En la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, el ya emérito Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó un artículo en el principal diario conservador francés (Le Figaro, 15 de agosto de 2021) titulado “Nadie sobra en la Iglesia de Dios”. El texto completo está disponible gratuitamente en este enlace.
Debilidades en la oposición al Papa Francisco. Un artículo de Miguel Toledano
El núcleo del documento es de orden litúrgico y viene a situarse en la línea de oposición al motu proprio “Traditionis custodes” del papa Francisco, promulgado apenas un mes antes. Sin embargo, con carácter previo a entrar en materia de culto divino propiamente dicho, el purpurado africano hace una alusión al humanismo y a la ecología, en tanto que subordinadas a la fe, “único tesoro de la Iglesia”.
Contra protestantes y fideístas, no compartimos que la fe sea, ni mucho menos, el único tesoro de la Iglesia. Pero no queremos insistir en el desarrollo de este punto, para no desviarnos del discurso central del purpurado. En realidad, las referencias mencionadas al humanismo y a la ecología constituyen críticas veladas a las encíclicas “Fratelli tutti” y “Laudato si’”, de 2020 y 2015, respectivamente o, si se quiere, de 2015 y 2020, por guardar su orden cronológico. Alcanzada la jubilación, el africano se sitúa públicamente como estandarte de la oposición política a la fracción dominante en el cónclave de 2013.
El problema es que, a continuación, nuestro autor califica tanto el humanismo como la ecología de “realidades buenas y justas”. El humanismo es, más que realidad, una ideología heterodoxa que un neto defensor de la tradición de la Iglesia no puede invocar ni como buena ni como justa. La ecología, reducida a sus estrictos términos científicos, cabría considerarse objeto de estima, pero no nos podemos sustraer, en tanto que “realidad”, a lo que significa en el contexto filosófico, político y social actual, esencialmente secularizado. Con todo, resulta más grave la adherencia al humanismo que, en definitiva, a una rama particular de la biología. Por lo que sobre el humanismo volveremos después, a cuenta de la cuestión litúrgica.
Adentrándose ya en ésta, el cardenal reprocha a “algunos teólogos” reabrir la guerra de cultos entre el misal tridentino y el utilizado urbe et orbe a partir de 1970. De esta reprimenda se deducen dos implicaciones. De una parte, la suposición de que existe un grupo de expertos, supuestamente no numeroso pero sí influyente, que habría decantado la voluntad del Santo Padre a una agresión tras el armisticio benedictino. De otra, que esa misma paz, superadora de dos posiciones contrarias, es un bien que debe preservarse.
Para reforzar el argumento, el prelado guineano trae a colación la autoridad del romántico y luterano Goethe, quien definió lo sagrado como “aquello que une a muchas almas”, con clara metodología subjetivista y, una vez más, secularizante. Aplicado el dístico del poeta al problema litúrgico, resultaría que los dos ritos, el tridentino y el moderno, son sagrados en tanto
unen a las abundantes almas que aceptan pacíficamente la existencia de ambos.
El fundamento de esa paz, para este representante cualificado del ratzingerismo, sería la continuidad que encarna la reforma de Pablo VI respecto de la Misa de san Pío V. Por cierto, que obiter dicta conviene resaltar que en estos mismos términos se expresa el articulista en relación con los dos pontífices, olvidando afortunadamente que aquél ha sido también canonizado – por Francisco.
¿Y cuáles serían los frutos, junto a la paz, de la cohabitación birritualista? Pues nada menos que “su enriquecimiento mutuo”. Verdaderamente aquí se revela la argumentación del biblista, para quien la Misa católica se enriquece con los progresos ecuménicos del misterioso Bugnini.
Reemplazado el viejo Altar por la mesa, vuelto el sacerdote hacia el pueblo para presidir la asamblea, reducida al mínimo la lengua considerada secularmente sagrada en favor de la vulgar, desunidos los dedos índice y pulgar tras la consagración, desaparecidos los reclinatorios de comunión, generalizada la concelebración sacerdotal, etc. cabe preguntarse qué quiere significarse con el termino de enriquecimiento mutuo empleado por el emérito.
Análogamente y con mayor claridad, el progresismo alega el enriquecimiento ecuménico entre católicos y protestantes, tan presentes éstos en el desarrollo de las novedades citadas con el fin de asegurarse su implantación desde el Vaticano en los últimos cincuenta años.
O, en el plano teológico, la mayor parte de los eclesiásticos formados en los seminarios diocesanos post-wojtylianos aceptan el “enriquecimiento mutuo” entre la doctrina apoyada en la filosofía tomista y la “Nouvelle Theologie”, de matriz existencialista, así como la superación de ambas a través del humanismo integral y el personalismo.
O, en el nivel político, se evoca tanto por progresistas como conservadores la superación del enfrentamiento entre el Reinado Social y el liberalismo mediante su enriquecimiento biunívoco culminante en la laicidad de la democracia y el reconocimiento de los derechos humanos de penúltima generación.
O, ya particularmente en el ámbito histórico español, se celebra la concordia de la democracia parlamentaria actual como solución del conflicto civil entre dos bandos opuestos e igualmente desagradables en nuestra Cruzada del siglo pasado, punto de coincidencia una vez más entre clérigos conservadores y progresistas.
Pero la verdad no se enriquece con el error; ni el bien se enriquece con el mal, a no ser acometiendo éste como aliciente para ser reducido, para lo que primero es preciso reconocer y declarar uno y otro.
Según el cardenal pensionista, no se debe excluir ninguno de los dos ritos en beneficio del otro, ni declararlos inconciliables, porque equivaldría a “reconocer una ruptura”, o sea, a reconocer la debilidad de la famosa hermenéutica de la continuidad de Benedicto XVI. Pero esto es poner la realidad al servicio de una idea; es decir, la tentación más típicamente moderna.
Aceptar la ruptura atentaría contra la paz litúrgica, signo, según nuestro autor, “de la paz que la Iglesia puede aportar al mundo”. Mas la paz no construida sobre el orden no es verdadera paz, sino claudicación. Paz de igualdad entre lo que no merece los mismos derechos: lo legítimo y lo ilegítimo, lo auténtico y lo postizo, lo católico y lo innovador, lo divino y lo humano.
En la Sagrada Escritura hay, entre tantos, un pasaje que enseña para siempre, de forma gráfica y dramática, que la solución a la disputa entre desiguales no es la componenda, sino la afirmación de la verdad, que derrota a la falsedad. Se encuentra en el tercer capítulo del libro de los Reyes y tuvo por protagonista a un sabio hombre de Dios que, al impartir justicia, no empleó la espada, sino la razón.
Miguel Toledano Lanza
Solemnidad de la Epifanía, 2022
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