No poseemos nada-Marchando Religión

No poseemos nada, Mateo, pero lo poseemos todo

 

Debemos decir a los que se nos acercan que deben pasar por alto las consecuencias, olvidar al padre y a la madre y las perspectivas mundanas, que lo único que es capaz de hacer el intelecto, la voluntad y las emociones es preparar un camino para que Dios viaje por él (un alma a la que Dios le agrade visitar); deben orar y orar más, y por último, orar; pues esa fe es un don moral, otorgado igualmente a sabios y a tontos; ofrecido no a los que, como dice Tomás de Kempis, pueden discutir eruditamente sobre la Trinidad, sino a los que aman a Dios; no al que puede definir la contrición, sino al que la siente.”

R.H. Benson, Un libro de Ensayos.

Hoy, ya pasadas las fiestas patrias, que este año fueron cinco días de cuecas, empanadas, ramadas, borrachines, unas inesperadas y benditas lluvias, y un lamentable número de accidentes de tránsito como es costumbre, ha llegado mi cumpleaños y mi santo el mismo día: Festividad de San Mateo.

Y para la ocasión mi Angelito organizó un encuentro familiar en casa. Vinieron mis padres, mis sobrinos, mis cuñados, y mis hermanos, sí, todos mis hermanos, y entre dos que son mi hermano cura y mi hermano ingeniero eléctrico que también vive en el extranjero como el cura, y que se ha transformado en un ferviente defensor de todo lo que yo combato. Tomás, el ingeniero, siempre fue el más liberal de todos nosotros, con una innata tendencia hacia la rebeldía. Hacía bastante tiempo que tanto Cristián, el cura, como Tomás, no coincidían en una reunión familiar porque siempre se andan moviendo por el mundo.

Cristian es cura tradicional y pertenece a la Asociación de Sacerdotes Tridentinos (Nota de Beatrice: no googlee esto, porque no lo va a encontrar ya que es un nombre ficticio inventado por esta servidora, de una congregación que me encantaría que existiera, pero que es pure imagination). Una asociación de curas tradicionales que se reunieron con un cardenal inglés que los agrupó para fundar una especie de orden semi eremita, siguiendo la espiritualidad benedictina y que rezan la liturgia tradicional. Vive desde hace un buen tiempo en la Pérfida Albión – ¡ay mis pobres ascendientes ingleses! ¡Cuánto rezo cada día por la conversión de la Gran Bretaña! – en un Manchester industrializado y en medio de ellos hace su apostolado.

Mi hermano Cristián se ha transformado en un tipo que tiene como un áurea de eremita o de monje del desierto, guardando las debidas distancias obviamente, porque con todo, aún le queda un largo camino para alcanzar la vía iluminativa. Es poco lo que habla, pero mucho lo que reza e intenta contemplar.

Siempre está contento, no se queja por nada, a todo le encuentra gracia…bueno, a todo lo que agrada a Dios por supuesto. Le gusta la pipa lo mismo que cantar viejas canciones del repertorio familiar, juaga con mis hijos como uno más de ellos. Es de esos curas con la masculinidad recia de los curas de antes formados en el rigor y en la disciplina, y aunque habla poco, como ya les dije, cuando lo hace sus palabras nos llenan el alma.

Por su parte, Tomás vive en Australia dedicado a las energías renovables y todas esas cosas tecnológicas. Si tuviera que ponerle un mote a mi hermano, diría que es el clásico millenian, pero algo pasado de años. Se adelantó a su época, en un quinquenio. 

Estoy seguro que muchos de ustedes tienen un familiar que está alejado de la Fe y que sufren por eso, sabrán, por tanto, del dolor que hay en mi alma. No quiero que piensen que mis hermanos son una especie de caricatura familiar porque es la realidad misma. Tampoco quiero que piensen que Tomás es el malo y Cristián es el bueno. En estricto sentido, y si lo vemos a la luz de lo que Dios quiere de nosotros, efectivamente es así, pero vamos…no sé cómo explicarme. No me basta con decir que a pesar de sus errores Tomás es una buena persona, simplemente digo que dentro del mar de errores, faltas y pecados públicos manifiestos posee virtudes humanas, pero esto no basta para llegar al Cielo, y eso es lo que el porfiado de mi hermano menor no entiende y me lleva la contra hasta el punto de que yo ya me rendí. Yo ya le dije todo lo que pienso acerca de su vida de conviviente, de su vida de jolgorio y fiestas, de su alejamiento de la Iglesia y de los Sacramentos, del peligro de su condenación eterna, y un largo etc, etc. Pareciera que mientras más le refriego en la cara su vida disoluta más se encapricha con ella. Y cuando le hablo sobre esto no lo hago con el afán de hacerle sentir que yo soy un santo y que él es un paria.

