Continuamos con la serie asalta a la roca. Hoy, D. Vicente nos acerca a la figura de Pío IX
«Asalto a la roca III-El Pontificado de Pío IX», Rev. D. Vicente Ramón Escandell
La contraofensiva católica: el pontificado de Pío IX
El fin del Antiguo Régimen puso en tela de juicio los tradicionales privilegios temporales de la Iglesia, como también su control sobre el pensamiento y el ordenamiento político y social. Se habría un tiempo de cambios, para el cual la Iglesia no contaba, al menos en sus primeros pasos, con personalidades fuertes y capaces para luchar contra el mundo nacido de la Revolución Francesa.
Los pontificados de Pío VII y Gregorio XVI habían puesto de manifiesto la debilidad del poder político pontificio, incapaz de controlar las nuevas ideas dentro y fuera de la Iglesia. La crisis del catolicismo liberal saldada con la su condena en Mirari vos y la aparición de corrientes contrarrevolucionarias, los tradicionalistas, confirmaban la división ideológica de la Iglesia, que amenazaba con llegar a una división doctrinal, que se vislumbraría a finales de siglo con el Modernismo condenado por San Pío X.
En este contexto, surge la figura del Beato Pío IX, el último Papa Rey, pero también el primer Pastor Universal de la Iglesia que ejerció libremente su ministerio al margen de las intrigas y conflictos políticos que habían sacudido la Santa Sede desde finales de la Edad Antigua. Con mano firme, pero sin olvidar su deber paternal para con los descarriados, el Beato Pío IX guio los destinos de la Iglesia por el turbulento siglo XIX desde 1846 hasta su muerte en 1878, el pontificado más largo desde san Pedro.
El frente exterior (1846-1870): el fin de los Estados Pontificios
La llegada al trono papal de Pío IX fue saludado con gran regocijo tras la muerte de Gregorio XVI, un papa severo y enemigo declarado del Liberalismo. Estas esperanzas, más temporales que espirituales, anidaban en el corazón de aquellos que, en el contexto de la unificación italiana, soñaban con una Italia unida bajo la egida del Romano Pontífice. Pero Pío IX no era de la misma opinión: los Estados Pontificios, sombra de lo que fueron, debían ser y permanecer independientes, pero para ello necesitaban del apoyo de Austria, la principal potencia católica que sostenía, con sus armas, al Papa frente a los piamonteses, decididos a unir todos los Estados de la península itálica en una sola y única nación.
En 1848, a pesar de las reformas liberales del Papa, y en el marco de la gran revolución europea, promovida por Gran Bretaña y que inspiró el Manifiesto comunista de Marx, aparecido ese mismo año, Pío IX se ve forzado a abandonar la Ciudad Eterna. Un grupo nacionalismo, con vínculos con la masonería, llamado la <<Joven Italia>> expulsa al Papa de su sede y proclama la República Romana. Disfrazado el Papa huye al Reino de Nápoles, donde es acogido por la agoniaca monarquia borbonica, apoyada por tropas españolas y francesas. Pero para consuelo del Papa, el sueño republicano de Roma fenece rápidamente, y apoyado por los franceses regresa a la Ciudad Eterna, donde resistirá numantinamente hasta 1870.
En su exilio Pío IX se da cuenta del peligro que supone el Liberalismo, no sólo para su soberanía sobre los Estados Pontificios, sino también para el futuro de la Iglesia y del Catolicismo. El Papa reformista ve con tristeza que sus intentos de reformar su gobierno, de darle un sentido más liberal, han fracasado, e inicia una campaña de combate y defensa de su autoridad temporal y espiritual frente al Liberalismo que, apoyado por potencias extranjeras y por las logias masónicas, pretende no sólo desposeerle de su autoridad temporal, sino también expulsar a Dios de la sociedad.
Sin embargo, su éxito en este frente será limitado: vuelve a Roma para ver declinar su autoridad ante la emergencia del Reino del Piamonte que, desde el norte, arrasa con austriacos, y que por el sur se lleva por delante el Reino de Nápoles y de las Dos Sicilias. Para 1870, fecha del Concilio Vaticano I, los Estados Pontificios se reducen ya a la ciudad de Roma y sus alrededores. Mientras los Padres Conciliares proclaman debaten y aprueban constituciones dogmaticas, las fuerzas piamontesas, lideradas por el masón Garibaldi, penetran en la Ciudad Eterna tomándola por las armas, a pesar del heroico sacrificio de la Guardia Suiza y de los pocos soldados franceses que han permanecido en ella tras el estallido de la Guerra Franco – Prusiana aquel mismo año.
