Estamos en combate desde el principio de los tiempos y hoy todo parece más complicado. En la batalla del rey estamos llamados todos al combate, ¿preparadas las armas?
«Caen mil a mi derecha: La batalla del rey», Manuel Cuevas
Llevamos ya mucho tiempo en campaña, nuestro ejército se ve cansado y es necesario acampar para reponer fuerzas y sanar heridas, enterrar a nuestros hermanos caídos y preparar nuestras armas para seguir el combate.
Esta guerra parece no tener fin y se origina desde el inicio del tiempo, a nosotros nos ha tocado llegar aquí para enfrentar al enemigo que nos ha arrinconado y diezmado profundamente.
Muchos de mis hermanos ni siquiera han probado alimento, algunos se quitan el pan dela boca y donan su ración para los enfermos y más necesitados, que a decir de algunos todos lo somos pues estamos famélicos heridos y debilitados, pero ese pan de vida que nos dan nuestros sacerdotes es literalmente maná del cielo que nos sostiene y nos da lo necesario para resistir las batallas que hasta hoy hemos enfrentado.
Nuestro comandante en jefe nos dice que no desesperemos que la victoria es nuestra aunque para los ojos del mundo parecemos ya vencidos, pues cada vez somos menos y casi no hay reclutas que suplan nuestras pérdidas, sin embargo somos una maquinaria de guerra bien aceitada que arrasa a enemigos mucho más numerosos y aparentemente más fuertes que nosotros, somos los soldados que entregamos el alma y la vida por nuestro Rey, por nuestro Señor.
El Rey nos confió estar preparados, estar dispuestos a velar y resistir, hemos visto como algunos de los nuestros de forma heroica traban singular combate con los adalides del enemigo que como la Hidra al ser vencidos surgen más cabezas del monstruo y nuevamente otros enemigos ocupan su lugar(Mt 24,44).
Se tienen noticias de que el rey viene pronto y nosotros nos aprestamos a mantener el deposito confiado a preservar el tesoro que solo le pertenece a nuestro soberano, muchos lo han tratado de robar, el enemigo de forma avariciosa quiere hacerse de él, pero sabemos que no pasará pues se nos ha prometido que ninguna fuerza hostil ni contraria a nuestro Señor podrá vencernos y que nos mantendremos siempre fieles como columnas que resguardan al verdadero pueblo del Rey.
El maligno y sus esbirros se multiplican y usan todos los medios posibles por engrosar sus filas y debilitarnos, pero no lo han conseguido, aunque si vemos con tristeza como se pierden vidas por seguir las mentiras de quienes se muestran políticamente correctos y obedecen al enemigo pero no a su Rey, creen que sirviéndole al príncipe de este mundo que quiere destronar a Nuestro Señor podrán tener lo que les promete falsamente ese traidor que no cumplirá nunca lo prometido ya que no puede por no ser su por herencia ni por derecho dar lo que no es suyo, pues en su orgullo y soberbia se ha creído más grande y mejor que nuestro Rey de reyes, y por ello fue expulsado junto con sus secuaces delante del trono , desde entonces han hecho la guerra para conquistar lo que no es suyo ni crearon ni les pertenece, han hecho guerra contra el Hijo del Rey y lo han torturado, lo han matado, pero no contaban con que pronto volverá más allá de los confines de la muerte para dar testimonio y juicio contra ellos.
Cuando el enemigo nos ataca, se burlan y nos gritan ¿Dónde está tu Rey? ¿Dónde está tu Señor?
Y se burlan de que seamos unos cuantos y presumen que ellos son millones, que su número se incrementa con los grupos masones que controlan gobiernos, con sus brigadas de género que pervierten las mentes, con sus batallones de izquierda que con su ateísmo e injurias atentan contra la dignidad real y divina de Nuestro Señor, aquellos grupos de mayor odio por ser los hijos corrompidos del príncipe de este mundo que con sus vestiduras negras y sus conjuros de palabras pretenden hacernos daño, pero nuestro rostro es como roca, nuestros cuerpos una atalaya, nuestras armaduras rechazan una y otra vez los venablos y dardos que nos lanzan.