Cuídese de caer el que está seguro dice el Apóstol. Se lo digo porque le amo y no quiero verle perdido para siempre.

Si no le quisiera, me daría lo mismo lo que hiciera con su vida, total, problema suyo, pero lo quiero a pesar de todo sus defectos, y de solo pensar en que puede condenarse eternamente hace que se me revuelva el estómago. En él compruebo aquellas palabras de San Pablo a los Romanos: ‘En efecto, la ira de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad y la injusticia de los hombres, que por su injusticia retienen prisionera la verdad.  Porque todo cuanto se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos: Dios mismo se lo dio a conocer, ya que sus atributos invisibles -su poder eterno y su divinidad- se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras. Por lo tanto, aquellos no tienen ninguna excusa:  en efecto, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias como corresponde. Por el contrario, se extraviaron en vanos razonamientos y su mente insensata quedó en la oscuridad.  Haciendo alarde de sabios se convirtieron en necios». En un necio se ha convertido mi hermano, en un necio ciego y sordo, obstinado en sus errores. Entonces yo, habiendo ya dicho y hecho todo lo que está a mi alcance para hacerle entender, ahora rezo y me mortifico para que Dios tenga misericordia de su alma y mueva a su corazón y a su mente de vuelta a Él.

El punto es que estuvimos a la hora del té celebrando mi cumpleaños. Tratamos se evitar los temas conflictivos a la hora de comer. Nada peor para la buena salud que enfrascarse en discusiones cuando se está comiendo, porque literalmente se nos echa a perder la sangre y nos enferma.

Estuvimos cantando viejas canciones, haciendo recuerdos de nuestra infancia y de las estupideces que se nos ocurrían y que mi pobre madre toleraba con paciencia. Alguna mención hicimos obviamente a lo que pasa en el mundo, en el país y en la Iglesia, pero sin entrar en polémicas. Pasó la tarde y poco a poco mis demás hermanos con sus familias se fueron retirando. Ángeles se fue a descansar a nuestra pieza y mis hijos cada uno en lo suyo. En el living nos quedamos Cristián, Tomás y yo. Ambos me pidieron que les tocara algo con el violín, y mientras revisaba las partituras para elegir alguna pieza proveché para sacar lo que me estaba torturando, y así Christian tendría también la oportunidad de volver a remecer su alma. No habíamos tenido en muchos años la ocasión de estar a solas los tres y era el momento ideal. Sería, por mi parte al menos, la última vez que insistiría con él.


– Gracias Tomás por haber venido este año a mi cumpleaños y también te agradezco que hayas venido solo y no con… ¿cómo es que se llama tu «pareja»?


–  Había sido una tarde tan agradable y tenías que ponerte pesado, sabes perfectamente su nombre, pero te gusta la ironía y el sarcasmo – dijo Tomás acomodándose en mi sillón de tal modo que podía decirse que estaba sumergiéndose cómodamente hasta las profundidades del mueble. – No quise venir con Clare para no incomodar a la familia. No puedes negar que me he portado muy decentemente contigo. Fui una seda a la hora del té.


Yo ya había colocado mis partituras en el atril y sostenía mi violín con una mano y en la otra tenía el arco. No tenía intención de tocar por el momento, quería hablar sobre la preocupación que tenía comprimida en mi alma sobre la salvación de mi hermano. Christian estaba cabeceando sobre el sofá, a punto de quedarse dormido, de modo que no me quedó otra que continuar con tan desagradable tema a mí, mientras esperaba que el cura recuperara algo de sueño.


– Sí, noté que estuviste mordiéndote la lengua cuando comentamos sobre los liberales…porque te has convertido en un liberal de tomo y lomo. – mi hermano puso una cara de fastidio impresionante.


