En 2000, el escritor franco-belga Eric-Emmanuel Schmitt publicó la novela que tiene por título el de este artículo, traducida al español cinco años más tarde.
El evangelio según Pilato. Un artículo de Miguel Toledano
La idea es brillante: El famoso gobernador romano que ordenó la ejecución de Nuestro Señor relata a su hermano Tito, a modo de diario personal, los acontecimientos que rodean a la figura de Cristo desde el Domingo de Ramos a la Transfiguración. No obstante, la frecuencia de ideas heterodoxas así como la presencia de algunas escenas procaces estropean la concepción del relato.
De las apenas trescientas páginas, el primer tercio lo ocupa un prólogo. Se trata de la pretendida confesión efectuada por Jesús de Nazareth en la noche del Jueves Santo, cuando esperaba resignado Su muerte al día siguiente.
El Hijo de Dios echa atrás la vista para recordar Su vida terrena. Siendo niño, no era consciente de Su condición divina. Esto es herético. En la escuela bíblica, plantea continuamente cuestiones a sus profesores. Sus amigos Le invitan a convertirse en rabino, a pesar de que Él quiere continuar con la actividad de Su padre José como carpintero.
Tiene hermanos, varones y mujeres, segunda tesis falsa. La condición virginal de María Santísima no es el único atributo despreciado en la Madre de Dios: Ella aconseja escuchar “por si acaso” a todos los sedicentes mesías que pululaban por Galilea en aquella época. Por tanto, la Anunciación queda igualmente negada, así como la Inmaculada Concepción y su plenitud de gracia.
Desconocedora igualmente de la misión de Jesús, María anima a su hijo para que se case, a fin de que ella vuelva a ser abuela. Y en efecto, el joven galileo se enamora de la bellísima Rebeca, incluso carnalmente, llegando ambos a prometerse; aunque finalmente el matrimonio no se perfecciona porque el novio se siente llamado a un amor universal, especialmente hacia los más desfavorecidos.
La sangre real del Mesías resulta también puesta en entredicho. En la familia de José se habla de ello como si de una leyenda se tratase, ya que todos los habitantes judíos de Palestina, en mayor o menor medida, afirmaban descender de David. Un atropello más del dogma.
Sus discípulos Le llaman maestro, pero Él les dice que no tiene nada que enseñar. Hágase cargo el lector del disparate, por mucho que su autor sea miembro de la prestigiosa Academia Goncourt. Pero eso no es todo: Cuando efectúa milagros, Jesús de Nazareth no le da demasiada importancia porque recuerda aquellas ocasiones en las que no ocurrió prodigio alguno y que no pasarían a la posteridad a pesar de ser mucho más numerosas. Por ejemplo, el pasaje evangélico de los panes y los peces es descrito por el autor como “la llegada afortunada de un cardumen en el lago de Tiberíades”.
Incluso ante el mismo Herodes Antipas niega Jesús no ser el Mesías. Quien Le convence de Su filiación divina es, según Schmitt, Judas Iscariote. La figura del apóstol traidor se presenta alterada, toda vez que acepta su propia muerte como si fuese un primer sacrificio necesario que precede al de Cristo en la cruz. Nuestro Señor agradece a su tesorero lo que va a hacer e incluso le pide perdón por ser parte trágicamente necesaria de la Pasión y Muerte.
El Hijo del Hombre entrega el alma sin siquiera seguridad de la existencia de la vida eterna. “En algunas horas, se sabrá si en efecto soy el testigo de mi Padre, o si no era más que un loco… La gran prueba, la única prueba, no llegará sino después de mi muerte.”
Hasta aquí, la visión en primera persona del Redentor, prologada, que se descalifica por sí misma. A continuación, la trama se desarrolla, en cierta manera, en la forma de una novela de misterio; en ella, Pilato opera como si de un detective se tratase, afanándose por reconstruir racionalmente la desaparición de los restos del Nazareno.
Claudia Prócula, la esposa del prefecto, ocupa un lugar señalado entre los personajes históricos que desfilan ante la imaginación del lector. Descubre por primera vez la veracidad del mensaje cristiano cuando ella misma se beneficia de un milagro de curación. Luego trata de influir en su marido, como es conocido, para encontrar una solución que contente a la turba judía que clama contra el inocente.
Cuando Pilato se lava las manos, Schmitt utiliza un recurso literario de gran plasticidad: sobre el agua se dibuja un arco iris, que no pasa desapercibido al incrédulo gobernador. Por cierto, que el gesto del lavatorio es interpretado no tanto como revelador del espíritu relativista del gobernante, a quien poco importa el veredicto con tal de que se mantenga el orden. Schmitt explica, por el contrario, que el procurador quería mostrar públicamente a los enemigos del galileo que se limpiaba de la sangre ocasionada por ellos.
Más difícilmente aceptable es el convencimiento de los cónyuges Poncio y Claudia de que ambos hicieron cuanto estuvo en sus manos para salvar a Cristo; siendo Éste, con un deseo inexplicable de morir, quien parecía empeñarse en Su propia ejecución.
