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Los aciertos del Cardenal Garrone

Con este artículo, nuestro compañero, Miguel, se adentra una vez más en la figura del Cardenal Garrone

Los aciertos del Cardenal Garrone, un artículo de Miguel Toledano

Hace un par de semanas escribí ya sobre el Cardenal Gabriel María Garrone, figura relevante del episcopado francés durante el Concilio Vaticano II, aunque sin la fama del infausto Cardenal Liénart.

Mi artículo fue sustancialmente crítico, sin perjuicio de que advertí luces en este personaje de la Curia que conviene también reconocer. A ello va dedicado el texto de hoy.

Entre las primeras verdades y referencias de la fe que el arzobispo de Tolosa resaltaba se encuentran cuatro fundamentales: Primera, no se puede amar a Dios sin amar al prójimo, pues de lo contrario hay mentira; segunda, seremos juzgados sobre lo que hagamos por quienes tienen hambre y sed; tercera, no hay caridad sin antes velar por la justicia; y cuarta, Dios quiere salvar a todos los hombres de buena voluntad. Detengámonos seguidamente en este resumen cuaternario del cristianismo a cargo de quien luego fue prefecto de toda la educación católica.

No es posible amar a Dios sin amar al prójimo. El Hijo de Dios, que ama infinitamente a su Padre, amó y ama infinitamente también a los hombres, hasta el punto de dar Su vida por ellos de la forma más horrenda y de seguir sacrificándose en cada Misa. San Benito, como nos recordó el Papa Benedicto XVI en su famosa audiencia general de abril de 2008, instaba a no anteponer nada al amor y al servicio al otro. Santo Tomás de Aquino, en la cuestión 26 de su Suma Teológica (II-II), recuerda con San Juan que no puede amar a Dios quien no ama a su hermano. Y San Francisco de Sales comienza su Introducción a la Vida Devota diciendo que para ser bueno es necesaria la caridad.

Y, sin embargo, existen individuos que presumen de católicos, incluso de grandes amantes de Dios, que no sólo no aman al prójimo, sino que lo agreden. O que, cuando otros cometen tal agresión, ellos miran a otro lado, siguiendo a su modelo Poncio Pilatos. Y algunos de estos individuos han recibido el orden sacerdotal, cuya sagrada naturaleza manchan y traicionan con su ponzoña. A todos éstos, con gran razón, el Cardenal Garrone los define como mentirosos. Y la Verdad ha de hallarse paso ante la mentira.

A continuación recuerda nuestro Cardenal que seremos juzgados por lo que hagamos con quienes tienen hambre y sed. O sea, por los pobres. En una ocasión, conocí a un clérigo, de nacionalidad inglesa (rara avis), que usaba laca y tupé y despreciaba a los pobres. No sólo los despreciaba, sino que se burlaba de ellos. En concreto, adiestraba a su perro para que les ladrase cuando se le acercaban a pedirle limosna, lo que el pobre animal ejecutaba instintivamente sin poder cavilar los siniestros propósitos de su amo, que de lo contrario hubiese aborrecido. Esto resultaría cómico si no fuese cierto. Yo creo que cuando don Gabriel María avisa que tales vanidosos serán juzgados, él se refiere al juicio particular y al juicio final que todos recibiremos en el otro mundo; mas no excluye que dicho juicio sea también el que corresponda a la justicia humana durante esta vida, por las tropelías cometidas frente a quienes son más débiles.

“Tenemos derecho a creer”, dice el Cardenal Garrone, “que la pobreza cristiana verdaderamente es querida por Dios y resulta necesaria por las circunstancias apostólicas”. Si los apóstoles fueron pobres, deben serlo los cristianos y, primeramente, los sacerdotes católicos. Las riquezas son consideradas peligrosas por el Evangelio. La Iglesia de Cristo debe ser la Iglesia de los pobres, porque Cristo fue pobre y la regla suprema, para los católicos, es Él. Es vano discutir esto y sería grave olvidarlo, alerta el señor Arzobispo.

Tercera rúbrica: No hay caridad sin justicia. Se trata, obviamente, de dos virtudes diferentes; mas las virtudes cristianas no se contraponen, como a menudo los derechos en las sociedades liberales, sino que se relacionan y complementan. La justicia, como dice nuestro autor, se configura como presupuesto de la caridad. Pretender amar a Dios obrando injustamente es una pose que, por mucho que nos empeñemos, no puede agradar a Dios ni tampoco a los hombres; es un absurdo, propio de manipuladores o individuos fuertemente ideologizados. A su vez, una justicia sin caridad es “una justicia sin alma”, “un ideal de moral cerrada”.

Por último, la salvación depende, en gran manera, de la buena voluntad. Los juristas estamos habituados al instituto de la buena fe, la bona fides. Los actos de las personas reflejan la voluntad que les guía; las palabras, los conciliábulos, los gestos, los exabruptos, las medias verdades, los insultos, la falta de respeto son signo de una mala voluntad. Y Dios, que nos creó sin nuestro concurso, como dice San Agustín, no nos salvará sin él.

Sobre la falta de respeto se extiende Garrone:

¿En qué signo se reconocerá, si no la presencia de Dios, al menos la sinceridad de nuestra fe en esa presencia?

El signo fuera del cual nuestra palabra resultará irrisoria, el signo fundamental, antes incluso que el amor, es: el respeto.

Si creemos verdaderamente que todo hombre es, de hecho o de derecho, “hijo de Dios”, “templo del Espíritu Santo”, “miembro de Jesucristo”, tal respeto se verá. Se verá en la manera en que tratemos primero nuestra alma y nuestro cuerpo, pero también el alma y el cuerpo de los otros, en suma, el respeto del que haremos prueba.”

Quien no trata con respeto al otro, recuerda este autor, no cree verdaderamente ni en la filiación divina, ni en la inhabitación del Espíritu Santo, ni en la participación en el cuerpo místico de Nuestro Señor. Antes incluso que el amor, el respeto es la prueba de la sinceridad de nuestra Fe. Más terrible aún, el sujeto irrespetuoso no resulta sólo irrisorio, sino que además cabe dudar que donde él se halla no se encuentra Dios presente.

El amor a los demás es “la piedra de toque de la verdad de la vida de un hombre, de un comportamiento bueno”. El hombre que no ama a los demás lleva una vida de mentira, es responsable de un comportamiento malo. La autoridad de este magisterio no se reduce al Cardenal francés, sino que lleva el sello del mismo San Juan.

Estas exigencias de justicia, de respeto, de amor, son mayores en el caso del mando que del subordinado. La autoridad debe aprender a ejercerse en la verdad y la educación del jefe debe ser todavía más cuidadosa que la de aquéllos que le prestan obediencia. Hay un estilo de liderazgo, especialmente odioso, que se recrea en la mueca, la sacudida, la risotada, la grosería e incluso la manipulación. Nada más opuesto a la autoridad católica que un director afectado, caprichoso o absoluto. Como aquella fábula conocida, anda desnudo tal emperador, al que sus súbditos no osan discutir pero de cuyas vergüenzas visibles se burlan en cuanto pasa por delante.

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Miguel Toledano Lanza

Domingo Segundo después de Pentecostés, 2020

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Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.