«A veces me pregunto si un escritor occidental puede contar otra historia que no sea la Historia Cristiana, a pesar de cómo se sienta respecto a ella». Jonathan Geltner. The Idea of the Catholic Novel.
El nacimiento, pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios es el cauce de nuestras vidas aunque no pensemos en ello; aunque pasemos nuestros días entre trabajo y embotamiento para después volver a trabajar. El año litúrgico transcurre y nos movemos en él intentando volver a empezar, haciendo promesas de que los errores no serán repetidos y que todo será diferente. Pero, en el tiempo ordinario – en el largo tiempo ordinario – el ánimo decae, los sacrificios se olvidan y los ritos de los días especiales parecen demasiado hermosos para ser verdaderos.
Es algo así lo que podemos ver en los personajes de la novela The Five Wounds, de Kirstin Valdez Quade. La novela está dividida en tres partes: Semana Santa, Tiempo Ordinario y Cuaresma. La segunda parte es la más larga y ahonda en los acontecimientos de la primera, mientras que la última tiene unas pocas páginas. Los personajes principales vivían en el pueblo de Las Penas, Nuevo México, y eran católicos: norteamericanos de orígenes culturalmente mexicanas, con poco dinero, familias destruidas y viviendo en un mundo secularizado.
En las primeras páginas conocemos a Amadeo, hombre de 33 años que representaría Nuestro Señor en la procesión del Viernes Santo. Amadeo vivía con su madre, no trabajaba y tenía una hija adolescente a quien poco veía. Angel, la hija, apareció – embarazada – justo cuando Amadeo se preparaba para la presentación y no fue recibida muy calurosamente. «Esta es la semana en que pasó todo. Entonces Amadeo debía concentrarse en sacrificio y resurrección, no en el embarazo de su hija adolescente». Este pensamiento de Amadeo, muy poco paternal y cristiano, es como una síntesis de la vida de todos los personajes: carentes de afecto y atención, estaban unos celosos de los otros y de cómo nadie les prestaba atención – creían – cuando más necesitaban.
Hay muchos pasajes en que esas debilidades afectivas – a modo de espinas – son reveladas al lector. Me acuerdo concretamente de dos entre Angel y su madre, Marissa, que era joven como Amadeo. Los dos fueron narrados desde el punto de vista de Angel. En el primero, Marissa descubre que su hija había empezado a salir con los chicos: Angel la ve lavando las ropas, con el pelo recogido en un moño y Marissa le parece envejecida. La segunda escena pasó cuando Angel le contó que estaba embarazada y, para su sorpresa, en esta ocasión la madre le pareció tan joven y asustada como ella misma.
Con sus debilidades siempre presentes, constantemente bajo la propia vista, los personajes buscaban hambrientos algo que les aliviase tanto la carencia de afecto como el autodesprecio que les incitaba sus actitudes. Precisas figuras del hombre contemporáneo – de nosotros –, Amadeo, Marissa, Angel e Yolanda (la madre de Amadeo) tenían sus raíces secas. No es casualidad que el paisaje en que la novela está ambientada sea desértico, árido. El pueblo de Las Penas estaba lleno de edificios abandonados. «Todo alrededor es señal de tiempos mejores e intentos fallidos: ventanas tapidas, letras pintadas y apenas visibles en el yeso roto».
En esta aridez el hijo de Angel, Connor, vendría al mundo. Como dijo Jonathan Geltner, fue una manera de recontar la narración del Evangelio con el mismo paisaje del Evangelio. Poco después de la Pascua Connor nació y todos los personajes entraron en el largo tiempo ordinario. «Ha pasado la austeridad de la Cuaresma, los incontables lapsos y promesas rotas fueron perdonados, el sacrificio de Cristo olvidado». Lo que me llamó la atención en esta frase fueron las comas: entre el fin de la austeridad cuaresmal y el olvido del sacrificio de Cristo no hubo pausa reflexiva, sino un transcurso muy rápido.
Pasada la Semana Santa, la representación y el nacimiento de Connor, todo siguió aparentemente igual para los personajes en su largo tiempo ordinario. Los acontecimientos que marcaron ritos en su tiempo pronto fueron olvidados por la quejas de las viejas heridas: atención, afecto, comprensión… todo que deseaban recibir los unos de los otros y que lo buscaban tan locamente al punto de herirse a sí mismos y a los demás. Pero, como señaló Jonathan Geltner (en un artículo que merece vuestra lectura), la felicidad no era el objetivo de los personajes de The Five Wounds: «Amar es el objetivo. Y amar quiere decir sacrificarse». Ellos, como nosotros, tardaron en darse cuenta del objetivo.
Amadeo – el fallido y frágil Amadeo – estaba seguro de que la Semana Santa cambiaría su vida. Aquél acontecimiento borraría todos los errores del pasado y sería un nuevo inicio. Pero el Amadeo del tiempo ordinario volvió a ser el mismo de antes. «El Viernes Santo debía haber salvado a Amadeo. Él debía haber superado la vergüenza, el fracaso y los errores que no parecen ser suyos y se desenredan más allá de su control». Jesús – pensaba Amadeo – no quedó a ver qué pasó después de la crucifixión; «Jesús no tuvo que ver a la gente regresar a su rutina y olvidar lo que él había hecho por ellos». Pensando como Amadeo, podríamos llegar a la conclusión de que el tiempo ordinario es solo nuestro; aburridamente nuestro.
Pero sobrevino una muerte en la novela y tanto Amadeo como Angel fueron golpeados. Su reacción, al igual que todas las reacciones anteriores, fue la de buscar aquella felicidad que dijo Geltner no ser el propósito de sus vidas. Los despertó un segundo golpe (que no contaré para incitar vuestra curiosidad), un golpe de gracia.
A medida que va hablando las palabras junto a los otros hombres, Amadeo tiene lástima de su viejo yo, el yo que creía existir una única y gran cosa que podría hacer para corregir todos sus errores. Se había equivocado. La procesión no es sobre la punición o la vergüenza. Es sobre la necesidad de tomarse el dolor de las personas amadas. Para tomar ese dolor, antes uno tiene que verlo. Y ver cómo uno lo inflige.
Hubo dos ocasiones en que, ante las preguntas de la hermana y de la hija sobre si Dios de alguna manera podría desear que sus hijos sufrieran, Amadeo no supo qué contestar. Él sabía que Dios no podía querer el sufrimiento así no más, pero no encontraba las palabras para explicar qué pasó en el misterio de la Semana Santa. Al fin – conforme se puede ver en el fragmento que acabo de citar – llegó a entender que, para imitar a Cristo (más que representarlo), tendría que tomar el dolor de quiénes amaba. Y hacerlo siempre. Especialmente en los días del largo tiempo ordinario.
Gilmar Siqueira
Os invitamos a que visitéis el canal de youtube de Gilmar Siqueira el que profundiza sobre distintos temas literarios de gran interés: Introdução ao Romance Católico
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