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El peligro de la religiosidad popular

¿Están las imágenes de los santos por encima de Nuestro Señor? ¡Ay, cuidado con esas muestras de religiosidad popular! Vivamos sanamente nuestra Fe.

El peligro de la religiosidad popular, un artículo de Manuel Cuevas

Estamos en tiempo de Cuaresma donde se dan diversas manifestaciones de la religiosidad popular en los pueblos católicos, hay que decirlo, muchas manifestaciones de esa religiosidad son erróneas o un exceso, en ocasiones contrarias a la fe de quienes nos decimos profesar el catolicismo.

Como ejemplo, el “Miércoles de ceniza” es de los días del año que mayor concurrencia tienen los templos con filas de gente que acuden a que se les imponga la ceniza, pero que no tienen la mínima idea de lo que es este sacramental, su origen e intención y sobre todo que le dan un significado “mágico” que no tiene, de entrada no es día que sea de precepto acudir el miércoles de ceniza, y no tiene ningún poder el traer la marca de ceniza ,si no es manifestación de la fe que decimos tener, es tiempo de conversión y preparación para la Pascua del Señor, me pregunto ¿Cuántos de esas personas que acuden a recibir la ceniza van seguir yendo a Misa todos los domingos, y recibir los sacramentos?

Muchas peregrinaciones y procesiones con un fin bueno, pueden ser motivo para algunos para cometer excesos en comer y beber, en incorporar costumbres que muchas veces son paganas en un afán de sincretismo y que permita a las personas llevar conjuntamente imágenes de Cristo, la Virgen o los Santos junto con elementos paganos, los que vivimos en países latinoamericanos frecuentemente vemos y experimentamos esos aspectos de la religiosidad o piedad popular en las procesiones, peregrinaciones o fiestas patronales que le da más importancia al boato, a lo externo, a la fiesta externa, pero no al culto y liturgia que enseña la Iglesia.

Otro caso es por ejemplo el uso de imágenes en las cuales algunas personas mal informadas y peor evangelizadas depositan mayor con fianza en un “santito” como dicen en México que en digamos los Sacramentos o la misma Eucaristía, donde está Cristo realmente.

Cuantas veces no hemos oído decir, «Recele mejor a la Virgencita de la capilla tal, es más milagrosa» o “lleve esta estampita y no le caerá un rayo, no lo atropellaran y nada malo le pasará» » La Virgen tal es más milagrosa que la otra», «San Juditas es el mero mero para pedirle un milagro “, o “Si no compartes esta cadena Dios y los santos se enojarán contigo y tendrás mala suerte” y así muchas expresiones que caen en exceso, superstición , nada de sentido Cristiano y que muchas veces es contrario a la doctrina católica.

Dice el catecismo de la Iglesia Católica sobre la religiosidad popular en sus numerales #1674 al 1676.

1674 Además de la liturgia sacramental y de los sacramentales, la catequesis debe tener en cuenta las formas de piedad de los fieles y de religiosidad popular. El sentido religioso del pueblo cristiano ha encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las peregrinaciones, las procesiones, el vía crucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc. (cf Concilio de Nicea II: DS 601; 603; Concilio de Trento: DS 1822).

1675 Estas expresiones prolongan la vida litúrgica de la Iglesia, pero no la sustituyen: «Pero conviene que estos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos para que estén de acuerdo con la sagrada liturgia, deriven en cierto modo de ella y conduzcan al pueblo a ella, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos» (SC 13).

1676 Se necesita un discernimiento pastoral para sostener y apoyar la religiosidad popular y, llegado el caso, para purificar y rectificar el sentido religioso que subyace en estas devociones y para hacerlas progresar en el conocimiento del Misterio de Cristo. Su ejercicio está sometido al cuidado y al juicio de los obispos y a las normas generales de la Iglesia (cf CT 54).

FORMAS DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR

– Sin pretender hacer una lista exhaustiva y una explicación sobre la magia y las festividades, parece que las formas de la religiosidad popular, especialmente las de tipo latino-meridional, pueden reducirse a las siguientes: prácticas mágico-supersticiosas, que no raras veces se unen a ritos cristianos (hechicerías, mal de ojo y cosas parecidas); culto acentuado a la Virgen y a los santos, que encuentra su expresión típica en las fiestas a veces de mucha duración («fiestas largas»)cayendo algunas personas sin formación adecuada en una idolatría de facto, pues veneran más a la Virgen y a los Santos que ha Dios mismo; peregrinaciones a los santuarios; cultos y ritos de carácter sentimental, preferentemente los que se celebran con motivo de importantes acontecimientos biológicos de la existencia (nacimiento, fecundidad y muerte)como ejemplo los altares de muertos con creencias prehispánicas en México en el que lo importante es el finado, no Dios, eso da pauta a cultos extralitúrgicos dirigidos a personas muertas o todavía en vida a las que se atribuyen poderes especiales’.