Veo armas terroríficas, que lanzan rayos, explosiones, truenos y cosas inimaginables y están en manos de nuestros enemigos, sin embargo el buen Rey no nos dejó desamparados y las armas y armaduras que poseemos pueden despedazar cualquier ataque del enemigo que eso si deja heridas y mutila y daña, pero que no toca un ápice nuestras almas que son fieles al Señor de los ejércitos.
Sabemos que el ya viene, y no debemos apesadumbrarnos, aunque el día avanza y la tarde ya declina, parece la señal para que seamos atacados por todos los frentes.
Lo que más duele es la traición y defección de los nuestros, aquellos que al igual que nosotros recibieron del Señor la armadura y el agua de salvación, aquellos que decían amar al rey y juraron defender su bandera, se han vuelto algunos tibios y han dejado que su corazón se corrompa y permitieron que el enemigo gane terreno, y nos haga retroceder cada vez más.
No entendemos como aquellos capitanes y comandantes que deberían ser ejemplo, se han pasado desvergonzadamente al enemigo y nos atacan con lo que más nos duele, en el amor al Rey, a su Madre y al reino que dejó en depósito a sus Senescales y ministros y que muchos de ellos vencidos por la avaricia, la lujuria, el relativismo, traicionaron lo más sagrado que debe tener cada hombre y traicionando su palabra y sus votos, se han consumido en una blasfemia y una pasión desordenada atacando lo que debería serles más sagrado y más querido, a esos el Rey los pondrá en el lugar que se merecen y que han labrado con su traición al Señor.
Miguel, nuestro comandante, nos arenga en esta hora oscura y llena de vicisitudes, nos inflama el corazón al oír el amor al Rey y la fidelidad que le hemos prometido, nos llena de un celo y un ardor que nos consume por defender la casa del Señor y todos a una gritamos vivas y vítores de alabanza al Señor de los ejércitos, entonces, nuestro supremo Comandante Miguel, sacando su espada flamígera se enfrenta en un combate singular ante el más soberbio y poderoso enemigo que tiene el rey, antiguo compañero de armas suyo y con el terror y la fuerza de servir al Rey lo vence y arrastra con cadenas al calabozo, en espera de su juicio.
Las huestes enemigas aúllan de dolor y rabia, pero no están vencidos, saben de su mayoría, se saben poseedores de la fuerza para arrasarnos a los que quedamos en pie junto a nuestro comandante y el blasón real que ondeamos como faro luminoso en este atardecer que ya fenece, la oscuridad ha llegado y cae siendo utilizada por nuestros enemigos en contra nuestra, nos cuesta respirar, nos cuesta levantarnos, pero una y otra vez nos alzamos movidos por el amor al Señor y los rechazamos , a pesar de las afrentas, a pesar de las heridas, a pesar que mueren muchos de los mejores capitanes y compañeros de milicia, pues acaso no sabemos que eso es la vida de los hombres y que nuestra cabeza y alma no descansaran hasta que se cumpla la victoria completa y definitiva de nuestro Rey(Job 7,1).
Estamos en un duro combate y veo que caen mil a mi derecha y 10 enemigos a mi izquierda, y me pregunto ¿cómo es posible? Esto es por gracia de nuestro Rey y realmente no por obra nuestra, pues hemos puesto nuestra esperanza en el Señor(Salmo 97,7-10)
La oscuridad es total, el enemigo se alza con un griterío espantoso y se abalanzan contra el resto fiel al Señor creyendo que nos han vencido, es el momento más terrible y de soledad que vivimos, pero nuestra esperanza y confianza en el Señor es total y aquí moriré si así lo tiene dispuesto mi fidelidad y servicio a mi Rey.
