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Sacerdocio: Excelsior, exactitud y constancia

Los buenos Sacerdotes son los que conducen las almas a Dios. Nuestro compañeros nos trae un cariñoso recuerdo a D. José Luis González López, SDB y leyendo el artículo nos adentramos en la vida de ese santo Sacerdote que fue Don Bosco

«Sacerdocio: excelsior, exactitud y constancia«, Jorge A. Rángel

Excélsior, exactitud y constancia son el lema que un santo sacerdote compartió predicando unos ejercicios espirituales para jóvenes seminaristas hace muchos años. Excélsior, siempre adelante, siempre arriba, sin miedo, sin duda. Exactitud, por convicción, con disciplina, por una meta, en equipo, todo a su tiempo, todo a su manera. Y constancia, como un reloj, cada día, cada momento, con amor, por entrega, con renuncia, por el cielo. En memoria de este querido sacerdote José Luis González López, SDB, que con esas palabras resume como son las vocaciones según el Sagrado Corazón de Dios, el dueño de la mies.

La vida enseña que todo lo que vale cuesta, sobre todo en las cosas de Dios. Hoy necesitamos sacerdotes, las estadísticas actuales no son favorables con respecto al número de sacerdotes en las diócesis y dentro de la vida religiosa, pocas vocaciones, muchos consagrados ya enfermos o ancianos, mueren más sacerdotes al año que los nuevos sacerdotes que son ordenados, comunidades sin sacerdote, esto hace recordar aquellas palabras del santo cura de Ars cuando advierte que una comunidad sin sacerdote en pocos años adorará a las bestias, pues al ver nuestro entorno neopagano y sin Dios, pronto si no hay santos sacerdotes que formen a los fieles, y administren los sacramentos quedaremos sumergidos y rodeados de ídolos.

Rogad al dueño de la mies para que envíe operarios a ella fueron las palabras que nos enseñó nuestro Señor advirtiendo que hay que pedir para que no nos falten quienes dejándolo todo, se dediquen totalmente a las cosas de Dios. Todos hemos rezado aquella oración tradicional donde decimos “Señor, danos sacerdotes santos según tu corazón…”.

En las últimas décadas se invita a los jóvenes a jornadas de encuentro, movimientos juveniles, campamentos, veladas, retiros, adoraciones, conferencias masivas, promociones y ferias vocacionales, a elaborar un plan de vida, se han empleado desde la música hasta la danza para atraer a las nuevas generaciones, pero no llegan los obreros a la mies.

La falta de sacerdotes ha llevado a que laicos cubran de manera extraordinaria funciones que hasta hace unos años era impensable que se hiciera, como el que distribuyan la comunión, lleven el viático a los enfermos en casa, expongan al Santísimo Sacramento para la adoración de los fieles, prediquen. Es tanta la disposición de gente de buena voluntad ante esta necesidad o comodidad de los sacerdotes que ya en algunos sitios se llega a abusos que sobran ejemplos. Creo que bastaría que estos ministros comprendieran más de lo sagrado que es Dios y qué es un sacerdote para que se dieran cuenta de la dignidad y vocación que se requiere para atreverse a ponerle las manos encima a la Sagrada Eucaristía. Esto tampoco ha solucionado la falta de ministros del Señor.

No cabe duda que pedimos sacerdotes según el Sagrado Corazón de Jesús, pero ¿qué falta?

En la historia de la Iglesia podemos encontrar infinidad de sacerdotes, muchos de ellos santos que se distinguieron por vivir el don del sacerdocio, como Don Bosco. En las memorias biográficas de San Juan Bosco podemos encontrar la narración de los días en que recibió la ordenación sacerdotal:

Don Bosco escribió: “Es piadosa creencia que el Señor concede infaliblemente la gracia que el nuevo sacerdote pide al celebrar la primera Misa: yo le pedí fervorosamente la eficacia de la palabra, para poder hacer el bien a las almas”; y todos los que le conocieron, pudieron comprobar que obtuvo con maravillosa abundancia la gracia solicitada. En el curso de su ministerio, ya en privado, ya en público, ya sea hablando, como predicando, y confesando, se adueñaba de los corazones, hasta llevarlos a Dios y excitarlos a generosas y virtuosas resoluciones, sembrando en muchos el germen de una sólida santidad, fecunda en grandes obras. Con su palabra hechizaba, podríamos decir, a los muchachos: hacia buenos, a los malos, y encaminaba a los buenos hacia la perfección, proponiéndoles especialmente la imitación de San Luis Gonzaga, que les había designado como protector. Muchas, muchísimas veces una simple palabra suya obraba portentos, cambiando de repente voluntades y suscitando maravillosas vocaciones religiosas.