-Ya vas a empezar a sermonearme…

– Necesito sacar esto que tengo atragantado. No es lo mismo que te lo diga por correo a decírtelo en persona. Casi nunca vienes a Chile y no tenemos ocasión de vernos muy seguido. Tienes que entender que me angustia tu situación – Tomás tenía en su rostro un rictus que denostaba que se estaba incomodando conmigo – estás viviendo en un pecado público y que…- ahí me interrumpió.


– Sería bueno que te metieras en tus propios asuntos, que vieras tus propios pecados antes de venir a juzgarme. ¿Quieres que te diga un par de cosas? Yo te las voy a decir. A ti te gustaría que yo me casara, que tuviera un lote de hijos como tú, que fuera un tradi y fuera a misa cada domingo a golpearme el pecho en latín. Yo no tengo intenciones de hacer nada de eso y es porque no quiero pasarme la vida arrepentido por haber tomado la decisión de embarcarme en una aventura de la cual no tengo ninguna seguridad. Me basta con verte vivir siempre angustiado porque no sabes si vas a llegar a final mes, angustiado por la responsabilidad de llevar una familia cuando todo está en contra tuya. Yo no tengo esa preocupación ni que darle cuentas a nadie con mi vida. Viajo cuando quiero, voy a los mejores lugares a comer, me visto con la ropa que me agrada, me gusta mi trabajo porque además cumplo con una función social ayudando a gente que en su vida pensó que iba a poder acceder a la electricidad. En fin, la vida es corta y hay que disfrutarla al máximo.


Hizo una pequeña pausa al finalizar sus palabras y antes que yo pudiera replicar a sus argumentos continuó con ahora con el asunto religioso.


– En cuanto a la religión, bueno, es un asunto que no me preocupa mayormente. Pasé mucho tiempo reprimiendo lo que naturalmente afloraba en mí por algo de lo cual no tenemos ninguna certeza. Es francamente inhumano, es de una irracionalidad propia de gente enferma que necesita algo en qué creer por miedo a la muerte, a desaparecer, esa obsesión con la idea de trascender los hace buscar la vida después de la muerte renunciando al tiempo presente en el cual hay tanto que descubrir. Tarde o temprano nos vamos a morir, y en unos años más nadie se va a acordar de nosotros, por eso yo vivo la vida que me gusta y trato de sacar de ella el mayor de los provechos.


–  Para que sepas yo no vivo angustiado por llegar a final de mes. Me preocupa, eso sí, hay cuentas que pagar, comida que comprar, pero nunca nos ha faltado nada. Hemos estado a punto de sucumbir, pero Dios nunca nos ha dejado a la deriva. Recuerda lo que dijo nuestro Señor, «buscad primero el Reino de los Cielos y lo demás se os dará por añadidura». Que no puedo darme gustos y placeres, sí, es verdad, pero me da lo mismo. Los placeres pasan, las culpas quedan, y no quiero que por unos momentos de diversión o de placer luego tenga una eternidad de sufrimiento. Estas cosas que a ti te gustan, a mí no me llenan. Podrán durar un rato, pero luego, no hay nada, entonces quieres más y más, y nunca quedas satisfecho.  Yo te pregunto Tomás, ¿Y no te asquea siempre nadar buscando y buscando con qué satisfacer tus impulsos? ¿no te aburres de ti mismo al final el día, de pasarlo bien tú y solo tú?  Tú actúas así porque perdiste la fe, ¿verdad? Él asintió con la cabeza, y me respondió.

– ¿Qué si perdí la fe? Creo que nunca la tuve de veras, sino como algo impuesto por nuestros padres, como una tradición familiar. Un día comencé a cuestionarme muchas cosas, y no cosas como el típico argumento de que la Iglesia no es de origen divino porque está llena de corrupción, o porque es rica y predica la pobreza…no, no, mi despertar a la ceguera (yo no pude menos de sonreír ante tal estupidez) vino por el lado de la razón. Se me hace racionalmente imposible pensar en que haya Dios, porque nadie ha sido capaz de demostrarme su existencia con argumentos racionales. Ahí tienes eso de que lo que no puede explicar el creyente le llama «misterio». No, no, eso no va conmigo. Por otro lado, tienes toda la moral, los mandamientos y los preceptos. Son una carga demasiado grande, es imposible para cualquier ser humano normal cumplir con cada uno de los preceptos que exige esta religión. 