1870 marca el fin del poder temporal del Papado, cuyos Estados quedan absorbidos por el Reino de Italia, que traslada su capital de Milán a Roma. Pío IX permanecerá recluido en el Vaticano, considerándose prisionero del Estado italiano, una situación que terminara en 1929 cuando, su sucesor Pío XI, firme los Acuerdos de Letrán que daban carta de nacimiento al Estado de la Ciudad del Vaticano.
El frente interno: ofensiva doctrinal contra el Liberalismo (1846-1878)
A pesar del abrumador peso que suponía reformar y salvaguardar los Estados Pontificios, Pío IX era consciente de su deber como Sumo Pontífice de continuar la labor espiritual de sus predecesores frente a los errores nacidos de la Revolución Francesa.
En una de sus primeras encíclicas, Qui pluribus(1846), el papa advierte sobre los enemigos contra los que la Iglesia, y él como su Pastor Supremo, debe combatir; entre ellos, apunta a los que establecen una oposición entre la fe y la razón, a los herederos de la Ilustración, que rechazan la fe como algo ilógico, propio de mentes rudas e ignorantes. Con visión profética, el Papa habla ya del comunismo, aún incipiente, como uno de los peligros que acechan a la Iglesia: Entre estos [peligros] es abominable y sobre todas las cosas antirracional la doctrina llamada del comunismo, que, de admitirla, acabará por destruir desde los cimientos los derechos, las cosas y las propiedades de todos y hasta la misma sociedad humana. Digo “profético”, porque hay que esperar hasta 1848 para la publicación del Manifiesto comunista, carta fundacional del marxismo y fuente de inspiración del comunismo tanto ideológico como practico; sin conocer el documento, el Papa entrevé sus peligros, mucho antes de su realización practica en la Revolución Rusa de 1917.
Pocos años después (1849), durante su estancia en Gaeta, el Papa sigue advirtiendo contra el peligro de las viejas y nuevas ideas que van extendiéndose, como la pólvora, por una Europa convulsa. Allí, el Santo Padre hace un llamamiento, realizado ya en Qui pluribus para el clero, de la necesidad de la formación de los fieles para combatir las nuevas ideas. Ese mismo año, ya restablecido en Roma, el Papa sigue advirtiendo contra estas ideas revolucionarias, en su encíclica Nostis et Nobiscum, haciendo, de nuevo, especial hincapié en los peligros del socialismo y del comunismo, y haciendo un llamamiento a los Obispos para que vigilen con paterna solicitud la elección de candidatos al sacerdocio. Para su asombro, Pío IX afirma lo siguiente sobre esto último: ¡Oh dolor!, aunque poco en verdad, no han faltado en Italia algunos eclesiásticos que, pasados al campo de los enemigos de la Iglesia, les han servido de poderosa ayuda para engañar a los fieles. Más la caída de aquellos debe serviros a vosotros, venerables hermanos, ciertamente de nuevo estimulo para velar cada vez con mayor tesón por la disciplina del clero. La ideas liberales y revolucionarias, para dolor del Papa, habían penetrado en la misma Iglesia romana e italiana, entre su clero más cercano, ante la pasividad voluntaria o involuntaria de sus superiores.
La actividad papal de Pío IX no se limito a estos documentos primerizos, poco conocidos para el gran público, pero proféticos, que manifiestan sus intuiciones sobre el futuro del mundo en el que le había tocado vivir. En 1854 el Santo Padre daba un paso histórico y proclama el dogma de la Inmaculada Concepción, haciéndose eco del sentir del Pueblo de Dios hacia este misterio de la María, por la Bula Ineffabilis, en cuya redacción trabajo personalmente; y cuatro años más tarde, en 1858, la Santísima Virgen María aparecía en Lourdes afirmando, como una celestial confirmación del documento papal, que ella era la Inmaculada Concepción.
