La semana pasada falleció, tras las enésimas complicaciones producidas por un mieloma, el presidente del Parlamento Europeo, David-Maria Sassoli, a los 65 años de edad.
David-Maria Sassoli. Funeral de Estado. Un artículo de Miguel Toledano
El viernes tuvo lugar el funeral de estado en la Basílica de Santa María de los Ángeles, sita en la actualmente denominada Plaza de la República.
Mucho se podría decir de este acontecimiento. Yo me voy a ceñir hoy a tres aspectos: El necrológico, el litúrgico y el institucional.
Parece natural comenzar por el finado. Profesionalmente, se desempeñó como periodista. Llegó a especializarse en la presentación de los telediarios de la RAI, de donde fue expulsado tras acceder el centro-derecha al gobierno. Ello le permitió dirigir sus actividades al Parlamento Europeo. A menudo se ha reconocido su carácter amable y bondadoso.
En el funeral, tanto el sacerdote que, de acuerdo con el principio de creatividad generalizado tras el Concilio Vaticano II, hace la presentación de la ceremonia, como posteriormente en el sermón, por dos veces se destaca su condición de miembro del “catolicismo democrático”.
En una primera aproximación, ese calificativo sorprende. Si hay un catolicismo democrático, eso quiere decir que por fuerza debe existir el catolicismo no democrático. Y, sin embargo, en su Carta a los Efesios, san Pablo habla de “un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo”. Menos hubiera llamado la atención, a estas alturas, que se le describiese como “socialista católico”, un poco en la línea de nuestros Paco Vázquez, Pepe Bono o el Padre Ángel. Pero no: ninguno de los dos clérigos habla de “socialista católico”, sino de “católico democrático”.
A lo que ambos se refieren es a la adhesión del dirigente desaparecido a la ideología del catolicismo liberal o modernismo, que ambos eclesiásticos ensalzan igualmente. En efecto, Sassoli, junto a otras personalidades italianas como el ex-primer ministro Prodi, presente en el funeral, forman parte de la “izquierda democristiana”, una de las facciones surgidas en el catolicismo liberal de la I República. A su vez, ellos proceden del “Partido Popular”, creado por el sacerdote siciliano don Luigi Sturzo en 1919, tan pronto como la Santa Sede levantó su prohibición formal. Desde mediados del siglo XIX, el escritor romántico Manzoni y el sacerdote modernista don Romolo Murri, suspendido a divinis y excomulgado por san Pío X, habían lanzado tal corriente modernista.
Vamos con el segundo de los enfoques, el litúrgico. Ante todo, destaca la belleza deslumbrante de la basílica pontificia construida sobre las termas de Diocleciano, enfrente de los palacios gemelos porticados. El interior de Miguel Ángel se halla decorado con grandes retablos vaticanos que la convierten en idónea para honrar, como es debido, el trance en el que los gobernantes se enfrentan al inapelable juicio divino.
Frente a ello, el desarrollo de la ceremonia resultó caricaturesco. Es escandaloso que hasta los protestantes, hoy en día, presenten con mayor dignidad las exequias de sus muertos. Pienso, por ejemplo, en el reciente funeral reformado de Lady Margarita Thatcher. Parece que la Iglesia Romana hubiese tirado por la ventana la seriedad formal que refleja admirablemente la superioridad de su doctrina.
Desde el comienzo, todo llevaba la marca de lo chapucero: los comentarios de los motoristas en la retransmisión, la entrada improvisada de los fieles, las exclamaciones de las pintorescas fuerzas de la República, las vestimentas estrafalarias de todos los celebrantes sin excepción, el nulo fomento de la devoción de los asistentes, el abandono del féretro a ras de suelo sin catafalco alguno. Insistimos en que incluso los protestantes siguen exigiendo el tocado en la cabeza de las damas y la etiqueta más severa en los caballeros.