– De cualquier creería lo que me estás diciendo, pero no de ti. Porque no eres un tipo ignorante que nunca ha tenido la posibilidad de estudiar un poco de teología y analizar sus argumentos para probar la existencia de Dios. Porque según deduzco de tus palabras ya ni siquiera crees en Dios. – Mientras acababa de decir esta frase Cristián dio señales de vida. Creo que nunca estuvo dormido, sino solo esperando a que yo me metiera en el tema teológico para intervenir. Porque el asunto de Tomás no iba por el lado de razones filosóficas y teológicas, según creía el cura, sino por el de la Fe, y por eso Cristián desvió la conversación. Sabía que yo me iba a ir por el lado intelectual, y ese no era el punto, no iba a lograr nada desde ahí si quería remecer a Tomás para que al menos quisiera abrirse a la posibilidad de la duda razonable.


– Dime una cosa Tommy – dijo Cristián – ¿hace cuánto que dejaste de rezar? 

– Y ¿cómo sabes que yo no rezo? – dijo Tomás muy serio. Evidentemente que era una broma, me hubiera parecido de alguien realmente desfachatado decir que ya no tiene fe, y luego afirmar que sin embargo aún reza. Cristián le quedó mirando descolocado, no supo qué pensar.


– Cristián, es obvio que una vez más te está tomando el pelo, ¿cierto Tomás? – dije yo, y Tomás sin poder contener la risa, largó una desagradable y desubicada carcajada.  


– Ja,ja,ja, si ustedes dos han planificado esta encerrona cristiana, es mejor que me lo tome con humor. 


– No hemos planificado ninguna encerrona – dijo Cristián con toda calma – supongo que Mateo está preocupado por tu alma al igual que yo, y vio que estando ahora los tres aquí podríamos hablar un poco sobre el asunto. Tommy te hice esa pregunta porque la pérdida de fe que tienes está inseparablemente ligada a tu falta de oración, de eso no me queda la menor duda. 


– Sí, puede ser. Creo que desde el momento en que vi que no sacaba nada con rezar poco a poco la fe se me fue apagando. Me di cuenta que si no rezo, no me pasa nada; si no voy a misa, no me pasa nada, si no me confieso, la vida sigue igual. ¿Para qué complicarse la existencia con tormentos auto infligidos? Somos muy autoflagelantes y serlo nos está privando de ver las potencialidades y los talentos que tenemos. 


– Claro, ya veo. Mira cuando dejas de regar una plantita al principio no se nota, te das cuenta que la planta sigue viva igual y que mejor te ahorras la molestia y el agua. Pero al cabo de un tiempo la planta comienza a morir, y al igual que tu fe, la planta finalmente se muere. Nosotros necesitamos de la oración lo mismo que la planta del agua para fortalecer no solo la Fe, sino además la Esperanza y la Caridad. Y la Fe no pasa por un asunto intelectual como crees. No te puedo obligar a creer en Dios, aunque te lo demuestre racionalmente. Dice por ahí en un libro de R.H. Benson, que el don de Fe no es el resultado de procesos intelectuales, aunque puede ser concedida en respuesta a ellos. Para creer, hay que querer creer. Si la voluntad se cierra a la Verdad, es imposible que el intelecto asienta a Ella. Y, por el contrario, si la voluntad quiere hallar la Verdad, Dios no te la niega, de ahí que Él siempre se revela a las almas de buena voluntad que lo buscan. ¿Has hecho el esfuerzo por buscar a Dios o simplemente te fuiste por el camino más cómodo? Porque indudablemente tenemos que poner de nuestra parte para poder merecer.

– ¿O sea que reconoces que lo que Dios pide en sus mandamientos y preceptos no es cómodo, sino una carga? A mí en verdad no me va ni me viene si Dios existe o no, y todo lo que tiene que ver con Él. Yo vivo mi vida haciendo lo que me da en gana. Si ustedes quieren creer y eso los hace felices, yo respeto su opción, pero yo no me complico. 


