Miguel Toledano, una de nuestras grandes firmas que domina todas las artes, hoy, muy musical él, nos invita a celebrar esta Pascua Florida con «Inmortal, invisible»
«Inmortal, invisible», un artículo de Miguel Toledano
La primera de las epístolas a Timoteo recuerda ambos atributos de Dios padre como dignos de adoración (1 Timoteo 1, 17), sin perjuicio de que por el despliegue del amor divino tanto los ángeles como el alma humana participen de las dos cualidades.
A mediados del siglo XIX, ese fragmento del Nuevo Testamento le sirvió al Reverendo Doctor Walter Chalmers Smith como inspiración para componer la más famosa obra de toda su producción de himnos y poemas, que pervive hasta nuestros días.
El Doctor en “Divinidad” perteneció a la Iglesia [sic] Libre de Escocia, que, aunque nacida en 1843, pretende trazar sus orígenes mediante sucesión apostólica directa. De hecho, el segundo nombre de pila Chalmers es un homenaje al Doctor Thomas Chalmers, el primero de los jefes de aquella nueva confesión; medio siglo después, nuestro Doctor Smith se convertiría él mismo en el líder principal de la religión.
Teniendo en cuenta que estamos en Pascua florida, vamos, pues, a fijarnos hoy en las méritos y carencias de esta “Immortal, Invisible” (título original en idioma inglés), otra de las antífonas más célebres en el universo protestante anglosajón, que contiene no menos de siete noticiasde la gloria, la victoria y el esplendor divinos, propios del tiempo litúrgico que comienza. Y digo méritos y carencias porque son significativas tanto unos como otras: existen indudables valores, pero también interesantes menguas; si no, a cuento de qué estaríamos publicando estas líneas en Marchando Religión, donde constituye el honor de cuantos colaboramos continuar la Tradición imperecedera del mensaje evangélico.
Para ello, abordaremos primero la música y después el texto – prima la musica, poi le parole, que dirían Salieri y Ricardo Strauss.
La melodía es obra, otra vez, del alma galesa, pueblo como el húngaro o el irlandés dotado de una proverbial facilidad e inspiración para la música. Los humoristas Flanders y Swann, en su inolvidable canción de prejuicio patriótico “The English are Best”, de 1963, sostenían que en el País de Gales se canta siempre en modo menor o, más propiamente, desafinando medio tono por debajo de la norma. No es éste el caso de “Immortal, Invisible”, como no lo era tampoco en el supuesto de “Godis Love”, himno sobre el que ya dimos cuenta la semana pasada. Precisamente, el vigor y la brillantez del texto de Smith encajan de lleno en sol mayor o, si acaso, en la bemol, pero siempre en la tonalidad mayor de la escala.
No conocemos al compositor original, toda vez que se trata de una balada popular que fue transcrita y popularizada durante el siglo XIX. Sí podemos, por supuesto, analizar su estructura, compuesta por un ritmo ternario perfectamente adecuado para el predominio de pies dáctilos, como en la literatura clásica, con sucesión de una sílaba acentuada y dos átonas.
Casi treinta años después de la publicación escrita de la música, el Reverendo Smith le puso letra en 1867, conservando ese mismo ritmo en su poema, con estructura 11.11.11.11. No son los cuartetos endecasílabos muy frecuentes en la poesía en ese idioma, pero aquí produjo el clérigo escocés nada menos que seis, de los cuales suelen interpretarse habitualmente los cuatro primeros, siendo los dos últimos con frecuencia obviados, aunque como veremos sean igualmente interesantes, o quizás más. Hay también rima interna, dentro de los versos, y esto sí es un elemento típico de la lírica anglosajona; en concreto, el segundo dáctilo de cada verso rima con el del verso siguiente, lo que hace que a veces se estructure el poema en la forma 6.5.6.5.D, es decir, con una estructura más simple de dos pareados duplicados. En todo caso, los pareados rimarían entre sí (5X, 5X), pero también con la mencionada rima interna (6Y, 6Y).
La primera parte, compuesta por las cuatro estrofas de común interpretadas, sirve a concebir el himno como encaminado principalmente a la adoración de Dios Padre, a partir de la citada referencia de San Pablo dirigida a su fiel colaborador San Timoteo. No deja de ser curioso que Timoteo, en su origen etimológico griego, signifique precisamente “honrar a Dios”.
Para iniciar esa honra a Dios, el presbiteriano elige dos atributos divinos al comienzo de cada una de las cuatro referidas estrofas: “inmortal e invisible”, naturalmente, la primera, como el texto neotestamentario; infatigable y manso, la segunda; vivificador o vivificante y ubicuo, la tercera; paterno y glorioso, la cuarta. Todas ellas impulsan rítmica y conceptualmente la energía del resultado; y todas ellas son reconocibles en nuestro imaginario, comunes a la doctrina católica.