FUNCIONES DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR

– Los actos con que se expresa la piedad popular manifiestan la exigencia de establecer una relación con Dios y tienen, por tanto, en primer lugar, una función típicamente cultual. Sin embargo. Ha de observarse que, lejos de considerar a Dios como valor supremo y principio incondicional, el pueblo lo contempla como un poder que puede plegarse en beneficio propio mediante determinadas habilidades y mediaciones. Tal actitud utilitarista, aunque no excluye lo más genuinamente espiritual y religioso de la dedicación desinteresada, que, junto a otros rasgos espirituales, está muy presente en la religiosidad popular, favorece una gestión mágico-sacra de la religión con las consiguientes desviaciones.

Otra función manifiesta en la religiosidad popular es la que se observa en la respuesta que da a la exigencia, sentida muchas veces por parte de la población, de la impetración de favores materiales y espirituales y de la ostentosa manifestación de gratitud por parte de quienes creen haber sido escuchados en sus oraciones y haber obtenido la «gracia». A estas instancias responden lugares y tiempos como son las fiestas, las peregrinaciones, los santuarios y los exvotos.

Por último, la religiosidad popular responde a un complejo muy variado y cargado de exigencias típicas de las clases que se expresan y se realizan en ella: exigencia de asegurarse contra las incertidumbres que marcan la vida del pobre por lo que atañe al trabajo y a la salud; exigencia de diversión y de contacto comunitario en compensación por la rutina degradante de todos los días y por el aislamiento de clase; exigencia —muchas veces latente o atrofiada por las manipulaciones externas, que H. Cox califica como «seducción del espíritu» y estigmatiza como el «más cruel abuso de la religión»‘— de innovación social y religiosa.

La religiosidad popular, que se expresa de formas diversas y diferenciadas, tiene como fuente, cuando es genuina, la fe y debe ser, por lo tanto, apreciada y favorecida. En sus manifestaciones más auténticas, no se contrapone a la centralidad de la Sagrada Liturgia, sino que, favoreciendo la fe del pueblo, que la considera como propia y natural expresión religiosa, predispone a la celebración de los Sagrados misterios.

La correcta relación entre estas dos expresiones de fe, debe tener presente algunos puntos firmes y, entre ellos, ante todo, que la Liturgia es el centro de la vida de la Iglesia y ninguna otra expresión religiosa puede sustituirla o ser considerada a su nivel.

Es importante subrayar, además, que la religiosidad popular tiene su natural culminación en la celebración litúrgica, hacia la cual, aunque no confluya habitualmente, debe idealmente orientarse, y ello se debe enseñar con una adecuada catequesis.

» La Liturgia es el centro de la vida de la Iglesia y ninguna otra expresión religiosa puede sustituirla o ser considerada a su nivel. «

Las expresiones de la religiosidad popular aparecen, a veces, contaminadas por elementos no coherentes con la doctrina católica. En esos casos, dichas manifestaciones han de ser purificadas con prudencia y paciencia, por medio de contactos con los responsables y una catequesis atenta y respetuosa, a no ser que incongruencias radicales hagan necesarias medidas claras e inmediatas.

La historia muestra, ante todo, que la relación entre Liturgia y piedad popular se deteriora cuando en los fieles se debilita la conciencia de algunos valores esenciales de la misma Liturgia. Entre las causas de este debilitamiento se pueden señalar:

– escasa conciencia o disminución del sentido de la Pascua y del lugar central que ocupa en la historia de la salvación, de la cual la Liturgia cristiana es actualización; donde esto sucede los fieles orientan su piedad, casi de manera inevitable, sin tener cuenta de la «jerarquía de las verdades», hacia otros episodios salvíficos de la vida de Cristo y hacia la Virgen Santísima, los Ángeles y los Santos;

– pérdida del sentido del sacerdocio universal en virtud del cual los fieles están habilitados para «ofrecer sacrificios agradables a Dios, por medio de Jesucristo» (1 Pe 2,5; cfr. Rom 12,1) y a participar plenamente, según su condición, en el culto de la Iglesia; este debilitamiento, acompañado con frecuencia por el fenómeno de una Liturgia llevada por clérigos, incluso en las partes que no son propias de los ministros sagrados, da lugar a que a veces los fieles se orienten hacia la práctica de los ejercicios de piedad, en los cuales se consideran participantes activos;

– el desconocimiento del lenguaje propio de la Liturgia – el lenguaje, los signos, los símbolos, los gestos rituales…-, por los cuales los fieles pierden en gran medida el sentido de la celebración. Esto puede producir en ellos el sentirse extraños a la celebración litúrgica; de este modo tienden fácilmente a preferir los ejercicios de piedad, cuyo lenguaje es más conforme a su formación cultural, o las devociones particulares, que responden más a las exigencias y situaciones concretas de la vida cotidiana.

