Julian Kwasniewski, Julio 2, 2023
Traducido por Augusto Merino para MR
El 4 de julio de 2023 se cumplen 400 años de la muerte del gran compositor recusante William Byrd [N. del Tr.: recusante es el término con que se alude a los ingleses que optaron por seguir siendo católicos en tiempos de la Reforma inglesa del s. XVI no obstante la persecución de que eran víctimas; en inglés, “bird” significa “pájaro”]. El legado de Byrd incluye más de 400 obras musicales, y su vida es un recordatorio de que, aun en tiempos de persecución, siguen siendo posibles y valiosas las grandes artes católicas.
La música católica de Byrd merece que se le dedique unos minutos de tiempo, por muy ocupado que se esté, porque es uno de los muchos tesoros de la cultura de la Iglesia, tanto natural como sobrenatural, con los que hay que enriquecer nuestra vida. Este año de su conmemoración es una oportunidad de descubrir su música y su significado.
William Byrd nació probablemente en Londres hacia 1540, hijo de Thomas y Margery Byrd. Su familia fue musical y tuvo buena posición económica. Sus hermanos se dedicaron al comercio en el rubro de libreas para sirvientes, y sus hermanas probablemente se casaron también con comerciantes. Uno de sus cuñados fue fabricante de instrumentos musicales. No está claro cuál fue la religión de Byrd en su niñez: es probable que su familia fuera protestante. Byrd fue probablemente cantor en el coro de la Capilla Real, bajo la dirección de Thomas Tallis, otro brillante compositor de la época, que siguió siendo católico al tiempo que se desempeñaba en la Inglaterra reformada.
El primer puesto importante de Byrd fue de organista y director musical de la Catedral de Lincoln, una de las mayores y más magníficas catedrales de Inglaterra. En ese cargo tuvo que proporcionar música para las ceremonias anglicanas, debiendo navegar entre, por un lado, quienes disfrutaban de una rica música religiosa y, por otro, algunos puritanos como el archidiácono John Aylmer. En el documental de la BBC sobre Byrd, “Playing Elizabeth’s Tune”, Charles Hazlewood compara la florida firma de Byrd con la de Aylmer, sencilla y angulosa; curiosa manifestación de las diferencias que llevarían, finalmente, a la suspensión de Byrd como director de coro, probablemente a causa de su ornamentada ejecución de la música de órgano y a la polifonía.
En 1568, ya cerca de los treinta años, Byrd se casó con Juliana Birley. De esta unión nacieron al menos siete hijos. Quizá fue Juliana quien llevó a Byrd al catolicismo, pues pocos años después Byrd solía reunirse con conocidos católicos. En la Inglaterra de la época, se exigía a todo el mundo asistir a las ceremonias de la Iglesia anglicana. Se llevaba un registro con la asistencia, y los que se ausentaban eran denunciados y contados entre los “recusantes”, es decir, los que rehusaban cumplir con la exigencia legal de asistencia. Esto resultaba a menudo en la imposición de castigos, como multas, ya que la lealtad hacia el gobierno civil estaba entremezclada con la religión desde que Enrique VIII se proclamara a sí mismo cabeza de Inglaterra, tanto en asuntos espirituales como temporales. Juliana, la mujer de Byrd, comenzó a ser citada como recusante a partir de 1577, en tanto que él comenzó a figurar en el listado de recusantes desde 1584.
Habiendo obtenido en 1572 un puesto en el prestigiado conjunto musical de la corte, la Capilla Real, se toleró en él el catolicismo de Byrd. En “Playing Elizabeth’s Tune”, Christopher Haigh, de Christ Church, Oxford, sostiene que la presencia en la corte de “católicos domesticados”, como Byrd, era útil como publicidad para la Reina Isabel. Se podía comentar, así, “Qué tolerante y generoso de parte de la Reina permitir alguna libertad de conciencia; ella no es una tosca puritana que no sabe apreciar las artes”. Por otra parte, Byrd firmó un juramento de reconocimiento de Isabel como suprema cabeza de los asuntos espirituales y temporales en Inglaterra, pero, al mismo tiempo, parece haber recibido algún tipo de licencia para practicar el catolicismo, evitando -al menos en aquel período- tener que pagar las multas que se imponía a los recusantes. Byrd logró retener el favor y la confianza de la Reina mientras continuaba, simultáneamente, confraternizando con algunos prominentes católicos, incluso algunos sacerdotes.
