Apariciones de Lourdes-Marchando Religión

El siglo de María

Continuamos con el relato de las Apariciones de Lourdes, hoy, nuestra compañera Rosa nos habla en profundidad de la Madre

El Siglo de María, un artículo de Rosa Jordana

Como todos ustedes saben, la etapa histórica denominada Ilustración, que comenzó a mediados del siglo XVIII como movimiento cultural e ideológico y culmino en transformaciones políticas después de la Revolución Francesa en 1789, vino a imponer un rompimiento en la relación de los hombres con Dios. Por supuesto, no acabó con el vivir religioso de la gente pero si que afectó a la articulación del entorno social.

Desde entonces el poder político luchó, con más o menos eficacia, y con diferencias entre los países, para apartar a Dios de la vida de la humanidad y sustituirlo por la creencia de que la sabiduría y la razón humana y todos los avances científicos y técnicos podían liberar al hombre de unas creencias que le esclavizaban. Además, esta insurrección social vino acompañada de un progreso industrial que afecto modos de vida ancestrales y que acabó con oficios que pervivían desde el Neolítico, lo que significo crisis económicas, pobreza e incertidumbres que facilitaron más aún el desconcierto, el desasosiego y la debilidad en las conciencias. Todo ello necesario para el triunfo de cualquier revolución.

Fue un momento clave que explica todas las convulsiones sociales del siglo XIX, las ideologías totalitarias del XX y sigue con el desmembramiento de la misma idea del ser humano que vivimos en la actualidad.

El inicio de esta etapa se vivió con especial turbulencia en la católica Francia (no en vano todos estos ataques siempre van dirigidos a la Iglesia puesto que es la única institución que tiene la custodia de la fe verdadera y que ejerce resistencia efectiva ante el Maligno). No es extraño, pues, que la Santísima Virgen eligiera este país para hacerse presente y comunicar mensajes relacionados con la situación que vivía la humanidad. A las apariciones de Lourdes les precedieron las de la Rue du Bac (1830) y las de La Salette (1847).

Por supuesto el objeto de estos artículos es hablar de Lourdes pero para entender las apariciones de Lourdes hay que conocer lo que las precedió y el contexto en que se produjeron.

Catherine Labouré fue una niña que quedó huérfana de madre siendo muy pequeña lo que impidió su instrucción. Era piadosa y trabajaba en ocupaciones agrícolas hasta que a los dieciocho años la acogió una prima suya en Châtillon-sur-Seine. Sus modales rústicos provocan a menudo la burla en ese entorno más refinado hasta que, de un modo prodigioso, ingresa en la Congregación de la Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul y es destinada a la Casa Madre de esta institución situada en el 140 de la Rue du Bac de París. Allí tiene una primera visión de la Santísima Virgen el julio de 1830 con un mensaje referido a la propia religiosa y, meses después, el 27 de noviembre, la Virgen se le volvió a aparecer, durante sus meditaciones vespertinas.

La vio dentro de un marco oval, que se alzaba sobre un globo pisando una serpiente; de sus manos salían rayos de luz algunos de los cuales no llegaban a tierra.

Alrededor del margen del marco estaban inscritas las palabras «Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que acudimos a ti».

La Virgen dijo: «Es la imagen de las gracias que reparto sobre las personas que me las piden», y para explicar porque algunos de los rayos proyectados no llegaban a tierra, agrega: «Es la imagen de las gracias de aquellos que se han olvidado de pedírmelas». Mientras Catherine contemplaba, la imagen pareció rotar, y se podía observar un círculo con doce estrellas, una gran letra M superpuesta por una cruz, y debajo las siluetas estilizadas del Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María. Catherine dijo que después la Virgen le pidió que, mediante su confesor, esas imágenes debían ser convertidas en medallas, añadiendo:

«Todos aquellos que porten la medalla recibirán grandes gracias.» 

Después de dos años de entrevistas y de observación de la conducta de Catherine, el sacerdote informó al arzobispo de París de lo sucedido sin revelar la identidad de la vidente.

La propuesta fue aceptada, y desde entonces la medalla se ha popularizado y es conocida como la “Medalla Milagrosa”, la misma advocación que tiene esta aparición1.

La doctrina de la Inmaculada Concepción aún no era oficial, pero la medalla ya incluía las palabras “Concebida sin pecado”. Antes de las apariciones de la Santísima Virgen a Santa Bernadette, ya había llegado a la iglesia parroquial de Lourdes una imagen de la Santísima Virgen tal como la describió en su visión Catherine Labouré (sobre un globo, pisando una serpiente y con los brazos abiertos).

Esta imagen2 era especialmente querida por Bernadette y hoy en día se conserva en “el Cachot” (el lugar donde vivía Bernadette y su familia en el momento en que tuvo las apariciones).

De todas formas, Bernadette ignoraba por completo esta historia puesto que el confesor de Catherine Labouré jamás reveló quien había tenido las visiones y la instrucción religiosa de Bernadette era nula. No conocía el catecismo y sólo sabía las oraciones más básicas para dirigirse al Cielo con la piedad que la caracterizó.