El problema surge cuando el cuerpo desaparece del sepulcro. Sólo queda la sábana mortuoria, extraña y cuidadosamente doblada junto a la tumba. Los guardias afirman, incluso después de haber sido azotados por orden de Pilato, no haber visto ladrón alguno. Investigados los seguidores de Cristo, tampoco se encuentra el cadáver.
Las sospechas se centran entonces en José de Arimatea. Él quiso votar en pro del reo, con objeto de que el Sanedrín no decretase la culpabilidad de Cristo por unanimidad. Sin embargo, el rico y respetado agricultor declara que fue el mismo Mesías quien le dio a entender que no deseaba tal defensa, prefiriendo ser sentenciado de la forma más ignominiosa posible.
La inquietud de las autoridades romanas se vuelve auténtico temor cuando Caifás, presa de la ira, notifica a Pilato cómo algunas mujeres han transmitido la especie de que Cristo ha resucitado. Afortunadamente para ambos aliados, la opinión que en la cultura judía se tenía del testimonio femenino no era seria; luego, la pretensión de resurrección quedaba, en gran medida, desacreditada, al menos con carácter preliminar.
Pero Pilato, diligente servidor del emperador Tiberio, no podía permitirse dejar la iniciativa a los potenciales adversarios de Roma. Por consiguiente, decide atajar el problema y dirigirse a la primera de las mujeres a las que, según esta novela, se apareció el Dios resucitado: Salomé. Pero no María Salomé, madre de Santiago y Juan, sino la hija de la reina Herodías, que había pedido la cabeza de san Juan Bautista. Otra licencia de Schmitt que provoca estupor.
Así pues, ante Herodes se presenta el prefecto romano para exigir una explicación, temiendo que el tetrarca judío esté al frente de una conspiración nacionalista. Por el contrario, Antipas aparece sumido en la desesperación, comprendiendo que después de eliminar al Bautista, participó igualmente en la muerte del Redentor. Este arrepentimiento del tirano de Galilea es otra suposición del novelista que, aunque interesante, no cabe considerar muy probable.
Por su parte, la malvada Herodías revela al gobernador que Jesús de Nazareth rechazó también del rey judío la posibilidad de salvarse. Herodes llegó a ofrecer apoyo económico al galileo para que llevase adelante su predicación más allá de la Pascua de ese fatídico año; lo que fue respondido por el Mesías con tono de burla, tampoco concordante con las notas de perfección que Le son propias al Hijo de Dios.
Las pesquisas de Pilato conducen en ese momento a la residencia de san Juan, al que cree disfrazado como doble impostor de Jesús de Nazareth. Para cualquiera que no caiga en ridículas supersticiones, la resurrección tras la muerte es humanamente imposible; por tanto, el parecido físico entre maestro y discípulo puede explicar razonablemente el gran malentendido.
El joven apóstol es arrojado en un calabozo, pero eso no les sirve a los captores para lograr una explicación convincente. El hartazgo del romano llega al paroxismo cuando su propia esposa afirma haber visto en persona al resucitado, precisamente mientras el supuesto impostor san Juan se hallaba encarcelado. ¿Cómo es posible?
Funcionario infatigable, Pilato se encamina a casa de Nicodemo, segundo miembro del Sanedrín que apoyaba a Jesús y por lo que se granjeó la animadversión de Caifás. Esta entrevista suscita en el romano una línea de exploración nueva: Cuando Nicodemo y José de Arimatea se ocuparon de descender a Cristo de la cruz, no se hallaba aún muerto y ha sido, entretanto, curado; esto habilitaría naturalmente sus apariciones posteriores.
Mas el medico de Pilato termina por certificar que con toda probabilidad sí se produjo el fallecimiento del crucificado; y, a mayor abundamiento, el prefecto se convence por sí mismo de que hubiese sido imposible para una persona viva no haberse asfixiado en la tumba adquirida por José de Arimatea, quien se la muestra en persona.
Finalmente, llegan al despacho del gobernador las noticias de que Cristo se ha aparecido a sus once apóstoles y de que cientos de judíos peregrinan al Monte Tabor. Cuando Pilato y sus hombres hacen acto de presencia, ya se ha producido la Transfiguración. Claudia Prócula se encuentra entre los seguidores cristianos; y un nuevo milagro se ha manifestado en la persona de la esposa del prefecto, quizás para que éste se convierta también: la que se consideraba estéril acaba de concebir un hijo, que alberga gozosamente en su seno para continuar la ilustre progenie de Poncio.
Llegamos con esta última figura literaria a nuestra conclusión. La novela histórica es siempre un género problemático, porque mezcla elementos de ficción con hechos reales, de tal manera que el lector de buena fe puede verse fácilmente confundido. Mayor riesgo de desviación respecto a la verdad se da si, además, la temática es religiosa y el autor contradice, implícita o explícitamente, los dogmas de fe. Eso ocurre en “El Evangelio según Pilato” y, por consiguiente, no podemos recomendar su lectura; esperando, no obstante, que las líneas anteriores hayan servido de alguna orientación y provecho informativo a los fieles seguidores de Marchando Religión.
Miguel Toledano Lanza
Domingo décimo quinto después de Pentecostés
Nuestro artículo recomendado: Don Manuel Fraile, Obispo de Sigüenza
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