Y cómo podía ser esto de otro modo?, el padre y maestro de la juventud cuidó decir siempre la santa Misa y recordemos el valor mismo del Santo Sacrificio incruento, que solo los sacerdotes ofrecen por la gracia necesaria que recibieron el día de su ordenación para la sublime misión que el Divino Redentor le ha destinado, Don Bosco celebró los santos misterios con un corazón ardiente de fe, esperanza y caridad, corazón de los más íntimos amigos de Dios. Celebró la Santa Misa hasta el final de su vida con el mismo amor.

Los que asistieron a Misa con el sacerdote de los jóvenes pobres encontraron lo mismo que buscamos quienes asistimos a la Santa Misa Tridentina, la misma que alimentó la santidad de Don Bosco. Sentimos como ellos que en ese momento se apodera de nosotros un suave sentimiento de fe, al observar la devoción que se trasluce en todo lo exterior, la exactitud en cumplir las sagradas ceremonias, el modo de pronunciar las palabras y la unción con que se acompañan las oraciones. Esta edificante impresión no se borra jamás de la mente y del corazón. Cada Misa provoca satisfacer un ardiente deseo de experimentar ese consuelo al menos una sola vez.

Muchas vocaciones sacerdotales surgen por contemplar a un santo sacerdote que despertó la inquietud por ser y hacer lo mismo que él, descubrieron lo digno y sublime de la vida de todo sacerdote que con su sola presencia recuerda la presencia de Dios.

La vocación de Don Bosco se da a luz, en un sueño, en el corazón de un pobre hogar cristiano, con una madre viuda, que no sabía leer ni escribir, que saca adelante a sus tres hijos y a su suegra inválida, esta mujer llena de Dios descubrió y apoyó la vocación de su hijo. 

Margarita, la madre de Don Bosco le habló así el día de su ordenación:

“Aquel día mi madre, cuando ya estuvimos totalmente solos, me dijo estas memorables palabras: —Ya eres sacerdote: ya dices Misa; en adelante estás más cerca de Jesús. Pero acuérdate que empezar a decir Misa quiere decir empezar a sufrir. No te darás cuenta enseguida, pero poco a poco verás que tu madre te ha dicho la verdad. Estoy segura de que todos los días rezarás por mí, mientras yo viva y cuando muera: esto me basta. Tú en adelante, piensa solamente en la salvación de las almas sin cuidarte para nada de mí”.

¡Qué bellas palabras se escriben en la biografía de Don Bosco!, refiriéndose a su primer colaboradora, ella comprendía la grandeza y dignidad del sacerdote, hombre de Dios.

¡Oh santa y generosa madre, que había hecho milagros de sacrificios, de privaciones, de paciencia, de humillaciones para ayudar al hijo a ser sacerdote! El Señor le había conservado la vida para que pudiera besar las manos consagradas de su Juan. ¡Qué bueno es el Señor con los que le temen! De cuántas maneras premió a Margarita haberle guardado tan cuidadosamente el sagrado depósito que le había entregado en la persona de su hijo Juan. Pero el premio más apreciado y querido para Margarita será ver descollar en el corazón de su hijo, las virtudes; cuya semilla ella había depositado; leer en sus ojos la inmensa paz de su conciencia; gozar de su inalterable felicidad por haber correspondido a la divina vocación; comprobar que se entrega completamente a promover la gloria de Dios; observar la manifiesta y continua protección que la Divina Providencia dispensaba a sus empresas; verlo siempre preocupado por la salvación de las almas, la destrucción del pecado; contemplarlo totalmente lleno de aquella alegría, que engendra el pensamiento de la presencia de Dios.

Otro aspecto importante de las vocaciones según el corazón de Jesús es la formación del seminario donde recibió ciencia y espíritu eclesiástico. El joven Juan Bosco, seminarista según sus maestros y superiores es descrito con pocas palabras “celoso y de buenas esperanzas” es decir observante y obediente (recordemos que su formación fue según lo ordenado por el Concilio de Trento).

Sus compañeros que compartieron el regalo del sacerdocio se expresaron del joven Don Bosco con estas palabras:

“Desde los primeros días que le conocí en el seminario, le consideré como si fuera ya sacerdote por su sensatez y templanza”.

“En el seminario dio admirable ejemplo de piedad y obediencia. Tan grande era la estimación en que los seminaristas le teníamos, que más que compañero le considerábamos un superior. Ya entonces lo teníamos por santo”.