Por religión del pueblo, religiosidad popular o piedad popular, entendemos el conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las expresiones que las manifiestan, Se trata de la forma o de la existencia cultural que la religión adopta en un pueblo determinado. La religión del pueblo latinoamericano, en su forma cultural más característica, es expresión de la fe católica. Es un catolicismo popular.

Con deficiencias y a pesar del pecado siempre presente, la fe de la Iglesia ha sellado el alma de América Latina (Cfr. Juan Pablo II, Zapopán, 2), marcando su identidad esencial y constituyéndose en la matriz cultural del continente, de la cual nacieron los nuevos pueblos.

El Evangelio encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe que se yergue al inicio de la Evangelización.

Esta religión del pueblo es vivida preferentemente por los «pobres y sencillos» (EN 48), pero abarca todos los sectores sociales y es, a veces, uno de los pocos vínculos que reúne a los hombres en nuestras naciones políticamente tan divididas. Eso sí, debe sostenerse que esa unidad contiene diversidades múltiples según los grupos sociales, étnicos e, incluso, las generaciones.

La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responden con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. La sapiencia popular católica tiene una capacidad de síntesis vital; así conlleva creadoramente lo divino y lo humano; Cristo y María, espíritu y cuerpo; comunión e institución; persona y comunidad; fe y patria, inteligencia y afecto Esa sabiduría es un humanismo cristiano que afirma radicalmente la dignidad de toda persona como Hijo de Dios, establece una fraternidad fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a comprender el trabajo y proporciona las razones para la alegría y el humor, aun en medio de una vida muy dura. Esa sabiduría es también para el pueblo un principio de discernimiento, un instinto evangélico por el que capta espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al Evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses (Juan Pablo II, Discurso inaugural III, 6. AAS LXXI, p.203).

Porque esta realidad cultural abarca muy amplios sectores sociales, la religión del pueblo tiene la capacidad de congregar multitudes. Por eso, en el ámbito de la piedad popular la Iglesia cumple con su imperativo de universalidad. En efecto, «sabiendo que el mensaje no está reservado a un pequeño grupo de iniciados, de privilegiados o elegidos sino que está destinado a todos» (EN 57), la Iglesia logra esa amplitud de convocación de las muchedumbres en los santuarios y las fiestas religiosas. Allí el mensaje evangélico tiene oportunidad, no siempre aprovechada pastoralmente, de llegar «al corazón de las masas» (Idem).

La religiosidad popular no solamente es objeto de evangelización sino que, en cuanto contiene encarnada la Palabra de Dios, es una forma activa con la cual el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo.

Esta piedad popular católica, en América Latina no ha llegado a impregnar adecuadamente o aún no ha logrado la evangelización en algunos grupos culturales autóctonos o de origen africano, que por su parte poseen riquísimos valores y guardan «semillas del Verbo» en espera de la Palabra viva, pero con el riesgo de tener un sincretismo en lugar de una verdadera inculturación.

La religiosidad popular si bien sella la cultura de América Latina, no se ha expresado suficientemente en la organización de nuestras sociedades y estados. Por ello deja un espacio para lo que S.S. Juan Pablo II ha vuelto a denominar «estructuras de pecado» (Homilía Zapopán, 3. AAS LXXI, p. 230). Así la brecha entre ricos y pobres, la situación de amenaza que viven los más débiles, las injusticias, las postergaciones y sometimientos indignos que sufren, contradicen radicalmente los valores de dignidad personal y de hermandad solidaria. Valores éstos que el pueblo latinoamericano lleva en su corazón como imperativo recibidos del Evangelio. De ahí que la religiosidad del pueblo latinoamericano se convierta muchas veces en un clamor por una verdadera liberación. Esta es una exigencia aún no satisfecha. Por su parte el pueblo movido por esta religiosidad, crea o utiliza dentro de sí, en su convivencia más estrecha, algunos espacios para ejercer la fraternidad, por ejemplo: el barrio, la aldea, el sindicato, el deporte. Y entre tanto, no desespera, aguarda confiadamente y con astucia los momentos oportunos para avanzar en su liberación tan ansiada.

Por falta de atención de los agentes de pastoral y por otros complejos factores, la religión del pueblo muestra en ciertos casos signos de desgaste y deformación: aparecen sustitutos aberrantes y sincretismos regresivos. Además, se ciernen en algunas partes sobre ella serias y extrañas amenazas que se presentan exacerbando la fantasía con tonos apocalípticos.

