Segunda parte de este artículo de Alberto en el que nos enseña a poner en la balanza el optimismo y la esperanza, y la acedia, ¿Tiene algo que ver con todo esto?
Optimismo o esperanza (II). Un artículo de Alberto Mensi
Decíamos que el mundo moderno pasa permanentemente del optimismo al pesimismo al optimismo al pesimismo y así casi indefinidamente, como inmersos en una máquina centrifugadora que nos va secando.
Poniendo un poco de luz, dice Sören Kierkegard en “El concepto de la angustia”: “No se quiere meditar seriamente en la eternidad, sino que se siente angustia ante ella y la angustia busca cien escapatorias. Mas esto es cabalmente lo demoníaco”.
Y Martin Buber en Eclipse de Dios: “En vez de hablar con Dios, se habla sobre Dios, y Dios deja de ser el Tú de la Fe religiosa para convertirse en el Ello de la filosofía”.
Luego de leer estos dos testimonios no católicos podemos considerar que vivimos en una Civilización desesperanzada, la Civilización de la Acedia, y quizás lo más preocupante de ello sea que no se habla de ello ni en las cátedras, ni en las predicaciones, ni es habitual referirse a la misma en las confesiones o en sus preparaciones.
¿Y para qué preocuparnos de la Acedia? ¿Acaso es tan mala la Acedia como para preocuparnos de ella o de sus efectos?
Más aún, si leí bien el título de este artículo trata del Optimismo o la Esperanza. Entonces ¿Qué tiene que ver la acedia?
Estamos en un mundo que le da la espalda a Dios y solamente está interesado en su ego, para lo cual difunde en las masas la cultura del vientre y del bajo vientre: comer y sexo.
Esta civilización tiene un vicio central que la está carcomiendo y es la Acedia, de la cual vamos a hablar en el día de hoy porque es el vicio que nos tiene tan apartados de la Esperanza.
Comenzaremos haciendo un breve planteo de lo que nos presenta Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica, II, II, cuestión 25, enseñanza que nos servirá de guía central para entender qué es la acedia.
En primer lugar podemos decir que la Acedia es un vicio opuesto al gozo de la Caridad, cuyo objeto es el bien divino. Esto ya nos pone en alerta pues no se refiere a un vicio de aquellos que son del vientre para abajo sino que directamente está vinculado al corazón para arriba, no es vicio de debilidad sino de soberbia.
Siguiendo a San Juan Damasceno vemos que es una tristeza mala en sí misma pues el bien espiritual, del cual se entristece, es un bien en sí mismo, el mismo bien divino. Pero además es una tristeza mala en sus efectos pues retrae al hombre para que no obre el bien.
Pero no solamente ello sino que es un vicio ESPECIAL, CAPITAL y PECADO MORTAL.
Estas tres características que desarrolla el Aquinate creo son de gran importancia para entender la gravedad de lo que hemos planteado.
Todos los vicios provocan en nosotros una tristeza particular según el objeto de la virtud de la que es contrario, sin embargo, siendo la acedia opuesta directamente a la Caridad, la cual se goza espiritualmente del bien divino, la acedia se entristece justamente del mismo bien divino, raíz de todos los otros bienes, segando de esta manera la fuente de todos los bienes en el alma del que sufre la acedia, lo cual tendrá proyecciones desastrosas cuando se extiende por varias personas, más aún cuando estas tienen influencia en una sociedad.
Pero no es un simple vicio sino que es vicio Capital, es decir, cabeza de otros vicios que van aniquilando a la persona y su convivencia.
Decíamos que la Acedia es una especie de tristeza y obra en el hombre de dos maneras aparentemente opuestas.
Puede mover al hombre a obrar algunas cosas en sintonía con esa tristeza, por ejemplo: llorar.
También puede mover al hombre a obrar cosas por las cuales se evita la tristeza ya sea que por ellas el hombre se aleje de lo que lo contrista, ya sea pasando a otras cosas en las que se deleita.
Así podemos considerar diversos movimientos que en este orden genera la Acedia, lo cual nos explica Santo Tomás en el final de esta Cuestión.
Movimientos que son hijos de la Acedia:
El hombre huye de los bienes espirituales por la desesperación, y en esto vemos cómo nos quita la Esperanza.
