Empezamos el mes de Mayo y no podía ser de mejor manera que dedicando este artículo a la Emperatriz del cielo, ¿saben quién firma con cuño de amor?
Emperatriz del cielo y de la tierra. Un artículo de Miguel Toledano
Con anterioridad he analizado en esta sección de Marchando Religión tres de los seis títulos que atribuye a María Santísima san Francisco de Sales. Como comenzamos ahora el mes dedicado a Nuestra Señora, adentrémonos hoy en el cuarto de aquéllos: Emperatriz del Cielo y de la Tierra.
El título de emperatriz es análogo al de su Hijo, Nuestro Señor, como rey de reyes. “Rey de reyes y señor de señores” es el nombre que tiene escrito en su vestidura y en su muslo el jinete del caballo blanco que vio Juan en su Apocalipsis. Con el canto al rey de reyes y señor de señores concluye también el Aleluya del conocido oratorio “Mesías”, obra de Jorge Federico Händel.
Luego, si a Cristo le corresponde el imperio supremo, lógicamente a Su madre cumple reconocer semejante dominio. Comúnmente se llama “reina” a Nuestra Señora, pero es más apropiado el título de emperatriz, por ser reina sobre todas las reinas. Aunque, en realidad, al añadirse que la majestad se predica “del Cielo y de la Tierra”, ambos términos vienen a resultar sinónimos; en efecto, la jurisdicción aquí es ejercida sobre todo lo creado; no cabe, pues, mayor caudal de poder conferido por Dios mismo.
El papa Benedicto XIV, en su carta apostólica Gloriosae Dominae, de 27 de septiembre de 1748, explica que el Rey de Reyes “le ha confiado a ella, en cierto modo, su propio imperio y no la mitad de él”. En el mismo documento, el pontífice boloñés añade la razón por la que se produce esa atribución de potestad, a saber, el amor de Cristo Rey hacia Su Divina Madre.
Con esas dos breves afirmaciones del texto romano tenemos una base magisterial sobre sendas cuestiones de la majestad mariana: primero, las características de la soberanía de la Emperatriz; segundo, la causa de esa concesión a su favor.
En cuanto a la primera, comprobamos que, en efecto, el objeto del poder de María Santísima es universal, pleno, en dicho sentido absoluto. No se trata de una división del poder divino en dos ámbitos de ejercicio, de tal manera que Cristo Rey se reserva una parcela como de ejercicio exclusivo y compete a Nuestra Señora otro conjunto de misiones particulares. Sino que el imperio divino le es completamente confiado a la Virgen llena de gracia, que deviene así Emperatriz o titular de dicho imperio.
Esa plenitud del imperio en María es coherente con su papel de Medianera que tradicionalmente le dispensa la religión católica. Intercede en nuestra salvación de tal manera que necesariamente hemos de pasar por ella para llegar a Cristo y recibir Sus gracias, que María posee en plenitud y distribuye con arreglo a los designios divinos.
Además, podemos profundizar en el modo en el que el imperio se ha transmitido a Nuestra Señora. El papa Lambertini utiliza un término concreto, “confiar”, que expresa el carácter fiduciario de la atribución; cuando Dios Padre eligió a la Virgen de Nazaret, desde y para toda la eternidad, como Madre de Su Hijo, sabía que podía confiar en el desempeño por ella de su altísima misión. Esa misma confianza fue renovada una y otra vez por la Inmaculada durante su vida terrestre. Y con igual seguridad de buen gobierno continuó, continúa y continuará por siempre su cometido desde el Cielo.
Junto a la nota de confianza se encuentra el carácter de encargo ínsito en el verbo “confiar”. El poder de María dimana de Dios; Él le encarga un tal cúmulo de responsabilidad, desde la Encarnación del Verbo hasta la salvación de los hombres que acuden a ella, que con razón hemos de profesar su condición de Corredentora. Pero, en todo caso, estamos ante un poder que es derivado, no originario o, en ese sentido, propio. Todo poder es, en realidad, delegado en cuanto que viene de Dios. El de todos los reyes, aunque hoy no Se lo reconozcan. Y hasta el de María como Emperatriz; pues en sentido estricto y absoluto, tan sólo es Rey Jesucristo.
No obstante, el hecho de que Dios encargase a María su misión, de que en último término le delegase Su imperio, no quiere decir que dicho encargo constituyese un acto puramente unilateral. Como es característico del Dios cristiano en Su relación con el hombre, para perfeccionar el consorcio María hubo de consentir y consintió cuando fue visitada por el representante angélico el día de la Anunciación. Desde el “fiat” de la Virgen afloran todos los maravillosos efectos derivados de su magistratura de amor.
En relación con este punto, conviene puntualizar que la transmisión a María del poder no es enajenante, de tal manera que el Rey de Reyes haya abdicado en favor de la Emperatriz. Esto, que puede parecer una exageración más teórica que jurídicamente práctica, se da de hecho en un cierto catolicismo sociológico, que puede llegar a idolatrar a Nuestra Señora con olvido escandaloso de Cristo y/o de Su Iglesia. Una cosa es el vasallaje y otra la idolatría. Conviene no olvidar que María gobierna los Cielos y la Tierra, pero siguiendo la misma palabra de Dios según hizo aquel 25 de marzo del primer año de nuestra era; e igual debemos hacer nosotros.
La segunda de las afirmaciones de Benedicto XIV relativas al imperio de María hace referencia a su causa. ¿Por qué María habría de ser cotitular del señorío sobre el Reino de Cristo? Siguiendo con la misma terminología jurídica que vengo utilizando, es preciso afirmar que el apoderamiento a favor de la Emperatriz es gratuito. Brota, como afirma el pontífice, del amor de Dios hacia la Virgen de Nazaret. Ni siquiera ella, concebida sin pecado original, dotada de la plenitud de la gracia, elegida como Madre del Redentor, cubierta bien antes de Pentecostés con la sombra del Espíritu Santo, merecía lo que se le ofreció.
