«[…] mi ideal se ha convertido en mi vida, puesto que, anteriormente, mi vida consistía en un vano intento de contemplar, si no mi ideal en mí mismo, por lo menos a mí mismo en mi ideal».
George MacDonald.Phantastes.
En Cautivado por la Alegría, libro en que narra la historia de su conversión al Cristianismo, C. S. Lewis habla de un libro muy especial; un libro que, antes de la conversión, fue responsable por, dice el autor de las Crónicas de Narnia, “bautizar” a su imaginación. Lewis se refiere a la novela Phantastes, del autor escocés George MacDonald.
El comentario de Lewis fue suficiente para que me picara la curiosidad. Aparte de las Crónicas de Narnia y de la Trilogía Cósmica, ambos del mismo Lewis, no había leído nada de fantasía o ciencia ficción. Pero no podía ignorar a una novela responsable por cautivar la imaginación de un autor que tanto admiro, una novela capaz de despertar leal encantamiento por la realidad.
Phantastes no me ha defraudado. Empecé la lectura esperando una jornada fantástica por un mundo encantado y la concluí pensando que este mundo, el nuestro, tiene más encantos de lo que uno se percata. Yo, como Anodos – el personaje principal y narrador de la novela –, vislumbré en la Tierra de las Fadas lo que hay de más bello, y verdadero, en el mundo que tengo delante de mis ojos.
La peregrinación de Anodos por la Tierra de Hadas es una jornada de madurez. Poco después de haber cumplido 21 años, el narrador recibe una visita inesperada: en una habitación que había sido de su padre, se encuentra ante un hada, una mujer mágica que le anuncia – ya para el día siguiente – el viaje a la Tierra de Hadas.
Anodos, como cualquiera de nosotros en su lugar, no cree en la mujer – por muy fantástica que sea. Sin embargo, cuando se despierta en la mañana siguiente, ve su habitación convirtiéndose en un jardín. Ya estaba hecho. Anodos se encontraba en Tierra de Hadas, un bosque inmenso y encantado, para el que solo hay una salida: completar la jornada hasta el final, sin que sea posible desistir.
Por supuesto que Anodos encuentra criaturas fantásticas a lo largo del camino, unas malas y otras misericordiosas. Pero algo especial me llamó la atención: en Tierra de Hadas, Anodos tiene que enfrentarse con sus propios obstáculos, con los dolores y debilidades que llevaba de este mundo, y de los que tenía miedo. Anodos no huye de la realidad al marcharse a la Tierra de Hadas, sino que la encuentra cara a cara; la encuentra de una manera a que no se atrevía en su vida.
Hay una llaga de Anodos que es totalmente abierta en la Tierra de Hadas; una llaga que, a lo mejor, quería ocultar en este mundo. No porque fuese alguien flojo, sino para que le doliera menos. Su llaga era un hueco, un vacío espiritual y afectivo: la necesidad de ser amado, de ser incondicionalmente amado. Anodos perdió la madre siendo muy pequeño y, también por eso, como que se le olvidó que podía ser amado.
En Tierra de Hadas encuentra a algunas mujeres, mágicas y encantadoras, que le son apasionadas unas y maternales otras. Pero, en dado momento, Anodos se confunde. Busca a una mujer que había despertado de un encantamiento, una mujer hermosa a quien podría amar y por quien, tal vez, podría ser amado también. Cree depararse con ella nuevamente, en medio del bosque, pero es engañado. La mujer que ve no es su amada. Era bella sí, y por eso logra engañarlo; pero de una belleza vacía. Esa hada maléfica tenía como una cáscara de belleza, una cáscara que lograba mantener hermosa gracias al amor que recibía; por dentro, la criatura estaba hueca. No tenía nada.
No me toméis por chistoso si digo que Anodos quedó anonadado. Creo la coincidencia entre el nombre de nuestro personaje y el verbo no está para ser ignorada. Anodos no entiende por qué se siente mal ante el engaño de la mujer cuya belleza es totalmente vacía; pero nosotros, siguiéndole en su jornada, lo entendemos. Descubierto el hechizo, nuestro héroe se desalienta, quedando realmente anonadado. La mujer terrible, hada o bruja, vivía de algo que en Anodos todavía era un deseo: recibir amor.
Luego Anodos es rescatado por un caballero andante que será importante en su jornada. Hay otros episodios dignos de contar en la peregrinación del narrador, pero me quedo con el que acabo de mencionar. Es un episodio central para la madurez de Anodos porque también lo es para la nuestra. La necesidad de recibir amor puede llegar a ser como una espina en nuestra carne. Y digo que puede llegar a ser porque su remedio está a nuestro alcance, aunque parezca contradictorio en un principio.
Se trata precisamente del remedio con que Anodos se depara al fin de su jornada. Sin entrar en nuevos episodios que llegan a él, basta con decir que nuestro héroe, tras tantas caídas motivadas a la vez por el orgullo y el deseo de sentirse amado, es conducido providencialmente por el único camino que nos aparta del orgullo y brinda todo el amor que buscamos: el de la humildad. Ya sin miedos ni ideales tan falsos como grandiosos, Anodos deja de temer a su herida de desamor. La deja de temer por percatarse de que el bálsamo no es, como creía, el amor que recibiría de alguien, sino el amor que era capaz de ofrecer; un amor que, partiendo de él, establecería comunión con el Amor que rige a toda la realidad.
Concluida la peregrinación en la Tierra de Hadas, Anodos ya no tenía que alejarse de su vida, de su circunstancia. Aunque hubiese dolor en ella, aprendió que el bálsamo para curarlo solo podía estar en ella también, y no en un ideal cualquiera. Gracias a la Tierra de Hadas, Anodos hincó sus pies – y corazón – en la realidad.
Gilmar Siqueira
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