Nuestro compañero nos trae un tema muy interesante y de actualidad, ¿Qué está sucediendo con la natalidad? ¿Debemos procuparnos?
Natalidad y educación. Un artículo de Miguel Toledano
El pasado 28 de diciembre, el profesor Francisco Jose Contreras Peláez publicó un importante artículo en el periódico de internet “El Debate”. Dicho diario, presidido por el profesor Bullón de Mendoza, está impulsado por la Asociación Católica de Propagandistas.
Por su parte, el profesor Contreras es catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla y diputado por Vox en las Cortes Generales. Junto a su obra jurídica y su combate tan necesario contra la llamada “memoria histórica”, habla con una elegante perfección varias lenguas extranjeras y se ha convertido en una de las personalidades más interesantes de la actual legislatura.
Pero, en esta ocasión, quiero centrarme en el texto referido al inicio, porque hace hincapié en dos elementos clave para el bien común, natural y espiritual, de nuestra sociedad, cuales son la natalidad y la educación. Además del profesor Contreras, no hay tantas autoridades públicas que insistan, con su perseverancia y claridad, en el carácter esencial de ambos elementos.
Necesitamos, pues, que ese mensaje sea difundido, comprendido e interiorizado al máximo, porque nos jugamos mucho, material y espiritualmente.
Fijémonos, primero, en el número de nacimientos por año en España en el último siglo y medio, es decir, entre 1858 y 2018. Hasta 1976, y con la única excepción del período correspondiente a la Cruzada 1936-1939, la natalidad de las familias españolas se mantiene establemente por encima de seiscientos mil hijos. Y eso, como advierte el autor, teniendo en cuenta que la población de 1858 no era, ni mucho menos, la actual.
Tras el fallecimiento del general Franco y durante el régimen oligocrático de 1978, se ha producido una constante caída de la natalidad, año a año, persistente a lo largo de los gobiernos de Suárez, Calvo Sotelo, González, Rodríguez y Rajoy. El período de presidencia de José Maria Aznar escapa a esa debacle y el actual de Sánchez se sale temporalmente de la estadística mostrada en el gráfico.
El resultado de estas cuatro décadas de oligocracia liberal es el desplome de casi un 70% en el número de niños nacidos de madres españolas. Contando a las emigrantes, la caída es del 50%, lo que quiere decir que muchísimos de los nacimientos, especialmente en este siglo XXI, son extranjeros. En parte, ellos propiciarán un demacrado relevo generacional.
Por cierto, que en la citada etapa correspondiente a las dos magistraturas de Aznar, se estabilizó la sangría en los hogares españoles; pero también se exacerbó el incremento en las familias no españolas, que alcanzó un máximo en 2008, con más de la mitad de nacimientos totales. Es decir, que de cada diez niños que veían la luz en nuestra patria, casi seis no eran de origen nacional.
Los últimos cinco años son especialmente dramáticos. El número de muertes supera ya al de nacimientos y con una tendencia imparable. Curiosamente, de esto nada dice el gobierno de Sánchez Castejón, entretenido como está en la violencia doméstica, el feminismo y la cretinización acelerada de la masa para lograr la depauperación general y la depravación moral. El profesor Contreras, por el contrario, nos advierte con dos imágenes muy gráficas: este invierno demográfico está provocando ya más impacto que tres epidemias de Covid o una Guerra Civil.
Por provincias, el análisis es escalofriante. En muchas de ellas, por cada nacimiento se registran de media tres o incluso cuatro muertes. Fijémonos, por ejemplo, en las cuatro correspondientes a la región gallega: desastre total en Orense, en términos semejantes figura Lugo, incluso La Coruña registra el doble de fallecimientos que de bebés y Pontevedra, la menos castigada de las cuatro, forma igualmente parte de esta semi-España que se queda sin efectivos humanos.
Las raíces son más profundas que la tesis de la España vaciada, alerta el catedrático sevillano recordando al cineasta Alfred Hitchcock y su famoso término de MacGuffin o excusa. Al socialismo le interesa la creación de partidos minúsculos al estilo de “Teruel Existe”. Lugo existe; Orense existe; La Coruña existe, ¿por qué no? Pero el origen del desaguisado social, como ocurre a menudo, es religioso y filosófico, no puramente sociológico.