En 1864 sale a la luz su documento más polémico: la enciclica Quanta cura y el Syllabus, con los que anatemiza los principales errores filosóficos, teológicos, políticos y jurídicos del Liberalismo. Errores tales como la libertad de culto y de conciencia, como también el indiferentismo en materia religiosa fueron condenados, porque eran la bandera de batalla del Liberalismo frente a la Iglesia; estos ideales suponían, para quienes los promovían y practicaban, la exaltación de la absoluta autonomía del hombre frente a Dios y del rechazo de toda ley superior que, según ellos, limitaba la libertad del hombre. El Syllabus fue un duro golpe para los católicos liberales que, como Montalembert, apoyaban un acercamiento y aceptación de la Iglesia de las libertades modernas, como también de su deseo de una reformulación más liberal de las verdades católicas. En este sentido, el Syllabus es un precursor del Decreto Lamentabili de san Pío X contra el Modernismo que, en tiempos de Pío IX iba esparciendo, de un modo sigiloso, sus errores en las mentes y corazones del clero y los eruditos católicos.
Como colofón de su magisterio, encontramos las Constituciones apostólicas emanadas del Concilio Vaticano I sobre la relación entre la fe y la razón, y el Primado Petrino (1870). De especial interés es la primera, titulada Dei Filius, cuya intención fue rechazar las tesis racionalistas pero también las fideístas. Las primeras, heredadas de la Ilustración, rechazaban la capacidad de la fe para conocer a Dios; mientras las segundas, nacidas como reacción contra la Ilustración y el Racionalismo, afirmaban que sólo la fe es capaz de conocer y contemplar a Dios. Siguiendo la tradición tomista, Pío IX afirma que es posible conocer a Dios a través de la Creación y mediante el uso de la razón, obras ambas del Creador; en cuanto a la fe, sostiene que esta supone un asentimiento de la razón a las verdades reveladas por Dios, que no puede engañar ni engañarse. En cuanto a la segunda, Pastor aeternus, Pío IX confirmaba, como verdad revelada, la infalibilidad del Papa en materia de fe, moral y costumbres, reforzando, de esta manera, el primado romano y desarticulando los últimos restos de galicanismo.
Sobre este último punto, hubo bastante polémica dentro y fuera de las sesiones conciliares: no todos los Padres consideraban oportuna la definicion dogmanica, ya por motivos políticos, ya por motivos históricos y teológicos. A pesar de que estos terminaron por aceptar la definición dogmatica, un pequeño grupo de intelectuales alemanes, liderados por el profesor alemán Dollinger, se opusieron a aceptar la definición dogmatica y constituyeron la llamada “Iglesia de los viejos católicos” o “veterocatolica”, fruto, en parte, de las viejas pretensiones nacionalistas de una parte de la Iglesia alemana, y de la oposición a la definición dogmática conciliar.
Un Pontificado polémico, pero positivo
Pío IX libró su última gran batalla en 1870, como soberano y como pontífice, afrontando la aparición de una nueva realidad política, el Reino de Italia, fruto del Liberalismo, pero oponiéndose al influjo de este en la vida de la Iglesia y de los católicos.
Con la definición dogmatica de la infalibilidad pontificia y del primado romano, Pío IX reforzaba la autoridad espiritual y administrativa del Romano Pontífice, al tiempo, que la figura del Papa recuperaba, en gran medida, el prestigio que había perdido en el correr de los siglos. Pío IX ya no era el Soberano de un Estado, sino la Cabeza visible de la Iglesia, si bien, carecía de una realidad estatal que respaldara su acción pastoral.
A su muerte, en 1878, dejaba a su sucesor una Iglesia fortalecida, con un fuerte espíritu misionero y decidida a plantar cara al mundo moderno, no con la fuerza de las armas, sino con las de la fe. El Liberalismo había encontrado en él un digno oponente, que jamás se rindió ante las adversidades y que sentó las bases de la Iglesia del siglo XX. Sería tarea de su sucesor, León XIII, intentar dialogar con ese mundo hostil, al tiempo que neutralizar al emergente movimiento conocido como “Modernismo”, que pretendía, no el dialogo con el mundo moderno, sino la conversión de la Iglesia a este.
D. Vicente Ramón Escandell Abad, Pbro.
Esperamos que este viaje histórico por el pontificado de Pío IX les haya gustado. Les invitamos a leer los dos artículos anteriores de esta serie: Asalto a la roca y Asalto a la roca II-Iglesia y liberalismo
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