Nuestra sección de espiritualidad, una de las más visitadas. Cada semana el Rev. D. Vicente Ramón nos propone un tema para subir en la escala espiritual, ¿Vds. se animan al ascenso o prefieren quedarse en la parte baja?
«La liturgia de las horas, un tesoro por redescubrir», Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
Uno de los elementos de santificación que posee el sacerdote a su alcance, es la Liturgia de las Horas u Oficio Divino. Es la oración oficial de la Iglesia que entra a formar parte de su vida desde el Seminario y que marca el ritmo litúrgico y espiritual de su quehacer diario. Su recitación, privada o en comunidad, es una parte importantísima de su ministerio, pues en ella, como en todo lo demás, no sólo busca su propia santificación sino también la de aquellos a quienes sirve.
Origen del Oficio Divino
La santificación de la jornada forma parte de la tradición judeocristiana, como atestigua el salmista al afirmar que siete veces al día alaba al Señor. Ya en el Antiguo Testamento está establecido el rezo de los Salmos como una forma de alabanza diaria a Dios y como parte del culto del Templo. Es el sacrificio de alabanza y acción de gracias que tanto resuena en lo salmos, especialmente, en los salmo graduales, aquellos que eran recitados durante la peregrinación hacia Jerusalén, la Ciudad Santa y morada del Altísimo.
Esta práctica fue heredada por el Cristianismo que, como es sabido, tiene en el Judaísmo su sustrato más antiguo. El culto de los primeros cristianos, procedentes del Judaísmo, en poco se distinguía de sus antiguos hermanos de fe, pues, como nos relata Hechos de los Apóstoles, eran frecuentes sus visitas al Templo para rezar a Dios. En este culto primitivo el libro de los Salmos tuvo un lugar muy especial, dada la ausencia de escritos propiamente cristianos, y la lectura de la vida y misterio de Cristo a la luz del Antiguo Testamento. Ya en medio de las comunidades judeocristianas los Salmos fueron vistos como un anticipo del misterio de Cristo, hasta el punto de considerar “profeta” a su autor, el Rey David, tal y como hace san Pedro en su predicación tras Pentecostés. Los Salmos fueron, pues, el primer libro de oración de la Iglesia, adquiriendo una gran consideración y siendo objeto, ya en la época patrística, de innumerables comentarios e interpretaciones que tenían, como centro, el misterio de Cristo.
Con el tiempo, el culto cristiano fue conformándose no sólo en torno a la oración salmica, sino también a la celebración eucarística, que, tomando como modelo la celebración de la Pascua judía, fue adquiriendo rasgos propios y autónomos. En el marco de la Eucaristía, como narra san Justino, se leen los Salmos y los Profetas, junto, a lo que él llama “las memorias de los Apóstoles”, que pueden identificarse con sus escritos o con los Evangelios. En ello reproduce el esquema de la Pascua judía donde, como nos narra la Sagrada Escritura, se cantan himnos y salmos, acompañados por la lectura del libro de Éxodo; como también del culto sinagogal, donde a la proclamación de la Torah le sigue una explicación del texto proclamado, como hizo Jesús en la Sinagoga de Nazaret.
Con el tiempo, y junto al desarrollo de la Liturgia de la Misa, fue desarrollándose el Oficio Divino, especialmente, llegada la paz constantiniana, en los ambientes monacales. Es en estos últimos donde el Oficio Divino se convierte en el centro de la vida de los monjes y monjas consagrado al Opus Dei (“Obra de Dios”), que tiene en la recitación del Oficio Divino su centro. Como constata San Benito en su Regla, el Oficio Divino ocupa un lugar excelso en la vida del monje, más aún que la celebración eucarística, aunque no por ello deje de ser centro y culmen de la vida del monje. En la regla benedictina descubrimos, hacia el siglo VI, un Oficio Divino bien estructurado, con elementos fijos y otros cambiantes, según los tiempos litúrgicos, y cuya recitación marca el desarrollo del día del monje como las agujas de un reloj.
A los Salmos se les van uniendo otros elementos que dan personalidad propia al Oficio Divino y que, de un modo u otro, han pervivido hasta nuestros días: Invitatorio, antífonas, lecturas breves o capítulos, responsorios, preces y oraciones, forman el esqueleto básico del Oficio, que es ejecutado de modo armonioso en las comunidades monacales y en los coros catedralicios medievales. A estos elementos fijos, se unen otros variables, como las Lecciones o Lecturas de la Escritura, los Santos Padres y las vidas de los Santos, que convierten al Oficio Divino en un compendio o “breviario” de todo lo que debe rezar, conocer y meditar el monje o el sacerdote.
