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Seréis como dioses

“Seréis como dioses”, el grito diabólico que resonó en el Jardín del Edén, rompiendo su armonía primigenia, sigue resonando a través de la historia del hombre de pecado. Es como el estribillo del himno humanista.

Seréis como dioses. Un artículo de Alberto Mensi

La enseñanza de San Agustín: “Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial. La primera se gloría en sí misma; la segunda se gloría en el Señor”, esta enseñanza sigue tan vigente como cuando él la expresó. Podríamos decir que la terrena es la ciudad humanista del “seréis como dioses” y la celestial es la ciudad católica del “¿Quién como Dios?”

El humanismo está como telón de fondo en la construcción de la ciudad que le niega a Dios sus derechos, e inclusive se filtra insidiosa y sutilmente en la teología y en la eclesiología como podemos ver hoy, con gran dolor.

Estuvimos leyendo últimamente varias obras y de una de ellas1 vamos a tomar algunos elementos que son muy apropiados para poder explicar esos límites en los cuales se pisa el jabón y nos damos un tremendo golpe, tarde o temprano.

Si bien es cierto, como hoy machaconamente la clerecía progresista insiste con energía digna de mejor causa, que Dios nos ha creado como fruto de su gran liberalidad y nos hace partícipes de su amor, tambien es cierto que habitualmente se silencia que esa creaturidad nuestra no es para nosotros o por nosotros, sino que somos creados para la mayor gloria de Dios y sólo en razón de su gloria.

Dios es celoso de su gloria: “Yo soy Yahvé; ese es mi nombre; no doy mi gloria a ningún otro2. “A causa de mi Nombre detengo mi ira, y por mi gloria tengo paciencia contigo para no exterminarte… Por Mí, por amor mío hago esto, porque no permito que me blasfemen, y mi gloria no cedo a ningún otro3

Lo que da sentido a nuestras vidas es la mayor gloria de Dios y, secundariamente y fruto de esto, salvaremos nuestras almas para adorarlo y amarlo por toda la eternidad. La tensión que da sentido a cada paso, a cada decisión, a cada opción es la mayor gloria de Dios, porque somos criaturas NO SOMOS DIOSES.

Por ese motivo el sacerdote y el pueblo están vueltos a Dios mientras el mismo Cristo, Señor y Dios nuestro, Sumo y Eterno Sacerdote, ofrece por medio del sacerdote consagrado el sacrificio santo de Adoración, Acción de Gracias, Reparación y Súplica a Su Padre y nuestro Padre.

Un día que Jesús estaba en oración, en cierto lugar, cuando hubo terminado, uno de sus discípulos le dijo: Señor enséñanos a orar, como Juan lo enseñó a sus discípulos4 y Jesús les enseñó y nos sigue enseñando el Padre nuestro, esa oración que tantas veces repetimos automáticamente sin reparar en lo que nos está enseñando el Divino maestro.

Hoy me limitaré a dos frases del Padre nuestro, y al orden en que fueron dichas por los divinos labios de la Sabiduría encarnada:

Primero y referido a Dios nuestro Padre: SANTIFICADO SEA TU NOMBRE.

Por encima de todo, a pesar de todas nuestras necesidades incluso urgencias, lo primero que debemos pedir es la gloria de Dios, manifestación del amor a Dios por Dios mismo, porque nuestro último fin es Dios.

Luego y ordenado a lo primero: VENGA A NOSOTROS TU REINO.

Pedimos que Dios reine entre nosotros y sobre nosotros, que nuestras sociedades se conformen a las leyes de Su reino y de esa manera comenzar a preparar el camino para gozar de Dios, imperfectamente en esta vida y un día eternamente en el Cielo. Es un amor real y concreto a nosotros mismos en Dios, amamos el bien para poder alcanzar el fin y en tanto cuanto nos permite alcanzar el fin.

