La actual pandemia de Coronavirus ha dejado expuesto el omnipresente error de nuestro tiempo de negar que Dios es el que está a cargo de todo hasta el último detalle.
Pandemia de Coronavirus: ¿Castigo de Dios o mala suerte sin sentido?, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
En un notable discurso el Prof. Roberto de Matthei apunta a la coherencia con la cual la vasta mayoría de los obispos ha declinado pedir respuestas sobrenaturales al Coronavirus, prefiriendo más bien las respuestas naturales a las cuales nuestra sociedad reconoce exclusivamente:
“Hoy los obispos no solo no están hablando de los divinos castigos, sino que hasta no están invitando a los fieles a rezar para que Dios los libera de la epidemia. Hay una coherencia en esto. Quien quiera que reza, de hecho, ruega a Dios para que intervenga en su vida, y así en las cosas del mundo, con el fin de estar protegido del mal y para obtener bienes espirituales y materiales. Pero ¿por qué escucharía Dios nuestras oraciones si él está desinteresado en el universo creado por Él?”
De Mattei nota que cierto prominente obispo en Italia ha “rechazado con fuerza la idea de que la pandemia de Coronavirus o cualquier otro desastre colectivo pueda ser un castigo para la humanidad. El virus, cree el obispo, es solo efecto de la naturaleza.” Pero esto es incoherente:
“La historia, en realidad, es una criatura de Dios, como la naturaleza, como todo lo que existe, porque nada de lo que existe puede existir apartado de Dios. Todo lo que acontece en la historia es previsto, regulado y ordenado por Dios para toda la eternidad, (…) Dios es el autor de la naturaleza con sus fuerzas y sus leyes, y Él tiene el poder de disponer del mecanismo de las fuerzas y de las leyes de la naturaleza de tal manera que produzca un fenómeno de acuerdo a las necesidades de Su justicia y de Su misericordia. Dios, que es la causa primera de todo lo que existe, siempre hace uso de las causas secundarias con el fin de efectuar Sus planes. Quien quiera que tiene un espíritu sobrenatural no se detiene en el nivel superficial, sino que busca entender el diseño oculto de Dios que actúa bajo la aparentemente ciega fuerza de la naturaleza.”
Este “diseño oculto” incluye el castigo de Dios a los seres humanos por los pecados, el cual pertenece a todos nosotros, ya que todos estamos implicados en la caída de Adán, y ningún hombre que tiene el ejercicio de la razón y de la libertad podrá reclamar estar libre del pecado personal (ver 1 Juan 1, 8). La Biblia, los Padres y Doctores de la Iglesia, y la totalidad del patrimonio de la teología cristiana confiesa a una voz: la Providencia de Dios está a cargo de todo lo que ocurre, y los males físicos de las enfermedades y la muerte son causadas por el mal moral del pecado y estos son enviados como castigos retributivos, purgativos y medicinales.
Algunos responderán con el Evangelio de San Juan, donde el Señor dice que la ceguera de cierto hombre no fue causada por sus pecados o los de sus padres. (ver Juan 9, 2). El Señor mismo nos lo dice también en Lucas 13:
“En aquel momento llegaron algunas personas a traerle la noticia de esos galileos cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios. Y respondiendo les dijo: “¿Pensáis que estos galileos fueron los más pecadores de todos los galileos, porque han sufrido estas cosas? Os digo que, de ninguna manera, sino que todos pereceréis igualmente si no os arrepentís. O bien aquellos dieciocho, sobre los cuales cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que, de ninguna manera, sino que todos pereceréis igualmente si no os convertís.”
Lucas 13
Jesús nos recuerda que el castigo con justicia cae sobre todos nosotros, y que debemos hacer penitencia por nuestros pecados y por los pecados de los otros. Los males de este mundo son una invitación a rechazar el mal moral, a purificar nuestros corazones y a volver a Él, a quien debemos, en todo caso, rendir cuentas al final de nuestros días.
Solo en la Ilustración (siglos 17 y 18) los autodenominados filósofos rechazan, simultáneamente, la doctrina del pecado original, la doctrina de la divina providencia y el valor de la penitencia. Ernst Cassirer notó que los pensadores de la Ilustración, a pesar de su gran diversidad de opiniones, estuvieron todos de acuerdo al desechar el pecado original. Para los racionalistas, todos los hombres nacen con una naturaleza humana “neutral”, abierta tanto al bien como al mal. Los hombres se convierten en buenos o malos basados en su educación y en sus influencias sociales.
Si suceden cosas males, se debe al azar o al vicio personal. Dios, si Su existencia se reconoce, es meramente un relojero que construye la máquina cósmica y la coloca en marcha, y luego continua con su marcha sin Su participación. La imagen del universo que nos ha dado la ciencia moderna es una en la cual Dios no juega un rol íntimo. Para quienes trabajan bajo esta metafísica tan pobre, hablan de la voluntad de Dios como de un tsunami o de un terremoto, de una plaga o una hambruna. No sería tan diferente de Homero hablando de los petulantes dioses interfiriendo en la Guerra Troyana. La auto-consciente “moderna” teología a su vez, a menudo ha tomado su ejemplo del racionalismo: esta no considera a la raza humana como naufragada o ahogada, merecedora de muerte y castigo, ni ve a Dios como íntimamente presente en todas las cosas, especialmente en las criaturas hechas a Su imagen, llamándolas al sufrimiento redentor y a la felicidad eterna.
