Hoy nos acercaremos a la figura de otro católico ejemplar, estudioso de la vida social conforme a la concepción natural y cristiana del mundo. Se trata del Siervo de Dios José María Haro Salvador, magistrado del trabajo y padre de ocho hijos, fallecido en Valencia en 1965, a los 61 años, en olor de santidad, y dejando una intensa vida de apostolado.
Siervo de Dios José María Haro. La dignificación cristiana de la vida social. Un artículo de Gonzalo J. Cabrera
Nacido en 1904, a los 22 años se incorporó a la Asociación Católica de Propagandistas y a la naciente Acción Católica. Una vez finalizada la Guerra, ocupó la primera plaza de la Magistratura del Trabajo en el régimen de Franco, en Valencia.
Se puede decir que su predilección fueron los niños y los obreros. Desarrolló un extenso estudio, entre otros temas de índole jurídico-social, sobre la concepción cristiana del trabajo, y el papel de la caridad en la vida social., aspectos que desarrollaremos brevemente aquí:
En cuanto al trabajo, cabe decir que, en nuestra época contemporánea, que Dios ha permitido que se prolongue por más de dos siglos, los enemigos de Cristo y de la Iglesia, el liberalismo y su hijo el socialismo, desprecian por igual el trabajo, como si de volver a los tiempos paganos se tratase. El primero, por considerarlo una mercancía más que puede ser objeto de transacciones “libres” aun al precio de la dignidad moral del trabajador; el segundo, por prestar únicamente atención al trabajo físico, al tiempo que considerarlo una maldición y, por tanto, algo para cuya extinción se debe luchar. Por tanto, en realidad, tanto capitalismo liberal como socialismo desearían la extinción del trabajo. Uno, por ser un mal necesario susceptible de ser sustituido por la robotización; el otro, por considerarlo una lacra y una alienación. Pues bien, en la figura de D. José María y su pensamiento, frente a la barbarie materialista moderna, emerge la genuina visión cristiana del trabajo: una co-operación con la obra creadora de Dios, y por ello su intrínseco servicio al bien común.
Nos dice D. José María: Nuestro esfuerzo, nuestro “exercere se”, es colaboración con Dios, que es quien nos suministra las energías y las fuerzas. Nos hace amigos de Dios; nos ayuda a conocer mejor a Dios, acercándonos a su creación. Ese mejor conocimiento de Dios nos mueve más a su amor y a gratitud; y toda acción hecha con amor a Dios es una participación humana en la obra de Dios, incluso su obra redentora. Sólo el trabajo emprendido por amor a Dios es meritorio y fuente de salvación
En cuanto a la relación entre justicia y caridad en la vida social, D. José María decía: La justicia crea el orden, pero el orden es frío. La caridad da la vida y la vida es intimidad y calor. Por eso, la justicia por sí sola edifica un mundo rígido, un hogar bien ordenado, pero sin calor y sin alma; una máquina técnicamente perfecta, pero carente del aceite que suaviza los engranajes. […]La caridad, por el contrario, unifica, acerca, penetra hasta el corazón mismo del prójimo –amigo o enemigo–, nos hace salir de nuestro estrecho “yo”.
Esta justicia, vivificada por la caridad era, para el Siervo de Dios, el principio que debía regir de hecho el mundo laboral. La frialdad de los denominados “contratos voluntarios”, tan cacareados desde los estrados liberales, además de ser una utopía en muchos casos, como recordaba León XIII en Rerum Novarum, provoca que el fundamento moral de la economía se aleje de la naturaleza para asentarse básicamente en la voluntad humana, trasladando al mundo económico la esencia del pensamiento moderno, donde el hombre pretende, en última instancia, suplantar a Dios.
Por último, tuvo claro nuestro Siervo de Dios, recordando la tan célebre cita de León XIII, que la cuestión social es, ante todo una cuestión religiosa. Idea que nos hace recordar otra conocida cita, en este caso de Donoso Cortés, que recordaba que en cualquier disputa humana hay un trasfondo teológico. Decía D. José María: “Mas, son demasiados cristianos los que no han descubierto que la caridad individual no basta: que precisa verla bajo una única dirección social, como la justicia, y que no hay un Evangelio para la vida privada y otro para la social, como recordaba Benedicto XV en su carta Pacem Dei Munus, señalado un camino en el que profundizó de modo insospechado la Quadragessimo Anno y Pío XII, pero que ya estaba muy claro en Santo Tomás y S. Agustín. La caridad social, alma del orden social, se distingue del amor personal del prójimo porque orienta nuestra actividad directamente hacia el bien común, que en igualdad de condiciones sobrepasa el bien particular. Nos inspira una solicitud, una abnegación constantes para el bien común de las sociedades todas. No es, al fin, más que expresión sobrenatural de lo que viene llamándose por muchos “sentido social””.
Esa esquizofrenia del “doble Evangelio” no es más que el liberalismo de tercer grado condenado por León XIII, que propugna que Cristo debe reinar en lo privado pero no en lo público, puesto que en este ámbito el Estado debe separarse de la Iglesia.
Es digna de reseña la anterior cita, por cuanto hoy en día abundan los católicos que centran su pensamiento social en lo individual, como si las solas fuerzas “espontáneas” del mercado fuesen el óptimo para alcanzar la justicia social y una sociedad más próspera.
En definitiva, D. José María exhortaba a que “Si con espíritu de Cruzada, con ansia apostólica, con ejemplar conducta seguimos los católicos el llamamiento del Papa [referido a la regeneración moral y espiritual de la Sociedad], no sólo volverá la paz, la justicia y la concordia a las relaciones sociales, sino algo mejor que las hará perdurables: volverá Cristo al alma de las muchedumbres de este mundo económico y social, separadas de Él por la predicación del error, los prejuicios contra la Iglesia e incluso la flojedad en su acción de no pocos que se dijeron católicos”.
Así sea
Gonzalo J. Cabrera
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