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Navidad: entre el imaginario y la realidad

Por fin hemos llegado al Adviento y pronto estaremos en la Navidad. Después de 2 largos años de pandemia, de familias y amigos distanciados por las medidas impuestas por los Gobiernos a nivel mundial, ahora muchos podremos reunirnos con familiares y amigos para celebrar el nacimiento de Cristo.

Navidad: entre el imaginario y la realidad. Un artículo de Mario Guzmán Sescosse

Las casas se llenan de decoraciones y adornos navideños, los patios y los frentes de los edificios con luces que nos recuerdan lo especial de la época. Las ciudades hacen lo propio decorando las zonas turísticas, los andadores y las calles con adornos que iluminan la vista de los transeúntes y de los automovilistas. Los medios y las redes sociales se llenan de anuncios comerciales con motivos navideños, con Santa Claus, o imágenes de la Sagrada Familia. Mientras, en las casas se inician las tradiciones de cada región geográfica; como las posadas y sus juegos, intercambios, comidas y bebidas. O la familia reunida a ver la película de “Mi pobre angelito” o “el Grinch” y después disfrutar de platillos preparados en casa. Los trabajos y las escuelas hacen lo suyo con eventos especiales, puestas en escena o reuniones celebratorias. Por todas partes vamos preparándonos para el momento especial que será la Noche Buena el 24 y la Navidad el 25 de diciembre.

Decoraciones, imágenes, canciones, películas, reuniones y más pertenecen al imaginario colectivo de lo que “debería” de ser la Navidad. Son representaciones de un arquetipo colectivo, de una aspiración, de una memoria inocente e infantil de “cómo fue la Navidad” para muchos. Sin embargo, ese imaginario que tuvo su origen en la experiencia infantil y se codificó en memorias de lo que “es la Navidad” se confronta con la realidad que se experimenta en la vida adulta. Familias separadas, hermanos que no se hablan, nueras y suegras que se toleran pero que no conectan, hijos que no visitan a sus padres, padres que se alejaron de sus hijos, etc. Estas “realidades” llevan a muchos de mis pacientes a decirme “sé que debería de sentirme emocionado por esta fecha, pero en realidad me siento sin ánimo, sin anhelo” incluso hay quienes se sienten deprimidos por esta época. En términos técnicos esto se conoce como Trastorno Afectivo Estacional.

Cuando exploro estos sentimientos depresivos en mis pacientes invariablemente surge el tema de cómo recuerdan la Navidad y de cómo ahora son las cosas y lo pesado que sería celebrarla. Y es que sus recuerdos transitan entre dos áreas: la familia y lo sagrado. Por un lado, recuerdan el encuentro de primos, tíos, abuelos reunidos para celebrar. La música, la comida, los juegos, la alegría y la diversión. Por otro lado, recuerdan que era un momento especial y trascendental; una experiencia sagrada, un encuentro con Dios que se hacía hombre y que con ello cambiaba el curso de la historia. Pero esos recuerdos, se ven fuertemente confrontados con el presente y el distanciamiento, las heridas y las necesidades emocionales no cubiertas que se han acumulado con la familia. Divorcio, muerte, enfermedad, conflictos de intereses, aspectos de personalidad, problemas de comunicación, hijos distanciados e incluso traiciones nublan la experiencia de la Navidad, llevándolos a cuestionarse “¿qué caso tiene celebrar la Navidad si las cosas ya no son como antes?”

Y es que la celebración de la Navidad se sitúa entre el imaginario (colectivo e individual) y la realidad presente. Entre lo que creemos que debería de ser (y que fue) y lo que en realidad es. Pero es justo ahí, entre el imaginario y la realidad que se encuentra Dios.

Nuestros recuerdos están marcados por la inocencia y la pureza infantil, pero no por los hechos objetivos que sucedían tras bambalinas. Como niños, la mayoría no estuvimos al tanto de los conflictos y sentimientos de nuestros padres con sus padres o con sus hermanos, y que sin embargo se reunían a celebrar. Como receptores de mensajes y símbolos culturales creemos que “tiene que ser” una Noche de Paz y amor, cuando en realidad, para muchos es de dolor y de angustia, o hasta de frío, hambre y soledad como les pasa a muchas personas en situación de calle, los llamados homeless o sin techo. Hay quienes incluso vivirán la Navidad en medio de un secuestro, una guerra, hambruna, de persecución religiosa o del encarcelamiento injusto. Así ha sido, así es y así seguirá siendo la Navidad y a pesar de que unos gozaran y otros sufrirán seguimos celebrándola después de 2000 años porque sabemos que es uno de los acontecimientos más importantes que jamás le hayan sucedido a la humanidad.

Así pues, entre el imaginario y la realidad se encuentra Dios, su nacimiento sucede ahí, justo ahí. Es decir, en esas familias rotas, en los conflictos entre hermanos, el mal humor del tío o la falta de comunicación con los suegros, ahí se encuentra Dios y la posibilidad de amarle. En el sintecho, en el pobre, en el enfermo, en el perseguido y en el encarcelado ahí también está Dios y la posibilidad de amarle. Recordemos que a Jesús le preguntaron los fariseos que cuál era el mayor de los mandamientos y el respondió ««Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.»» (Mateo, 22 37-40) Jesús nos dijo, que amar a Dios es amar al prójimo y viceversa, pues él equiparó el amor de uno por el otro.

Por esto valdría la pena que esta Navidad nos despojemos de las expectativas inalcanzables de “cómo debe de ser la Navidad” y que la abracemos imperfectamente. Que sepamos que como adultos nos toca ahora construir memorias positivas en nuestros hijos a pesar de las dificultades que experimentamos con los miembros de la familia. Pero, sobre todo, que recordemos que la Navidad es el evento donde Dios se hace hombre, para que el hombre se haga Dios. Que la Kenosis de Jesús representa la oportunidad de la Teosis del hombre y ello se logra amando al otro. Amando al tío mal humorado, al hermano rencoroso, al papá inoportuno, al pariente que nos traicionó o al que sufre de enfermedad o de injusticia, ahí amamos a Dios, ahí permitimos que Nazca Dios en nuestro corazón y en medio de nuestra familia.

Esta Navidad cuando estemos celebrando hagámonos la siguiente pregunta “¿cómo puedo amar a Dios en el otro, en mi suegra, en mi yerno, en mi hermano?” “¿Cómo puedo amarte a ti Dios en mi hermano, en mi prójimo?” tal vez así veamos que la celebración de la Navidad es especial no por la comida, los regalos o las risas, sino porque nosotros la hacemos especial con nuestra decisión de amar al otro, incluso cuando no lo merece, pues al final nadie merecemos el amor de Dios y a pesar de ello nos ama a todos.

Les deseo una Feliz Navidad y que encuentren a Dios entre el imaginario y lo real.

Por Mario Guzmán Sescosse

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Author: Mario Guzmán
Dr. Mario Guzmán Sescosse es profesor e investigador de tiempo completo en Trinity Christian College en la ciudad de Chicago en EUA. Es doctor en psicología y cuenta con dos maestrías en psicología y psicoterapia, además de la licenciatura en psicología y estudios en filosofía. Es autor del libro "La Transformación del adolescente", de diversas obras científicas y capítulos de libro. Tiene más de 17 años de experiencia como terapeuta. Sus intereses académicos son psicología y religión, psicoterapia, psicopatología y desarrollo humano. Además, está casado y tiene 3 hijos junto con su esposa. https://www.drmarioguzman.com/