Pero cuando más heridos y desfallecidos estamos oímos un ruido estremecedor en toda la tierra, se cimbra en sus cimientos, los mares se alzan en impresionantes columnas contra los montes, el aire enrarecido se vuelve irrespirable y los cielos empieza a despuntar una luz y un brillo enceguecedor que nos envuelve a todos, un clamor de miles de trompetas anuncian lo que esperaba nuestro corazón, el Rey ha vuelto, viene comandando sus huestes y se alza inmenso y glorioso secundado por millones de almas fieles, pero Él es el Señor de los Ejércitos, el Rey de Reyes, el dueño de la vida y de la muerte, de todo el universo y no necesita de nadie y así únicamente su presencia es suficiente para aplastar a el enemigo, no hay guerrero, demonio o esbirro del maligno que no sea derrotado por el Señor y son vencidos y encadenados todos los que osaron alzar su mano contra el Rey y contra sus fieles(Ez 38,2-11; Ap 20,7-8)
Callan los heraldos y las trompetas del ejercito real, los blasones reales se enarbolan en lo alto, se produce un silencio impresionante, la multitud se junta y por un don inesperado, un portento vemos a nuestros camaradas caídos erguirse junto a nosotros, a todos los que derramaron la sangre por ser fieles al Rey junto a nosotros y todo ser vivo y creatura se congrega para escuchar el juicio del Rey.
La llanura inmensa parece que alberga a todo ser viviente que ha existido desde la creación y entonces con voz poderosa y omnipotente el Rey habla.
“Yo traigo el juicio justo contra todos, he vuelto pues siempre cumplo mis promesas y doy el ciento por uno a los que guardan fidelidad a mis palabras y mandamientos, doy la recompensa prometida a cada uno según sus obras pues yo soy el Señor, soy el Rey de reyes ,soy el principio y el fin, el amo del tiempo y de la historia, a los fieles a mí, vengan ,sean benditos pónganse a mi diestra, restañen sus heridas sanen sus corazones y sus almas, entren a la gloria prometida para mis elegidos ,siervos buenos y fieles, venid benditos de mi Padre tomen posesión de su heredad”
Entonces somos transportados a la diestra de nuestro Rey y Señor alabándolo por los siglos de los siglos.
El Señor sentado desde su trono glorioso vuelve a dictar sentencia;
“A ustedes traidores fuera de mi vista a todos los que han faltado a sus votos y palabra, aquellos que han envilecido la tarea encomendada, aquellos que distorsionan mi doctrina, aquellos que no cuidan la salvación y el celo de las almas, aquellos que han servido al príncipe de este mundo, fuera de mi vista.
No tendrán lugar en mi reino ni en mi presencia asesinos, lujuriosos e idolatras, hechiceros, no tendrán salvación los que adoran ídolos paganos o demonios , corrompen a mi pueblo, engañan y pervierten, no tendrán parte conmigo quienes se solazan en relaciones contra natura, quienes defienden el asesinato de inocentes en el vientre de su madre, de los que por treinta monedas me han traicionado y en lugar de combatir por mí y por mi reino lo entregaron al enemigo, no tendrán parte conmigo aquellos que abusaron de niños, aquellos que vendieron su alma al maligno, aquellos que se entregaron a la hechicería, a todos los que son injustos, aquellos que no ayudaron al prójimo ni les preocupó servirme, no tendrán lugar conmigo masones, satanistas, modernistas, ateos, paganos, feministas, abortistas, modernistas, apártense malditos vayan a su castigo al lago de fuego(Dan 7,9-10; Mt 25,31-46;Hch 17,31;Hch 10,42; 1 Cor 4,5; 2Cor 5,10; 1pe 4,5; 2 Pe 3,7-10; Jn 12,31;Mt 13 1,43; Rom 2,16; 2 Tim 4,8; Ap 19;20,21; 22)
Así situándonos a la diestra del Rey, hemos llegado ante el trono de nuestro Amo y Señor, a nuestro juicio, delante de Él me humillo y le digo, “he combatido el buen combate, he mantenido mi palabra ante ti mi Señor y no soy digno de llamarme hijo tuyo, pero el Señor me mira y traspasa todas mis dudas y cura mis heridas pronunciando su sentencia sobre mi dice “Ven hijo mío, te estaba esperando entra en el gozo de tu Señor”
Entonces las almas de todos los elegidos, del resto fiel que ama al Señor gritamos:
¡VIVA CRISTO REY!
Manuel Cuevas Miles Christi.
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