Monjes católicos revelan cómo se preparan para la muerte en un monasterio

Monjes católicos revelan cómo se preparan para la muerte en un monasterio

Los monjes católicos mueren así como han vivido

Monjes católicos revelan cómo se preparan para la muerte en un monasterio, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews

*Traducido por Beatrice Atherton para MR

Las noticias por estos días están salpicadas con historias acerca de la proliferación de la eutanasia a través de la sociedades occidentales.

Una práctica antes considerada aberrante – de hecho, una simple forma de asesinato a sangre fría de aquellos que son más vulnerables y que merecen de nuestra amorosa atención y afecto – está siendo promovida como la mejor manera de “sacar a alguien de su miseria,” así como un caballo cojo o una mascota enferma es “sacrificada” por el veterinario.

A mí me parece que lo que estamos observando es un arrogante intento del Occidente moderno por controlar el misterio de la muerte a través de una especie de “ataque preventivo”, y, en vez de sufrir la muerte como un pasaje de purificación a la vida eterna, tratamos de acomodarla como una última forma de analgésico.

Detrás de las pseudo-científicas justificaciones y de la epidemia de falsa compasión, encontramos un todavía primitivo operativo temor a la muerte que ninguna tecnología puede superar. La muerte es una realidad que pone en evidencia al resto de la vida como si hubiera tenido o no sentido. San Pablo incluso dice que Nuestro Señor vino para liberar a aquellos “por temor de la muerte, durante toda su vida estaban sujetos a servidumbre” (Hebreos 2, 15). Esclavos que se sienten oprimidos y desesperados son conducidos a actos desesperados.

El mismo Señor Jesucristo, el Hijo de Dios al mando de todo el mundo creado, experimentó el miedo a la muerte según Su verdadera naturaleza humana. La muerte es un mal del cual ninguna creatura está libre, y el hombre, con su facultad de razonar y su habilidad para percibir el tiempo, puede aprehender este mal futuro con perturbadores resultados. No es sorprendente que el mundo moderno post-cristiano trabaje horas extra para ocultar la muerte y ocultarla lo más posible. Sin Dios, la muerte no puede tener significado; sin Cristo, la muerte no puede tener ningún beneficio; sin el Espíritu Santo, la muerte no puede ser enfrentada con amor y esperanza. Se convierte en el gran absurdo más que en la puerta de la vida mortal a la inmortal.

A finales del 2019, Ignatius Press (n. de trad.: este libro ha sido publicado en español por la Editorial Palabra y puede ser adquirido aquí) publicó un nuevo libro, a la vez aleccionador como extrañamente elevado: Tiempo de morir: los últimos días de la vida de los monjes, de Nicolas Diat. Diat es un periodista francés bien conocido por producir tres libros entrevista con el Cardenal Sarah: Dios o nada; La fuerza del silencio y el Se hace tarde y anochece. Para este trabajo del propio Diat el Cardenal Sarah escribe el prólogo.

Para escribir este inusual libro, Diat se dio el tiempo suficiente para visitar ocho monasterios en Francia, con la propósito de hablar con los monjes acerca de su visión sobre la muerte, cómo se preparaban para ella y cómo los afectaba cuando sus cófrades pasaban a la otra vida. Es notable, aunque sea por el solo hecho de darse cuenta, de cómo este asunto de la muerte de hecho entra, abierta o sutilmente, en cada uno de los otros asuntos que los humanos enfrentan, y que esto es en un sentido EL asunto al cual la religión, y más particularmente, la vida religiosa, es la respuesta. Desde este punto de vista, el libro se convierte en una apología indirecta de la verdad del cristianismo.

