Cada año vemos cómo se han incrementado las celebraciones paganas con motivo de halloween, generando una verdadera fascinación por el mundo del mal. Nosotros los católicos nos aferramos a vivir en la liturgia de Cristo más que nunca en estos días de oscuridad para el mundo.
Vivir sin liturgia en la tierra es como vivir en el infierno con los demonios, por Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
Cada otoño, previo de la fiesta de Todos los Santos, parece haber un creciente interés en todas las cosas tenebrosas, perturbadoras y demoníacas. Algunas personas tratan esto como una diversión inofensiva, una inocente manera de “desahogarse” o de “pasar un buen rato”. Otras, más perspicaces, ven en esto un fenómeno indicativo de un profundo desorden espiritual o una malicia caracterizada por una perversa fascinación por el mal. Las películas, música popular, vídeo juegos, los diseños de la moda reflejan esta misma tendencia. El mundo secular está haciendo una tregua con el Malvado, jugando con fuego, y quienes juegan con esta clase de fuego salen quemados.
Nuestra protección y fuerza viene de aferrarse a Cristo y a Sus santos, sobre todo en la liturgia y en los sacramentos que Él nos ha dado como fuente de vida y de luz. El demonio, por otro lado, no tiene liturgia, ni sacramentos, ni fuente de vida y luz. Dar una mirada más cercana a esto nos ayudará a renovar nuestra gratitud por los dones de Dios y a ver los peligros de desviarnos de este camino.
Los ángeles caídos no tienen una obra de caridad común, ni una obra común de adoración divina.
Tal como uno de los Padres del Desierto dijo una vez, el demonio no tiene rodillas. Su mentalidad es non serviam, “no te serviré” y todos los demonios piensan de la misma manera: consciente conformismo. Por esta razón es que en el infierno no existe propiamente dicho una jerarquía. Más bien son como bandidos que están forzados a juntarse por interés propio.
Contrario a la prevalente manera democrática de pensar, la liturgia está esencialmente conectada con lo jerárquico. Cristo el Sumo Sacerdote es el único que lidera la adoración, y es Él quien se digna a permitir la participación del sacerdote, del diácono, del subdiácono, de los ministros, de los cantores, del coro, de los laicos, cada cual en su, o en sus, propio lugar o función. No se puede pedir o crear un rol litúrgico, más bien se recibe y se entra en él. Ser litúrgico es someterse libremente a una regla externa, a un orden que no es creación propia nuestra, a un todo complejo del cual somos partes humildes.
La liturgia nos lleva más allá de nosotros mismos hacia roles que no son innatos, heredados o de moda; hacia reinos que están fuera de los límites para ser meras creaturas; hacia acciones o pasiones que son sobrenaturales tanto en sus orígenes como en sus metas.
Cuando cantamos la liturgia, estamos parados fuera de nosotros mismos en lugares celestiales:
“Ya se posan nuestros pies ante tus puertas, ¡oh, Jerusalén!” (Salmo 122, 2). Nuestra acción de poner en nuestros labios palabras pronunciadas por otro es una reforma de nuestra humanidad, es revestirnos de Cristo, es una renuncia a las ambiciones de Babel y una silenciosa bienvenida al Espíritu de Pentecostés.
Por todas estas razones, el demonio no tiene ni puede tener liturgia. Aunque él está forzado a someterse a la autoridad del Todopoderoso, él no desea someterse y, por lo tanto, no puede entrar en la alegría de su Señor. Él no reconoce autoridad sino la de su propia voluntad, razón por la cual no hay paz en el infierno. No tiene la humildad de situarse como siendo parte de un gran todo y para tomar para sí las palabras de otro. No tiene el deseo de sufrir el éxtasis del amor.
