Nuestro compañero Tomás Salas nos lleva a reflexionar sobre Fe y cultura y lo hace sobre un texto recogido en la primera carta a los Corintios
Con respecto a la carne sacrificada a los ídolos, todos tenemos el conocimiento debido, ya lo sabemos, pero el conocimiento llena de orgullo, mientras que el amor edifica.
Si alguien se imagina que conoce algo, no ha llegado todavía a conocer como es debido; en cambio, el que ama a Dios es reconocido por Dios.
En cuanto a comer la carne sacrificada a los ídolos, sabemos bien que los ídolos no son nada y que no hay más que un solo Dios.
Es verdad que algunos son considerados dioses, sea en el cielo o en la tierra: de hecho, hay una cantidad de dioses y una cantidad de señores.
Pero para nosotros, no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y a quien nosotros estamos destinados, y un solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y por quien nosotros existimos.
Sin embargo, no todos tienen este conocimiento. Algunos, habituados hasta hace poco a la idolatría, comen la carne sacrificada a los ídolos como si fuera sagrada, y su conciencia, que es débil, queda manchada.
Ciertamente, no es un alimento lo que no acerca a Dios: ni por dejar de comer somos menos, ni por comer somos más.
Pero tengan cuidado que el uso de esta libertad no sea ocasión de caída para el débil.
Si alguien te ve a ti, que sabes cómo se debe obrar, sentado a la mesa en un templo pagano, ¿no se sentirá autorizado, a causa de la debilidad de su conciencia, a comer lo que ha sido sacrificado a los ídolos?
Y así, tú, que tienes el debido conocimiento, haces perecer al débil, ¡ese hermano por el que murió Cristo!
Pecando de esa manera contra sus hermanos e hiriendo su conciencia, que es débil, ustedes pecan contra Cristo.
Por lo tanto, si un alimento es ocasión de caída para mi hermano, nunca probaré carne, a fin de evitar su caída.
1 Cor 8, 1-13
Fe y cultura: una reflexión a la luz de un texto paulino. Un artículo de Tomás Salas
La figura de Pablo es gigantesca en la historia del Cristianismo y, en general, del pensamiento y la literatura. Sin duda fue un hombre genial, tanto en su dimensión religiosa como intelectual; sin olvidar su aspecto de “hombre de acción”, que hace de su vida una aventura apta para guiones cinematográficos.
A él corresponde, en gran medida, la tarea de llevar la Revelación más allá del ámbito judaico. Don Gabriel Leal, profesor de Sagrada Escritura del Seminario de Málaga, dice con humor que los cristianos de los primeros tiempos, a fin de cuentas, no eran sino “judíos con misa”. Compartían con los judíos sus usos y costumbres y, luego, celebraban el “ágape”. Para un observador externo no habría mucha diferencia. Romper ese círculo es la gigantesca tarea que corresponde a Pablo.
Sus cartas suelen ir dirigidas a comunidades que conocía y a las que les resuelve algún tipo de duda o problema. Estas primeras generaciones de cristianos se encontrarían con grandes dudas ya que están pisando un terreno nuevo para ellos. No hay antecedentes, no existe una tradición.
En este texto, muy conocido, se plantea el problema de comer carne de animales que han sido sacrificados a los ídolos paganos. Para los no cristianos esto es una profanación, pero para los judeo-cristianos, no tiene importancia, puesto que ellos no creen en estos ídolos del mundo pagano.
Se trata de un caso concreto, pero responde, a mi entender, a una cuestión fundamental: la relación entre fe y cultura.
En el caso del Cristianismo (que en esta época todavía no recibe este nombre) esta relación posee unas características específicas. A saber: a) el mensaje de Cristo tiene que difundirse en un ámbito cultural que es ajeno a sus orígenes y, en cierta forma, contrario a sus valores. b) Por su propia naturaleza, por su radical universalismo, la revelación cristiana no se identifica con una cultura determinada. La diferencia con las otras grandes religiones monoteístas, Judaísmo e Islam, son claras. Ambas muestran una clara identificación con una cultura y, en el caso de Islam, con una lengua.
En el texto paulino los cristianos de Corinto se enfrentan a una costumbre, a un tabú, o sea, a una pauta cultural, que les es ajena. La revelación cristiana se sitúa en un nivel superior, es otra cosa. Lo particular, el dato sociológico y cultural es limitado; el amor que ha traído el Señor envuelve, supera a todo eso, constituye una ley superior.
Ahora bien, es un hecho que cualquier hombre está imbuido en una comunidad y en una cultura. El hombre al que va dirigida la salvación de Cristo, no es un ser abstracto, una entelequia, sino un ser que vive en un “aquí y ahora”; es un ser que tiene una necesaria, constitutiva dimensión histórica y cultural. La revelación no puede confundirse con estos datos, ni tiene que adaptarse a todos sus valores (como algunos entienden el famoso aggiornamento), pero debe tener en cuenta a qué hombre se está dirigiendo.
Ni hay que confundirse con los valores del mundo ni se pueden ignorar. El camino correcto parece exigir un difícil equilibrio. El genio de Pablo sabe encontrarlo. Estamos seguros de que se puede comer, pero la caridad hacia los demás nos pide que ese conocimiento (puesto en práctica) no hiera a los demás, porque el conocimiento engríe, mientras que el amor edifica.
Los teólogos morales pueden echar mano de este texto como claro e insuperable ejemplo de la prudencia como virtud cardinal.
Tomás Salas
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