Los objetos litúrgicos. El iconoclasta de la liturgia(V)

En el artículo anterior de esta serie, se explicó el despojo en los ornamentos del sacerdote operado por el papa Pablo VI con ocasión de su polémica reforma de la misa hace cuatro décadas. Llega el turno ahora de analizar si se impuso análoga transformación a los objetos litúrgicos.

Tradicionalmente, éstos eran los siguientes: cáliz, corporal, patena, palia, velo del cáliz, bolsa de los corporales, purificador e hijuela. La Instrucción General del Misal Romano, publicada el 6 de abril de 1969 para poner en práctica la nueva misa post-conciliar, da a la palia y al velo del cáliz un carácter voluntario, ignorando por completo la bolsa de los corporales y la hijuela; sin embargo, esta última es sobre todo un elemento de uso hispánico, por lo que el documento pontificio es directamente responsable del menosprecio a tres objetos litúrgicos; aunque el conjunto resulta, en definitiva, mutilado al cincuenta por ciento.

Ateniéndonos a su tenor literal, poco había dicho el Concilio Vaticano II sobre los objetos litúrgicos. En efecto, la Constitución Sacrosanctum Concilium, de 1963, apenas les dedica un par de párrafos, alabando su contribución al esplendor del culto pero permitiendo a la vez una adaptación en el tiempo.

No obstante, esa ambigüedad, tan típica del último de los concilios ecuménicos, escondía una evidente intención del legislador eclesiástico de justificar el paso de un enfoque tradicionalmente basado en la belleza y la dignidad de los objetos a otro donde la evolución y la variedad geográfica fuesen criterios preponderantes.

Para ello, la Constitución conciliar aduce que la Iglesia siempre aceptó modificaciones en la materia, forma y ornato de los objetos sagrados, permitidas por el progreso de la técnica. Mas tal afirmación no se compadece con el hecho de que el progreso de la técnica ha proporcionado, a lo largo de los últimos dos milenios, múltiples nuevas variedades de materia, forma y ornato que la Iglesia no ha juzgado acordes con el esplendor y dignidad debidos, criterios, ellos ambos sí, que hasta la innovación conciliar se consideraban determinantes para la admisión de los objetos litúrgicos.

Por otra parte, delegar en las asambleas territoriales de obispos la facultad de modificar la regulación relativa a los objetos sagrados equivale a erosionar no solo la autoridad romana en materia de liturgia, sino también el sentido sacro que propiciaba la inclusión de aquéllos en la celebración de la misa, si tal modificación seguía, como en general ha ocurrido, la tendencia minimalista inaugurada por Pablo VI.

En todo caso, la constitución conciliar sólo autorizaba -por amplia e innovadora que fuese tal autorización- a modificar materia y forma de los objetos, pero no a eliminarlos ni a dejar de utilizarlos. Y el correr de los tiempos ha demostrado que, además de la bolsa de los corporales y la hijuela, han desaparecido en la práctica la palia y el velo del cáliz. Pasemos a dar cuenta del giro producido en cada uno de ellos.

El cáliz es el vaso sagrado, en forma de copa, donde se consagra la sangre de Cristo. Todavía recoge la definición de la Real Academia Española que ha de fabricarse en oro o plata, como lo exigía el viejo Misal Romano de 1962, anterior a la reforma de Pablo VI; o que al menos tuviera una copa de plata dorada por dentro (“aut saltem habere cuppam argenteam intus inauratam”).

Por el contrario, la instrucción Liturgicae Instaurationes, de 5 de septiembre de 1970, elimina la precisión de las exigencias litúrgicas tradicionales y se conforma con que los objetos de culto sean «de alta calidad, duraderos y bien adaptados a los usos sagrados». Con ello, no solo se reduce la dignidad y belleza que artificiosamente invocara la mayoría de padres conciliares en Sacrosanctum Concilium, sino que se reduce la propia dignidad del cáliz como depositario de la Sangre de Nuestro Señor, igualándolo en su tratamiento con el resto de objetos litúrgicos. La referida Instrucción General del año anterior permitía que los vasos sagrados se fabricasen en madera u otros materiales.

Por otra parte, dicho desafortunado documento papal permite que la purificación del cáliz la realicen no sólo el sacerdote y el diácono, sino también los laicos.