Y, lo que es peor, con las innovaciones del Misal han desaparecido oraciones fundamentales de culto a Dios y en pro del interesado: En lugar del introito de la Misa de difuntos, en la que el ministro pide al Señor que otorgue el descanso eterno, el sacerdote “presentador” justificó la incineración del pobre difunto; alegando que, en definitiva, lo importante será el alma, no el ya maltratado cuerpo del Sr. Sassoli, que ahora sí que va a recibir la puntilla definitiva de las llamas químicas. Desconocemos si este representante tardío del platonismo cree en el dogma de la resurrección de la carne, que recitamos, como mínimo, una vez a la semana en el Credo.
La secuencia clásica, en la que la asamblea implora con esperanza la piedad del buen Juez y suplica humildemente Su perdón, queda borrada de un plumazo. El ofertorio, donde San Miguel escucha para conducir muchas almas a la santa luz, se despacha en la Misa nueva con una línea que apenas algunos repiten. Si el birritualismo es, en realidad, un desequilibrio clamorosamente inclinado en una sola dirección, cuando menos en el momento de la muerte sería necesario asegurar las máximas garantías para aliviar el Purgatorio.
En primera fila estaban sentadas con las piernas cruzadas, no sólo las dos mujeres que en la actualidad representan, respectivamente, a la Comisión y al Parlamento Europeo, sino además el presidente del Consejo de la Unión, asimismo de piernas y brazos cruzados, como si estuvieran todos escuchando una sesión habitual de sus reuniones en Bruselas. Pedro Sánchez guardaba semejante porte, a pocos metros de los anteriores.
No se arrodillaron una sola vez ni pueblo ni tonsurados. Ni siquiera en la Consagración. Tampoco para comulgar; ningún fiel recibió la Comunión de rodillas o, mucho menos, en la boca. Por supuesto, la responsabilidad corresponde, en mayor término, a las autoridades de la Iglesia, que tratan la presencia real como si fueran funcionarios desencantados. No había reclinatorio alguno, ni delante del altar ni en los asientos de los invitados.
La música desplegó igual mediocridad. El órgano es magnífico, aunque su emplazamiento, la elección de las piezas y el porte del interprete difícilmente podían elevar demasiado la categoría espiritual de la ocasión. Un despropósito, impropio de la concurrencia de tres cardenales de la Iglesia Apostólica (Zuppi, De Donatis y Betori).
Entramos así en el tercer y último apartado de esta breve disertación. No vamos a extendernos sobre las aporías de la dichosa concelebración post-conciliar, que introduce la confusión respecto a quién consagra las especies santas. Nos limitamos a reseñar que al cardenal Zuppi le acompañaban nada menos que el poderoso Vicario General de la diócesis de Roma y el arzobispo de Florencia, patria chica del fallecido.
En cuanto a Zuppi, fue compañero de estudios de bachillerato y se notaba su complicidad con Sassoli (q.e.g.e.); no sólo en cuanto a la lógica camaradería sino también, aparentemente, en sus respectivas coincidencias intelectuales. Es titular de la archidiócesis boloñesa. Y ha celebrado públicamente la Misa tridentina en dos circunstancias recientes: aquí y aquí.
Pero, por otro lado, desde 2018 es un conocido defensor del padre James Martin, en su empeño por amparar abominaciones tales como la práctica de relaciones íntimas entre personas del mismo sexo, el travestismo o la mutilación sexual voluntaria.
Atención a Zuppi y a De Donatis para el próximo cónclave, donde pueden dar juego.
El video completo del funeral puede contemplarse de forma gratuita en este enlace. Pero queda el lector advertido: No espere demasiadas invocaciones al Altísimo, antes bien el estilo propio del humanismo sentimental, grato al paladar secular contemporáneo; que es fácilmente digerible por el progresismo y la masonería. Y completamente ajeno al buen gusto.
Miguel Toledano
Domingo segundo después de Epifanía, 2022
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