El desprecio a la natalidad es, en cierta manera, como explica el profesor Contreras, un desprecio a la Navidad, homenaje de fe al nacimiento del Niño entre los niños. Todo hogar sano, proclama el profesor, sigue el modelo de aquel portal de Belén, recibiendo a los niños como se merecen, no acabando con ellos antes de su nacimiento.
Además, el feminismo y la revolución sexual de los años sesenta han exaltado la autonomía de la mujer como paso para la destrucción de la familia, con su consiguiente efecto sobre la disminución del número de hijos. La defensa de la pareja de hecho como alternativa al matrimonio erosiona la estabilidad de la unión conyugal y, con ello, los efectos naturales de la fecundidad.
En realidad, yo iría algo más lejos que el profesor en su diagnóstico religioso y filosófico del problema. Antes que en la revolución sexual, el humanismo que iguala al hombre y a la mujer en las declaraciones de derechos humanos y constituciones liberales establece las bases para que la maternidad y el cuidado de la prole y el hogar se consideren una carga.
“Hombre y mujer los creó”, relata la Divina Revelación. Pero los gobernantes modernos se creen más inteligentes que Dios y tratan de convencernos de que, en realidad, el hombre y la mujer son iguales.
Durante dieciocho siglos, los cristianos y las naciones progresivamente fundadas por ellos han seguido el modelo de la Sagrada Familia, donde sus respectivos miembros desempeñan diversas funciones con arreglo a los carismas y gracias recibidos. La misión de cada uno es siempre grande, mas no la misma, ni mucho menos.
Ese esquema de tareas diferentes para un mismo fin que es Dios desaparece en los modelos jurídicos liberales, en los que los hombres se organizan autónomamente con arreglo a su voluntad; y las mujeres ya no han de imitar a la Santísima Virgen, Nuestra Señora, sino a sus compañeros masculinos.
Desde el siglo dieciocho a esta parte, las naciones modernas han ido una tras otra siguiendo esta misma tendencia, apartándose del edificio católico para abrazar el humanista. Por fin, en el Concilio Vaticano II, los mismos padres de la Iglesia se infiltraron de liberalismo, cayendo en los errores que los pontífices anteriores habían condenado como incompatibles con el derecho público cristiano.
Por lo que se refiere al matrimonio, hay un acto deletéreo muy anterior a los fenómenos generalizados después del progresismo de la época “hippy”. Me estoy refiriendo a la legalización del matrimonio civil para cónyuges bautizados, en contradicción con la ley canónica. Tal legislación estatal, además de impía, elimina de un plumazo el carácter sagrado de la unión entre hombre y mujer, revestida de la gracia protectora otorgada por Dios.
A partir de ahí se abre la puerta al divorcio y a la progresiva determinación autónoma de cualesquiera características que los contrayentes y sus representantes políticos deseen implantar a través del despliegue de su voluntad. Al fin y al cabo, si la soberanía reside en el pueblo, ¿quién puede limitar tal soberanía?
Pero el lector se preguntará dónde queda la educación, que se menciona en el título. El profesor Contreras expone una forma de escapar al feminismo, que exalta el rol profesional de la hembra con abandono de su vocación materna. Y, para ello, se fija en dos naciones del este europeo, Polonia y Hungría, que vienen poniendo en marcha un currículum en el que la corrupción de las costumbres no se transmite a los niños en los colegios públicos o privados.
Y las consecuencias ya se perciben, incluso en el corto plazo: Menor invasión de extranjeros y esperanza infantil y juvenil en nuevas generaciones de jóvenes que pueden mantener las tradiciones propias, que ha costado forjar a lo largo de muchos siglos. Es como si volver a alimentar una planta con nutrientes, a la que habíamos abandonado o, aún peor, a la que estábamos regando con veneno, permitiese recuperarla con una sorprendente inmediatez.
Este camino de la educación como factor clave de apoyo a la natalidad, en el que insiste nuestro autor, es el correcto. Al contrario de los mensajes machacones de los medios oficiales de comunicación y del silencio de tantos responsables, hay que devolver a los españoles la alegría que aporta el proyecto de fundación de una sociedad familiar no centrada en el culto al ego, como dice él, sino que demande y aproveche políticas natalistas que, en definitiva, reflejan el culto al Niño entre los niños, el Nino Jesús. Al fin y al cabo, hasta la Septuagésima estamos en el tiempo de Navidad.
Muchas gracias al profesor Contreras por su valentía, su brillantez y su eficacia.
Miguel Toledano Lanza
Domingo quinto después de Epifanía, 2022
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