– Lo que tú llamas «carga» no es tan difícil de llevar cuando se sabe que se lleva por amor. Nadie niega que vivir como Dios nos manda es difícil. Somos una naturaleza caída y tenemos esta tendencia a dejarnos llevar por el mal. Sin embargo, Cristo nos ayuda a llevarla, y para eso hay que pedirle que nos dé las fuerzas suficientes. No es fácil llevarla solo, hay que dejar que el Señor nos ayude. Yo sé que a ti te gusta disfrutar de la vida, viajar, comer, estar con mujeres, ir a fiestas, comprar ropa de marca, pero te hago la misma pregunta que te hizo Mateo, ¿te llenan esas cosas o siempre estás buscando más y más porque nunca te sacias?

Tomás había cambiado ahora un poco su actitud y su mirada ya no era altanera, sino que se notaba que bajo las cenizas aún ardían unas brasitas de Fe. Estaba con la mirada perdida y yo sabía que el recuerdo de sus antiguos actos de piedad pasaba en esos momentos frente a sus ojos.

– Hay veces en que me asqueo, no les voy a mentir. 

– Es natural que te sientas asqueado. Lo que busca tu alma no está en las criaturas por muy buenas que ellas sean. Me vas a disculpar que me ponga un poco autoreferente. No me has preguntado qué es lo que a mí me llena, pero te lo voy a decir. Cuando estoy en la capilla, en silencio, con las luces apagadas, solo iluminado por la luz del sagrario, me pongo a considerar las heridas de nuestro Señor en la Cruz. Lo veo ahí, sufriente, abandonado por todos, y cierro los ojos y comienzo a repetir las Letanías del Santo Nombre de Jesús, y repito una y otra vez su nombre, Jesús, Jesús mío, ten misericordia de nosotros, Jesús, Hijo de la Virgen María, te misericordia de nosotros – el rostro de Cristián se iba transformando a medida que rezaba las letanías.

Su cara se puso roja y hablaba con una enorme pasión repitiendo el nombre de nuestro Señor una y otra vez con los ojos cerrados. El sudor le corría por la sien y tenía los ojos apretados.

De pronto se detuvo porque se dio cuenta de que no estaba en su capilla, sino con nosotros, hizo una pequeña pausa, abrió los ojos, nos sonrió y secándose la frente, luego continuó – Bueno, perdonen. Como te decía, repito Su nombre y me imagino alguna de las escenas de los Evangelios y entonces en mi corazón siento como un calorcito bueno, una dulzura en mi alma, que con ninguna cosa creada jamás podré tener. Y quedo en paz, con el corazón inundado del Amor Divino, e inflamado por la Alegría me voy a trabajar en la huerta o en el taller de carpintería, o a donde lo ordene mi superior. Durante el día voy repitiendo el nombre de Dios y de nuestra Señora…nunca dejo de tener a Dios presente durante el día. No podría hacer nada si no lo hiciera. No me soportaría ni a mí mismo ni al prójimo. No te puedes imaginar cómo el Señor es capaz de llenar tu alma, es algo que me es imposible explicar adecuadamente con palabras. 

Con Tomás nos miramos. Nunca nos había hablado así el cura, ni lo habíamos visto en esta faceta. No pudimos seguir conversando. Estábamos impresionados y hasta diría, asustados un poco. Yo me puse a tocar el violín y mientras lo hacía, escuché a mi hermano Tomás decirle a Cristián que iba a pensar en lo que le había dicho. ¡Qué iba a pensarlo! Puede que no sea una gran cosa, pero para mí fue más que suficiente. 

– Pídele a Dios, Tomás, que te ayude.

– No puedo padre…

– Pídele a Dios que sople las brasas bajo las cenizas, para que la Fe que un día tuviste, vuelva a arder, que el fuego del Amor vuelva a arder en tu alma. Mira a Mateo, mírame a mí, no poseemos nada, pero lo poseemos Todo.

Beatrice Atherton

¿Le ha gustado el relato de Mateo? ¿Quiere conocer más historias de Mateo? En el Blog de Beatrice puede hacerlo: Bensonians: Los relatos de Mateo

 


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Author: Beatrice Atherton
"Beatrice Atherton, esposa, madre de seis, escritora aficionada, enamorada de la Santa Misa Tradicional. Cuando el tiempo alcanza me dedico a mi blog Bensonians, dedicado a la obra de monseñor Robert Hugh Benson."