La Iglesia oficialmente no lo oculta. Y de ahí la necesidad de evangelización dentro de ese inmenso campo. Pero todo ello no nos debe hacer olvidar las abundantes aportaciones, correctivos e integraciones equilibradoras que, para la vida de la Iglesia se derivan de las oraciones, relaciones y celebraciones de los peregrinos. No podemos menospreciar, por ejemplo, la función espiritual de la maternidad de María, presente en todas las manifestaciones de la religiosidad popular y que se manifiesta de una manera oculta y callada, pero soberanamente patente, en las oraciones que los mismos fieles han dejado anónimamente en los santuarios marianos por ellos visitados».

Algunos países intensamente marcados por la opresión (Polonia, América Latina en general, etc.) han dado un profundo testimonio en esas peregrinaciones de su fe popular y profunda, por más que esté mezclada con elementos siempre ulteriormente purificables. Significativa a este respecto resulta la experiencia religiosa de Guadalupe para los mexicanos y para todos los sudamericanos, que ven «en el rostro mestizo de María de Guadalupe» algo «que se yergue al inicio de la evangelización» de un pueblo: «Lo mismo que en Belén el Hijo de Dios se hizo hombre en Jesús e inició un viraje en el poder del imperio romano, así en el Tepeyac, Cristo entró en la tierra de los americanos e inició un viraje en la dominación europea sobre las gentes de estos países. La manifestación de la Virgen María en el Tepeyac marca el comienzo de la reconquista y el nacimiento del cristianismo mexicano. El proceso de conversión se inicia en los pobres, que se hacen heraldos de una nueva humanidad.

El reto crítico lanzado por nuestra Madre compasiva y liberadora a los poderosos de cualquier tiempo y lugar de América sigue siendo hoy la voz y la fuerza dinámica de los pobres y oprimidos de América, que gimen y luchan por una existencia más humana. La presencia de la Virgen de Guadalupe no es un tranquilizante, sino un estimulante que da sentido, dignidad y esperanza a los marginados y oprimidos de la sociedad actual… Este es el permanente milagro de Tepeyac, en verdad la madre-reina de América. La nueva Iglesia y el nuevo mundo en que tanto hemos soñado, por los que tanto hemos rezado y trabajado, han comenzado de veras».

Liturgia y piedad popular son dos expresiones legítimas del culto cristiano, aunque no son homologables. No se deben oponer, ni equiparar, pero sí armonizar, como se indica en la Constitución litúrgica: «Es preciso que estos mismos ejercicios (de piedad popular) se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la sagrada Liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos».

Así pues, Liturgia y piedad popular son dos expresiones culturales que se deben poner en relación mutua y fecunda: en cualquier caso, la Liturgia deberá constituir el punto de referencia para «encauzar con lucidez y prudencia los anhelos de oración y de vida carismática» que aparecen en la piedad popular; por su parte la piedad popular, con sus valores simbólicos y expresivos, podrá aportar a la Liturgia algunas referencias para una verdadera inculturación, y estímulos para un dinamismo creador eficaz.

CONCLUSIÓN,

Hace falta muchísima Evangelización para que todos los fieles vivamos más profunda e intensamente nuestra fe a través de la liturgia y de la piedad popular bien encauzada.

Desgraciadamente la Catequesis no es suficiente como podemos ver, empezando por nosotros, nuestras familias, pero principalmente por nuestros pastores que en las parroquias y diócesis deberían de preocuparse por guiar y educar al pueblo de Dios para evitar errores y excesos en los que la religiosidad popular puede caer.

Debemos evitar prácticas que rayan en el sincretismo y la superstición, con caridad tratar de hacer entender a nuestros hermanos cuando se presente algún hecho que no sea parte de nuestra identidad y fe Cristiana Católica.

Eduquemos, no critiquemos y siempre que prevalezca la caridad con nuestro prójimo que tiene una idea errónea de lo que es la religiosidad popular.

Manuel Cuevas-Miles Christi

Fuente:

  1. http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccdds/documents/rc_con_ccdds_doc_20020513_vers-direttorio_sp.html?fbclid=IwAR13SK5qHtzJk3ouMR_s9Pw1OM3-LklmYFMfefGVUvqMVbwzqSW7YUOtTjU
  2. http://www.vicariadepastoral.org.mx/?fbclid=IwAR0k0S4fJn0MmPnPejMSYtJh4HaDLEV4s5-ZGUnmhjMcdUEGHwvfUsRk4ok
  3. http://www.mercaba.org/DicES/R/religiosidad_popular.htm
  4. http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p2s2c4a1_sp.html

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Author: Manuel Cuevas-Miles Christi
Católico,mexicano, felizmente casado y con tres hijos, Médico Ortopedista de profesión, vive y trabaja cerca de la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México. Colabora con algunos foros de formación y de apologética católica en redes sociales. Preocupado por su salvación y la de sus hermanos, fiel a Dios y al Magisterio infalible de la Iglesia Católica.