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Qualis esse debet, ser como se debe ser

Escribe con esa delicadeza de otra época, pero sus temas están vigentes, hacen referencia al ayer, al hoy y a nuestro mañana, ¿Cuál es nuestra finalidad, cuál es nuestro deber? Aquí tienen la respuesta

«Qualis esse debet, ser como se debe ser», Jorge A. Rangel

Todos podemos parar un instante en el camino de la vida y ver atrás infinidad de recuerdos de todo tipo, buenos o malos, de alegrías o penas, aciertos o errores, de gracia o de pecado, de fortaleza o debilidad. Podemos también encontrar que para alguien el mismo acontecimiento puede ser lo mejor que pudo vivir, mientras que para otro, pudo ser terrible.

Hubo una vez dos muchachos, Mauro y José Antonio. Ambos nacieron y crecieron en la misma ciudad, los dos de familias muy católicas. Mauro, pequeño quedó huérfano de padre y José, casi pierde a su padre un año antes de nacer por caer preso en tiempos de los “Cristeros”, y nació gracias a que providencialmente fue liberado. Los dos fueron invitados a entrar al seminario para ser algún día sacerdotes, con diez años y llegaron a formarse a la Capital, a la Ciudad de México, allá por el año de 1937.

Les tocó vivir tiempos difíciles, como la expropiación de las obras religiosas en el período del presidente Lázaro Cárdenas, el número de vocaciones era elevado y en lugar de trasladar el seminario a un lugar más espacioso y adecuado tuvo que reubicarse en una antigua hacienda fuera de la ciudad, un lugar árido, rodeado de magueyes y nopales, al lugar solo se podía llegar por ferrocarril. Aunque fueron años muy duros para todos, el fervor, la alegría y la generosidad crecieron, y el deseo de ser religiosos y después sacerdotes, animaba a los casi 200 muchachos en formación.

En aquellos años, los religiosos procuraban conservar con fidelidad los ideales de su fundador, el espíritu propio de cada instituto y cumplir generosamente la misión a la que están llamados en la Iglesia. El camino de formación era claro: “Qualis esse debet” (ser como se debe ser). Revestirse de las virtudes características que deben brillar en el que por vocación sigue a Cristo, constituyendo su fisonomía espiritual, a fin de cumplir la sublime misión.

La fe, indispensable para superar las insidias del demonio; fe hecha obras, que denota coherencia de vida y de obras con la verdad profesada.

La esperanza, hace confiar en el infaltable auxilio con el cual sostiene Dios a cuantos trabajan por Él, y conforta con el pensamiento de las celestiales recompensas a toda fatiga.

La caridad, anima la piedad eucarística y la oración, haciendo amar a Dios con todas las fuerzas del alma y del corazón, y se traduce en la búsqueda del bien de las almas y en el amor fraternal y paciente al prójimo.

El trabajo, conquista para el bien todas las actividades, y libra de los peligros del ocio.

La templanza, renunciar a lo que impide ser lo que se debe ser, lleva a la guardia y al dominio de las pasiones.

La obediencia o cumplimiento de las responsabilidades del propio estado de vida.

La pobreza afectiva y efectiva, desprende de las cosas de la tierra y vuelve libres para aspirar solo los valores sobrenaturales y celestiales.

La castidad luminosa y radiante, preserva de las seducciones de los sentidos y del corazón, induce a ver y amar a Dios en el prójimo, porque se ama al prójimo por mandato divino.

El tiempo pasó en la vidas de Mauro y José Antonio, las pruebas vividas forjaron a dos buenos y prometedores pastores de almas. Ambos destacaron por su empeño e inteligencia, después de terminar la formación inicial, profesaron como religiosos y continuaron sus estudios para la consagración sacerdotal. Ya para iniciar la Teología fueron enviados a Italia para especializarse en Teología e Historia Sagrada, tuvieron la gracia de conocer a S.S. Pío XII. La Iglesia aún vivía el dolor de la segunda guerra mundial y conocieron infinidad de ejemplos vivos de fidelidad religiosa y sacerdotal. En 1955 por fin la ordenación sacerdotal.

“Te acuerdas, madre, del llanto

que bañó ayer nuestro “adiós”;

de ese riego vive ahora,

la flor de mi vocación.

Que hermoso, madre, sentirse

un elegido de Dios;

pensar que está en nosotros

todo un infinito amor.

Mañana, madre, mañana,

cuando sea un sembrador;

cuando mi carne morena

disfrace su albura el sol;

Y cuando para pagarte

vida con vida tu don,

te dé a comulgar un Cristo

amasado con mi voz.

Dios en realidad muchas veces escribe recto, en renglones torcidos, como en nuestras vidas, o en el caso de estos dos sacerdotes que ya Dios juzgó pues los dos ya no están entre nosotros.

Uno se mantuvo fiel al “Qualis esse debet” por más de 50 años de sacerdocio y al final de su vida recordaba con afecto y cariño a tantas personas que conoció y animó durante su vida de entrega y agradeció siempre a Dios el regalo del sacerdocio. El otro, simplemente “fue lo que quiso ser”.

Pidamos ser como debemos ser, ya desde nuestro bautismo quedamos marcados por el santo óleo y por esa agua de salvación, fuimos creados para conocer, amar y servir a Dios en nuestras vidas y cuando Dios nos llame esperamos gozar de nuestro creador por toda la eternidad allá en el cielo. Cuidemos esas virtudes que describí y que no son exclusivas solo de los sacerdotes sino de todo buen cristiano. Cuidemos que la polilla y otros despreciables insectos no las opaquen, manchen o carcoman.

Pidamos por nuestros sacerdotes, obispos y por el Papa para que “Qualis esse debet” para ellos y para la Santa Madre Iglesia, pues el que no es como debe ser, termina siendo lo que quiere ser.

Jorge A. Rangel Sánchez

No olviden esta bella frase que todos debemos de tener presente, qualis esse debet

Suponemos que les ha encantado este artículo de Jorge, les recomendamos este otro artículo suyo, record de visitas: Sacerdocio: Excelsior


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Author: Jorge A. Rangel