El corporal es un lienzo cuadrado que el sacerdote extiende sobre el altar, desde el comienzo de la misa hasta después de la comunión. Al comienzo del ofertorio en la misa tradicional de la Iglesia, el celebrante hacia una cruz con la hostia sobre el corporal, colocando sobre éste a continuación tanto la hostia como el cáliz. Servir de base a ambos hasta la comunión justificaba el esmero en el trato del corporal a manos del sacerdote.

Por el contrario, la Instrucción General para la misa reformada determinó que los laicos colocasen sobre el altar no solo el corporal, sino hasta el mismo cáliz, previamente consagrado por la autoridad episcopal. La reforma de la Iglesia premia así la psicología de la participación física de los fieles frente a la expresión y docencia de lo sagrado en los mismos objetos que van a contener -y que han contenido- la presencia real de Nuestro Señor, vedada antes al contacto de manos que no fuesen las sacramentadas con la consagración del orden. En la misma línea eliminatoria de los signos sobrenaturales correspondientes a este objeto litúrgico, el nuevo rito suprime la señal de la cruz efectuada sobre el corporal al comienzo del ofertorio.

La patena es la bandeja redonda sobre la que el sacerdote deposita la hostia, luego convertida en el cuerpo de Cristo. El diccionario de la RAE vuelve a acertar con la tradición, cuando afirma que se trata de una pieza “generalmente dorada”. Desde luego, así lo exigía el Misal Romano pre-conciliar (“itidem inaurata”), pero las referidas instrucciones de 1969 y 1970 autorizaron su fabricación en los mismos materiales nuevos admitidos para el cáliz.

Análoga tendencia a trasladar su uso del sacerdote a los fieles se observa con este objeto de culto, permitiéndoseles efectuar la purificación de la patena, como ya se ha señalado para el cáliz.

Adicionalmente, en la Misa tridentina el sacerdote se signaba con la patena después del Padre Nuestro, en la plegaria “Libera nos”. La Misa reformada de Pablo VI, además de eliminar la invocación a los santos para satisfacer a los protestantes, suprime igualmente esas tres cruces.

La palia, lienzo rígido generalmente cuadrado, servía para cubrir el interior del cáliz durante la misa, tanto antes como después de la transustanciación. A diferencia del velo del cáliz, la nueva Instrucción General de 1969 ni siquiera recomienda su pervivencia.

El velo del cáliz servía para proteger el exterior de éste hasta el ofertorio y después de la comunión. A pesar de la loa que este objeto sagrado merece a la Instrucción General de Pablo VI, lo cierto es que prácticamente también ha desaparecido. Antes de la reforma, era del mismo color que la casulla del sacerdote, en función de la fiesta o tiempo litúrgico, y estaba fabricado en seda, de acuerdo con el Misal Romano existente hasta 1962.

La Instrucción General no especifica su material y permite que sea de color blanco, sin consideración de la fiesta o tiempo litúrgico. Al tratarse de un objeto que no entra en contacto con el interior del cáliz, la liturgia antigua, con toda lógica, sí permitía que el acólito, y no sólo el sacerdote, lo manipulase durante la misa.

La bolsa del corporal, a modo de funda, servía para guardar éste y replicaba igualmente en color la casulla del sacerdote. Como en el caso de palia, velo e hijuela, su propósito era proteger de modo cuidadoso e íntegro los vasos sagrados, que van a acoger realmente el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor. La Instrucción General ni siquiera la menciona, resultando así oficialmente obsoleta.

El purificador es el lienzo, tradicionalmente de lino o cáñamo, utilizado para eliminar los elementos extraños de los vasos sagrados. Tras la reforma litúrgica, los materiales de fabricación se han ampliado al algodón e incluso se ha extendido la fibra sintética, el poliéster, con o sin autorización de la autoridad episcopal.

Al igual que ocurre con el corporal, la misa reformada permite que el purificador, a pesar de su contacto con los vasos sagrados y con su contenido, sea manipulado por el acólito y no por el sacerdote. De hecho, la Instrucción General encomienda su manipulación al acólito al comienzo del ofertorio y se la permite expresamente después de producida la transustanciación.

La hijuela, conocida también como palia pequeña y fabricada en tela, tenía forma redonda y se colocaba sobre la patena hasta el ofertorio y después de la Comunión. Su desaparición es especialmente triste, no sólo por su función propia de protección de un vaso sagrado, sino además por ser propia de la celebración de la misa en las naciones de la corona española.

Miguel Toledano

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Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.