Cuan radicalmente diferente es la perspectiva cristiana y católica vívidamente vista en la oración medieval que el superior general de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, el Reverendo Padre Andrzej Komorowski, FSSP, pidió a los sacerdotes de la Fraternidad rezar al final de cada Misa pública hasta nuevo aviso:
V./ No nos trates, Señor, según merecen nuestros pecados.
R./ Ni nos pagues según merecen nuestras iniquidades.
V./ Ayúdanos, Señor, Salvador nuestro.
R./ Y por la gloria de Tu nombre, líbranos, Señor.
V./ Señor, no te acuerdes de nuestras iniquidades pasadas.
R./ Vengan rápido a nosotros tus misericordias, pues estamos abatidos
V./Ruega por nosotros, San Sebastián.
R./ Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
V./ Señor escucha mi oración.
R./ Y llegue a ti mi clamor.
V./ El Señor esté con vosotros.
R./ Y con tu espíritu.
V./ Oremos: Escuchadnos, oh Dios, Salvador nuestro; y por la intercesión de la bienaventurada y gloriosa Virgen María, Madre de Dios, la de vuestro bienaventurado mártir San Sebastián, y la de todos los Santos, liberad a vuestro pueblo de los terrores de vuestra ira y aseguradle vuestra misericordia.
Recibid, Señor, propicio nuestras plegarias, y curad las enfermedades de las almas y los cuerpos, para que, habiendo obtenido la curación, nos alegremos siempre en vuestra bendición.
Concedednos, Señor, el fruto de nuestras peticiones, y alejad propicio la peste y la mortandad, para que nuestros corazones conozcan y teman tales flagelos, que con vuestra misericordia cesan. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que con Vos vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos y siglos, Amen.
Viendo a estas verdaderamente robustas y católicas oraciones de la Era de la Fe, nos preguntamos: ¿Por qué estas oraciones fueron desechadas después del Vaticano II? (Esta es una del antiguo Rituale Romanum, el cual de hecho fue despedido a patadas…aunque, gracias a Dios, está de vuelta en su uso en cada vez más y más lugares.) O la Iglesia estuvo en lo correcto a lo largo de todos aquellos siglos al rezar esta oración – lex orandi, lex credendi – o ella se equivocó al hacer eso. Si ella estaba en lo correcto, entonces hoy deberíamos arrepentirnos de la destrucción que vino sobre nuestra propia herencia litúrgica y retomar nuestra “ley de oración” de nuevo con humildad y confianza. Sin embargo, si estaba equivocada, ¿por qué aún somos católicos? Sería más intelectualmente honesto convertirse en un humanista secular o, para este asunto, en un nihilista.
Esta es realmente la cuestión fundamental que la reforma litúrgica levanta una y otra vez, cuando uno se da cuenta de las marcadas diferencias entre la antigua y la nueva.
¿Qué era lo que los católicos de tiempos pasados pensaban durante los periodos de enfermedad o peste? Esto es lo que la gran Madre Matilde de Bar (1614 – 1698) escribió a una hermana laica enferma el día de Pentecostés del 23 de mayo de 1695, según lo registrado por otra monja:
“Debemos permanecer en la situación en la cual Dios nos coloca, bendiciéndolo siempre y siempre consentir, izquierda y derecha en todos lados. Esto es lo que tenemos que hacer. Mi pobre hermana, el Dios bueno nos envía de nuevo [a la salud] con el fin de hacer penitencia, pero debemos hacerla a Su manera y no a la nuestra…el gran secreto para estar siempre alegres es aceptar la manea de Dios, Su modo, y en todo lo que ocurra, bueno o malo, sin estar haciendo una distinción, es ver siempre la voluntad de Dios en Dios mismo y a Dios mismo en Su voluntad. Nunca ver nada como estando fuera de Dios, ni siquiera un pinchacito de tu dedo o cualquier dolorcito que en la mañana esperas que ocurra durante el día. Ve todo en Dios y no te detengas ni en lo que es humano o ni en las causas secundarias. En vez de eso estar apegado al placer de Dios y a Su voluntad para conformarse a esta. No vamos a perder el tiempo, el fin está cerca.”
La actual pandemia ha dejado expuesto el omnipresente error de nuestro tiempo de negar que Dios es el que está a cargo de todo hasta el último detalle del universo y que Él desea o permite todas las cosas para el castigo y reforma de los pecadores, y para el mérito de los justos. Aceptando la soberanía de Dios, como la Madre Matilde aconseja, es fundamental para la vida espiritual, de lo contrario estamos realmente “a la deriva”, sin la fe viva en el cuidado de Dios por nosotros y en Su poder de salvarnos y para perfeccionarnos a través del sufrimiento. Hasta el Señor Jesús recorrió este camino a petición del Padre: “Pues convenía que Aquel para quien son todas las cosas, y por quien todas subsisten, queriendo llevar muchos hijos a la gloria, consumase al autor de la salud de ellos por medio de padecimientos” (Hebreos 2, 10).
Peter Kwasniewski
*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por lifesitenews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad
Puedes leer este artículo, «Pandemia de coronavirus» en su sitio original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/coronavirus-pandemic-gods-punishment-or-just-meaningless-bad-luck
En esto momentos de prueba, por causa de la pandemia de Coronavirus, estamos siendo invitados a la penitencia y a la oración, no te vayas sin antes leer estas reflexiones sobre la fuerza de la oración.
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