Con el tiempo, el rezo del Oficio Divino sale de los muros monacales, catedralicios o conventuales, y alcanza las casas particulares, dando lugar a preciosos libros miniaturados, llamados “Libros de Horas”, que son usados por las elites de la Cristiandad medieval para participar en el rezo diario de la Iglesia. Por desgracia, su uso no alcanza todavía al común de los fieles, dado el uso del latín en el mismo, como también al distanciamiento de estos con respecto a la liturgia oficial de la Iglesia. Hay que esperar al siglo XX para ver cómo se recomienda el rezo de las Vísperas dominicales en las parroquias, como también la aparición de ediciones bilingües del Oficio Divino, especialmente, del llamado Oficio Parvo de la Virgen María.
Facilitar su difusión y su uso por parte de los monjes, sacerdotes y fieles fue una constante a lo largo de la historia del Oficio Divino, que explica que haya sido en varias ocasiones reformado hasta adoptar la forma que actualmente conocemos. Ya después de Trento se llevó a cabo una reforma del mismo, sobre la base del usado en la Curia romana, que perduro hasta el pontificado de san Pío X que introdujo importantes cambios en el mismo: recitación semanal del Salterio; la lectura continua de la Sagrada Escritura; la adaptación del santoral y la abreviación del oficio en atención a los sacerdotes con cura de almas. Su carácter provisional se refleja en las aportaciones posteriores de Pío XII, que introdujo una nueva traducción latina del Salterio y reformo algunas rubricas; y de san Juan XXIII con una nueva reestructuración del Ordinario y los contenidos.
Su forma actual es fruto de la labor realizada por el Concilio Vaticano II que, siguiendo la estela de Pío X, Pío XII y Juan XXIII, se propuso como tarea principal la reforma del Breviario. En 1970 mediante la Constitución Laudis canticum y bajo el nombre de “Liturgia de las Horas”, aparecía el nuevo Oficio Divino dividió en cuatro volúmenes, que pretendía, no sólo facilitar el rezo de las horas canonícas a los sacerdotes y religiosos, sino también, mediante el uso de la lengua vernácula, abrir los tesoros de la Escritura y la Tradición a todos los fieles católicos que desearan unirse a la Iglesia en su oración oficial.
Espiritualidad de la Liturgia de las Horas
Uno de los más destacados representantes del movimiento litúrgico, Pius Parsch, afirmaba en su libro La renovación de la parroquia por medio de la Liturgia, que todo sacerdote debe considerar como básicos tres libros: la Biblia, el Misal y el breviario. Ciertamente, estos tres libros constituyen la base para el ministerio del presbítero y de ellos extrae los elementos fundamentales de su espiritualidad. De ahí, la importancia del rezo diario de la Liturgia de las Horas porque, en cierto sentido, esta es un compendio de las tres: de la Sagrada Escritura, porque esta forma le proporciona su contenido central: los Salmos, pero también las lecturas breves y las extensas del Oficio de Lectura; y del Misal, porque contiene oraciones y suplicas que, inspiradas en la Escritura y en la Tradición, expresan los deseos y anhelos de santidad que inspiran los textos sagrados y patrísticos.
Todo ello hace que la Liturgia de las Horas sea más que una devoción o una pesada carga para el ejercicio del ministerio. Por desgracia, son más los que las consideran en este segundo aspecto que en el primero: quienes así piensan, aducen que tienen un carácter reiterativo, monótono o que no tienen tiempo para tanto rezo; otros, fruto de su experiencia de seminaristas, llegar a decir que ya las rezaron bastante en el Seminario y que no necesitan rezarlas más. No en vano, la crisis de muchos sacerdotes empieza cuando abandonan, no sólo la confesión sacramental, sino el rezo del Oficio Divino que, con lógica, desemboca en un hastió por la celebración de la Santa Misa, y finalmente en el abandono del ministerio o en una existencia sacerdotal vacía y triste.
Aunque a veces su rezo pueda parecer monótono y pesado, la Liturgia de las Horas tiene siempre algo que decirnos y descubrirnos. Especialmente, en el rezo de los Salmos vamos descubriendo, no sólo los sentimientos de Cristo, protagonista de los mismos, sino del mismo orante. En no pocas ocasiones nos vemos identificados con el salmista a través de sus palabras de tristeza, angustia, alabanza, acción de gracias, impetración, dolor o alegría; o leemos en ellas nuestra propia historia o la de la Iglesia, con sus luces y sombras, sus ilusiones o decepciones, y su esperanza en el triunfo de Dios sobre sus enemigos.
