Para los hijos caídos de Adán la virtud de la religión debe necesariamente tomar la forma de una adoración sacrificial. Aquí es donde entra la sangre de Jesús.
La Sangre de Jesús hace posible dar a Dios lo que le debemos, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
La virtud de la religión, explica Santo Tomás de Aquino, es el hábito de la justicia mediante el cual damos a Dios Todopoderoso lo que le debemos como nuestro Creador y Señor: es Su derecho a la adecuada adoración, tanto en nuestros actos externos (es decir, rezarle con los labios, inclinándose ante Él) como en los actos internos (como la humilde sumisión de la mente y del corazón en la adoración), dado que Él es nuestro Creador y Soberano Señor, del cual depende nuestro ser, nuestra vida, nuestras actividades, nuestra felicidad, le pertenecemos a Él en todo, en cada pedacito de nosotros mismos, en cuerpo y alma.
Este retorno no es algo que podamos hacer tan completamente como merece ser hecho, sino que podemos darlo como es posible para una criatura. Para el hombre no caído esta virtud había tomado la forma de un “sacrificio racional”, en el cual él no solo ofrecía a Dios su adoración, alabanza y acción de gracias, sino también presentaba a Él el homenaje de todas las criaturas. Haciendo esto en horas establecidas cada día mientras permanecían siempre en una comunión de confiado amor y confidencia, los no caídos Adán y Eva habrían vivido una perfecta vida religiosa.
La Caída cambió todo.
Ahora el hombre ha actuado contra lo que debe a Dios. Ha actuado, de hecho, tan lejos como puede, contra Dios mismo, porque el Señor está presente en Sus leyes, y Él es amado cuando ellas son obedecidas, menospreciadas cuando se rompen. Adán y Eva viven ahora en un mundo que se ha vuelto contra ellos, pues ellos se han vuelto contra su Creador y Señor. Ellos deben trabajar para sobrevivir, trabajar al obrar, trabajar al nacer. Estarán fatigados, frustrados y débiles. Lo peor de todo, cuando ellos se vuelven a Dios, no es con la familiaridad íntima de un niño, sino con la consciencia afligida de un renegado tratando de hacer las paces por un delito de gravedad casi infinita
Por lo tanto, para los hijos caídos de Adán, la virtud de la religión debe necesariamente tomar la forma de una adoración sacrificial por la cual Dios es honrado y aplacado. El derramamiento de sangre simboliza la muerte de la propia voluntad egoísta, vertiendo la propia vida, dolorosamente, para restaurar lo que había estado perdido y para mostrar que esta pertenece solo a Uno.
“Así según la Ley casi todas las cosas son purificadas con sangre, y sin efusión de sangre no hay perdón.”
Hebreos 9, 22
Dios dio a Israel la Antigua Ley como un sistema para ofrecer una forma establecida de adoración que resaltaría fuertemente la necesidad de un Mediador y un Redentor, uno que en Sí mismo pudiera ofrecer a Dios una adoración verdaderamente digna de Su derecho sobre toda la creación. Podría llamarse a la Ley Antigua en su totalidad el gran “Rito del Ofertorio” mediante el cual la Víctima fue preparada en la presciencia de Dios, en anticipación de la venida del Mesías, el Cordero de Dios. La consagración corresponde a la muerte de este Cordero en el altar de la Cruz. La comunión significa nuestra entrada a la salvación adquirida para nosotros por Su preciosa Sangre.
Entonces, solo por Cristo la virtud de la religión se ejercita perfectamente y nosotros tenemos el inestimable privilegio de ser insertados en Su adoración. La Misa Tradicional Latina expresa esta verdad en un conmovedor momento que está oculto para los ojos del laico, aunque no está oculto de su conocimiento si él lee las oraciones en un misal de mano.
Cuando está a punto de recibir la Preciosa Sangre, el sacerdote pronuncia los versos del Salmo: Quid retribuam Domino pro omnibus, quae retribuit mihi? (Salmo 115:12). “Qué le daré el Señor a cambio de todos los beneficios que me ha concedido?” Toma el cáliz con dos versos más: Calicem salutaris accipiam, et nomen Domini invocabo. Laudans invocabo Dominum, et ab inimicis meis salvus ero (Salmo 115, 4, Salmo 17, 4). “Tomaré el cáliz de la salvación, e invocaré el nombre del Señor. Con alabanzas invocaré al Señor, y quedaré libre de mis enemigos.”
