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La virtud del patriotismo

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El patriotismo, una virtud que hoy día bastante es bastardeada, manoseada y vaciada de contenido. Porque vivimos una época en la cual se han vaciado de contenido las palabras y tan sólo valen por sus formas. Vivimos de sentimientos y como tales volubles, volátiles, insustanciales y veletas que nos mueve el viento de las opiniones en cualquier dirección.

La virtud del patriotismo. Un artículo de Alberto Mensi

Por eso es necesario que vayamos precisando lo que significa cada palabra, debemos redefinir las cosas.

Cuando Dios nuestro Señor pronuncia la palabra, la cosa existe, la cosa es creada. Cuando nosotros llamamos a la cosa por su nombre volvemos a recrearla, nos unimos a ese poder creador de Dios, de una manera diferente pero real. De allí la malicia tremenda de la mentira, pues llama a la cosa con otro nombre y no por el nombre con que Dios la llamó a la existencia.

Para poder entender lo que es el patriotismo debemos primero entender que todos los hombres, exactamente todos, somos llamados a un fin común: la eterna felicidad, la Patria celestial. Esa es la casa que nos está esperando a todos, aunque no todos quieran habitar en ella y ya en vida hacen todo lo posible para no ir allí, pero eso es parte del misterio de iniquidad, exactamente lo opuesto a la amorosa Providencia divina.

La Patria celestial es nuestro verdadero modelo y la Patria terrena debe ser un reflejo de la Patria celestial en todos sus aspectos. Debe darse una verdadera unidad de todos sus ciudadanos, unidad que se logra en la Verdad pues la mentira tan sólo disgrega y separa. Y fruto de esa vida de Unidad en la Verdad será la Bondad que se percibe tanto en la Caridad, en la Misericordia como en la Justicia. Y resultado de todo ello se da una armonía propia de la Belleza de un orden donde impera tranquila la Paz.

Pretender una patria terrena renegada de la Patria celestial tan sólo nos puede dar las Guerras de religión de la revuelta luterana, o el tiempo de terror de la revolución francesa, o los genocidios comunistas o la institución de la guerra en el paganismo nazi. Y con esto no manifiesto ni pretendo manifestar un pacifismo a ultranza, tan perverso como el belicismo a ultranza. La legítima defensa me permite armarme y luchar y defender a Dios, a Su Iglesia, a la Patria, a la familia. Pero el objetivo es la Paz, esa tranquilidad en el orden de la que hablaba San Agustin.

El desorden, la falsa paz del sólo silencio de los cañones, como ha sido de manera eminente ese período de 1870 a 1914 conocido como la Paz Armada, sólo es fruto de haber renegado de Dios, y vivir profundamente divididos, en el error, carcomidos por la envidia y el odio en un mundo de risas vacías y cada vez más feo a pesar de los maquillajes con los que se quiera enmascarar su descomposición.

El Bien supremo es Dios y todo lo que nos lleva a Él es un bien mediato, la Patria es un bien, pero es un bien mediato.

Ya nos decía el Divino Maestro: “Quien ama a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de Mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a Mí, no es digno de Mí. Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí. Quien halla su vida la perderá; y quien pierde su vida por Mí, la hallará”1

Este orden de prioridades ontológicas debe ser respetado si queremos realmente construir sobre roca, tema que ya hemos tratado en otro artículo.

La virtud del patriotismo entra en la virtud de la justicia y más aún es propio de la virtud de la piedad, dos virtudes que están emparentadas aunque son diferentes.

Por la virtud de la justicia restituimos aquello que debemos a otro y es un deber de justicia devolver a nuestra patria todo lo que la patria nos ha dado, aunque la realidad última es que nos resulta imposible devolverle todo completamente porque nos excede inconmensurablemente.

Por la virtud de la piedad podemos cubrir esa deuda u obligación que tenemos hacia aquellos a quienes no podemos restituir todo cuanto debemos.

Y aquí distinguimos tres clases de virtud de la piedad:

1ra la debida a Dios

2da la debida a nuestros padres

3ra la debida a la Patria.

Nuevamente este orden ontológico nos lleva a poner prioridades en nuestras obligaciones o deberes. Orden que nos traerá la verdadera paz.

De allí que el antiguo lema de Dios, Patria, Fueros, Rey es una verdadera brújula para encontrar el camino adecuado en la construcción de la civilización.

La virtud de la piedad debida a Dios como eje que nos obliga a profesar la verdadera religión, ya que las falsas religiones nos apartan del verdadero Dios.

La virtud de la piedad debida a nuestros padres y a la Patria nos obliga a conocer cuál es verdaderamente nuestra Patria encerrada en la verdadera historia de nuestra Patria, ya que las historias oficiales y artificiales nos hablan de otras patrias, no de la nuestra. Y tenemos el deber de piedad para con nuestra verdadera Patria. En este orden va tambien el conocer nuestros fueros, pues hace al deber de caridad para con nuestro prójimo, no con la humanidad, entelequia del conocimiento, sino los hombres y mujeres concretos con quienes compartimos la vida. Finalmente el Rey legítimo es el que verdaderamente representa la autoridad de Dios, con lo cual volvemos al comienzo de esta virtud de la piedad.

En próximos artículos comenzaremos a desmenuzar un poco más esto y otros elementos que es preciso que tengamos en claro.

Alberto Mensi

1 San Mateo 10, 37 – 39

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Author: Alberto Mensi
Alberto Antonio Mensi (13 julio 1955) Egresado del Liceo Militar Gral. San Martín Profesor de Filosofía Profesor de Ciencias Sagradas Diplomado Universitario en Pensamiento Tomista (Universidad FASTA) Recibió el espaldarazo caballeresco como Caballero de María Reina el 15 de agosto de 1975 Maestro Scout y Formador Scout Católico Casado con María Pía Sernani Padre de cuatro hijos Abuelo de cinco nietos (por ahora)