Pero aún no hemos llegado a Lourdes. Sigamos con la historia de las dos Apariciones previas a las de Lourdes que se han citado al principio.

En este caso, las más próximas en tiempo y lugar fueron las de la Virgen de la Salette ocurridas el 1847 en la Val d’Isère en los Alpes franceses. Esa zona, como toda Francia, vivía agitación y disturbios protagonizados por movimientos obreros que desde 1831 ya se llamaban socialistas.

La descristianización y la reducción de la práctica religiosa continuaban.

El 19 de septiembre de 1847 dos jovencitos, Mélaine Calvat -15 años- y Maximin Giraud -11 años- guardaban un rebaño de ovejas en una zona llamada “le plateau de la Salette” a 1.800 metros de altitud. Solían hacer altares y los adornaban con flores en las largas horas que pasaban en la montaña. Eran piadosos pero no tenían instrucción y pertenecían a familias muy humildes.

Ese día a las tres de la tarde, mientras construían un altar, se asustaron al ver la aparición repentina de un globo de luz dentro del cual estaba una “bella dama” que lloraba con gran aflicción, primero sentada y con la cabeza entre las manos. Enseguida se levantó y les invitó a acercarse para comunicarles una importante noticia. Los niños, conmocionados, escuchan y observan. La “dama” va vestida de blanco, con un chal rojo y un delantal dorado. Lleva un crucifijo en el pecho y una cadena en los hombros. Está rodeada de rosas. Les explica que llora por la impiedad de su pueblo y por las blasfemias y la falta de práctica religiosa que se estaban extendiendo entre la gente.

Con muestras de gran dolor les predice grandes castigos si todas estas ofensas no cesan, momento en que sus lágrimas se incrementan.

Cuando los niños regresan al pueblo cuentan al sacerdote su visión. Esta aparición intriga profundamente a las autoridades religiosas. Se estudia el comportamiento anterior y posterior de los videntes y tras cinco años de disquisiciones en las que hasta interviene San Juan Maria Vianney –primeramente escéptico- el obispo de Grenoble, Philibert de Bruillard, reconoce la autenticidad de la aparición. Poco después el Papa Pío IX aprobó la devoción a Nuestra Señora de La Salette.

Estos son los antecedentes en cuanto a apariciones marianas. Pero… ¿y en el Vaticano, qué pasaba?

Pues que en 1846 se acababa de elegir Papa a Pio IX. Fue un Papa que desde el principio se hizo muy popular, con medidas consideradas “modernas” y que hizo pensar en vientos de renovación que se insuflaban en la Iglesia. Sin embargo eran tiempos de mucha agitación política en los estados pontificios, amenazados como estaban por la unificación de los territorios italianos. Todo ello provocó su marcha de Roma y su exilio en Gaeta, cerca de Nápoles.

El año y medio que pasó allí cambió profundamente el modo de pensar del Papa. En su retorno a Roma, el 12 de abril de 1849 ya no era el mismo hombre.

Cambia su pontificado 180 grados y empieza una lucha contra el materialismo, impulsando la fe –en detrimento de medidas sociales que le habían hecho popular- y poniendo especial interés en algunos consejos de ciertos cardenales, como Luigi Lambruschini quien le dijo: “Beatísimo Padre, Usted no podrá curar el mundo sino con la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Sólo esta definición dogmática podrá restablecer el sentido de las verdades cristianas y retraer las inteligencias de las sendas del naturalismo en las que se pierden”.

Las apariciones de la Rue du Bac y de la Salette devienen dos signos que él decide escuchar en estos tiempos de racionalismo creciente.

Pio IX decide marcar su pontificado realizando un espectacular reconocimiento a la Reina del Cielo. Prepara el Dogma de la Inmaculada Concepción que proclamará en 1854 y que convertirá el siglo XIX en el siglo de María.

Y cuatro años después de la proclamación de este Dogma… ¡Lourdes! En 1858 acaecerán en Lourdes, de la mano de Bernadette Soubirous, hechos prodigiosos que aún no han cesado. Pero, ¿Quién era Bernadete Soubirous?

Rosa Jordana

1 Las apariciones de la Rue du Bac fueron aprobadas implícitamente por el Papa Pio XII cuando en 1947 canonizó a Catherine Labouré.

2El Consejo de Europa convocó en 1950 un concurso para diseñar su bandera común. El artista Arsène Heitz, de Estrasburgo, que estaba leyendo la historia de las apariciones de la Rue de Bac, en París, se sintió inspirado a utilizar los símbolos de la corona de doce estrellas (Ap. 12,1) y el fondo azul, con los que se representa el misterio de la Purísima Concepción. Esta bandera fue aprobada por el Consejo el día de la Inmaculada de 1955.

 

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Author: Rosa Jordana
Rosa Jordana: Licenciada en Ciencias de la Educación. He trabajado con niños y para niños. Mi pasión es Lourdes, donde peregriné por primera vez con diez años y no he dejado de hacerlo. Mi ilusión es que peregrinemos allí, Vds. y yo juntos cuando nos encontremos en estas líneas. Nos espera la Santísima Virgen