Voy aquí a tomar y compartir con ustedes unos pocas líneas escogidas. En un momento, Dom David de la Abadía de En-Calcat observa:

“Él ( Günther Anders) habla acerca de la movimiento prometeico que marca al mundo moderno. El hombre ha creado un mundo tecnológico que lo humilla y hace que se sienta avergonzado…La tecnología no puede ser la culpable. En contraste, en la antropología clásica, el hombre era la cumbre del reino animal. En los últimos 50 años se ha convertido en el punto más bajo en un mundo dominado por los ídolos tecnológicos.” (53)

Dom David dice que nuestra tecnología médica se ha desarrollado a tal punto que prolonga nuestra agonía y nos deja destrozados. Podemos terminar viéndonos a nosotros mismos y a los demás de una manera despersonalizada, como si fuéramos máquinas con partes que funcionan, o que no funcionan, en vez de ver la imagen de Dios que es infinitamente más preciosa que la misma vida corporal y que cualquier tecnología que podamos acumular. Los lectores pueden sorprenderse al saber (aunque es lógico) que los monasterios se enfrentan a los mismos retos que los laicos en el mundo: los cuidados al final de la vida, los medicamentos para el dolor, cuando se trae a alguien de vuelta a casa desde el hospital para que muera en su propia cama.

Diat estructura el libro de tal manera que parece que la muerte se vuelve más serena a medida que avanza.

En En-Calcat un monje seriamente enfermo explica:

“Me doy cuenta de en qué momento la vida no es importante, y al mismo tiempo adquiere toda su importancia. Estoy claramente consciente del fin de todas las cosas, pero es necesario levantarse y luchar por la vida.” (43)

El Solesmes, el enfermero habla acerca de cómo él ha aprendido a ralentizarse y a estar atento a los detalles para no atolondrarse en el cuidado del enfermo:

“Existe el riesgo de la cosificación del enfermo. Debo orar para mantener despierta la fortaleza de mi deseo de servir. [El hermano enfermo] es Cristo. Cuando lleguemos a estar frente a Dios, seremos juzgados por nuestra caridad hacia el necesitado. Necesito saber cómo perder mi tiempo por el enfermo. En la vida el entregar libremente es esencial. Cristo dijo que el hombre que pierda su vida la ganará.” (61)

El hermano Theophane de la Abadía de Sept-Fons confidencia a Diat:

“En ningún momento estoy más consciente de la presencia de Dios que en el momento de la muerte de mis hermanos. Hay un quiebre, un antes y un después. Estamos en más perfecto punto de encuentro entre Dios y los vivos” (93).

Un monje de la Abadía de Cîteaux, Dom Olivier, comparte una palabra con toda la resonancia de un padre del desierto:

“La muerte más dura es la pequeña muerte cotidiana, cuando estamos perfectamente saludables. En la vida vamos de una muerte a otra; ellas nos preparan para el último final. Las pequeñas muertes del ego son grandes muertes y ellas permiten una buena muerte” (104).

El capítulo que más me conmovió fue sobre la Abadía de Fontgombault, un monasterio benedictino con una plena observancia tradicional y con un número de monjes superior a lo usual (Clear Creek en los Estados Unidos es su casa hermana). Diat comenta:

«Un monje postrado en cama suele conservar sus hábitos como un buen religioso. Busca su rosario, recuerda sus oraciones. La formación monástica persiste. El monje muere como ha vivido. No elige ni su enfermedad ni su sufrimiento, sino que su muerte sigue pareciéndose a su vida.” (131)

Uno de los monjes entrevistados dice: “Cuanto más fuerte es la vida sobrenatural, mayor es la familiaridad con la vida después de la muerte y la simplicidad de la muerte” (ibid.) La tradición católica ha enfatizado desde hace mucho este mismo punto: si deseamos tener una muerte santa, debemos forjar hábitos en nuestras vidas que entrarán en juego en nuestra hora de mayor necesidad. La muerte, en este sentido, no es más que el momento final de un proceso que por largo tiempo lo precede y prepara. Aquellos que piensan que es “injusto” que el destino eterno de uno deba depender únicamente del estado del alma en el momento de la muerte, no están pensando en forma correcta. Ellos no ven lo cierto de que “así como el hombre vive, así morirá.”

