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La gloria de Dios y el fin último del hombre

MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO. La gloria de Dios y el fin último del hombre. Rev. D. Vicente Ramón Escandell

La gloria de Dios y el fin último del hombre

1. Relato Evangélico (Jn 3,14-21)

Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también es necesario que sea levantado el Hijo del hombre: para que todo aquél que cree en El no perezca, sino que tenga vida eterna.

Porque de tal manera amó Dios el mundo, que dio a su Hijo Unigénito, para que todo aquél que cree en El no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque no envió Dios su Hijo al mundo para juzgarle, sino para que el mundo se salve por El. Quien en El cree, no es juzgado: más el que no cree, ya ha sido juzgado, porque no cree en el nombre del Unigénito Hijo de Dios.

Mas este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo hombre que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que obra verdad, viene a la luz para que parezcan sus obras, porque son hechas en Dios.

2. Comentario exegético (v. 16)

San Juan resalta que el Padre no envió a su Hijo para que <<condene>> al mundo, sino para que éste sea salvo por Él. Este insistir pleonásticamente en forma antitética negativo – positivo (semitismo), en esta obra de no <<condenación>> del mundo por Cristo, mira a precisar la misma ante las creencias divulgadas en aquel medio ambiente, según las cuales habría un castigo previo a la venida del Mesías – los <<dolores mesiánicos>> – y haciéndole intervenir a Él como ejecutor de los mismos en su obra. Ni va esto contra los poderes judiciales de Cristo, ya que, primordialmente, vino a salvar1.

3. Reflexión

si juzgas rectamente comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación. Comprenderás que este es tu fin, que este es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin serás dichoso, si no lo alcanzas serás desdichado.i

En el marco de esta celebración cuaresmal, marcada por la pregustación de la alegría de la Pascua, estas palabras de San Roberto Belarmino nos señalan la meta a la cual se dirige el camino cuaresmal, que no es sólo la celebración de la próxima Pascua, sino la participación en la Pascua eterna del Señor, meta ultima del camino cuaresmal.

Todos nosotros, al contrario que los animales, en nuestro actuar tendemos siempre hacia un fin, que posee un valor supremo, sin el cual no podríamos desear nadaii. Este fin último no es otro que la felicidadiii; pero no una felicidad cualquiera, sino aquella que tiene por objeto una realidad que se encuentra por encima de nosotros, y en la que encontramos nuestra perfeccióniv.

Esta felicidad superior y perfeccionadora del hombre no la encontramos en las cosas materiales que, por su carácter transitorio, no terminan por satisfacer al hombre en su peregrinación por la tierra; y, que, en no pocas ocasiones, no sirven para el perfeccionamiento del ser humano, sino más bien hacen aflorar y resplandecer sus más altas imperfecciones y defectos. La verdadera felicidad del hombre, aquella que lo satisface y plenifica, se encuentra en el bien de su almav, en aquello que fortalece el centro de su ser, y que más cerca se encuentra de la fuente de toda perfección. Este bien del alma se encuentra en Dios, Bien Supremo, soberano y definitivo, que colma todas nuestras ansias de perfección y eternidadvi.

Este bien supremo, que es Dios, sólo se encuentra al alcance del hombre, pues con sus facultades espirituales de conocimiento y de amor, puede alcanzar de verdad {entre todas las criaturas}, el fin último, puede entrar en posesión formal del fin objetivo, la realidad divina, conociéndola y amándola expresamente. Con ello, el hombre alcanza la plenitud de su ser y vocación, llevando a su cumplimiento la gloria de Dios, que no es otra cosa que el mismo ser divino – vida, belleza, bondad y potencia – en cuanto se manifiesta y comunica a las criaturasvii.

Alcanzada esta comprensión de su fin último, el hombre descubre que todo su obrar, tanto espiritual como material, está encaminado a la glorificación de Dios, para que verdaderamente sea, como dice el Apóstol, todo en todosviii. Así, nuestra santificación, deja de ser entendida como un proceso meramente humano, como un fin en sí mismo, para comprenderse como parte de un todo, de un conjunto, de un proceso que es la glorificación de la Santísima Trinidad.

Eso nos ayuda a percibir la Liturgia, la espiritualidad y la ascesis cristianas, no como medios para buscarnos a nosotros mismos, recursos para expresar nuestras ideas, sentimientos, anhelos…, para situarnos, en definitiva, en el centro de nuestro creer y obrar; sino, para reconocer, con humilde asentimiento, que el centro del ser y obrar cristianos, no somos nosotros, sino Dios, y que su fin último, no es la glorificación del hombre, sino la de Aquel que es principio y fin de toda criatura.

La gloria de Dios, por medio de la santificación del hombre, es el fin último de la Liturgia de la Iglesia y toda practica de piedad, por medio de las cuales este, saliendo de sí mismo, busca en el Santo la santidad principalmente para la gloria de Dios. Así nos lo recuerda el Concilio Vaticano II, al definir la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo; en la cual, los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombreix. Es el conocimiento claro con alabanza del que hablaba san Agustín y que definía para él lo que era la gloria divinax.

4. Testimonio de los Santos Padres

SAN AGUSTIN DE HIPONA (354-430)

<<Pero ¿qué esperabas que dijese del que no cree, sino que será juzgado? Pero véase lo que dice: «Mas el que no cree ya ha sido juzgado». No se ha manifestado aún el juicio, pero ya ha sido realizado. Porque conoce el Señor a los que son suyos, conoce a los que perseverarán hasta obtener la corona y a los que serán contumaces hasta el fuego.>>

Catena Aurea

5. Oración

Señor y Dios nuestro, que enviaste a tu Hijo al mundo, no para juzgarlo sino para salvarlo por su cruz y resurrección; concédenos la gracia de aspirar siempre a la verdadera felicidad que, manifestada en la carne y la sangre de tu Hijo, solo está en Ti. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad

1 PROFESORES DE SALAMANCA: Biblia comentada (Vb), p. 344

i ROBERTO BELARMINO, San: Tratado sobre la ascensión sobre la mente a Dios, grado 1

ii ST I-II, 1, 1.-4

iii ST I-II, 1, 7

iv ST I-II, 2, 1-8

v ST I-II, 2, 7

vi ST I-II, 2, 7

vii JOSE RIVERA – JOSE MARÍA IRABURU: Síntesis de la espiritualidad católica, p. 392

viii 1 Cor 15, 28

ix SC 7

x ML 42,770

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Author: Rev. D. Vicente Ramon Escandell
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad: Nacido en 1978 y ordenado sacerdote en el año 2014, es Licenciado y Doctor en Historia; Diplomado en Ciencias Religiosas y Bachiller en Teología. Especializado en Historia Moderna, es autor de una tesis doctoral sobre la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús en la Edad Moderna