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Miguel Delibes: El camino

Nuestro Gilmar nos acerca a una obra de Miguel Delibes

Miguel Delibes: El camino. Un artículo de Gilmar Siqueira

«Cuando las cosas siguen su curso ordinario, es difícil acordarse de lo que importa de verdad. Hay infinidad de cosas que a uno ni se le pasaría por la cabeza contar a nadie. Y creo que deben de ser las cosas que tienen un mayor significado para uno […]». Marylinne Robinson. Gilead.

Para Daniel, el Mochuelo, las cosas no seguían su curso ordinario. Cuando Miguel Delibes, su creador, no los presenta en la novela El Camino, el muchacho de once años pasaba la última noche en su pueblo; a la mañana siguiente iría a la ciudad para estudiar y «progresar», como quería el padre. La novela empieza y termina con el Mochuelo en su habitación, rememorando la historia del valle, que era también la suya.

La pequeña historia del valle se reconstruía ante su mirada interna, ante los ojos de su alma, y los silbidos distantes de los trenes, los soñolientos mugidos de las vacas, los gritos lúgubres de los sapos bajo las piedras, los aromas húmedos y difusos de la tierra avivaban su nostalgia, ponían en sus recuerdos una nota de palpitante realidad.

Los sonidos que Daniel escuchaba, mientras repasaba mentalmente la historia del valle, eran el trasfondo o si se quiere la base musical, de la narración que nos es presentada. Porque la historia del pueblo no la hacían las casas, ni los trenes y ni siquiera las vacas, sino las personas. Sobre los armoniosos sonidos de una noche en el campo, Daniel se acordaba de don José, el cura, «que era un gran santo»; de Paco, el herrero; de Gerardo, el indiano; de Quino, el manco; de las Guindillas mayor y menor; de las Lepóridas; de Pancho, el sindiós; del maestro Moisés, el Peón; de Andrés, «el hombre que de perfil no se le ve»; y sobre todo de sus dos amigos: Roque, el Moñigo; y Germán, el Tiñoso. Esas gentes y sus vidas eran los cimientos del pueblo.

En un principio estuve algo confundido por la narración. Si el narrador nos contaría la historia del pueblo desde el punto de vista de Daniel, el Mochuelo, ¿cómo es que el chico de once años podía saber tantas cosas íntimas de las vidas ajenas? Para alguien como yo, que también soy de pueblo, hasta la pregunta es necia: ¿acaso hay alguna historia «privada» que pronto no se haga conocida por la chismografía local? Era así como Daniel se había enterado de las cosas y el narrador nos las cuenta. El chico no se sorprendía ni juzgaba. Algunas cosas, en un principio algo raras, luego componían parte de la historia que a él le apenaba dejar. Así, por ejemplo, el regreso de la Guindilla menor fue para Daniel motivo de reflexión.

El regreso, como antes la fuga, constituyó un acontecimiento en todo el valle, aunque, también, como todos los acontecimientos, pasó y se olvidó y fue sustituido por otro acontecimiento que, a su vez, le ocurrió otro tanto y también se olvidó. Pero, de esta manera, iba elaborándose, poco a poco, la pequeña y elemental historia del valle.

Las personas, cosas y el valle se le imponían de tal manera al Mochuelo – «envolviéndole en sus rumores vitales, en sus afanes ímprobos, en los nimios y múltiples detalles de cada día» – que no le quedaba más remedio que reconocerlas, aceptarlas y mirarlas. Amaba a su pueblo entrañablemente porque jamás se imaginaría qué otra relación sería posible que no la del amor.

Daniel no tenía problemas con sus raíces. A él ni se le ocurriría la idea de semejante problema: Daniel, el Mochuelo, era sus propias raíces. Era hijo del quesero, amigo del Moñigo y del Tiñoso, parroquiano de don José, etc. Pero, como sabemos en la novela, había cumplido los once años y tendría que abandonar el pueblo; era como si abandonara parte de quien era y eso le hizo reflexionar. La rememoración del Mochuelo fue motivada tanto por el inminente cambio como por el irremediable transcurso del tiempo que conduce a la muerte.

Pensaba en Germán, el Tiñoso, y pensaba en él mismo, en los nuevos rumbos que a su vida imprimían las circunstancias. Le dolía que los hechos pasasen con esa facilidad a ser recuerdos; notar la sensación de que nada, nada de lo pasado, podría reproducirse. Era aquélla una sensación angustiosa de dependencia y sujeción. Le ponía nervioso la imposibilidad de dar marcha atrás en el reloj del tiempo y resignarse a saber que nadie volvería a hablarle, con la precisión y el conocimiento con que el Tiñoso lo hacía, de los rendajos y las perdices y los martines pescadores y las pollas de agua. Había de avenirse a no volver a oír jamás la voz de Germán, el Tiñoso; a admitir como un suceso vulgar y cotidiano que los huesos del Tiñoso se transformasen en cenizas junto a los huesos de un tordo; que los gusanos agujereasen ambos cuerpos simultáneamente, sin predilecciones ni postergaciones.

La pérdida del amigo no era diferente de la pérdida del pueblo. Porque la marcha también era una pérdida y Daniel luchaba contra ella de la única manera que le era posible: como Proust, rememoraba el tiempo para no perderlo totalmente, para que los hechos – paradójicamente – permanecieran aún en los recuerdos. Pero no sería lo mismo. Daniel sabía, como nosotros, que él también sería diferente después de marcharse; que pasar unas vacaciones en el pueblo no sería igual que vivir en él; que los días transcurridos en otro lugar y con otras gentes forman en nuestro carácter una corteza capaz de alejar a los amigos de antes; que la intimidad se fragua en el contacto diario y herrumbra con la lejanía.

No sabemos más de Daniel. Nos despedimos de él en la mañana de la marcha; lo dejamos siendo todavía el Mochuelo del pueblo. Quizás haya sido mejor así. Daniel es la viva antítesis de los personajes retratados por Domenico Starnone en Ataduras: él sí quería que el tiempo vivido perdurase porque amaba al pueblo y a las gentes en medio de quienes había crecido; no se sentía encadenado a eventos humillantes, sino parte de una historia común que era hermosa y sencilla. Daniel también es la antítesis de los hombres de nuestro tiempo; de los que han «progresado», tal vez.

Gilmar Siqueira

En el siguiente enlace tienen el libro completo de Gilmar Siqueira disponible para su descarga, por gentileza del escritor: Diario de un dandy

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Author: Gilmar Siqueira
Feo, católico y sentimental