Los Campesinos

Los Campesinos

Dedicado a mi amigo Jan Franczak.

De 1892 a 1899 el escritor polaco Władysław Stanisław Reymont escribió la larga novela Los Campesinos, que a partir de 1902 fue publicada en sucesivas entregas por una revista literaria. De 1904 a 1909 el autor publicó los cuatro volúmenes que componían la novela. En 1924 Reymont recibió el premio Nobel de literatura gracias a Los Campesinos. La novela transcurre en el pueblo de Lipce a lo largo de un año; cada parte de la narración está titulada conforme las estaciones del año, empezando el relato en otoño y terminando en el verano; de los personajes ya tenemos algunas informaciones por el título de la novela.

Nuestras vidas no se deciden en un único año. Si no morimos, desde luego, podemos ver que los acontecimientos, por importantes que hayan sido, no dieron una forma definitiva o acabada a nuestras vidas; habrán dado, como mucho, un nuevo cauce aunque sin apartarse completamente del anterior. El futuro permanece incierto en cuanto a los hechos concretos. Solo después de algunos años podemos mirar hacia atrás y percibir que algunos sucesos fueron a modo de clímax para nosotros, pero de clímax hasta el presente. Es como el proverbio griego que encontré en un libro: no se dice de un hombre que es feliz mientras no esté muerto.

La inseguridad del futuro que nos pone inquietos es al mismo tiempo terreno para la ilusión. Las formas de nuestras vidas, siempre parcialmente hechas y parcialmente por hacer (en una proporción que varía mucho), nos pueden parecer oscuras y algo desordenadas. La manera que encontramos para entender lo que hicimos – quienes fuimos – y lo que haremos – quienes seremos – es la narración. Escribió Julián Marías – en La Imagen de la Vida Humana – que el intento de contar la vida introduce en ella orden y claridad:

Actúa sobre una ‘materia prima’ opaca, caótica, por lo pronto irracional e ininteligible, y la interpreta, estructura y elabora. Es inseparable del decir la significación, y la vida humana narrada, esto es, ‘dicha’, resulta por eso mismo significativa y comprensible. El relato en todas sus formas es una potencia de racionalización, incluso Proust, Joyce o Faulkner, que son la racionalidad misma comparados con una vida que no estuviese interpretada y clarificada por los esquemas narrativos. Y al hacer esto, la ficción utiliza y pone en juego al mismo tiempo un saber acerca de la vida, sumamente efectivo, pero que se suele descalificar porque no es conocimiento conceptual en sentido estricto, porque no es ‘científico’ – de ninguna ciencia –; y ese saber, una vez destilado – digámoslo así – en el relato ficticio, resulta accesible a una interpretación teórica posterior.

Julián Marías comentó acerca de los relatos comunes – que todos hacemos – y de los relatos propiamente artísticos, separados los últimos de los primeros por la virtud del arte y no porque la narración sea una posibilidad únicamente artística. La narración interpreta la vida – empezando por la propia – y el contacto con las narraciones artísticas nos da nuevas oportunidades de contar y ver (las dos cosas caminan de la mano, aunque no siempre) lo que hacemos y nos pasa.

El acercamiento a una obra artística – la novela, por ejemplo – y a un personaje que se va haciendo a nuestros ojos mediante una translucidez (la palabra también es de Julián Marías) poco común en nuestros semejantes – al igual que en nosotros –, nos permite discernir la esencia de los accidentes en una vida posible. Semejante discernimiento es la visión de la forma que tiene esa vida, muy parecida a la nuestra. Y cuando al fin de la novela llegamos a la conclusión de la forma y sabemos qué ha sido del personaje, podemos recordar sus acciones anteriores y comprender cómo lo han llevado a aquel fin. Pondré un ejemplo muy claro: el capitán Acab, de Moby Dick. Conociendo el fin del capitán podemos imaginar algo del nuestro.

Pero no es menester que una novela concluya con la muerte del personaje principal, ni siquiera con un desenlace claro de su vida. Así escribió Reymont Los Campesinos. En un año nos metió de lleno en la vida de muchos personajes del pueblo de Lipce, especialmente los miembros da la familia Boryna. Mientras me acercaba al fin de la novela (que anticipaba por la cantidad de páginas antes que por el enredo), me angustiaba por saber qué resolución tomarían algunos personajes: si al fin se arrepentirían de sus errores, si la cosecha del nuevo año les saldría mejor, si el hijo del organista seguiría en el seminario, si el muchacho huérfano permanecería trabajando en la casa de los Boryna… y no tuve respuesta.

A veces nos sucede que, hablando con alguien durante unas horas, sabemos quién es; en un atisbo de intimidad tenemos la impresión de conocer su centro y, aunque no le reencontremos, podrá seguir mucho tiempo en nuestra imaginación. En un único año Reymont nos ha metido en la intimidad, en el centro mismo, del pueblo de Lipce. Vemos sus personajes sufriendo, riendo, llorando, cantando, peleando con la intensidad de quien está todo en el presente sin poner la conciencia en el futuro latente. La menudencia de sus vidas es muy cercana a la nuestra.

Sus preocupaciones son las de hoy. Dije que el futuro está latente para ellos y así creo. También se preocupan por algunos acontecimientos políticos que vendrían, por las fiestas futuras, por los jóvenes que regresarían del servicio militar y por la propia muerte; pero tales preocupaciones no quitan la urgencia de las obligaciones cotidianas: labrar la tierra, cuidar del ganado, preparar la comida, ir a la iglesia y resolver lo de hoy antes que nada. Reymont fue capaz de plasmar la cotidianeidad – que lleva el futuro en germen – en una forma.

En un artículo dedicado a Reymont (puse el enlace al principio), Halina Floryńska-Lalewicz escribió que en una época llena de problemas filosóficos y estudios psicológicos se puede pensar que la novela de Reymont carece de profundidad. A mí me parece todo lo contrario. El relato de los hechos, ininterrumpido por un narrador que hace observaciones de otras cosas (observaciones no artísticas), es precisamente lo que da profundidad a la novela Los Campesinos. Como dijo Flannery O’Connor, el escritor comunica el misterio por medio de las formas.

Halina Floryńska-Lalewicz escribió algo que me parece coincidir con mi impresión:

Los ritos de la vida humana están subordinados al ritmo de la naturaleza, que define las secuencias de trabajo y descanso. El ritmo de la naturaleza se acerca al orden de la liturgia, con fiestas eclesiásticas y rituales populares, y la vida humana y natural adquiere así una dimensión cósmica y sacra.

A lo largo de toda la novela, Reymont pasa de los sucesos y sentimientos de los personajes hacia el paisaje. Nos da la impresión de que, cuando el personaje descrito levanta los ojos, por un momento se olvida de sí mismo y pone toda la atención en lo que tiene delante. No, no se olvida de sí mismo totalmente; en realidad, el paisaje también es una parte de su vida cuyo ritmo acompaña el cambio del tiempo y es sacramentado por los tiempos litúrgicos. De alguna manera el mismo Dios parece haber abrazado las menudencias.

Gilmar Siqueira

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Author: Gilmar Siqueira
Feo, católico y sentimental