Muchos estudiosos creen que la elección por Byrd del texto para sus motetes refleja el clima en que tenía que practicar su catolicismo: motetes como Vigilate, para cinco voces, desarrollan el tema de la persecución, de la aflicción y de la vigilancia. “Vigilad, pues, porque no sabéis a qué hora volverá el señor de la casa, si por la tarde, o a medianoche, o al canto del gallo, o a la madrugada; no sea que viniendo de repente os encuentre dormidos. Lo que a vosotros os digo, a todos lo digo: ¡vigilad!” (Marcos 13, 35-37).
Esta es una obra llena de tensión, que no sólo nos amonesta a ser vigilantes sino que exige vigilancia también para cantarla. El uso que hacer Byrd de notas rápidas y de síncopas crea una atmósfera enérgica. Su coloración de las palabras es dramática: en el término gallicantu (el canto del gallo) las voces suben estilizando el sonido del ave. Un grupo de ocho notas suena tan repentinamente como la palabra correspondiente “repente”, en tanto que, inmediatamente a continuación, los valores de las notas se prolongan en el término dormientes, como un pasaje de sueño, lleno de cromatismo y suspensiones. Hay dos excelentes grabaciones de esta obra, una por Voices 8 Scholars y la otra por Apollo 5 (este último video incluye la partitura).
Hacia 1594 la actividad de Byrd en la Capilla Real disminuyó, y mudó su domicilio al pueblito de Stondon Massey, en Essex, donde vivió el resto de su vida. Quizá el principal motivo de la mudanza fue estar cerca de su patrocinador, el Barón John Petre. Recusante muy tranquilo, John Petre fue también músico de talento, que disponía de una buena colección de instrumentos: un laúd, cinco violas, virginales y órgano. Se sabe que Byrd llevó músicos a la residencia del Barón para amenizar varias reuniones, y que proporcionó música para las Misas secretas. Un testigo ocular narra que se encontró al mártir jesuíta Henry Garnet “junto con varios jesuítas y caballeros, que hacían música, entre los cuales estaba Mr. William Byrd, que tocaba el órgano y varios otros instrumentos. A esa casa acudía, especialmente en los días solemnes que guardan los papistas, mucha nobleza y muchas señoras, en coches u otros medios”i.
A pesar de las adversas condiciones en que tuvo que vivir y trabajar, la ambiciosa música sagrada de Byrd figura entre la más bella del Alto Renacimiento. Aunque algunas de sus obras, como su “Misa para Tres Voces” puede cantarse por músicos sin mucha preparación, hay otras bastante difíciles. A diferencia de sus contemporáneos en el continente, como Andrea y Giovanni Gabrieli, Byrd no tuvo a su disposición docenas de músicos para quienes componer obras corales. Gran parte de la música coral de Byrd, aunque difícil, está compuesta para una media docena o menos de cantantes. El Miserere a 5, cantado por Gesualdo 6, es un excelente ejemplo de cómo se puede crear una rica textura musical con sólo cinco voces. Se requiere una musicalidad excelente para hacer música como ésta; pero hacen falta sólo cinco músicos, no una docena o más, como exigen las obras de Gabrieli. Esta ejecución de Suscipe clementissime Deus de Gabrieli es un buen ejemplo de una obra continental que requiere al menos catorce músicos. Uno de los más famosos y querido motetes de Byrd, el Ave verum, es otro exquisito ejemplo de cómo se necesitan pocas voces para crear una obra polifónica verdaderamente intemporal. La versión de Gesualdo 6 nos permite apreciar cómo pudo haberse oído cantada por sólo voces masculinas.
