Nuestro querido Gilmar, alimentando la sección de «citas y reseñas literarias», hoy nos habla sobre los sentimientos…lo que siento…a veces no es lo que muestro
«No es lo que siento lo que muestro», Gilmar Siqueira
“Las personas que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir.” Luis Rosales.
“Más vale sufrir que reír, pues desahogar el dolor consuela el corazón.” Eclesiastés.
Tengo en mis manos un tomo de Poesías de Lope de Vega publicado por Bruguera en 1982. En el libro hay una introducción escrita por el editor Francisco Javier Díez de Revenga: en ella, además de una semblanza biográfica, aparece un comentario crítico sobre las poesías de Lope. Quiero tratar específicamente de una parte en que, refiriéndose al poema Canción a la muerte de Carlos Félix, el editor cita un comentario de José F. Montesinos:
(…) admirables son esas marmóreas estrofas del comienzo, de tan grave música, sobria expresión de dolor y resignación, pero más admirables son las palabras con que habla el hombre Lope, no el católico Lope. Ahora, como siempre, su poesía gana en hondura y en emoción cuando expresa pasiones, sentimientos, dolores reales. Admirable en esa transición de los versos 31 y siguientes, cuando calla el creyente y habla el padre.
El libro de Montesinos no lo tengo y, por lo tanto, es imprudente emitir un juicio sobre una citación dislocada por clara que parezca. El contexto siempre marca mucha diferencia. Sin embargo, atacaré de imprudente al decir que, en esa citación, Montesinos parece aislar “el hombre Lope” del “católico Lope” como si los dos fuesen diferentes. Me tomaré esta idea, olvidaré el nombre de Montesinos y hablaré en este artículo sobre la dicotomía que muchos creen existir entre la resignación cristiana y el sufrimiento.
Antes de volver al poema de Lope, pondré un ejemplo de lo que quiero decir. En una entrevista, la novelista inglesa Antonia White hablaba de su vida y de su reaproximación a la Iglesia muchos años después de la muerte de su padre. Antonia White tuvo inmensas dificultades desde niña y en un momento dado de su vida estuvo en una clínica psiquiátrica para tratar sus problemas. Ahora bien, hablando de ese retorno a la Iglesia la entrevistadora le preguntó a Antonia White si la fe le había dado algún “conforto” a la novelista; la respuesta fue un rotundo “no”. A mí me parece que Antonia White comprendió muy bien lo que yacía en esta pregunta: la gente – católicos incluso – suele imaginar que la religión trae “conforto” en el sentido de que la persona deja de sufrir, olvida sus dolores y recibe algo a modo de narcótico para sus sufrimientos. Pero esto no sería religión; sería neurosis.
Vuelvo a Lope. Leyendo la Canción a la muerte de Carlos Félix no me pareció ver en ningún momento esa distinción entre el “hombre” y el “católico” por la sencilla razón de que eso sería imposible. Los que piensan en el “conforto” de la religión en el sentido que mencioné arriba suelen tomar la palabra resignación como sinónimo de indiferencia, cuando en realidad la resignación tiene que ver con la esperanza. El dolor aceptado, confirmado por el que sufre, no quiere decir que dejará de sufrir y, muchas veces, ni siquiera que sufrirá menos. La contradicción entre el dolor sentido y la resignación expresada está en los versos del propio Lope:
Diréis, Señor, que en daros lo que es vuestro
ninguna cosa os doy, y que querría
hacer virtud necesidad tan fuerte,
y que no es lo que siento lo que muestro,
pues anima su cuerpo el alma mía
y se divide entre los dos la muerte.
Claro que no es lo que siente lo que muestra. ¿Cómo podría serlo? El hombre había perdido su tan amado hijo de siete años. ¿Cómo podría ser indiferente a un dolor tan grande? Montesinos dijo que había una transición a partir del verso 31 “cuando calla el creyente y habla el padre”. Veamos, pues, lo que dice Lope entre los versos 31 y 45 del poema:
sueño de sombra, polvo, viento y humo
a lo que vos queréis, que podéis tanto;
afréntese del llanto injusto,
aunque forzoso,
aquella inferior parte
que a la sangre reparte
materia de dolor tan lastimoso,
porque donde es inmensa la distancia,
como no hay proporción no hay repugnancia.
Quiera yo lo que vos,
pues no es posible no ser lo que queréis,
que no queriendo,
saco mi daño a vuestra ofensa junto.
Justísimo sois vos;
es imposible dejar de ser error lo que pretendo,
pues es mi nada indivisible punto.
Y todo el poema sigue en el mismo tono: el dolor del padre por la pérdida del hijo y, a la vez, la forzosa resignación de ese mismo padre ante la incomprensible voluntad divina. Cuando aparece un tono de rebeldía por esa pérdida – lo que es normal – inmediatamente después viene la conciencia de los propios pecados. La resignación de Lope es, como la auténtica resignación, una mezcla de dolor y esperanza. No es comprensión. Un padre, por pecador que sea, no puede comprender la muerte de su hijito inocente; nunca podrá aceptarla de todo. Entonces espera. Veamos los 12 últimos versos:
Yo os di la mejor patria que yo pude para nacer,
y agora en vuestra muerte,
entre santos dichosa sepultura;
resta que vos roguéis a Dios que mude mi sentimiento en gozo,
de tal suerte, que,
a pesar de la sangre que procura cubrir de noche escura
la luz de esta memoria,
viváis vos en la mía;
que espero que algún día la que me da dolor me dará gloria,
viendo al partir de aquesta tierra ajena,
que no quedáis adonde todo es pena.
La resignación no mata el dolor. Empieza en la voluntad de quien desea esperar, aunque en lo más hondo de su alma deseara que el hijo muerto volviera inmediatamente a la vida. Pero no es posible. Entonces quiere esperar; quiere esperar volverlo a ver; quiere esperar que Dios pueda convertir en gozo su pena por la confianza de que volverá a encontrar el niño en la patria celeste, en nuestro verdadero hogar. Pero la voluntad es floja y la esperanza claudica; por eso un artista como lo fue Lope deseó plasmar esa su voluntad de esperar en “marmóreos” versos: marmóreos por su forma, pero viscerales por todo su contenido.
No entiendo los que confunden la resignación con la indiferencia. Solo hay resignación cuando el dolor es aceptado, pero no negado ni disimulado ni menospreciado. Pero esa aceptación no viene así como así, y a veces ni siquiera viene del todo: por lo tanto, en momentos de rebeldía, hay que pedir a Dios ayuda para aceptar el dolor. Quien quiere aceptar el dolor también quiere esperar.
Gilmar Siqueira
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