La Santa Misa debe retomar aquellos gestos y aquellas actitudes que ayudan al alma a elevarse para adorar a Dios de una manera digna y edificante, ¿Qué sucede si la Fe crece?
Si la fe católica ha de crecer, estas condiciones deben cumplirse en la Santa Misa, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
La Santa Misa es el sacrificio de Cristo hecho presente en medio de nosotros. Él es quien, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del Cielo y se hizo hombre, entrando de nuevo en nuestras vidas como “el Cordero que fue inmolado” el cual es “digno de recibir el poder, y la divinidad, y la sabiduría, y fortaleza, y honor, y gloria, y bendición” (Apocalipsis 5, 12). En la Santa Comunión, Él comparte con nosotros este poder, divinidad, sabiduría, fortaleza, honor, gloria y bendición.
Esta es la razón de porqué San Agustín dice que antes de recibirlo, nosotros debemos adorarlo. Podríamos pecar si no adoramos (Enarr. In Ps. 98:9, CCSL 39:1385). Adorar es reconocer la realidad de Dios, Su autoridad, Su reinado, Su paternidad, Su absoluta soberanía sobre nosotros. Es para decirle a Él: “Tú eres el primero y el último, el principio y el fin. Yo soy tuyo, yo te pertenezco, me someto a ti y deseo hacer tu voluntad. Hace uso de mí como desees.”
Las prácticas tradicionales católicas ayudan a fomentar esta actitud fundamental ante Dios, mientras que ciertas prácticas modernas la ahogan o la destruyen.
Si colocamos una planta de tomates a la intemperie en el invierno, esta morirá rápidamente. Si la colocamos en un invernadero bien regulado, esta florecerá y producirá fruta deliciosa. Los seres humanos son obviamente más complicados que las plantas de tomate, pero somos cosas vivas también, animales racionales que merecen y se benefician de las adecuadas condiciones de crecimiento.
Ejemplos de las adecuadas condiciones incluyen la música sagrada, que eleva nuestros espíritus a las cosas divinas además de avivar nuestras emociones y dispersarlas de vuelta al mundo, encontrando el “iconostasio sonoro” construido a partir de la antigua lengua latina; el Canto Gregoriano y el silencio; el ofrecimiento del Santo Sacrificio por el sacerdote mirando al oriente, ad orientem, más que versus populum o hacia la gente; observando al devoto sacerdote adorando a Dios en la hostia consagrada y en el cáliz, frente al cual él hace genuflexión y mira en una extendida elevación; arrodillados para la Sagrada Comunión y recibiéndolo en la lengua.
Estas y otras prácticas similares son cruciales, ya que nos entrenan en todas las virtudes asociadas con la virtud de la religión, especialmente con la virtud de la adoración.
El Canon Romano, esa poderosa oración que es el centro de la Misa y el cual define como tal al Rito Romano, la más antigua de todas las liturgias en el mundo, señala dos condiciones para la fructífera recepción de la Sagrada Comunión: fe y devoción. “Meménto, Dómine, famulórum famularúmque tuarum N. et N.: et ómnium circumstántium, quorum tibi fides cógnita est et nota devótio, pro quibus tibi offérimus: vel qui tibi ófferunt hoc sacrifícium laudis…” “Acuérdate, Señor, de tus siervos y siervas, N y N…, y de todos los presentes, cuya fe y devoción te son conocidas, por los que te ofrecemos, o que ellos mismos te ofrecen, este sacrificio de alabanza…”
Una de las peores cosas de la reforma litúrgica es como esta despojó la Misa de una abundancia de pequeños signos de fe, devoción y adoración: todos los tipos de gestos, ceremonias y oraciones, vestimentas y ornamentos, que actuaban como “avisos”, recordándonos y alentándonos a realizar una respuesta espiritual apropiada al gran mysterium fidei, el misterio de la fe desplegándose ante nosotros en el “sacrificio de alabanza.”
Si la misa fuera supuestamente una sala de clases y/o un SES (Sistema de Entrega Sacramental) entonces, desde luego, esta debiera ser lo más simple, corta y al grano posible, optimizada para la óptima transferencia de datos y recepción de bienes, una especie de “Amazon Prime” de la vida espiritual.
Pero esta premisa es totalmente falsa. La Misa es nuestra terrenal participación en la liturgia del Cielo donde los ángeles y los santos, en comunión con Sumo Eterno Sacerdote, están rezando al Todopoderoso en una canción y adorándolo cara a cara. Cuando esta celestial adoración traspasa a través del velo que nos separa de la eternidad, el resultado es la sagrada liturgia. Si una cierta forma de Misa no lleva consigo el espíritu de esta última realidad y la muestra, visible y auditivamente para así atraernos más profundamente, entonces esta forma ha fallado por completo como liturgia.
¿Cómo sabemos qué forma es la correcta para usar, para confiar, para fiarse?
La medida debe ser la tradición católica, respaldada por la autoridad de la Iglesia, sí, pero ni fabricada por ella ni sujetada a sus caprichos. No es algo que pueda ser votado por los obispos, creados por comités, o re-configurado por los entusiastas. La Tradición es, por definición, una realidad que va antes de nosotros, que permanece sobre nosotros y que perdura más allá de nosotros.
Peter Kwasniewski
Puedes leer este artículo: «Si la fe crece:condiciones que han de darse en la Santa Misa» en su página original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/if-the-catholic-faith-is-to-grow-these-conditions-must-be-met-in-the-mass
Nuestro querido profesor Kwasniewski nos ha hablado en la página sobre la Santa Misa Tradicional en varios artículos, aquí puedes leer uno de ellos sobre el tema.
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