Como dijimos antes, Byrd escribió también música para las ceremonnias anglicanas, componiendo tanto en inglés como en latín. Aunque el grueso de su música sagrada está dominado por textos latinos, su música en inglés no es menos magistral. La virtuosística versión Voices 8 de Praise our Lord all ye Gentiles, ilustra un estilo musical comparable a su polifonía latina, revelando su sensibilidad a la diferente acentuación del inglés. Los complejos contrarritmos en las diversas voces, así como las imitaciones melódicas, crean una textura extraordinariamente rica.
Una pieza íntima, que suena inicialmente como si fuera una pieza profana, es su Lulla, lullaby, un poema en que la Virgen María canta al niño Jesús una canción de cuna, lamentando la muerte de los Santos Inocentes ordenada por Herodes (el texto completo puede encontrarse aquí). El cambio de ritmo en la segunda parte produce una sensación de agitación a partir, paradojalmente, de las palabras “Quédate quieto, mi niño bendito”. Esto es seguido por el refrán “Oh triste, y pesado día, cuando los malvados hacen su voluntad”. La interpretación que prefiero de esta pieza es la de Sarah Richards y Les Luths Consort; la voz delicada y cadenciosa de Sarah Richards armoniza perfectamente con los laúdes, creando un sonido intensamente doméstico. The Sixteen producen un efecto diferente al interpretar esta obra como una pieza enteramente coral -lo que es un ejemplo de la variedad de instrumentaciones que permite la música renacentista-.
Sin embargo, no toda la música en inglés de Byrd es una concesión al anglicanismo. Su obra Why do I use my paper, ink and pen? es la puesta en música de un poema de San Henry Walpole, compuesta para conmemorar la muerte de San Edmund Campion -quien, a propósito, fue un exacto contemporáneo de Byrd, puesto que nació en 1540, que es la fecha atribuída al nacimiento de Byrd-.
Pero Byrd no fue un compositor sólo de música sagrada. Su música para conjuntos y para teclado es tan virtuosística como pionera. Byrd escribió casi para todos los instrumentos musicales entonces disponibles, excepto quizá el laúd. Como laudista que soy, puedo especular que esto se debe a que no se sintió cómodo escribiendo para un instrumento que él no tocaba, especialmente por haber tantos laudistas contemporáneos suyos que podían hacer y, de hecho, hicieron, arreglos de su música para este instrumento. Un ejemplo interesante es el de una de sus fantasías, quizá compuesta para violas da gamba, interpretada por Les Luths Consort con cuatro laúdes.
El conjunto de violas -normalmente compuesto de siete violas- es un producto especial del renacimiento inglés. Una viola da gamba es lo más parecido a un cello moderno, pero hay importantes diferencias. Sus cinco a siete cuerdas están afinadas de modo diferente y el instrumento se sostiene entre las piernas (“viola da gamba”, en italiano, significa “viola de piernas”). Hay violas de diferentes tamaños, desde sopranos a bajos. Su sonido es notablemente más delicado y suave que el de la familia de los violines, aunque el concepto de un cuarteto de cuerdas es muy parecido al de un conjunto de violas. La música compuesta para conjuntos de violas en la Inglaterra isabelina usa en esencia el mismo vocabulario musical polifónico, con cada viola tocando una voz. De hecho, la ejecución en violas de música vocal fue común, y es probable que la música vocal de Byrd se tocara a menudo con una combinación de voces y violas. Una famosa obra de Byrd para conjunto de violas es In Nomine a 4.
Aunque Byrd no compuso mucha música profana aparte de la música instrumental mencionada más arriba, nos legó unas cuantas joyas que adornan la tradición inglesa del madrigal. Ha dicho Susan Treacy que Though Amarillis dance in green, de Byrd, “está entre los mejores ejemplos del jardín inglés de madrigales”ii. El Conjunto Fretwork -uno de los principales conjuntos ingleses de violas- he hecho una grabación fascinante de él, con la soprano Grace Davidson.