Dentro de este capítulo sobre Fontgombault, el testimonio más conmovedor viene de Dom Pateau, quien comparte la siguiente experiencia:

“La celeridad de la vida tecnológica nos abruma hasta los momentos finales y Dios debe forzarnos a tomar este tiempo. Él dice, “Es suficiente”, y el hombre moderno en seguida responderá, “No tengo tiempo.” Estaríamos bastante dispuestos a perder el punto cúlmine de esta vida. El hombre se ha convertido en un esclavo. De la misma manera, no tiene más tiempo ni para sí mismo ni para Dios. La falta es cruel. No tiene tiempo para morir porque no tiene tiempo para vivir. Por su parte, el monje acepta perder su tiempo por Dios. La vida monástica es feliz, la muerte monástica también lo es.” (135)

En el capítulo sobre Mondaye Abbey, escuchamos la encantadora historia de un viejo soldado de la Segunda Guerra Mundial, después un canónigo agustiniano, que procedía de la región de Champagne. Estaba en su lecho de muerte en el hospital cuando su Padre Abad vino a darle los últimos ritos. Sin embargo, ninguna atmósfera sombría marcaba ese momento. Después de los últimos ritos, el Abad descorchó una botella de champaña, bebieron y brindaron. Dos días después el padre Vincent murió en paz, habiendo sido llevado de vuelta a la abadía (148-49). Diat deja caer aquí una sentencia que es digna de mucha reflexión:

“Una comunidad completa está conformada por los vivos y por los muertos” (149).

Esto no es nuestra occidental moderna manera de pensar, como Chesterton dio cuenta cuando se sintió compelido a recordarnos: “La tradición es la democracia de los muertos.” De hecho, para los católicos la mayor y mejor parte de la Iglesia está constituida por las almas de los justos, que no están muertos sino más vivos, por lejos, que lo que nosotros lo estamos, en lo que respecta a la vida que es verdaderamente vida. Su comunidad es nuestro ejemplo y soporte, y juntos formamos un solo cuerpo.

Sorprendentemente son los Cartujos, los más austeros e inaccesibles de todos los religiosos, quienes tienen ¡más sentido del humor! En el último capítulo, leemos que los cartujos hacen santos, pero no promueven sus causas. Se cuenta la historia de un hermano cartujo de mitad del siglo 17 que después de su muerte, su tumba se convirtió en un lugar donde ocurrían milagros cada vez mayores. Habiéndose enterado de eso el prior fue a la tumba y se dirigió al fallecido: “En nombre de la santa obediencia, te prohíbo ejecutar milagros.” Los fenómenos extraordinarios cesaron (164)

Un doctor dijo a un cartujo: “Esto es serio, ¡puede morir!” El monje, sin detenerse a pensar respondió: “Bueno, si es solo eso…” (168).

Diat ha reunido para nosotros de manos amorosas un ramillete de las más raras flores de piedad, sentido común y esperanza cristiana. Podemos ahora leerlas para nuestro beneficio. Un cartujo le dijo:

“He pasado la mistad de mi vida pensando acerca de la vida eterna. Es el constante telón de fondo que reviste toda mi existencia…Debemos amar esta puerta que nos permitirá conocer al Padre” (166).

El mismo monje escribe una nota posterior al autor:

“No es la puerta a la que yo estoy esperando, sino que es al otro lado de la puerta. No estoy esperando la muerte, sino la Vida. Esto debiera ser evidente, pero curiosamente no es lo común” (169).

En su prólogo, el Cardenal Sarah escribe: “Los monasterios son lugares donde uno aprende a vivir y a morir en una atmosfera de silenciosa oración. La mirada está siempre dirigida más allá hacia Aquel que nos ha hecho…” Nicolas Diat ha de hecho demostrado cuanto podemos y debemos aprender de los monjes, quienes viven y mueren por Cristo, en Cristo y con Cristo.

Peter Kwasniewski

*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por LifeSiteNews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad

Puedes leer este artículo en su sitio original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/catholic-monks-reveal-how-they-prepare-for-death-in-a-monastery/

Meditar sobre la muerte siempre es bueno para el alma, revisa este artículo para saber más

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Profesor Peter Kwasniewski: (Chicago, 1971) Teólogo y filósofo católico, compositor de música sacra, escritor, bloguero, editor y conferencista. Escribe regularmente para New LiturgicalMovement, OnePeterFive, LifeSiteNews, yRorateCaeli. Desde el año 2018 dejó el Wyoming CatholicCollegeen Lander, Wyoming, donde hacía clases y ocupaba un cargo directivo para seguir su carrera como autor freelance, orador, compositor y editor, y dedicar su vida a la defensa y articulación de la Tradición Católica en todas sus dimensiones. En su página personal podrán encontrar parte de su obra escrita y musical: https://www.peterkwasniewski.com/