos guardan una cierta semejanza con la palmera; pero la similitud es especialmente significativa en san José ya que, destacando los distintos santos en unas virtudes u otras en función del respectivo grado de su práctica, hay tres que le corresponden de modo singular al patriarca josefino; y las mismas despuntan metafóricamente en el rey de los árboles.
Se trata de la virginidad, la humildad y la fortaleza.
La palmera es virgen, porque aun existiendo el árbol masculino y el femenino, la fecundidad de éste no se produce por contacto con el ejemplar macho que se encuentra a su lado protegiéndole con su sombra. De igual modo, san José custodió a Nuestra Señora sin vulnerar su virginidad, de la que ambos habían hecho voto perpetuo.
Nos recuerda san Francisco de Sales que la mayor parte de los santos doctores explican el sentido de los desposorios de una virgen como María Santísima para evitar que la Madre de Dios fuese calumniada por los judíos. San José fue el “contrafuerte de plata” y la “tabla de cedro” de que hablaba el Cantar de los Cantares para significar que la virginidad de María, torre y puerta, sería protegida por un compañero que por fuerza había de ser virgen igualmente.
San Francisco de Sales llega a realizar dos aseveraciones arriesgadas: San José superó a todos los santos en la práctica de la virginidad; e incluso “a los mismos ángeles y querubines” en dote tan admirable.
La segunda virtud de la resplandeciente palmera es la humildad, pues a diferencia de los frutos de otros árboles, los dátiles se guardan en vainas. Ante todo, san José guardó, bajo el velo del matrimonio, la virtud de su propia virginidad, sin presumir de ella como, por ejemplo, hacían las famosas vírgenes necias de la parábola.
Además, aceptó resignadamente la humillación de trasladarse a su ciudad, Belén, para que naciese el Divino Infante y comprobar cómo no era aceptado en ninguna parte, debiendo recurrir a un establo de bueyes y asnos.
Cuando vio que María había concebido, san Bernardo interpreta que se alejó de ella porque, pensando que posiblemente fuese la gloriosa virgen que según profetizó Isaías daría a luz al Salvador, se estimaba demasiado miserable ante Dios como para permanecer junto a ella.
San Francisco de Sales deduce que Dios Padre con seguridad quiso escoger para el cuidado de Su Hijo al hombre más perfecto y virtuoso sobre la tierra y, sin embargo, éste ocultaba tal perfección de grado en la virtud bajo la discreta sombra de la humildad. Con la única excepción de María Santísima, san José gana a todos los santos también en humildad.
(Imagen de san José en casa del autor).
La tercera propiedad de la palmera es la fortaleza. Otros arboles se encorvan para dar fruto, mientras que aquél se lanza hacia arriba cuanto más pesada es su carga.
Del mismo modo, san José fue constante, perseverante, fuerte y valeroso.
Fue constante cuando, viendo a la Santísima Virgen encinta, siguió comportándose de forma respetuosa y dulce como de costumbre. Esa dulzura de san José constituye una de las prendas que le hacen más cercano a la devoción bergogliana.
Fue perseverante al recibir la orden divina por parte del ángel para huir a Egipto. Ni protestó ni preguntó por cuanto tiempo habría de ser. San Francisco de Sales nos expone que, según la opinión más acreditada, la Sagrada Familia permaneció exiliada cinco años. En todo caso, el patriarca soportó con igualdad de ánimo su tristeza al comprender que debía adentrarse en zona enemiga, donde todavía no se olvidaba que los judíos habían huido y causado estragos a los propios egipcios en el proverbial paso del Mar Rojo.
Su humildad de carpintero -de carpintero pobre, pobre durante toda su vida, hasta el punto de tener que aguantar en ocasiones, sin queja, la humillación de no poder llegar a asegurar el sustento a su familia- es su mayor prueba de fuerza y de valor; resistiendo ante el demonio y el mundo, “nuestros dos enemigos más acérrimos”, en palabras del doctor de Sales, repletos ambos de ambición, vanidad y orgullo.
En nuestros días contemplamos cómo, en efecto, el orgullo se exalta en calidad de falsa virtud. La vanidad también impera por doquier; pensemos simplemente en esa ceremonia delirante de distribución de los premios “Goya” del cine español subvencionado, soporífero y vulgar. Y la ambición es fruto podrido del sistema económico capitalista, triunfante en occidente tras la reforma protestante.
Muy al contrario, san José resistió las ocasiones que se le presentaron de caer en estos pecados del orgullo, la vanidad y la ambición, impulsado por un valor extraordinario.
Para aclararnos gráficamente la triple excelencia de san José en las virtudes citadas, el obispo de Ginebra ofrece otra de sus felices metáforas: María se asemejaría a un espejo que refleja los rayos del sol divino, mientras san José habría sido como un segundo espejo que recibió a su vez los reflejos del primero, alcanzando así un grado similarísimo de brillantez.
Nada le niegan Jesús y María a san José, por lo que éste no sólo es confesor, que por aunar la dignidad de los obispos, la generosidad de los mártires y las virtudes de todos los santos ya lo es; él es “más que confesor”, modelo para todos nosotros y además mediador con su intercesión en el cielo.
El doctor de la Visitación llega a defender una opinión muy probable en teología: puesto que mil veces tuvo al Redentor en sus dulces brazos, Éste lo habría sacado del limbo y conducido al cielo en cuerpo y alma; no debiendo por tanto esperar al Juicio Final para resucitar carnalmente, sino gozando de ese favor privilegiado entre los santos desde el momento mismo de la gloria de Nuestro Señor.
Miguel Toledano Lanza
Domingo de Laetare, 2021
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