Mas si profundizamos en la primera, vemos cómo se recalca que Dios es “inaccesible en la luz, escondido a nuestros ojos”, lo que apunta a aquello que se desvelará en la quinta y en la sexta estanzas, a saber, la importancia de la interpretación de la Escritura para poder acceder a lo que está escondido. Reconocemos aquí una de las diferencias principales entre el credo reformado y el católico, esto es, la importancia de la hermenéutica escriturística para que el fiel pueda encontrar a Dios, más allá de la Tradición depositada en la Iglesia o de los Sacramentos impartidos por ésta. Por lo demás, la cita al Anciano de los Días, del Libro de Daniel, corrobora el carácter misterioso de Dios al que millones están llamados a descubrir.
El segundo cuarteto desarrolla los caracteres de eternidad y mansedumbre del Padre; Dios no descansa, mantiene eternamente su soplo. Y lo hace sin prisa ni cambio, de forma pausada, calma, mansa. Hay aquí coincidencia con la esencia de acto puro de nuestra teología clásica, pero también conexión con dos epítetos bien conocidos en la moral protestante: “unresting”, “norwasting”. No hay descanso, Dios trabaja siempre, y así hemos de honrarle nosotros, valorando en igual medida nuestra actividad profesional, cuyo éxito es un anticipo de los bienes del Cielo; y sin gasto, con extraordinaria economía de medios, sin desperdicio ni liberalidad, como es típico de la cultura calvinista y de la severidad de los países en los que se implantó o a los que influyó.
Vivificante y ubicuo, proclama el teólogo a continuación. En nuestro catecismo, señor y dador de vida es más bien el espíritu de Dios, amor del Padre y del Hijo, pero aun sin mención expresa de la Trinidad no creo quepa denunciarse un menosprecio del paráclito en beneficio de un Dios unitario o arriano. La ubicuidad aquí es quizás más problemática, pues la vida de Dios viene caracterizada como la “verdadera vida de todos”, sugiriendo por tanto un panteísmo en la línea de un Spinoza anabaptista o negando la existencia de vida sin Dios y, por tanto, la tendencia creciente en el mundo protestante o carismático a pensar que el infierno, donde el alma se hallaría separada de Dios, está vacío.
Finalmente, la cuarta estrofa destaca la gran paternidad de Dios y su gloria, pero por dos veces añade un elemento, más anejo al sentimentalismo evangélico que a la racionalidad grecolatina y escolástica: Dios se “vela” a través de sus ángeles; Dios se “esconde” detrás de su propia luz. La visión divina se alcanza o bien por la pura Fe o bien por una predestinación para la que poco importan las obras en este mundo. Las dos últimas estrofas, habitualmente escamoteadas al fiel, dan la clave para descorrer ese velo y alcanzar a Dios en su escondite.
En las dos últimas estrofas se ha querido ver, en efecto, una exaltación del estudio e interpretación de la Biblia, tan querida de los luteranos. Dios nos dará la gracia -establece el quinto cuarteto- para que dicho velo de misterio nos sea retirado a cada uno, como la vileza de nuestro corazón (remisión al pesimismo existente al este del Rin, frente a la tesis menos rigorista de la naturaleza caída y recuperada por la gracia). Cómo se logre la gracia, naturalmente, es clave. Y esa clave la dan los dos versos que cierran la obra: Cristo y su historia son la vía, que evidentemente conocemos a través del relato e interpretación de dicha historia, contenida en la Escritura, de forma que Cristo entre así en nuestro corazón. El papel de la Iglesia, vale decir de las distintas comunidades de cristianos, no se concibe sino para explicar dicha historia, pero no para intervenir realmente como puente hacia Dios en su cualidad de cuerpo místico de Cristo.
Hasta aquí, la exégesis de la antífona; queda, ahora, disfrutarla. El paciente lector puede hacerlo en el sitio web https://www.youtube.com/watch?v=S59diW2U3q8; no están ejecutadas todas las estrofas aludidas, pero la virilidad de la interpretación (aun con acento americano) suple esas ausencias e invitará, sin duda, al amante de la música de órgano y de los cuerpos corales a compararlo con otras rendiciones con semejantes dosis de heroísmo y circunstancia.
Miguel Toledano Lanza
Domingo de Resurrección, 2019
Esperamos que les haya despertado el gusto musical este interesante artículo de Miguel sobre la obra «Inmortal, invisible», les invitamos a quedarse en nuestra sección de:
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