Huye de las cosas arduas susceptibles de consejo por la pusilanimidad.
Huye de las cosas que pertenecen a justicia común por la desidia.
Se aparta de los hombres que inducen a los bienes espirituales por el rencor.
Detesta esos bienes espirituales por la malicia.
El hombre es movido a los exteriores deleitables por la divagación de la mente en cosas ilícitas.
Es importunidad de la mente cuando se quiere derramar sin oportunidad en cosas diversas.
Si pertenece al conocimiento se le llama curiosidad
Si pertenece a la locución se le llama verbosidad
Si se trata del cuerpo que no quiere permanecer en el mismo lugar se llama inquietud del cuerpo.
Cuando se refiere al divagar por diversos lugares se llama inestabilidad que también es llamado así cuando cambia de propósito.
Esta condensada cuestión de la Suma de Santo Tomás encierra lo sustancial de este vicio, grave drama de nuestra Civilización actual.
La acedia se excusa. Culpa a todo lo exterior. No percibe que nace de dentro: de un amor desordenado a uno mismo. Es un supervirus llamado por los antiguos “filo-autía” (amor de sí).
Por eso me parece prudente retomar las dos frases con las que comenzamos esta exposición: “No se quiere meditar seriamente en la eternidad, sino que se siente angustia ante ella y la angustia busca cien escapatorias. Mas esto es cabalmente lo demoníaco”1, y: “En vez de hablar con Dios, se habla sobre Dios, y Dios deja de ser el Tú de la Fe religiosa para convertirse en el Ello de la filosofía”2.
Podríamos jugar con un concepto que utilizaba el P. Castellani y que viene a cuento de esta frase de Martin Buber, el cristianismo es una religión subjetiva y no objetiva, es decir que para el cristiano Dios es un sujeto, una persona y no un objeto.
Cuando lo convertimos a Dios en un objeto, inmediatamente lo ponemos en algún lugar, quizás muy importante, pero quedará allí a modo de algo decorativo y la única persona importante seré yo; por eso si soy coherente con esta posición terminaré entristeciéndome de todo aquello que esa persona, que ya no es para mí más una persona sino un objeto, pueda ofertarme, a lo cual, si lo tratara como una persona, tiendo y puedo alcanzar con la virtud de la Esperanza.
Podríamos decir que la acedia es la cultura de una civilización que renegando la imagen divina que tiene y encuentra dentro de su corazón, se vuelve a la nada que hay detrás de uno mismo sin Dios y eso genera desesperación, necesariamente tapada con distracción, del tipo que sea.
Por eso la acedia surge en una civilización, en una época en la que el problema es metafísico: Dios ha muerto. Para los corazones y las inteligencias de los modernos Dios está muerto, no existe.
La concepción metafísica de la realidad prescinde absolutamente de la existencia de Dios, la silencia, la oculta, la calla; aún cuando en el fondo de las conciencias Dios sigue clamando que nos ama, que los ama, que daría nuevamente su vida mil veces por ellos, los modernos lo silencian.
El resultado de este esfuerzo es armar una ética acomodaticia de todo aquello que me sirva para huir de lo que me muestre un signo de Dios, por una parte, y por otra de todo aquello que me permita atiborrar la atención en cosas que no me permitan asumir la presencia de Dios en la realidad de nuestras vidas cotidianas.
Sin embargo el resultado real de esta metafísica y de esta ética acidiosa es justamente esta profunda tristeza que cala en lo más profundo de nuestros corazones, de nuestra vida.
Es exactamente lo opuesto a la virtud de la esperanza por la cual, no ponemos la confianza en nuestras solas fuerzas sino que la ponemos en Dios, que no puede engañarse ni puede engañarnos. Esa virtud hace que afrontemos las dificultades presentes, sabiendo que debemos encararlas pero que la vida aquí es relativa, finita y que lo que vale como principal tesoro es la vida eterna bienaventurada.
¡¡Dios te salve Reina y Madre de Misericordia, VIDA, DULZURA y ESPERANZA NUESTRA!!
Alberto Mensi
1 Sören Kierkegard “El concepto de la angustia”
2 Martin Buber “Eclipse de Dios”
Les invitamos a leer la primera parte del artículo: Optimismo o esperanza (I)
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