Entonces, se bendice con el cáliz haciendo la señal de la cruz y, sosteniendo la patena bajo el cáliz, recibe la Preciosa Sangre con las palabras Sanguis Domini nostri Jesu Christi custodiat animam meam in vitam aeternam. Amen. “La Sangre de Nuestro Señor Jesucristo guarde mi alma para la vida eterna. Amén.”
En la Suma Teológica IIa – IIae, q. 80, a.1, Santo Tomás cita el Salmo 115, 12 – “¿Qué le daré al Señor a cambio de todos los beneficios que me ha concedido?” como un testimonio bíblico de la virtud de la religión, por el cual damos lo que podemos al Señor, pero nunca podremos darle lo suficiente, nunca daremos un don igual al que Él nos ha dado a nosotros. La inserción de este verso en el punto culminante cuando la Sangre del Señor es bebida enfatiza el aspecto de justicia en la Misa. El hombre hace su esfuerzo por regresar, pero el mejor retorno que él puede hacer es en realidad recibir a Jesucristo en su propio cuerpo y permitir a Jesús agradecer al Padre en y a través de él.
Por eso el sacerdote continúa de inmediato: “Tomaré el cáliz de la salvación, e invocaré el nombre del Señor.” Aquel justo y santo viene, en misericordia, a morar dentro, para que así el hombre pueda ser capaz de ofrecerse, unido a Cristo, como una oblación digna a Dios. El cristiano incorporado en Cristo tiene al “Dios de Dios, Luz de Luz” con él, y entre el Padre y el Hijo se encuentra el ejemplo del amor más excelso y la más sublime justicia, como si cada uno estuviera eternamente dando al otro Su integridad perfecta.
El Padre no solo engendra al Hijo, sino que se complace en Él y lo recibe en el eterno recíproco amor del Espíritu Santo. La Santa Comunión lo coloca a uno en esta circumincessio o mutua morada de las Personas Divinas. Por eso al cáliz se le llama como “calicem salutis perpetuae,” el cáliz de eterna salvación.
Es como si este pequeño ritual nos estuviera diciendo: Sí, hombre, para ti es imposible devolver a Dios todo lo que Él te ha dado, pero “nada hay imposible para Dios” (Lucas 1, 37).
Tal como lo enseña la Madre Matilde del Santísimo Sacramento (1614-1698):
“La Misa es un misterio inefable en el cual el eterno Padre recibe homenaje infinito: en este Él es adorado, amado y alabado tal como Él merece, y esta es la razón de porqué a nosotros se nos aconseja recibir la Comunión frecuentemente, con el fin de rendir a Dios, a través de Jesús, todas las obligaciones que le debemos. Esto es imposible sin Jesucristo que viene a nosotros para realizar en nosotros el mismo sacrificio como este de la Santa Misa.
( El Misterio del Amor Incomprensible: El Mensaje Eucarístico de la Madre Matilde del Santísimo Sacramento, de próxima aparición en Angelico Press)
La secuencia de los versos del Salmo en el momento de beber el cáliz concluye apropiadamente: “Con alabanzas invocaré al Señor, y quedaré libre de mis enemigos.” ¡Qué motivo de alabanza recibir al mismo Señor, al mismo a quien estamos llamando! ¡Lo que causa protección de nuestros enemigos! ¡El Señor nos salvará en la Sagrada Comunión! Él ha venido a morar con nosotros, para aplicarnos los méritos de Su muerte y para aumentar nuestra participación en Su vida resucitada.
El sufrimiento de los católicos al estar incapacitados de asistir a la Misa y recibir a nuestro Señor sacramentado, debería intensificar nuestro anhelo espiritual por el Santo Sacrificio y por una participación cada vez más fructífera en él, siempre y cuando el Señor quiera que tengamos la felicidad una vez más de asistir a Su banquete. Estamos llamados a hacer lo que podamos y a entregarnos en las manos de Dios, usando las palabras de Nuestro Salvador en la Cruz: “Padre, en Tus manos encomiendo mi espíritu.”
Peter Kwasniewski
*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por lifesitenews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad
Puedes leer este artículo sobre la Sangre de Jesús en su sitio original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/the-blood-of-jesus-makes-it-possible-to-give-the-lord-what-we-owe-him
Ante la imposibilidad que muchos tenemos de ir a la Santa Misa, te dejamos este artículo donde podrás aprender más de ella.
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