Tal como nuestro Señor dice en el Evangelio de San Juan: “Él fue homicida desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque no hay nada de verdad en él. Cuando profiere la mentira, habla de lo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira”. (Juan 8, 44) Jesús habla con precisión metafísica y psicológica. El demonio es un asesino porque él envidia la vida de Dios y la quita a aquellos que la tienen más que recibir esta vida como un don y promover él mismo don a otros. Él no permanece en la verdad porque la verdad, para una criatura, es siempre la adecuación entre el intelecto y su objeto (adequatio rei et intellectus) de modo que el intelecto se mide por la realidad existente fuera de sí mismo.
El intelecto creado tiene verdad, contiene verdad, pero no puede ser la verdad, porque esto solo es prerrogativa de Dios.
En este sentido, la verdad solo puede estar en nosotros, pero nunca de nosotros como si fuésemos su origen o medida.
Por tanto, la persona que rechaza la verdad de Dios termina por desalojar la verdad de su mente y comenzar una carrera de falsificación, ambas en la forma de auto decepción (vemos como el demonio a lo largo de los Evangelios y de hecho a través de toda la historia actúa como si él pudiera en realidad ¡derrotar a Jesús!) y en la forma de decepción de los demás (podemos ver como el padre de la mentira fustiga a las personas a un frenesí de mentiras, manipulación y conformismo). El demonio, y cualquiera de sus imitadores, “habla de lo suyo propio”. Él solo hablará la superficial “sabiduría mundana” que es su contenido mental; escupirá sofismas, banalidad y cinismo. Esto es lo que ocurre al no estar dispuesto a tomar para sí las sabias, profundas, brillantes y verdaderas palabras de otro: Su Creador.
Lucifer, como su nombre significan (portador de luz), fue creado para reflejar la Palabra y de esta manera ser resplandecientemente hermoso en su propia naturaleza. Él abandonó la Palabra y así se convirtió en feo a pesar de su maravillosa naturaleza. Un lago cuando está tranquilo puede tomar la forma de las montañas contra un cielo vespertino y, de esta forma, ir más allá de su naturaleza de agua para participar de la naturaleza de la tierra, del aire y del fuego. En contraste, un lago, cuando está turbulento y enlodado de alguna manera el agua parece perder sus mejores virtudes, como su claridad, pureza y la capacidad para aplacar la sed. El lago claro en su reflejo llega a ser más que sí mismo; el lago enlodado es su turbiedad llega a ser menos que sí mismo. Herbert McCabe una vez observó: “Esta es la teología detrás de la historia del Jardín del Edén. No hay forma en que los seres humanos pudieran ser simplemente humanos. Ellos tenían que ser sobrehumanos o inhumanos.”
Los sagrados ritos son nuestros salvavidas, nuestro cordón umbilical con la Santa Madre Iglesia.
Ellos nos mantienen nutridos y seguros en el valle de las sombras de muerte. El Valle de la Muerte original no está en California, sino en el infierno. El infierno es verdaderamente el valle de la muerte porque el que ahí vive más bien está continuamente muriendo, está atrapado en las profundidades y no puede llegar a los lugares más altos, hasta el monte Sión y la ciudad del Dios vivo. Las Escrituras llaman al mundo caído en el cual los hombres vivimos “el valle de las sombras de la muerte” porque está bajo el poder, limitado y destinado a fracasar, aunque real, del Maligno.
Por el bautismo somos liberados de sus garras; por la confirmación fortalecidos para nuestra batalla contra el mundo, la carne y el demonio; en la Eucaristía alimentados por el pan de los Ángeles; limpiados del pecado en la Penitencia. Y de muchas otras maneras la victoria de Cristo y de su compañía de Santos es compartida por nosotros, para que así nuestro ascenso a Su reino sea seguro.
Peter Kwasniewski
Puedes leer este artículo sobre la imposibilidad de vivir sin liturgia en su sitio original en inglés: https://www.lifesitenews.com/blogs/living-on-earth-without-the-liturgy-is-like-living-in-hell-with-the-demons
Pueden leer todos los artículos del profesor Peter en nuestra página: Profesor Peter Kwasniewski
Si no quieren vivir sin Liturgia, le recomendamos el siguiente documental:
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