«De manera que cuando un libro no es el espejo de una poderosa individualidad, aun así es el espejo de curiosos defectos del espíritu».
Marcel Proust. Sobre la lectura.
En un artículo anterior, decía que la literatura nos puede ayudar e encontrar la forma de nuestros demonios y así expulsarlos – en cierta medida – por medio de la palabra. Si el artículo fue bien sucedido, supongo que los lectores con alguna experiencia literaria hayan podido identificarse y rememorar sus propios encuentros con los autores favoritos, con los autores que los allanaron el camino para nombrar su mal, como dijo Maurice de Guérin.
Algunos meses después de haberlo escrito, sin embargo, se me ocurrió que quizás los lectores menos íntimos de la literatura lo hayan encontrado hermético, tal vez un poco fuera de lugar. Creo que es una posibilidad porque intenté llegar demasiado lejos sin «coger vuelo», es decir, sin presentar ejemplos concretos de cómo podemos hacer nuestra la forma encontrada en una obra literaria. A coger vuelo, pues.
En su Poética de la novela el autor brasileño Autran Dourado escribió que con dos o tres elementos sencillos se puede erigir un personaje: «Tales elementos (a veces un único, la pierna mecánica de Acab, la joroba de Quasímodo, por ejemplo) funcionan como señal para el lector, que en un instante puede identificar al personaje, visualizarlo». Sobran las descripciones minuciosas cuando, dentro de la obra de ficción, un único elemento es capaz de simbolizar el personaje y dárnoslo a conocer. Para los que no hayan leído Moby Dick la pierna mecánica de Acab les dirá poco; para los que conocen la obra, sin embargo, esa pierna simboliza el drama del personaje y la inclinación (podemos pensar en cómo las malas inclinaciones son semejantes a la cojera) a su tragedia.
“Está bien”, me dirá algún lector, “acepto que la cosa sea así en la invención del escritor y del pequeño mundo que ha podido crear pero ¿qué tiene que eso ver con nuestra vida?”. En esta pregunta va la preocupación de cómo podemos hacer nuestra aquella forma erigida con dos o tres elementos sencillos. Mi respuesta es que también nosotros, en dos o tres elementos sencillos, nos damos a conocer. Esto suena a disparate si consideramos todos los pensamientos que tenemos a lo largo del día, las cosas que hacemos y pretendemos hacer, lo que sentimos, etc. Pero dejando a un lado el hecho de que los demás ven nuestras acciones y no pensamientos, insisto en la respuesta.
Trataré de explicarme con un ejemplo literario (por supuesto). La primera vez que me di cuenta de que podemos revelarnos por algún rasgo de personalidad fue leyendo Lord Jim, de Joseph Conrad.
El primer encuentro entre Jim y el narrador fue patético. Marlow, el narrador de la novela, estaba en un tribunal marítimo; él y un amigo se encontraban un poco atrás de Jim, quien sería juzgado por un delito en que actuó cobardemente. En la sala había un perro que silenciosamente andaba entre las piernas de los concurrentes; el amigo del capitán se tropezó con el bicho y dejó escapar la exclamación de «perro miserable». Transcurridos algunos minutos, cuando ya se disponía a salir, Marlow se encontró con Jim delante de él: el joven pensó que Marlow – o el amigo – le había insultado con lo de «perro miserable». Desconcertado, Marlow señaló con la mano el perro; Jim, humillado, se sonrojó.
Algunos se habrían reído de su pertinacia. Yo no. ¡Oh, yo no! Nunca hubo un hombre a quien sus propios impulsos naturales pusiesen al desnudo de manera tan implacable. Una sola palabra lo había despojado de su discreción, de esa discreción que es más necesaria para las decencias de nuestro ser interior de lo que lo es la vestimenta para el decoro de nuestro cuerpo.
