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Ser luz y sal

En el Sermón de la Montaña encontramos un texto aleccionador acerca de cómo debemos ser los cristianos mientras vivimos en este mundo pasajero: “Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? Para nada vale ya, sino para que, tirada fuera, la pisen los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede esconderse una ciudad situada sobre una montaña. Y no se enciende una candela para ponerla debajo del celemín, sino sobre el candelero, y así alumbra a todos los que están en la casa. Así brille vuestra luz ante los hombres, de manera tal que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre del cielo”1

Ser luz y sal. Un artículo de Alberto Mensi

Y esta enseñanza es un camino exactamente al revés del camino que recorren tantas instituciones y hombres de Iglesia, y digo explícitamente: instituciones y hombres de Iglesia, porque aunque sean muchos, aunque hagan mucho ruido, aunque ocupen toda la pantalla, no son la Iglesia, la Iglesia es mucho más que eso, mucho más profundo que eso, mucho antiguo y eterno que esas novedades de vidriera.

Pero empecemos por la última proposición, el objeto de realizar nuestras buenas obras y que ellas sean vistas por el resto de los hombres, no es hacerlas por hacerlas, tampoco es hacerlas para que los hombres nos aplaudan o nos consideren importantes. La razón de realizar buenas obras y que todos las puedan ver es para que todos glorifiquen a Dios; la razón de obrar bien es, en primer lugar, la mayor gloria de Dios porque: “el hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y mediante esto salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado2.

Es falsa la proposición liberal según la cual la religión hace al interior de la persona y no tiene nada que ver con la vida pública, sos católico en el templo y cuando salís de allí sos simplemente un ciudadano del mundo, es falso de falsedad absoluta.

La falsedad radica en considerar a Dios como un mero objeto de suerte: rezo porque me hace bien, me da suerte, me da fuerza para tener éxitos en el mundo. Nada más alejado de la verdad. Este hábito liberal de tener a Dios por un objeto más, ha hecho que con el tiempo y agitados por la mentalidad consumista muchos lo hayan dejado de lado adoptando otros objetos que les han vendido como que dan más suerte y son más de moda.

Dios es el Creador de todo lo que existe ya sea del orden mineral, vegetal, animal, humano o angelical, y todo, absolutamente todo, le debe rendir culto de adoración por ser Él Dios.

Cuando vamos a la Iglesia no es porque seamos santos, o buenitos. Vamos a la Iglesia porque somos pecadores y malos, pero queremos ser santos y buenos. Queremos convertir nuestros corazones.

Por lo tanto esa gracia que hemos encontrado allí adentro con el bautismo, con la confesión, con el asistir al Santo Sacrificio de la Misa, con la Adoración eucarística, esa gracia la pondremos en acto en ese mismo instante postrado de rodillas y tambien cuando salgamos de la Iglesia y tengamos que encarar la vida en la sociedad.

En nuestra vida social, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestra vida profesional o política pondremos como Rey de todas las cosas a Cristo Rey, Rey y Señor de todo lo creado. Nosotros debemos luchar porque se respeten Sus Derechos.

Si nos ponemos de rodillas ante el Rey de reyes, podremos estar de pie ante los hombres y aún ante las multitudes. Nuestro grito será siempre y en todo momento: ¡Quien como Dios!!

Somos luz y debemos iluminar para que los demás puedan ver el camino, puedan ver los peligros y puedan encontrar los mejores atajos para llegar a la Patria bienaventurada.

Somos sal y debemos salar, para que los alimentos no se pudran, para que la vida no sea sosa, desabrida, sino por el contrario tenga la sabiduría (el sabor de Dios), para que sea atractiva, ya que esta vida es tan sólo un trampolín para la felicidad eterna.

Si queremos realmente ser luz y sal tengamos muy presente lo que Nuestro Divino redentor nos ha indicado: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, renúnciese a si mismo, tome su cruz, y sígame. Quien quiere salvar su vida, la perderá, y quien pierde su vida a causa de Mí y del Evangelio, la salvará. En efecto ¿de qué servirá al hombre ganar el mundo entero, y perder su vida?3

Es exactamente al revés de lo que este mundo postmoderno descreído y aburrido nos indica como lo que hay que hacer: comprar, tener, acumular, cuidarse la salud hasta el grado de la paranoia, darle importancia absoluta a esta vida corta y pasajera, etc. y tantos otros absurdos y reales engaños del demonio para que no pensemos en cómo salvar nuestras almas.

Por eso con fina poesía dice José Hernández en el poema épico argentino, que muchos mencionan pero pocos meditan:

«A naides tengás envidia:es muy triste el envidiar;cuando veás a otro ganar,a estorbarlo no te metas:cada lechón en su tetaes el modo de mamar4

Cada uno de nosotros tiene una misión en la vida, no hemos aparecido en la vida porque si, ni para relleno. Como los lechones debemos buscar nuestro lugar, ese lugar que Dios nos ha preparado y para el cual nos ha dado condiciones, aptitudes, oportunidades. Ese lugar que no es para que nos sentemos allí a beber nuestra taza de te tranquilos, sino para dar fruto. Como velas puestas encima del candelero debemos consumirnos iluminando a los demás, consumir nuestras vidas iluminando la vida y el camino de los otros.

Dicho en términos muy humanos pero que nos puede servir, dice el aforismo de un judío argentino con gran razón: “cuando termines tu vida deberás dejar todo lo que tenés, y te llevarás todo lo que diste”5

Realmente no me interesa qué es lo que quieran disfrutar otros, de mi parte quiero: en primer lugar un día gozar por toda la eternidad de la vida bienaventurada; mientras, poder recostar la cabeza en la almohada con la conciencia tranquila de haber hecho todo lo que pude por la mayor gloria de Dios y el bien de los demás, y si puedo disfrutar de esos buenos momentos de esta vida, y cantar y reír y compartir con amigos buenos momentos, como el mismo Jesús lo hacía con los suyos: buenísimo; y que el Señor me encuentre confesado y comulgado el día en que me llame.

Madre Santísima Reina y Señora de todo lo creado, enciende nuestros corazones en Tu amor

Alberto Mensi

1 San Mateo 5, 13 – 16

2 San Ignacio de Loyola, Principio y fundamento, Ejercicios espirituales

3 San Marcos, 8, 34 – 36

4 José Hernandez, Martin Fierro

5 José Naroski

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Author: Alberto Mensi
Alberto Antonio Mensi (13 julio 1955) Egresado del Liceo Militar Gral. San Martín Profesor de Filosofía Profesor de Ciencias Sagradas Diplomado Universitario en Pensamiento Tomista (Universidad FASTA) Recibió el espaldarazo caballeresco como Caballero de María Reina el 15 de agosto de 1975 Maestro Scout y Formador Scout Católico Casado con María Pía Sernani Padre de cuatro hijos Abuelo de cinco nietos (por ahora)