“Ocupaba el tiempo minuciosamente: estaba siempre entregado a la lectura; los compañeros solían rodearlo para hacerle preguntas sobre las materias más diversas, pues era de una erudición sorprendente; todos le tenían en gran estima por su virtud y piedad”.

“Fue el modelo de los seminaristas”.

“En el seminario le llamábamos el Padre, tanta era la madurez, compostura y regularidad de su vida”.

“Don Bosco era el pacificador de los compañeros”.

“Muchos seminaristas compañeros de don Bosco, me aseguraron que en el seminario fue de una conducta digna de toda alabanza”.

“Este amable compañero del seminario era muy apreciado por su santidad de vida”.

“Jamás vi en él el menor defecto: en cambio vi todas las virtudes, practicadas con perfección”.

“Realizó grandes progresos en el seminario en la virtud y en el estudio”.

“Era piadoso, diligente, ejemplarísimo, la dignidad de su aspecto, la exactitud con que cumplía sus deberes de clase y de religión, eran algo verdaderamente ejemplar”.

Recordar la vida de nuestros santos nos ayuden a descubrir que no es indiferente quien alimente y quien eduque a nuestros hijos, todos estamos llamados a dar testimonio cristiano a hablar con lo que hacemos. Sigamos pidiendo sacerdotes santos según el Sagrado Corazón de Jesús, que valoren la dignidad de su ser sacerdotal, el cuidado de su vida espiritual, las renuncias que aceptan, la recompensa que les espera y la felicidad futura con las almas que ayudaron a ganar el cielo. Que nuestras familias estén atentas de esas nuevas vocaciones y las cuiden como Mamá Margarita, que los Seminarios formen a los futuros sacerdotes para que puedan hacer suyos los sentimientos y propósitos del joven Don Bosco.

Don Bosco en los ejercicios espirituales en preparación a la Ordenación Sacerdotal: “Los hizo de un modo edificante, afirma don Giacomelli; se sentía extraordinariamente penetrado de las palabras del Señor, que oía en los sermones, sobre todo de aquellas expresiones que indicaban la dignidad que dentro de poco iba a recibir: ¿Quién subirá al monte del Señor? o ¿quién morará en su santuario? ¿quién podrá llamarse digno ministro del Señor y tratar sus sacrosantos y tremendos misterios? —Y el clérigo Bosco, hablando con los de su intimidad, mostraba estar compenetrado con lo que el Salmista responde a esa pregunta: —El de manos inocentes y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, empleándola en servir a Dios y no a las pasiones. Él logrará la bendición de Yahvéh, la justicia de su salvación”.

Y los propósitos que asumió para vivirlos en su vida sacerdotal fueron:

“El sacerdote no va sólo al cielo ni va solo al infierno. Si obra bien, irá al cielo con las almas salvadas por él con su buen ejemplo; si obra mal y da escándalo, irá a la perdición con las almas condenadas por su escándalo. Por lo tanto, me empeñaré en guardar los siguientes propósitos:

1. No haré paseos, sino por necesidad grave: visitas a enfermos, etcétera.

2. Ocuparé rigurosamente bien el tiempo.

3. Padecer, trabajar, humillarme en todo y siempre, cuando se trate de salvar almas.

4. La caridad y la dulzura de San Francisco de Sales serán mi norma.

5. Siempre estaré contento de la comida que se me presente, con tal que no sea nociva para la salud.

6. Beberé vino aguado y sólo como medicina, es decir, cuando lo reclame la salud.

7. El trabajo es una arma poderosa contra los enemigos del alma; por ello no daré al cuerpo más de cinco horas de sueño cada noche. Durante el día, especialmente después de la comida, no tomaré ningún descanso. Haré alguna excepción en caso de enfermedad.

8. Destinaré cada día algún tiempo a la meditación y a la lectura espiritual. Durante el día haré una breve visita, o al menos una oración, al Santísimo Sacramento. Tendré un cuarto de hora al menos de preparación y otro cuarto de hora de acción de gracias, al celebrar la santa Misa.

9. No conversaré con mujeres, fuera del caso de oírlas en confesión u otra necesidad espiritual”.

Que este breve repaso por la vocación sacerdotal de San Juan Bosco, suscite en las almas juveniles, ardientes deseos de consagrar la vida a Dios.

Jorge A. Rangel Sánchez

Esperamos hayan disfrutado con este gran artículo: «Sacerdocio: excelsior, exactitud y constancia». En el artículo, Jorge, nos hablaba de la Misa Tradicional, nosotros les invitamos a conocerla en profundidad en nuestra sección de:


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Author: Jorge A. Rangel