Tanto la escena como el comentario de Marlow que acabo de citar son muy importantes cuando intentamos comprender el carácter de Jim y sus actitudes a lo largo de la novela. En el capítulo siguiente al de la escena aquí comentada, Jim le pregunta a Marlow si él en su lugar se consideraría un perro. Y nosotros, una vez leída la novela, nos preguntamos si alguna vez Jim se dejó de considerar un perro. El pensamiento – buen símbolo para la culpa – lo obsesionaba de tal manera que lo traicionó en una escena patética. En qué medida Jim estaba consciente del sentimiento de culpa no podemos saberlo; lo único que sabemos, gracias a su propia actitud, es que se consideraba un perro miserable. Esta imagen tiene mucho más fuerza sobre nosotros de lo que tendría una sencilla frase como «Jim se despreciaba a sí mismo».
Tomaré un segundo ejemplo, ahora español. Pedro, personaje narrador de la novela La sombra del ciprés es alargada, era tímido. Digo esta frase más bien vaga a propósito, porque suena como «Jim se despreciaba a sí mismo». Sabemos más o menos qué es la timidez y cómo nos puede cohibir, pero encontrar semejante frase en una novela no quiere decir nada: ¿qué significaba la timidez de Pedro? ¿Era un signo de miedo o de culpa? Lo entendemos mejor cuando Jane, mujer a quien Pedro amaba, así lo describe para él mismo:
Va usted por la calle como pidiendo perdón a todos cuantos le rodean. Si da usted un paso atrás al cruzar una calle para que pase un automóvil, parece que con su ademán está pidiendo disculpas al conductor por haberle hecho disminuir la velocidad de su vehículo. Pisa usted la ciudad como con respeto, como con miedo a romperla, lo mismo que si visitase una casa de porcelana de la que fuese dueño un hombre con el que usted no tuviese confianza.
El discurso de Jane no es analítico; es en realidad el intento, por parte de una mujer enamorada, de penetrar en la personalidad del hombre a quien amaba. Hasta ese discurso el lector tenía, a lo largo de toda la novela, una visión de la vida interior de Pedro contada por el propio personaje. Después de leer lo que Jane le dijo, el lector toma distancia y puede comprender toda aquella vida interior minuciosamente contada desde la primera parte de la novela en ese pedido de perdón a todos cuantos rodeaban a Pedro. La imagen de él andando inseguramente por la calle entra de una vez por los ojos y simboliza – con más poder que las palabras timidez e inseguridad – quién era Pedro.
¿Qué tienen que ver la inseguridad en el caminar de Pedro y el perro miserable de Jim con nosotros? Creo que mucho. ¿Cómo es un personaje literario para que nos parezca verosímil? En primer lugar, el personaje literario es una persona imaginada. Podemos imaginar que Pedro y Jim, en las escenas de sus historias que conocemos, llevaban ropas, parpadeaban, bostezaban y respiraban, aunque sus narradores no nos lo hayan descrito. Los hechos de la vida humana, si detalladamente contados, llenarían muchas hojas de papel aunque delimitáramos la narración a un corto espacio de tiempo.
Un escritor, en segundo lugar, tiene que elegir cuáles serán los hechos y actitudes importantes de los personajes en su narración. Si vemos un personaje lavando los dientes, comiendo o tomando el té en una novela, quiere decir que tales actitudes son importantes para la narración, o sea, para que se de mejor a conocer el personaje. Los rasgos descritos en una novela – sea la pierna mecánica de Acab o el perro miserable de Lord Jim – no son pintorescos, sino que consisten en símbolos de quiénes son los personajes; en el caso de Acab y Jim, son los defectos curiosos del espíritu que dijo Proust.
Cuando nos deparamos con los dos o tres elementos sencillos de un personaje literario, elementos apartados de todas las actividades y pensamientos cotidianos, empezamos a darnos cuenta de que también nosotros, si nos pusiéramos a contar nuestras vidas, haríamos hincapié en algunos acontecimientos especiales (positivos y negativos) y en la manera cómo hemos reaccionado ante ellos. Hay acontecimientos (con esta palabra quiero decir acciones y circunstancias) que simbolizan – aunque sin agotar – quienes somos y el contacto con la literatura nos puede ayudar a contarlos.
Un hombre tímido que se depare con el discurso de Jane a Pedro estará abierto a recibirlo como una pequeña revelación del propio carácter; una revelación que no será respuesta decodificada sino que el haberla recibido por una imagen concreta le permitirá buscar en las propias actitudes qué es lo que en él simboliza la timidez.
Gilmar Siqueira
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