Como dice maravillosamente San Ignacio de Loyola en el Principio y fundamento: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y mediante esto salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayuden para su fin; y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden; por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido: en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados”.

Por eso es realmente cansador la cháchara interminable de documentos pantagruélicos con que hoy día autoridades de la Iglesia nos agobian, y reuniones, y foros, y encuentros, y documentos preliminares, y vademécum y… y… y…

No necesitamos animadores sociales, necesitamos santos.

El mundo agoniza por falta de sacerdotes santos. Que hay muchos, sí, pero faltan muchos más.

El mundo no necesita interminables conferencias, necesita de interminables colas en los confesionarios, pero ¿cómo la gente va a arrepentirse de su mala vida y confesarse si no hay quién les predique?, y cuando se quieren confesar no hay sacerdote en el confesionario (supuesto que la Iglesia esté abierta) sino que hay que sacar turno por whatsapp o en el horario en que está la secretaría abierta.

Me imagino a Jesús caminando por Galilea y se acercan los leprosos para pedirle que tenga misericordia de ellos y Jesús les contesta: ahora imposible, tengo una reunión con los apóstoles para programar el recorrido de nuestro próximo camino, pero no se desanimen, hablen con Pedro, que tiene mi agenda, y él les dirá en qué ciudad los podré recibir y a qué hora tendré un rato libre.

Menos mal que Jesús es Dios porque hubiéramos estado fritos.

Menos mal que Jesús es verdaderamente Dios, y no uno de esos simples y vulgares hombrecitos que juegan a ser dioses.

En muchos medios aparecen ahora escritos, comentarios, análisis de la situación grave por la que pasa la Iglesia, y en muchos de ellos he visto que centran su atención en el Concilio Vaticano II como la madre de todos los males.

Y si bien podemos coincidir en muchas críticas creo que esto es mucho más profundo, el problema no apareció con el CVII, allí empezó a manifestarse grandemente mucho de lo que venía incubándose.

Y si no veamos a San Pío X y sus magistrales documentos frente al modernismo.

El problema del humanismo comenzó mucho antes y paso a paso se fue extendiendo y profundizando, se fue agravando. Las dos Guerras Mundiales y la aparición de la bestia comunista fueron tremendos para este proceso de descomposición.

Pero tambien es cierto que la primavera que se publicitaba a principios de los años 60 con motivo del CVII se convirtió en un otoño y gélido invierno, aunque hayamos tenido algunos días o semanas de calorcito.

Por eso a veces hay prelados que se quejan de quienes miran mal el CVII y no comprenden la desazón o la bronca de mucha gente a quienes nos vendieron que el CVII era un Concilio pastoral que no iba a definir nada, y ahora te quieren imponer so pena de excomunión o muerte civil el dogma del CVII.

Doña Rosa les respondería: Monseñor o hablamos de zanahorias, o hablamos de chuletas, pero decídase.

El problema es mucho más antiguo, el drama del humanismo, el drama del hombre que quiere construir la ciudad sin la presencia de Dios o, teniendo a Dios pero tan sólo como una bella decoración, este problema iremos viéndolo en los próximos artículos.

¡¡María Santísima y San José, primeros adoradores del Verbo encarnado, rogad por nosotros!!

Alberto Mensi

1 Prometeo. La religión del hombre. Calderón

2 Isaías 42, 8

3 Isaías, 48, 9,11

4 San Lucas 11, 1

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Author: Alberto Mensi
Alberto Antonio Mensi (13 julio 1955) Egresado del Liceo Militar Gral. San Martín Profesor de Filosofía Profesor de Ciencias Sagradas Diplomado Universitario en Pensamiento Tomista (Universidad FASTA) Recibió el espaldarazo caballeresco como Caballero de María Reina el 15 de agosto de 1975 Maestro Scout y Formador Scout Católico Casado con María Pía Sernani Padre de cuatro hijos Abuelo de cinco nietos (por ahora)