Su rezo nos une con la Iglesia, tanto la del presente como la del pasado, que ha orado y ora incesantemente con esas mismas palabras en todo tiempo y lugar; como también con la Iglesia triunfante que, como afirma el libro del Apocalipsis, alaba continuamente con salmos e himnos inspirados al Cordero victorioso. El rezo de la Liturgia de las Horas es una manifestación, junto a la Santa Misa, de esa Liturgia celestial que se hace presente y concreta en cada comunidad, en cada sacerdote, religioso o seglar que ora con ellas, prestando su voz al Cuerpo Místico de Cristo.
Finalmente, también es un excelente medio para el apostolado, porque su rezo no se limita a un lugar o espacio concreto. Para el sacerdote o el seglar que viven en medio del mundo, cualquier espacio humano es un lugar de alabanza al Señor y de testimonio silencioso de su presencia en medio de los hombres. El hogar, el trabajo, el transporte, el mar, el campo, la ciudad… son espacios de encuentro entre Dios y el hombre a través del rezo de la Liturgia de las Horas, que puede llegar a suscitar la curiosidad de quienes rodean al orante y a este una oportunidad de dar razón de su esperanza. A pesar de las inevitables distracciones que pueden producirse en su recitación, esta presencia en medio del mundo de la Liturgia de la Iglesia es una forma más de hacer misión, de acercar el tesoro de la fe a los hombres de hoy, abstraídos en sus particulares mundos y en los que, parece ser, no tiene cabida ni Dios, ni el hombre ni lo sobrenatural.
Liturgia de las Horas y Santa Misa
Las horas canónicas son como planetas que giran en torno al sol de la misa: nos preparan a ella y hacen que prosiga su acción de gracias durante el día, afirmaba Pius Parsch.
Un último aspecto que deseo destacar, es la vinculación entre el Oficio Divino y la Santa Misa, que parece bastante olvidado, y que sería importante recuperar. La preparación para la celebración de la Santa Misa es uno de los actos más importantes de la vida espiritual del sacerdote que, por desgracia, va cayendo en el olvido o la superficialidad. El rezo de la Liturgia de las Horas como preparación de la celebración eucarística, sería un buen medio de recuperar esta predisposición interior antes del Santo Sacrificio, como también su rezo después de la misma como acción de gracias por el sacrificio ofrecido.
Si el carácter sacramental del sacerdote se otorga, principalmente, para el bien de la Iglesia, concretamente por el de los fieles a él confiados, ello supone que, no sólo la celebración Eucarística es un canal para esa santificación, sino también el rezo de la Liturgia de las Horas. De ahí, el cuidado que debe observarse tanto en una como en la otra: no sería correcto una celebración descuidada de la Misa y una observancia escrupulosa del Oficio Divino, ni al revés. Ambas acciones sagradas nos piden a los sacerdotes, como decía la oración preparatoria del Breviario romano: atención, devoción y piedad a la hora de celebrar la Misa y realizar el rezo del Oficio; como también, seguía diciendo dicha oración, tener los mismos sentimientos de Cristo en su alabanza a Dios Padre mientras estuvo en la tierra. De esta manera, aún dadas las inevitables distracciones, manifestamos interiormente nuestro deseo de ofrecer a Dios un sacrificio eucarístico, tanto en el altar como en el Oficio, lo más perfecto posible dadas nuestras limitaciones humanas y espirituales.
Conclusión
Mi experiencia sacerdotal me ha enseñado el valor que tiene para mi ministerio el rezo de la Liturgia de las Horas y los tesoros de gracia que encierra para aquellos que se acercan a ella, venciendo las dificultades humanas y espirituales que pueden surgir, y se dejan seducir por la Palabra de Vida que contienen.
Como decía Pius Parsch respecto al Misal, no sólo es necesario que el sacerdote conozca los rudimentos de la celebración, su historia o su teología, sino también es importante la vivencia interior de aquello que celebra. Algo parecido podría decirse del Oficio Divino, Breviario o Liturgia de las Horas: no es sólo necesario un conocimiento de su historia y espiritualidad, sino también el dejarnos introducir en el misterio de gracia que contienen sus páginas, fruto de la Divina inspiración y del pensamiento de los Santos Padres, teólogos, doctores, místicos, papas y concilios que alimentaron su alma con su rezo.
Recuperar la Liturgia de las Horas como medio de santificación, hacerla amar a los futuros sacerdotes y difundirla entre los seglares, nos ayudara a dar solidez a nuestro ministerio y a renovar el amor hacia ella que prometimos el día de nuestra ordenación.
Vicente Ramón Escandell Abad, Pbro.
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