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Un agua nueva

Una mujer de Samaría llega al pozo de Jacob, ahí empieza sucambio de vida ¿y nosotros, estamos dispuestos también a beber un agua nueva que apague nuestra sed?

Un agua nueva, Rev. D. Vicente Ramón Escandell

MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO

1. Relato Evangélico (Jn 4, 5-42)

En aquel tiempo, Jesús llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta.

Llega una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber». Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice la mujer samaritana: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva». Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?». Jesús le respondió: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna».

Le dice la mujer: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla». Él le dice: «Vete, llama a tu marido y vuelve acá». Respondió la mujer: «No tengo marido». Jesús le dice: «Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad».

Le dice la mujer: «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar». Jesús le dice: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad».

Le dice la mujer: «Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo». Jesús le dice: «Yo soy, el que te está hablando».

En esto llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: «¿Qué quieres?», o «¿Qué hablas con ella?». La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?». Salieron de la ciudad e iban donde Él.

Entretanto, los discípulos le insistían diciendo: «Rabbí, come». Pero Él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis». Los discípulos se decían unos a otros: «¿Le habrá traído alguien de comer?». Les dice Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega. Ya el segador recibe el salario, y recoge fruto para la vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador. Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador: yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga».

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por las palabras de la mujer que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que he hecho». Cuando llegaron donde Él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, y decían a la mujer: «Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo».

2. Comentario del Evangelio

El encuentro de Jesús con la Samaritana es uno de los episodios más hermosos del Nuevo Testamento. Juan recurre a este encuentro para hacernos una hermosa catequesis sobre el Bautismo y la gracia de Dios, que vino precedida del dialogo de Jesús con Nicodemo acerca del nacer de nuevo, es decir, de la regeneración del hombre por las aguas bautismales.

También Juan aprovecha la ocasión para hablarnos del carácter universal de la misión de Jesús: los judíos y los samaritanos, hermanos de raza, estaban divididos religiosamente y rendían culto al mismo Dios en lugares separados; de ahí, la extrañeza de la samaritana de que Jesús, un judío, quiera hablar con ella. Él le expone que en el futuro judíos y samaritanos ya no estarán separados por un lugar de culto, sino que en adelante se unirán en un “culto en espíritu y en verdad”; Él es el Profeta que esperaban los samaritanos y el Mesías de los judíos, por ello, sale al encuentro de ambos y les propone su mensaje salvador, para hacer de ellos, de nuevo, un solo pueblo unido por la gracia y por el Bautismo.

3. Reflexión

Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo[1] nos recuerda el Concilio Vaticano II.

Estas palabras del Concilio Vaticano II nos recuerdan una verdad fundamental de nuestra fe y que deberíamos recordar más a menudo. Por el Bautismo somos consagrados a Dios de un modo especial, somos hechos propiedad suya y miembros del Cuerpo Místico de Cristo, que es su Iglesia.

Esta consagración nos compromete a una vida santa, de acuerdo con nuestra pertenencia a Dios, el Santo por excelencia. Esta no es un imposible, sino más bien, una posibilidad que podemos lograr con nuestra obediencia a Dios, acogiendo su gracia que nos transforma y nos hace cada vez más semejantes a Él. Para ello no es necesario complicadas formulas espirituales y ascéticas, simplemente la práctica sacramental frecuente, la oración confiada, el ejercicio de las obras de misericordia y el cumplimiento diario de las tareas de cada día irán santificándonos y fortaleciéndonos en nuestra cotidiana consagración a Dios, haciéndonos verdaderamente piedras vivías del Templo de Dios.

Por el Bautismo todos somos llamados a una misma vocación, que es la santidad, la cual, se desarrolla y vive en los diversos estados de vida que hay en la Iglesia. Sacerdotes, religiosos y fieles viven su condición de bautizados a través del cumplimiento de los deberes de su vocación, para lo cual no les faltan los auxilios divinos necesarios para ello. Dios cuida de cada uno de nosotros para que vivamos con alegría y generosidad nuestra común y particular vocación, a pesar de las pruebas que podamos sufrir en nuestra peregrinación hacia Él.

A este respecto, tengamos hoy presentes a aquellos jóvenes y adultos que son llamados por Dios al sacerdocio, y que tanto necesitan de nuestras oraciones; Dios los ha escogido con particular amor para hacerlos dispensadores de sus misterios a favor de su Pueblo, más allá de sus virtudes, perfecciones o defectos. Oremos, pues, por ellos para que el Señor los vaya dirigiendo hacia su meta y sean verdaderamente pastores según su corazón, sacerdotes consagrados a la salvación de las almas y dispuestos a dar su vida por sus ovejas.

4. Magisterio de la Iglesia

SAN PÍO X (1903-1914)

¿Qué es el Bautismo?

El Bautismo es un sacramento por el cual renacemos a la gracia de Dios y nos hacemos cristianos.

¿Cuáles son los efectos del Bautismo?

El sacramento del Bautismo confiere la gracia santificante, por la que se perdona el pecado original; y también los actuales, si los hay; remite toda la pena por ellos debida; imprime el carácter de cristianos; nos hace hijos de Dios, miembros de la Iglesia y herederos de la gloria; y nos habilita para recibir los demás sacramentos.

Catecismo Mayor, parte IV, cap. 2

5. Oración.

Señor Jesús, de cuyo costado abierto manaron los sacramentos de nuestra salvación, danos tu gracia y tu perdón para vivir nuestra vocación bautismal con generosidad y alegría; y danos sacerdotes santos que te hagan presente en medio del mundo. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad


[1]LG 10

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Author: Rev. D. Vicente Ramon Escandell
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad: Nacido en 1978 y ordenado sacerdote en el año 2014, es Licenciado y Doctor en Historia; Diplomado en Ciencias Religiosas y Bachiller en Teología. Especializado en Historia Moderna, es autor de una tesis doctoral sobre la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús en la Edad Moderna