Byrd vivió en Stondon Massey hasta su muerte. Aunque parece que se le impusieron multas más pesadas después de que abandonó Londres, murió rico. En 1590 o poco después, escribió partituras de Misas, para cuatro y cinco voces. Aunque probablemente las escribió para ser usadas en las casas de recusantes, las hizo imprimir y, audazmente, incluyó su nombre en cada página de las partituras; quizá no fue, después de todo, tan “domesticado” como han supuesto algunos. Estas fueron las primeras Misas puestas en música que se compusieron en Inglaterra desde la restauración de la Reina María en los años 1550. Aunque la música para estos textos es sublime, hay relativamente poca coloración de las palabras o insólitos énfasis, salvo en las palabras del Credo: et unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam. En todas las partituras, las voces las cantan al unísono, para subrayar estas palabras con la claridad de la homofonía.
El compromiso de Byrd con su fe se confirma en su testamento, en que escribió que deseaba morir como había vivido: “Y que pueda vivir y morir como un verdadero y perfecto miembro de su santa Iglesia católica, fuera de la cual creo que no hay salvación”. Pidió ser enterrado “cerca del lugar en que está enterrada mi mujer”. Aunque he hablado fundamentalmente de su vida como músico, la vida de Byrd como católico recusante debe servir de ejemplo para los católicos de hoy, que enfrentan diversos grados de persecución no sólo de parte de gobiernos civiles, sino de parte de la propia jerarquía al interior de la Iglesia. Figuras como Byrd nos recuerdan que la creación de las grandes artes sigue siendo posible incluso en tiempos de adversidad.
La música de Byrd es parte de la cultura que nos pertenece como católicos y herederos de la Cristiandad europea. Es nuestra para que la conozcamos y la transmitamos. Como ha dicho Joseph Shaw en The Liturgy, the Family, and the Crisis of Modernity, la cultura que necesitamos como individuos y como familias no es solamente devocional: necesitamos crear un entorno en que los padres y los hijos puedan verdaderamente sentirse en casa, y ello no se hace exclusivamente con la oración y los sacramentos. La familia necesita cultura. Necesita una tradición culinaria, de formas de vestirse, de arquitectura, de decoración del hogar; necesita villancicos y cuentos de hadas… La cultura católica es una cultura tanto natural como sobrenatural, y es tarea de la familia sostenerla, desarrollarla y transmitirla.
La música, como la de Byrd, es un excelente lugar de encuentro entre lo puramente profano y lo religioso. Inspirada fundamentalmente en el culto litúrgico, la música de Byrd puede ser apreciada en cuanto arte por su valor intrínseco. En una época en que difícilmente pueden los verdaderos católicos seguir las degradantes tendencias de la cultura profana, y en que es difícil reconciliar el vivir la fe tradicional con las actitudes de muchos dirigentes católicos, crece la sensación de que los católicos fieles son recusantes. En la lucha contra lo que Shaw llama “la captura final de la Iglesia, en cuanto institución humana, por sus enemigos”, lo único que podrá, al cabo, salvar la fe será “el rechazo de los católicos corrientes a aceptar” la secularización de la Iglesia.
Imitemos, pues, el ejemplo de la vida de William Byrd. Dediquemos tiempo a sumergirnos en la belleza que contiene su música; esta tranquila alimentación de arte trascendente dará -igual que la oración- profundidad y piedad a nuestra recusación. Este alimento impedirá que nuestros sentidos y nuestra alma sean amortiguadas por la invasiva banalidad y la fealdad que llenan nuestro mundo.
Oigamos esta música. Y no permitamos que ninguna monarquía ni Reforma ni liberalismo católico nos domestiquen.
Julian Kwasniewski
i Citado en Philip Caraman, Henry Garnet (1555-1606) and the Gunpowder Plot (New York: Farrar, Straus & Co., 1964), p. 320.
ii The Music of Christendom (Augustine Institute & Ignatius Press: 2021), p. 70.
Nuestra recomendación: https://marchandoreligion.es/una-exploracion-de-la-musica-de-arvo-part/
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