Santo Tomás de Aquino tiene la rara cualidad de querer saber todo lo que la otra parte puede decir. Entiende que tú no puedes encontrar buenas respuestas
Santo Tomás de Aquino: observando ambas posturas. Por Joseph Sobran
*Con el permiso de The Imaginative Conservative
*Traducido por Beatrice Atherton para MR
Artículo original: https://theimaginativeconservative.org/2022/05/seeing-both-sides-st-thomas-aquinas-joseph-sobran.html
Antes de descubrir a Shakespeare, al escritor que yo más admiraba era Santo Tomás de Aquino. Deslumbrante como lo es Shakespeare creo que tenía razón la primera vez. Peras con manzanas desde luego, pero en este caso creo que la dieta de las peras habría sido mejor para mí.
Muchos, no todos los católicos, considera a Aquino como el pensador más profundo de los que tenemos registro. No estoy calificado para juzgar esto. Sería como Mr. Magoo juzgando un concurso de belleza.
Tampoco incluso puedo llamarme a mí mismo un tomista. Incursioné en sus escritos en mi adolescencia, cuando me convertí al catolicismo, pero esto fue suficiente para darme un idea de su austera alegría en la contemplación.
Justamente he estado leyendo algunas recientes controversias teológicas, y cómo desee que Santo Tomás hubiera podido intervenir para resolverlas. Las disputas estuvieron llenas de vigorosos argumentos que invitaban a pensar, sin embargo, los argumentos estaban también adulterados por exageraciones, imprecisiones y hasta acusaciones personales. Se me vino a la mente la frase odium theologicum, y, en algunos casos, los disputadores ni siquiera habían dado el paso preliminar de definir sus términos.
En otras palabras, si no eres cuidadoso, los debates teológicos pueden convertirse, de un modo similarmente alarmante, en periodismo político, donde la verdad que se busca se vuelve con facilidad en un mera polémica de partisanos o en una discusión con gente fastidiosa. La meta es la victoria sobre un humillado oponente. Este espíritu no es necesariamente caritativo.
El espíritu del Aquino es muy diferente. No solamente es caritativo con sus oponentes, sino que siempre está en el lado de su oponente. Esto es, siempre quiere confrontar los argumentos opuestos de la mejor manera, incluso si tiene que reformularlos él mismo y hacerlos más puros, fuertes y más precisos que sus defensores.
Aquino tiene la rara cualidad de querer saber todo lo que la otra parte puede decir. Entiende que tú no puedes encontrar buenas respuestas sin buenas preguntas. La mente humana necesita de ambas.
No hay golpes bajos o subterfugios en la Summa Theologica. Aquino no tiene necesidad de ellos. Solo corromperían lo que está tratando de hacer. Cuando él debate sobre la existencia de Dios, no arroja sobre los malvados ateos calumnias; simplemente trata de hacer un caso fuerte para el ateo antes de darle sus razones para rechazarlos y afirmar la existencia de Dios.
Pensar es ya lo bastante complicado, sin además complicarse con las otras personalidades y con la propia
Dada la inmensa e impersonal calma de sus escritos, se hace difícil recordar que el mismo Tomás de Aquino fue alguna vez una figura controversial. En los tiempos modernos su santidad se ha vuelto contra sí mismo y a menudo ha sido caricaturizado y desechado como estrictamente ortodoxo, el estereotipo moderno de un hombre medieval. Pero existe una sorprendente osadía en su ortodoxia. Una y otra vez el lector lo encuentra viendo contradecir el significado obvio de la Escritura, de Aristóteles o de San Agustín, solo para encontrarlo explicar pacientemente que el pasaje en cuestión debe ser entendido en un cierto sentido.
Aquino nació en Italia alrededor de 1225 de una noble familia, (su primo segundo fue el Emperador Francisco II) a la que escandalizó por su decisión de convertirse en un fraile dominico. Apodado “el buey mudo” por ser grueso y de una tranquila forma de ser, enseñó en la Universidad de París. Murió en 1275. Esto es prácticamente todo lo que sabemos de su vida, excepto por unas pocas anécdotas.
Una de estas es la famosa historia del banquete en el cual el rey de Francia, Luis IX, estaba sentado con Aquino, el cual estaba distraídamente pensando sobre una disputa teológica. A mitad de la cena se le ocurrió una idea y estalló gritando: “¡Esto responderá a los maniqueos!” Lejos de tomarlo como una ofensa, el rey ordenó que le trajeran una pluma y papel inmediatamente así su invitado podría anotar su lluvia de ideas.
Aquino dejó un enorme conjunto de obras (todas en latín), que está todavía siendo editada. Aunque él ganó ser reconocido en su tiempo, también fue controversial. Unos pocos años después de su muerte, el arzobispo de París ordenó que sus obras fueran quemadas, pensando que su profunda deuda con el pagano Aristóteles era herética. Sin embargo, fue canonizado como un santo poco tiempo después y su influencia se extendió. Se había convertido en un preeminente teólogo y filósofo católico antes que el Papa León XIII lo declarara Doctor de la Iglesia a final del siglo diecinueve.
G.K. Chesterton dijo que Aquino había hecho a la cristiandad más cristiana haciéndola más aristotélica. Creo saber lo que esto significa, pero me contento con admirar a Santo Tomás de Aquino en sí mismo como un escritor de los más exquisitos modales cristianos.
Por Joseph Sobran
Este ensayo fue publicado originalmente por Griffin Internet Syndicate el 5 de diciembre de 2002 y apareció aquí (mayo 2012) con permiso.
La imagen destacada es un retrato de Santo Tomás de Aquino leyendo (entre 1510 y 1511) por Fra Bartolomeo. Este archivo tiene la licencia de Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International license, cortesía de Wikimedia Commons.
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