Al comienzo de estas líneas he hablado de una lógica correspondiente al carácter imperial de Nuestra Señora. Pero no es propiamente una lógica deductiva, al modo cartesiano; sino una lógica más bien interna de lo que conocemos por la fe, una razonabilidad o coherencia que puede entenderse al saber que Dios Padre, de manera gratuita y como signo de Su infinito amor, la bendijo entre todas las mujeres.
Finalmente, podemos preguntarnos cuándo comenzó el imperio de María sobre la Tierra y el Cielo. Sabemos por la fe, según nos relata la Sagrada Escritura, que durante su existencia terrestre no hay apenas rastro alguno de su rango, o cuando menos éste es ejercido con una impresionante discreción. El día de la Anunciación se calificó como “sierva”, si bien la servidumbre divina, como ya hemos visto, no es incompatible con el imperio. En vida de su esposo José se sometió a éste como cabeza de la Sagrada Familia, aunque en un artículo sobre el patriarca he señalado el asombro que el Patrono de la Iglesia sentía hacia la Virgen.
En Pentecostés se advierte ya un claro ascendente de la Madre de Dios sobre el resto de los hombres. En primer lugar, porque no siendo la sola mujer que se hallaba reunida en el cenáculo, es precisamente la única nombrada en los Hechos de los Apóstoles. Y, además, porque el relato neotestamentario no expresa que ella estuviese con los Apóstoles, sino que los Apóstoles estaban con ella. Luego, es claro que la autoridad, cuando menos moral, de María era ya principal aun antes de su Asunción al Cielo.
Benedicto XIV, en Gloriosae Dominae, hace una tercera afirmación que nos interesa, a los efectos de determinar el comienzo del imperio mariano. Dice el pontífice que Dios regaló a María una “brillantísima corona de gloria” que mostrase su superioridad “por encima de todas las obras surgidas de la mano de Dios Omnipotente”.
Pero ¿cuándo se produjo ese regalo, en qué momento tuvo lugar tal coronación? Para responder podemos trasladarnos, en nuestro análisis del magisterio, dos siglos más tarde, concretamente al 11 de octubre de 1954, en que Pío XII instituye la fiesta de la realeza de la Santísima Virgen María a través de su carta encíclica Ad Caeli Reginam.
En un primer momento se diría que la ceremonia de coronación de Nuestra Señora se produce con su Asunción al Cielo. Pío XII, que decretó dicho dogma casi cuatro años antes, añade que, presente en alma y cuerpo en el Cielo, la Beatísima Virgen María reina entre los coros de los Ángeles y de los Santos. Luego, antes de dicha Asunción cabría deducir que no hay tal reino.
Además, citando a san Andrés de Creta, el papa Pacelli recuerda que Nuestro Señor llevó a Su Madre siempre Virgen, en el día de su Asunción, “como Reina del género humano” desde la morada terrenal a los cielos. Por consiguiente, parece inclinarse por que el imperio pleno sobre los hombres nace en ese momento.
Mas el pontífice manifiesta que el argumento teológico principal en que se funda el imperio de María es “indudablemente su divina maternidad”. En consecuencia, desde que se produce la Encarnación se otorgaría con toda congruencia el privilegio imperial mariano. Así resultaría de la cita de san Juan Damasceno recogida en la encíclica: “se convirtió en Señora de toda la creación, desde que llegó a ser Madre del Creador”.
Ahora bien: Si Dios había elegido a la Virgen de Nazaret desde antes de todos los siglos, ¿no se daría la máxima dignidad de María incluso antes de la Encarnación, concretamente, en el mismo momento de su Inmaculada Concepción en el seno de santa Ana? ¿No sería Nuestra Señora Emperatriz desde el primer instante de su propia existencia?
Aquí procede por analogía aplicar la teoría política de la legitimidad del poder en la monarquía hereditaria: Desde el momento de la concepción ya se origina en el príncipe un derecho a la soberanía la cual, sin embargo, se halla todavía en potencia hasta un momento posterior -habitualmente la muerte del rey-, en que se hace acto y es proclamada formalmente.
Por lo tanto, los mismos tres hitos podemos distinguir en el honor de María Santísima: su derecho al imperio, por decisión divina, se genera en el momento de su Concepción Inmaculada; se perfecciona tal imperio en el mismo instante en que en su seno virginal se hace carne el Divino Infante; y es proclamado por primera vez el mismo día de la Anunciación, según afirma el propio Pío XII:
“Fue el mismo arcángel Gabriel el primero que anunció con palabras celestiales la dignidad regia de María.”
Miguel Toledano Lanza
Domingo cuarto después de Pascua, 2021
Les recomendamos el blog de Miguel: ToledanoLanza
Nuestro artículo recomendado, uno de los más vistos en MR: Patris Corde
Les recomendamos nuestro canal de Youtube en el que participa Miguel: MR
*Se prohíbe la reproducción de todo contenido de esta revista, salvo que se cite la fuente de procedencia y se nos enlace.
NO SE MARCHE SIN RECORRER NUESTRA WEB
Marchandoreligión no se hace responsable ni puede ser hecha responsable de:
- Los contenidos de cualquier tipo de sus articulistas y colaboradores y de sus posibles efectos o consecuencias. Su publicación en esta revista no supone que www.marchandoreligion.es se identifique necesariamente con tales contenidos.
- La responsabilidad del contenido de los artículos, colaboraciones, textos y escritos publicados en esta web es exclusivamente de su respectivo autor